«Roma, pueblo grande y de fina intuición política, conoce con adelanto de siglos lo que algunos han creído inventar en nuestros tiempos: la información secreta, la infiltración, la siembra del derrotismo, la agitación de las masas. Agentes de Roma han pactado sigilosamente con Sagunto constituyendo una verdadera quinta columna romana en la zona de influencia cartaginesa, susceptible en un momento dado de convertirse en cabeza de puente para la invasión de las Legiones. En Sagunto se refugian informadores y espías que traen y llevan datos de los preparativos y proyectos de la flota y el ejército de Cartago. Roma aconseja a los saguntinos la resistencia al invasor cartaginés y fomenta en sus espíritus altaneros el sentido de la independencia. Sentido que -extendiéndose después de la Segunda Guerra Púnica por toda la piel de toro- costaría doscientos años a la República del Líctor para dominar a Iberia. Porque después de la caída de Sagunto, Roma -sin careta- descubre su juego imperial en el que la guerra y la destrucción de Cartago no era más que una de tantas buenas bazas.
Sagunto, como casi todas las ciudades de Iberia, era una ciudad abierta. No estaba guardada por murallas ciclópeas ni existían en ella un material de guerra bastante para su defensa. Pero si la piedra, el hierro y el fuego necesario para combatir al enemigo escasean en el poblado edetano, hay un elemento nuevo en la Historia que inmortaliza a la ciudad e inicia una manera inédita en el arte de guerrear: el coraje y la desesperación ibéricas, destructores de científicas estrategias y matemáticas tácticas. Manera que se repetirá en la historia militar española en varios capítulos llamados Numancia o Gerona, Zaragoza o Baler, Alcázar de Toledo o Santuario de Santa María de la Cabeza. El coraje y la desesperación que no son ni castrenses ni civiles, ni varoniles ni femeninos, ni juveniles ni seniles. El corazón ibérico no tiene sexo, edad ni condición. Cuando suena el rebato de la patria en peligro, el fraccionamiento de las tribus, la división de las ideas y los prejuicios de las castas se borran como por arte de encatamiento. Surge el caudillo y surge el sentimiento nacional colectivo y, sin necesidad de formularlo, algo como un juramento sagrado sobre la vida y la muerte da impulso a los corazones. Así pasó en Sagunto. Hombres, mujeres, niños, ancianos, se apresuraron a defender la ciudad con un valor increíble. Con una más increíble abnegación, los saguntinos se obstinan en la defensa después de la dureza violentísima del primer ataque. Se atrincheran tras sus muertos y convierten en flechas envenenadas todas las herramientas agrícolas o industriales. Sagunto vive la primera guerra total de la Historia. El mando cartaginés contempla asombrado aquella resistencia suicida ante la que fracasan las máquinas de guerra tenidas por segurísimas. El fuego mismo no abre brecha en Sagunto. Como las mejores tropas de Cartago al mando de Aníbal han franqueado los Pirineos y van hacia los Alpes rumbo a Italia, se decide no atacar Sagunto para ahorra vidas que podrán ser necesarias en la fase final de la batalla de Roma y se opta por apretar tenazmente el cerco. Allá, en lo alto de la montaña, los saguntinos tendrán que rendirse al hambre y la sed. Ni un grano ni una gota pueden entrar en el recinto sitiado, donde el racionamiento llega a límites increíbles. El hambre grita desgarradora en las gargantas de los niños que mueren con las manitas crispadas clavadas en los secos y fláccidos senos de las madres. Por mitigar su hambre y su sed, los hombres muerden sus brazos y chupan su propia sangre. Al cabo de meses, Sagunto es una población de espectros que no se rinden. Dentro de ella no ha quedado un animal ni un niño ni un pozo con agua. Se han hecho los más arriesgados intentos de salida y se ha lapidado a todo aquel que, en un delirio de la fiebre o de la sed, ha murmurado la palabra rendición. Desde la altura se insulta y se provoca a los cartagineses que , impasibles, juegan juegos de azar en sus campamentos, sin lanzar una flecha. Sagunto se entregará.
Pero Sagunto no se entrega. Cuando ya no queda un grano ni una raíz alimenticia, el pueblo entero -espantósamente enflaquecido, sin sangre ni nervios ya- decide suicidarse. Hombres, mujeres, niños, ancianos y adolescentes beben la cicuta y se clavan sus dagas y sus lanzas después de incendiar sus enseres, fundir sus alhajas, desgarrar sus ropas, quebrar sus cerámicas. Los romanos no han llegado a salvarlos, pero Sagunto ha cumplido su palabra. Cuando las tropas de Cartago, asombradas por el largo silencio de cementerio de la ciudad sitiada y por el hedor a carroña que baja mezclado con el humo, se aventuran a acercarse a la plaza sitiada, contemplan por primera vez el trágico espectáculo de un suicidio colectivo y comprenden que para la Historia ha nacido un pueblo de héroes sin esperanza, para el que la independencia y la palabra de honor valen más que la vida. Muchos siglos atrás, Esparta había pasado de la vida a la Historia como ejemplo de heroísmo y dureza. ¿Pasaría lo mismo con Iberia?... Los siglos venideros darían la respuesta.»
Sagunto, como casi todas las ciudades de Iberia, era una ciudad abierta. No estaba guardada por murallas ciclópeas ni existían en ella un material de guerra bastante para su defensa. Pero si la piedra, el hierro y el fuego necesario para combatir al enemigo escasean en el poblado edetano, hay un elemento nuevo en la Historia que inmortaliza a la ciudad e inicia una manera inédita en el arte de guerrear: el coraje y la desesperación ibéricas, destructores de científicas estrategias y matemáticas tácticas. Manera que se repetirá en la historia militar española en varios capítulos llamados Numancia o Gerona, Zaragoza o Baler, Alcázar de Toledo o Santuario de Santa María de la Cabeza. El coraje y la desesperación que no son ni castrenses ni civiles, ni varoniles ni femeninos, ni juveniles ni seniles. El corazón ibérico no tiene sexo, edad ni condición. Cuando suena el rebato de la patria en peligro, el fraccionamiento de las tribus, la división de las ideas y los prejuicios de las castas se borran como por arte de encatamiento. Surge el caudillo y surge el sentimiento nacional colectivo y, sin necesidad de formularlo, algo como un juramento sagrado sobre la vida y la muerte da impulso a los corazones. Así pasó en Sagunto. Hombres, mujeres, niños, ancianos, se apresuraron a defender la ciudad con un valor increíble. Con una más increíble abnegación, los saguntinos se obstinan en la defensa después de la dureza violentísima del primer ataque. Se atrincheran tras sus muertos y convierten en flechas envenenadas todas las herramientas agrícolas o industriales. Sagunto vive la primera guerra total de la Historia. El mando cartaginés contempla asombrado aquella resistencia suicida ante la que fracasan las máquinas de guerra tenidas por segurísimas. El fuego mismo no abre brecha en Sagunto. Como las mejores tropas de Cartago al mando de Aníbal han franqueado los Pirineos y van hacia los Alpes rumbo a Italia, se decide no atacar Sagunto para ahorra vidas que podrán ser necesarias en la fase final de la batalla de Roma y se opta por apretar tenazmente el cerco. Allá, en lo alto de la montaña, los saguntinos tendrán que rendirse al hambre y la sed. Ni un grano ni una gota pueden entrar en el recinto sitiado, donde el racionamiento llega a límites increíbles. El hambre grita desgarradora en las gargantas de los niños que mueren con las manitas crispadas clavadas en los secos y fláccidos senos de las madres. Por mitigar su hambre y su sed, los hombres muerden sus brazos y chupan su propia sangre. Al cabo de meses, Sagunto es una población de espectros que no se rinden. Dentro de ella no ha quedado un animal ni un niño ni un pozo con agua. Se han hecho los más arriesgados intentos de salida y se ha lapidado a todo aquel que, en un delirio de la fiebre o de la sed, ha murmurado la palabra rendición. Desde la altura se insulta y se provoca a los cartagineses que , impasibles, juegan juegos de azar en sus campamentos, sin lanzar una flecha. Sagunto se entregará.
Pero Sagunto no se entrega. Cuando ya no queda un grano ni una raíz alimenticia, el pueblo entero -espantósamente enflaquecido, sin sangre ni nervios ya- decide suicidarse. Hombres, mujeres, niños, ancianos y adolescentes beben la cicuta y se clavan sus dagas y sus lanzas después de incendiar sus enseres, fundir sus alhajas, desgarrar sus ropas, quebrar sus cerámicas. Los romanos no han llegado a salvarlos, pero Sagunto ha cumplido su palabra. Cuando las tropas de Cartago, asombradas por el largo silencio de cementerio de la ciudad sitiada y por el hedor a carroña que baja mezclado con el humo, se aventuran a acercarse a la plaza sitiada, contemplan por primera vez el trágico espectáculo de un suicidio colectivo y comprenden que para la Historia ha nacido un pueblo de héroes sin esperanza, para el que la independencia y la palabra de honor valen más que la vida. Muchos siglos atrás, Esparta había pasado de la vida a la Historia como ejemplo de heroísmo y dureza. ¿Pasaría lo mismo con Iberia?... Los siglos venideros darían la respuesta.»
9 comentarios:
a ver que yo de esto no tengo ni puta idea. y me han enseñado a no hablar de lo que no sé.pero si estoy interesado en la opinión de aquellos eruditos que puedan completar la enriquecedora exposición del Subdirector.Qué pasa, no dicen nada?.Pero hombre...
Clebarr, tu que sabes, que piensas de los saguntinos estos.
¿Yooooooooo?
A mi no me saques del mus, del 4-4-2 que utiliza el Madrid y de la portada del Interviú, porque de lo demás ni flowers.
Joder, qué triste.
Dos entradas sobre un tema de interés nacional y los 4 únicos comentarios han sido: para meter la pata el de Langor; para confirmar la metedura el del Subdirector y estos dos del duo cómico local ;-)
(el guiño es para Aprendiz de Brujo que sé que le gustan)
Cierto que los post han sido especialmente aburridos en su exposición, pero el tema en sí es cuando menos curioso. Me extraña que no haya escrito ya alguien para aplaudir la entrada.
¿Han dado vacaciones a todos los funcionarios y soy el único tonto que no se ha enterado? ¿Debería ir a Mediamarket?
¡Arriba, rancios de la tierra! ¡Despertad, perezosa legión!
Saludos
Nota: Lo siento (un poquito), hoy me he levantado jodón.
Me ha gustado,aunque ya es historia sabida, tiene su qué.
Me ha recordado la entrada de hoy del Barullo...¡antes morir que dejarse esclavizar!
¡Honor a los saguntinos!(en Valladolid, entrando por la carretera antigua de Madrid, los Saguntinos tienen un colegio...creo)
Comentábamos ayer el Subdire y yo que aunque en la época de Sagunto no puede hablarse de España propiamente dicha, ni seguramente de un destino o proyecto común a varios pueblos (eso es una Patria), episodios como este o el de Numancia son gloriosos y ejemplares para nosotros en la medida que nos muestran valores como el tesón, la heroicidad y el sacrificio y, además, nos dan una idea del carácter de nuestros ancestros peninsulares.
Buenas
Señores que hay mucho curro y no tengo tiempo.
Como aperitivo y por si en algun momento puedo decir algo dire que no estoy de acuerdo con la interpretacion de la historia. El porque ya lo dire... si puedo...
Un saludo
Se han encontrado restos arquologicos que demuestren que la gente se suicidó?
Ignacito, Ignacito.. TÓCAME UN POCO EL PITO.(DESDE EL CARIÑO).
Que he hecho yo para que me honres con tus guiños...No merezco tanto respeto.
El duo local eh???.ya diré a machoman que te ponga a vivir. Te va a poner a cuatro patas; te va a coger todo el juego de llaves; te va a encerrar en la pecera y vas a saber lo que es un duo internacional.Vas a parecer el chiuitajo de los sacapuntas...
Es un guiño eh!!!
Ja, ja, ja... XD
Me ha encantado lo de "el juego
de llaves" ;-)
¿Cómo sabes lo de mi "pecera"? :P
¿Se ha pasado M-M a verme y no me
lo ha dicho? =8-O
¿Me ha sacado ya los
ojos de las órbitas? 8-)
¿El chiuitajo de los sacapuntas es el que se murió?
¿Tan mal me va a dejar? :-(
¿No te cansas de
mentar muertos? X-X
¿Y yo de hacer el payaso con los emoticonos? ~<:-)
Pues sí, ya me he cansado.
:*
Publicar un comentario