viernes, 6 de mayo de 2016

UN CARDENAL ARROJADO

El Cardenal Segura junto a Francisco Franco

Algunos piensan que los años del régimen franquista fueron una época dorada para la Iglesia Católica, ya que gozó de incontables honores y privilegios, además del apoyo incondicional del Estado a su labor pastoral y educativa. Pero esto es solo una verdad a medias. La realidad es que tras la victoria del bando nacional, la Iglesia española, liberada de la terrible persecución religiosa de la Segunda República y de la guerra, se excedió en sus demostraciones de agradecimiento arrodillándose literalmente ante los vencedores y perdiendo durante décadas buena parte de su autonomía y de sus derechos. En la práctica se convertiría en una especie de secta religiosa de corte nacionalista manipulada a su antojo por el Caudillo. 

Los excesos del nacionalcatolicismo español comenzaron a manifestarse ya en septiembre del 36, cuando Franco decidió difundir por toda la España nacional el discurso de Pío XI apoyando el Alzamiento, pero en una versión tendenciosamente censurada, recortando sin pudor los párrafos que exhortaban a amar al enemigo y a contenerse en las represalias. Muy poco después presionó al cardenal primado de Toledo, Isidro Gomá, para que preparara una carta colectiva del episcopado español a todos los obispos del mundo, declarando la condición de Cruzada de la guerra, describiendo los tormentos de los religiosos en la zona roja y defendiendo la dura represión llevada a cabo por los tribunales militares rebeldes.

Tras la victoria, la Iglesia se echó definitiva e incondicionalmente a los brazos de Franco, renunciando a su independencia y bajándose los pantalones hasta las corvas. Los cardenales y obispos saludaban brazo en alto; secundaban y pregonaban con entusiasmo las directrices del Movimiento; aceptaban que el Jefe de Estado presentara a los prelados para su nombramiento, entrara en los templos bajo palio y presidiera ceremonias religiosas, y consentían incluso que los altos cargos del régimen (los gobernadores civiles, por ejemplo) lanzaran arengas desde los púlpitos.


Pero también hubo excepciones. Muy pocas, pero las hubo. Y la más destacada de todas fue la del cardenal arzobispo de Sevilla, Pedro Segura, que tenía los huevos más grandes que el caballo del Cid.

El cardenal Segura, que ha sido definido como "un hombre de carácter íntegro, talante integrista e intolerancia medieval", se negó a pasar por el aro. Y no por rojo precisamente, ya que era un monárquico recalcitrante que defendía las posiciones más retrógradas dentro de la Iglesia, llegando a ser famosas en la capital hispalense sus intensivas campañas en pro de la decencia pública, que arremetían contra escotes, faldas cortas y otras "muestras de impudicia". Simplemente era un teócrata convencido, un defensor acérrimo de la subordinación total del poder político al poder religioso, es decir justo lo contrario que el modelo franquista.

Amigo íntimo de Alfonso XIII y de carácter muy enérgico, había protagonizado graves enfrentamientos con las autoridades de la República, con los católicos que se avinieron a participar políticamente en ella (a través de la CEDA) e incluso con el mismísimo Vaticano. En agosto de 1937 fue designado para la archidiócesis de Sevilla y a partir de ese momento se iniciaría un rosario de violentos desencuentros con el nuevo régimen.

No esperó ni un mes desde su nombramiento para hacerle el primer feo al Caudillo, negándose a firmar la carta colectiva de los obispos por considerar herética la denominación “cruzada” aplicada a la guerra. Pero la cosa no quedó ahí. En 1940 comenzó a atacar al Régimen y a condenar, sin el menor tacto diplomático, la subordinación de la Iglesia española a las consignas políticas. En sus célebres sabatinas solía arrear muy duro a Franco, llegando a proclamar que en la literatura clásica se llamaba “caudillos” a los “jefes de una banda de forajidos” y que en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio “caudillo” era sinónimo de “demonio". Franco se ponía furioso con estas diatribas y terminó ordenando su detención y su expulsión de España, aunque en el último momento se retractó, a petición del ministro Serrano Súñer, para evitar una crisis con Roma.

El intrépido cardenal se pasó protestando veinte años sin cortarse un pelo. Por ejemplo, criticaba sin ambages que un Jefe de Estado pudiera acceder a un templo bajo palio y en 1948 se opuso a ceder a Carmen Polo la presidencia en el acto de inauguración del monumento al Sagrado Corazón de San Juan de Aznalfarache. También protagonizó un escándalo mayúsculo con la carta que escribió al Generalísimo para evitar el fusilamiento (que finalmente se llevó a cabo) del general de la Guardia Civil Antonio Escobar, que había defendido la República pese a ser un católico convencido. “Si fusila a Escobar no fusila a un hombre, fusila a un santo”, le escribió.

El Cardenal Segura criticó con dureza el privilegio de Franco de entrar en los templos bajo palio

Pero el suceso más polémico fue el de la inscripción en los muros de la catedral de Sevilla de los nombres de los “Caídos por Dios y por España”. El cardenal Segura no solo era un fanático antifascista, que consideraba a la Falange un movimiento pagano y estatólatra “en el que se refugian los peores enemigos de la Iglesia”, sino que estaba en contra de utilizar las paredes de los templos para honrar a los muertos de la guerra y mucho menos a los de un solo bando, por lo que prohibió terminantemente estas inscripciones en su catedral. Se armó una buena y, por lo visto, a punto estuvieron de poner los nombres sin su permiso hasta que declaró que quienes lo hicieran quedarían automáticamente excomulgados. Al final ganó la batalla, pues la cruz de los caídos sevillana tuvo que ser instalada junto a los muros de los Reales Alcázares. Los falangistas se vengaron pintando durante muchos años yugos y flechas en el Palacio Episcopal.

Franco hizo todas las gestiones posibles para remover a Su Eminencia de su cargo, pero nunca lo consiguió. Solo logró que Pío XII accediera en 1954 a nombrar un arzobispo coadjutor de la archidiócesis de Sevilla y a "dispensar" a Segura de muchos de sus cometidos.

El mes pasado, el sacerdote y periodista Carlos Ros nos ha dejado a todos de piedra revelando en su libro Pedro Segura y Sáenz. Semblanza de un cardenal selvático que el controvertido arzobispo tuvo un hijo secreto en su juventud (en 1918). Se trataría de Santiago Segura Ferns, que fue el abogado del General Milans del Bosch tras el fallido golpe de estado de 1981.

6 comentarios:

Tábano porteño dijo...

Quien parece ha tratado profundamente el tema es Stanley Payne, en su libro "El catolicismo español", en que expone hechos bastante sorprendentes. Copio parte de un artículo que analiza el libro:

"Pero donde las cosas demostraron un carácter inverosímil fue en lo relativo a las relaciones entre la Iglesia católica y el franquismo. Aquí el autor nos señala que, a pesar de todo lo que se considera en contrario, las relaciones entre el Vaticano y famosa Segunda república contra la que se sublevara el Caudillo 'distaron mucho de ser de una animosidad inquebrantable'. Lo que sucedía es que la Iglesia en ese entonces apostaba a un liberalismo moderado. Pero fue justamente el hecho de que el liberalismo, en sus expresiones extremas marxistas y anarquistas, agudizara las persecuciones en contra de la Iglesia lo que hizo que ésta tuviese que moderar sus apoyos hacia la República y luego volcarse hacia el franquismo aunque siempre con reservas. Al respecto no puede soslayarse el hecho de que durante todo el período de la Segunda República hubo actitudes ambivalentes por parte del Vaticano, en ese entonces representado por el nuncio Pacelli, quien sería luego el papa Pío XII, quien en ningún momento apoyó a los sectores ortodoxos y 'se mostró sumamente acomodaticio' en relación al gobierno. Fue en cambio una reacción de la población católica lo que frenó los impulsos subversivos de la república que abiertamente hablaba de la destrucción de dicha religión, más que la acción de la Iglesia. Esto hasta se hizo ostensible en plena guerra civil. Durante el período que duró entre 1936 y 1939 'el papa Pío XI consideraba impolítico tener que tomar partido por alguno de los dos bandos' (pg. 231), aun cuando los republicanos habían destruido ya templos y matado a sacerdotes en cantidades inverosímiles. Y cuando se produjo el triunfo de Franco 'el papado esperó a que al menos 12 gobiernos lo reconocieran para proceder a hacer lo propio' (239).

Es de destacar luego que si bien durante el régimen franquista hubo jerarquías católicas que lo apoyaron calurosamente como representando su período el de la restauración de tal religión en dicho territorio, siempre la Iglesia mantuvo una actitud ambivalente, habiendo sido al mismo tiempo aquel ámbito en el cual se desarrollaría la oposición a dicho régimen. Pero todo se agudizaría notoriamente con el Concilio Vaticano II. (...)"

http://www.tsunamipolitico.com/payne003.htm

Tábano porteño dijo...

El tema de la supuesta paternidad del Cardenal Segura lo trató recientemente un muy respetable compatriota suyo, Neri; sacerdote para más datos:

http://exorbe.blogspot.com.ar/2016/04/en-torno-al-cardenal-segura.html

Gustav Becker dijo...

Interesante entrada. El cardenal Segura, cuyo primer nombramiento episcopal fue el de obispo auxiliar de Valladolid (volvemos a tener otro ahora), fue una figura controvertida y sin pelos en la lengua. Creo que en el fondo eso hacía que Franco le tuviese cierta admiración y respeto. Sevilla tuvo que ser una fiesta con Queipo de Llano como todopoderoso mandatario político y militar y con Segura como Cardenal Arzobispo....
Nada que ver con los Tarancones, Añoveros y compañía.

Zorro de Segovia dijo...

muchos llaman "revisionismo histórico" al esclarecimiento de hechos oscuros, más el conocimiento de la Historia nunca sobra a una mente objetiva. Interesante su cita acerca del General Escobar, un hombre respetuoso de la ley, al igual que su superior General Aranguren también religioso, pero leal a la República

Al Neri dijo...

Muy bueno, Bécker :-). Para mí que ni Queipo ni el Cardenal Segura juntos fueron capaces de disciplinar a los sevillanos.

Gracias, Tábano. Payne me parece un autor de confianza. Creo que la Iglesia gozó de muchismo poder en el franquismo, pero no le salió gratis. Ni entonces (tuvo que someterse al poder poilítico en muchos aspectos) ni ahora. Actualmente, parte de la desconfianza de muchos españoles hacia la Iglesia se basa en su actititud desproporcionada durante, sobre todo, los años de la postguerra. En cuanto a la "ambivalencia" de la Iglesia en aquellos años, le aseguro que la Jerarquía, de ambivalante, nada (salvo honsosísimas y puntualísimas excepciones). Otra cosa son las bases, los párrocos...

Amigo Zorro de Segovia, sin entrar a valorar la justicia del fusilamiento del General Escobar (no me atrevo al desconocer las circunstacias; yo soy muy prudente, ya sabe), tiene usted que darse cuenta de que para los nacionales (y para mí) ser "respetuoso de la ley" en julio de 1936 no era precisamente el mejor currículum. Los sublevados fusilaron a otros católicos convencidos, entre ellos catorce curas nacionalistas vascos. De hecho, el obispo de Vitoria, Mateo Múgica, no firmó la carta colectiva de los obispos españoles, el muy tiquismiquis, por este último motivo. Fue uno de los cinco prelados que no lo hicieron.

Anónimo dijo...

Un libro interesante de un personaje muy controvertido en su tiempo. Lo he leído y me parece una gran investigación y muy documentado. Lo recomiendo para los amantes de la historia y la verdad.
Nieves Terol