¿Nunca os habéis preguntado por qué las letras de nuestro alfabeto tienen la forma que tienen? La epigrafía y la paleografía nos enseñan que en tiempos de los romanos todos los caracteres se escribían en mayúscula y que no fue hasta el siglo VII cuando, por razones de agilidad en la escritura, empezaron a emplearse las letras minúsculas, una versión redondeada de los trazos angulosos de sus hermanas mayores que además permitía no levantar la pluma del papel en cada grafema.
No mucho después de la aparición de la imprenta en el siglo XV se inventa la letra de molde. Las mayúsculas de imprenta eran idénticas a las de la grafía manuscrita, pero en cambio fue imprescindible innovar en el diseño de los tipos móviles en minúscula, ya que en los talleres de impresión resultaba imposible ligar las letras entre sí y además el dibujo de curvas pronunciadas (“b”, “f”, “h”, “j” “L”) presentaba especiales dificultades técnicas. Por eso se crearon unas letras minúsculas separadas, mucho más rectilíneas y mucho menos cálidas y naturales que las cursivas.
Hasta épocas recientes, cuando el índice de analfabetismo estaba por las nubes y eran relativamente pocos los que tenían acceso a los libros, la escritura de imprenta no contagió a la manual; nadie escribía a mano utilizando ni una sola letra de molde. Pero esto empezó a cambiar con la universalización de la cultura, el aprendizaje de la lectoescritura a través de textos impresos (interesante y muy actual polémica educativa) y el manejo cotidiano de la mecanografía primero y de la informática después. Hoy, además de escribir muy poco a mano, casi todos usamos de vez en cuando (o siempre) alguna letra de imprenta.
Parémonos a pensar un momento cuáles son las letras de molde que se han infiltrado en la punta de nuestro bolígrafo y si esos caracteres los escribimos siempre así o dependiendo de su ubicación en la palabra. En mi caso reconozco trazar de esta manera las minúsculas “b”, “L” y “s”, además de omitir el rabito para unir muchas otras. Es algo bastante curioso, ya que, por ejemplo, la “b” casi nunca la pongo en cursiva pero la “s” sí, salvo que encabece una palabra. La “L” a veces la dibujo al estilo imprenta cuando va precedida o seguida de otras letras, nunca al principio ni al final, y muy a menudo al escribir el dígrafo “LL”. También influye la velocidad a la que escribo y si utilizo boli o pluma estilográfica.
Dentro de poco no tendremos que reflexionar sobre estas cosas, pues los expertos nos alertan de que la próxima generación casi no manuscribirá y las pocas letras que trace con sus propios dedos siempre serán iguales que las impresas. Hasta con nuestro estilo individual, único y distintivo de escritura acabará esta sociedad insípida cada vez más impersonal y uniforme. La actual cultura de la eficiencia aséptica, las prisas y la ultravelocidad en las comunicaciones arrasará lo poco que nos queda de individuos irrepetibles para convertirnos en robots o en soldaditos de plomo fabricados en serie.
No mucho después de la aparición de la imprenta en el siglo XV se inventa la letra de molde. Las mayúsculas de imprenta eran idénticas a las de la grafía manuscrita, pero en cambio fue imprescindible innovar en el diseño de los tipos móviles en minúscula, ya que en los talleres de impresión resultaba imposible ligar las letras entre sí y además el dibujo de curvas pronunciadas (“b”, “f”, “h”, “j” “L”) presentaba especiales dificultades técnicas. Por eso se crearon unas letras minúsculas separadas, mucho más rectilíneas y mucho menos cálidas y naturales que las cursivas.
Hasta épocas recientes, cuando el índice de analfabetismo estaba por las nubes y eran relativamente pocos los que tenían acceso a los libros, la escritura de imprenta no contagió a la manual; nadie escribía a mano utilizando ni una sola letra de molde. Pero esto empezó a cambiar con la universalización de la cultura, el aprendizaje de la lectoescritura a través de textos impresos (interesante y muy actual polémica educativa) y el manejo cotidiano de la mecanografía primero y de la informática después. Hoy, además de escribir muy poco a mano, casi todos usamos de vez en cuando (o siempre) alguna letra de imprenta.
Parémonos a pensar un momento cuáles son las letras de molde que se han infiltrado en la punta de nuestro bolígrafo y si esos caracteres los escribimos siempre así o dependiendo de su ubicación en la palabra. En mi caso reconozco trazar de esta manera las minúsculas “b”, “L” y “s”, además de omitir el rabito para unir muchas otras. Es algo bastante curioso, ya que, por ejemplo, la “b” casi nunca la pongo en cursiva pero la “s” sí, salvo que encabece una palabra. La “L” a veces la dibujo al estilo imprenta cuando va precedida o seguida de otras letras, nunca al principio ni al final, y muy a menudo al escribir el dígrafo “LL”. También influye la velocidad a la que escribo y si utilizo boli o pluma estilográfica.
Dentro de poco no tendremos que reflexionar sobre estas cosas, pues los expertos nos alertan de que la próxima generación casi no manuscribirá y las pocas letras que trace con sus propios dedos siempre serán iguales que las impresas. Hasta con nuestro estilo individual, único y distintivo de escritura acabará esta sociedad insípida cada vez más impersonal y uniforme. La actual cultura de la eficiencia aséptica, las prisas y la ultravelocidad en las comunicaciones arrasará lo poco que nos queda de individuos irrepetibles para convertirnos en robots o en soldaditos de plomo fabricados en serie.
2 comentarios:
No sé cómo se lleva con el italiano, Neri, pero dejo el enlace al sitio del profesor Antonio Scacco, "Futureshock", que tomo ese título de la famosa expresión de Alvin Toffler ("el shock del futuro").
Ese anciano peninsular, es tenaz defensor de la fantaciencia en tanto "literatura seria" cuya misión sería mitigar ese shock que según Toffler nos causa el vertiginoso avance de la ciencia desde Galileo para acá y nos sume en el desconcierto y la desconfianza (que parece es lo que trasluce el final de su entrada). Misión que se cumpliría buscando una visión optimista de esos cambios vertiginosos contra la corriente "antiutópica" de la fantaciencia, alguna de cuyas vertientes pinta una humanidad como la que usted pinta crudamente, de "robots" o "soldaditos de plomo fabricados en serie (el "Brave new world" de Huxley quizá).
Tal vez termine teniendo razón usted contra el optimismo de Scacco, pero, creo, sirve conocer la otra cara.
El enlace:
http://www.futureshock-online.info/
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