Está comprobado que las personas conformistas son mucho más felices que las difíciles de contentar. Quien está dispuesto a acatar con mansedumbre lo que la vida disponga, el rol que la sociedad le asigne o las decisiones de los demás en lo tocante a sus intereses, se llevará sin duda muchos menos disgustos que los abanderados de la rebeldía. Es de cajón que quien se conforma con poco vivirá plácidamente, tan contento con lo que le ha tocado, mientras que los ambiciosos, los inquietos o simplemente los que se hacen demasiadas preguntas andarán siempre sufriendo en su esfuerzo por progresar y con sus comeduras de tarro.
Una vez alguien se pitorreó de un amigo mío porque le gustaban todas: “Macho, es que a ti te da igual que sean gordas, bajas, feas… ¡Todas te parece que están buenísimas!”. Y mi amigo respondió que si así era, mejor para él, que menudo chollo poder alegrarse la vista y disfrutar con cualquier mujer que conociera. Que el problema lo tenían los selectivos, los exquisitos que solo están satisfechos con una tía imponente. ¡Con las pocas que hay!
Actitudes parecidas no solo se ven en el ámbito de la pareja, sino en el laboral, en el económico y en cualquier tipo de relación humana. Los que abren las tragaderas hasta el límite o adoptan la postura de aceptar lo que les venga sin ningún espíritu crítico tendrán una sonrisa permanente en los labios y rara vez se enfadarán o entristecerán por lo que otros considerarían pobres resultados, logros insuficientes o putadas.
Creo que algo sí deberíamos aprender de cierto tipo de conformistas, de aquellos cuya filosofía es que resulta absurdo angustiarse por aquellos acontecimientos que escapan a nuestro control. El buen conformar en determinadas situaciones me parece la postura más lúcida, aunque pueda parecer propia de estoicos sin sangre en las venas. Pero hay que delimitar bien en qué circunstancias es aceptable la resignación y en qué otras una posición acomodaticia es un claro indicio de cobardía. Existe una modalidad muy concreta de conformismo que no es más que una pose para eludir los conflictos y el sufrimiento. No son pocos los que premeditadamente deciden que con cualquier cosa les basta, como estrategia para escaquearse de librar batallas o de sacrificarse lo más mínimo. Si incurrimos en esta tentación es casi seguro que gozaremos de una mayor tranquilidad y no padeceremos grandes aflicciones, pero también llevaremos una existencia mediocre y obtendremos de la vida unos frutos mezquinos, muy por debajo de nuestros merecimientos o capacidades.
Como ejemplo podría mencionar la actitud pasiva de algunos individuos en las discusiones, incluso en las que se ventilan asuntos que les conciernen de forma directa. La gente que por sistema rehuye los altercados dialécticos (casi siempre por falta de carácter) suele justificarse en el pragmatismo, esgrimiendo que es absurdo desgastarse con quien no escucha, que el otro es un cabezota imposible de convencer, que para qué va a pasar un mal rato, que al final no va a llegarse a ninguna conclusión, que no es un tema tan importante… Se trata de conformistas por apocamiento. Prefieren refrendar con su silencio los argumentos ajenos a entablar un incómodo debate en defensa de sus criterios. Prefieren tolerar que alguien que miente, no lleva razón o sabe mucho menos que él tenga siempre la última palabra a entrar en un ingrato cuerpo a cuerpo. Y esta manera de afrontar los desencuentros tiene, cómo no, algunas ventajas, entre ellas no llevarse sofocos y no ganarse enemigos, pero la contrapartida es dura, pues la gente así, además de ver pisoteados todos los días sus derechos y sus opiniones, terminará perdiendo la consideración de sus semejantes, el crédito profesional, y el respeto de su familia y amigos. En el fondo todos tenemos debilidad por los valientes y sentimos una repulsión indisimulable hacia los calzonazos.
Es difícil trazar esa línea delicadísima entre el conformismo sano, como expresión de nuestra madurez, inteligencia y capacidad de autocontrol, y ese conformismo venenoso que nace del miedo, de la vagancia, de la debilidad, de la comodidad o del amilanamiento, y que puede condenarnos a una medianía poco menos que castradora.
6 comentarios:
Brillante, muy brillante. Lo volveré a leer. La entrada tiene una estructura formalmente neutral a la hora de exponer los pros, contras y perversiones de las dos posturas vitales en tensión; pero disimulas muy mal tus preferencias y se te notan los colores, lo cual le da un interés añadido al texto.
Ojalá se monte un buen debate.
Muy bueno, muy jugoso. Buen fin de semana a todos.No os olvidéis de hacer el amor, que,- aunque no es gratís-, es una inversión muy rentable.
A mi también me ha gustado mucho. Está muy bien definido.
Creo que cada uno debe ponderar, como usted dice, hasta donde puede llegar según sus posibilidades y, siendo objetivo. De lo contrario también se puede caer en un bovarismo increíble, no precisamente de película sino todavía más crudo.
A veces nuestras decisiones están determinadas por la influencia de otras personas a las que podemos arrastrar con nuestros actos. Otras, simplemente, no están en nuestra mano y, dependen del libre albedrío de los demás.
Ya no veo lo que he puesto. Espero que esté todo correcto :)
Buen finde, chicos.
En esta entrada, una vez más, el tema del cristianismo está implícito: ahora con la delicada cuestión del equilibrio entre la resistencia activa y el martirio. ¿Cuándo hay que poner la otra mejilla, cuándo hay que empuñar la espada?. Arduo dilema para eruditos pero de implicancias bien prácticas.
Por otra parte, los liberales económicos suelen achacar al sermón de la montaña la aparente desidia que propugnaría respecto del esfuerzo personal, por eso de "mirad las aves del campo, que no siembran ... y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta". Denodados esfuerzos ha dado a los teólogos demostrar que esa aparente pasividad no es tal, no al menos en el sentido que quieren darle aquellos economistas.
De entre lo mucho que podría decirse, recuerdo ahora el escolio de Gómez Dávila favorable a cierta resignación que otorga el paso de los años:
"La madurez del espíritu comienza cuando dejamos de sentirnos encargados del mundo".
Eso sí, Neri: recordando el caso de Junger, no me convence mucho su último párrafo. El alemán, aristócrata nato, en uno de sus diarios (creo en las Radiaciones), ante la provocación de un sujeto rehuye la disputa verbas y luego lo escribe claramente en el diario personal: "yo no discuto". Y dudo que al alemán le faltara valor (ahí están las 500 y tantas imprescindibles páginas de Tempestades de acero, en las que el aristócrata guerrero sin embargo no escribe una sola línea favorable a la guerra). Por cierto, siempre afirmaba abiertamente su convicción políticamente incorrecta: "yo creo con Heráclito que uno es diez mil" (es decir, uno vale por diez mil si es el mejor).
Por cierto... qué, en sentido contrario y, ya que aquí somos tan inconformistas y luchadores, acordaos estos días de Tablones . A ver si entre todos le enviamos mucha fuerza o le ponemos velas :) y tenemos pronto buenas noticias, que tiene que estar el pobre a estas alturas echando humo.
! Mucha suerte, Antonio!
Claro que sí, Tablones. ¡Mucha suerte! Pondremos una vela a la Virgen del Pilar en el Santuario de la Gran Promesa.
Mis mejores deseos para Tablones. Vamos a por el lunes.
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