viernes, 31 de octubre de 2014

HOLA



Me pasó el lunes. Estoy en mi despacho trabajando con el ordenador y de repente me entra un email de un tal José Luis, funcionario del Ministerio de Hacienda, al que no conozco absolutamente de nada. Me plantea sin preámbulos una duda sobre un expediente tramitado en mi departamento. No sé cómo ha conseguido mi dirección ni por qué se pone directamente en contacto conmigo, y menos por ese medio. Pero eso es lo de menos; lo que más me jode es que el correo comienza así:

Hola.

El Ayuntamiento de (…) está interesado en la enajenación de un solar ubicado en la parcela (...) de la calle (…), etc…”


¿Hola? ¿Cómo que hola?

Me faltó un pelo para responderle lo mismo que el sargento Foley al recluta paleto que le saludó con un “hola” en Oficial y caballero (minuto 1:45 del vídeo):

“¿He oído bien? ¡Quiero oír el trato que me has dado! ¡Has dicho “hola”! No soy tu amigo, ni tampoco soy un tipo afeminado. ¿Es eso lo que piensas de mí? Ey, ¿quieres tocarme los huevos? ¿Por eso me has dicho “hola, sargento”? ¿Eres marica?”

Coñas aparte, parece claro que hay adultos a los que habría que enseñar modales, explicarles la forma correcta de encabezar una comunicación profesional dirigida a un desconocido. No se trata de emplear fórmulas arcaicas como “muy señor mío” o los formalistas –y falsos– “estimado” o “apreciado”. Pero para mí un simple “buenos días” y una somera presentación, indicando dónde se trabaja, son lo mínimo en casos como este. 

Porque no sé, José Luis, pero venirme con un “hola”, así a saco, a mí me inquieta un poco. Esas confianzas hay que reservarlas para saludar cuando se entra en casa, se coincide en el ascensor con los críos del vecino, se aborda a una chavala en una discoteca o, en tu caso, a un chapero en un callejón. Pero yo no soy tu amigo, José Luis, ni me hace gracia que intentes ligar conmigo, que es lo que creo que buscas en el fondo, maricón, tantearme para ver si me pones una varita.

jueves, 30 de octubre de 2014

LA CORBATA DE PABLO IGLESIAS





Ayer me mandaron esta foto por whatsapp y mirándola me hice una pregunta que al principio me pareció frívola pero después no tanto: si tal como auguran las encuestas del CIS, Podemos se convirtiera en primera fuerza política y Pablo Iglesias llegara a la Moncloa, ¿se cortaría las greñas y se vestiría con traje y corbata, o llevaría las mismas pintas que ahora al Congreso de los Diputados y a las cumbres internacionales? ¿Se mantendría fiel a su imagen o haría como Felipe, que cambió su chaqueta de pana obrera por un Dolce&Gabbana nada más ganar las elecciones del 82?

Una de las pocas certezas que tenemos sobre el joven Iglesias es que no tiene un pelo de tonto. El líder de la formación neomarxista no da puntada sin hilo ni en su discurso ni en cuestiones de estética. Conoce de sobra la importancia de la asociación visual y sabe que en el cerebro de millones de españoles, aunque sea de forma subconsciente, hace ya años que están íntimamente asociadas la formalidad del terno azul con corbata sobria de nudo perfecto, y la figura del parásito apandador de las comisiones y las tarjetas negras. Los políticos del sistema visten como clones y su look ya es un símbolo de corrupción. 

A principios del siglo XX el frac y la chistera eran la insignia del capitalismo y los líderes revolucionarios vestían buzo azul, sombrero de paja de campesino o uniforme de soldado. En los años treinta, nazis y fascistas lucían ante las multitudes sus camisas de tela tosca frente al perifollo de los burgueses. A partir de los noventa los castristas y los populistas “bolivarianos” adoptaron la épica del chándal, que se había convertido en el atuendo de las masas humildes a las que decían representar. Y ahora los cabecillas de Podemos van a los mítines con camisa arremangada, vaqueros desgastados, chupa alternativa o corbatilla floja, tal como visten los jóvenes de hoy, los desheredados por una crisis que ha dejado al descubierto, entre otras muchas cosas, que el azul marino y el marengo burocrático de los diputados y los ministros están ribeteados de mierda hasta las solapas.

El partido de estos astutos profesores de Ciencias Políticas ha sabido intuir que la nueva generación valora más los hechos que la imagen, la eficiencia que la ceremonia, la transparencia en la gestión que la ropa protocolaria, y ha hecho ondear al viento la coleta de Pablo como una auténtica bandera de hartazgo, rebeldía e innovación contra la estirpe de politicastros con la que nuestra sociedad cada día se siente menos identificada.

Solo queda la duda de si esta novedad es una simple estrategia de marketing o vaticina un auténtico cambio de esquemas en nuestra forma de entender la política.


martes, 28 de octubre de 2014

HALLOWEEN

Muchas de las actuales festividades religiosas tienen un origen pagano. Al comenzar la expansión del Cristianismo, la Iglesia decidió reenfocar el significado de ciertas celebraciones milenarias, nórdicas o célticas, muy arraigadas en Europa, e institucionalizarlas en el calendario litúrgico. 

Una de estas fiestas es la que actualmente celebramos los católicos como Día de Todos los Santos y Día de Difuntos los días 1 y 2 de noviembre. Su origen, sin embargo, se remonta a los antiguos pueblos celtas, que justo antes de empezar el invierno solemnizaban el fin de las cosechas invocando a los antepasados y disfrazándose, con máscaras, de espíritus malignos para evitar ser dañados por estos. 

El Imperio Romano adoptó esta tradición y el Cristianismo la recicló como homenaje a los santos y a los difuntos, pero en los países de cultura celta se han mantenido hasta hoy sus rasgos más paganos. A mediados del siglo XIX los inmigrantes irlandeses llevaron el festejo original a Estados Unidos, bajo el nombre de Halloween (“víspera de Todos los Santos”), incorporando como novedad la calabaza luminosa que Jack el Tacaño construyó con un ascua del Infierno en el viejo cuento folclórico irlandés. 

Hoy el Halloween secular se celebra en buena parte de los países anglosajones, en muchos hispanoamericanos y, desde hace no demasiados años, en España, donde es objeto de polémica en algunos sectores.

La progresiva implantación en nuestra patria de esta tradición extranjera y anticatólica obedece a razones puramente comerciales. Hace dos décadas los comerciantes idearon una campaña a finales de octubre para la venta de artículos americanos inspirados en la calabaza y en la iconografía del cine de terror; los hosteleros no tardaron en subirse al carro organizando fiestas y cenas monográficas, y, finalmente, los centros educativos públicos y privados, laicos y religiosos, han popularizado esta especie de fiesta de disfraces entre la población escolar de toda España. Es muy difícil parar este fenómeno, del que, por cierto, yo tuve noticia por primera vez en el otoño de 1986 en una “convivencia Halloween” organizada por un club juvenil del Opus.

Esta celebración, que ciertamente representa un atentado contra la identidad cultural española, no es fácil de erradicar porque está orquestada por los grandes holdings comerciales y representa un importante volumen de negocio, igual que sucede, por otra parte, con Papá Noel, San Valentín, el Día de la Madre o el Día del Padre, todos ellos inventos anglosajones implantados hace tanto que ya ni nos acordamos. De estas últimas fechas ya casi nadie se queja, pero sí se oyen bastantes críticas contra la siniestra calabaza, los fantasmitas, las brujas y los zombies, por ser mucho más reciente su introducción.

A la hora de condenar estas fiestas invasivas, es conveniente distinguir muchos factores. El más importante y del que algunos detractores furibundos no parecen percatarse es que la gente que participa en ellas, por ejemplo vistiéndose de mamarracho el viernes que viene o mandando al crío a dar el coñazo a los vecinos con la sandez del "truco o trato", no lo hace con ninguna mala intención, ni mucho menos le da a esta actividad ningún sentido paganizante ni antirreligioso. Normalmente le importan un higo (si es que los conoce) las raíces celtas, las connotaciones diabólicas y el halo supersticioso de la Noche de Brujas, igual que le trae al pairo –reconozcámoslo– la significación cristiana del 1 y del 2 de noviembre, como lo demuestra el hecho de que casi todo el mundo confunde ambas festividades.  Lo único que quiere el personal es romper un poco la monotonía, pasarlo bien y tener entretenidos a los chavales. 

Los paladines de las tradiciones podremos, eso sí, acusar a la mayoría de nuestros compatriotas de borregos, de pasotas o de dejarse imponer costumbres extrañas por un puñado de tenderos, pero entonces, en coherencia, deberíamos desacreditar también otras conductas muy similares y no siempre lo hacemos. De hecho no creo que exista ni un solo súper patriota de discurso identitario que no tenga su propia cuota de participación en las modas extranjerizantes, ya sea en forma de música, de ropa, de comida, de ocio o de cine. Pero, claro, suele ser más cómodo arremeter contra los gestos antiespañoles de los demás que evaluar los propios.

Por eso una actitud mínimamente congruente contra Halloween debería pasar, en primer lugar, por una buena reflexión sobre nuestro compromiso real contra la pérdida de los rasgos de identidad españoles, no vayamos a ser de los de consejos vendo y para mí no tengo. Los que acusamos a los jalogüineros de arrinconar nuestros ritos y costumbres de estos días de noviembre deberíamos preguntarnos honestamente si de verdad nosotros celebramos estas fiestas tan españolas honrando como es debido a nuestros santos y a nuestros muertos, y, sobre todo, hasta qué punto es incompatible hacer el tonto con los amigos con un disfraz de muerto viviente la noche del 31 y visitar el cementerio, oír misa, comer unos buñuelos y asistir a la representación del Tenorio el día 1. También sería interesante indagar si la pérdida acelerada de nuestras católicas costumbres hay que atribuírsela a la noche terrorífica yanqui o a otras causas más profundas, como por ejemplo que cada vez somos más cómodos, más egoístas y más materialistas sin necesidad de que ningún extranjero nos incite. 

Por último, antes de despotricar, asegurémonos de no haber participado en el pasado en este tipo de eventos, y tengamos claro no hacerlo en el futuro (con nuestros hijos, quizá), pues de lo contrario podrían descojonarse de nosotros en la cara con toda la razón.

domingo, 26 de octubre de 2014

EL NIÑO




Fui a verla ayer cargado de expectativas pero casi ninguna se cubrió. Esta cinta de Daniel Monzón (Celda 211) producida por Telecinco no aporta ni un leve soplo de aire fresco al extenso catálogo de thrillers del cine español reciente y desaprovecha el talento del actor Luis Tosar. Un guión muy flojo, una trama más previsible que el amanecer, un Jesús Castro más inexpresivo que un cazo, un manido romance entre los guapitos de turno, un metraje desmesurado (¡dos horas y cuarto!) y un tufo a serie barata, a pesar de su presupuesto, hacen bastante desaconsejable este estreno, del que solo se salvan las escenas de las persecuciones del helicóptero de la policía a las "gomas" de traficantes que cruzan el Estrecho.

viernes, 24 de octubre de 2014

REUNIÓN POR TELÉFONO



El lunes te llamamos a tu despacho el jefe de departamento y yo, y nos desviaron a tu casa porque llevas dos meses en régimen de teletrabajo. Queríamos cerrar contigo el tema de las facturas de tu empresa, que ahí siguen, y de las dos formaciones que os faltan de impartir. Activamos la llamada grupal y el manos libres. La tele-reunión duró media hora y, aparte de que, como de costumbre, no nos solucionaste nada, tu hijo de nueve meses estuvo berreando y haciendo ruiditos todo el tiempo.

Mi opinión sobre el teletrabajo no viene al caso y no me meto en la decisión que tu jefe haya tomado al respecto, pero supongo que entenderás que una reunión con llantina infantil de fondo alternada con chillidos llamando a mamá y con una especie de gu-gu-gu que nos puso la cabeza como un bombo, me parezca el colmo de la cutrería y de la antiprofesionalidad. 

Me permito recordarte que la conversación telefónica del lunes no era una cháchara con tu madre, ni con una amiga, ni con el mentecato de tu director, que tanta cancha te da, sino una reunión de trabajo con una Administración pública de la que tu empresa es proveedora, y que en una reunión de estas características tampoco es que hayan de guardarse excesivas formalidades, pero sí al menos demostrar una seriedad, un decoro y un respeto que tú no nos demostraste. Al contrario, nos diste a entender que eres una irresponsable, que no tienes ni idea de cómo comportarte con un cliente y que en tu caso el teletrabajo es una treta para escaquearte y cuidar al niño.

Que el crío llore es normal y que tu prioridad sea atenderlo, también, pero si no sabes hacerlo sin que interfiera en tus obligaciones profesionales, cógete una excedencia o renuncia al puesto, y céntrate en tu maternidad y en cuidar a tu maridito, que estoy convencido de que es tu verdadera vocación. Te garantizo que serías mejor ama de casa que consultora (a poco), aunque, claro, en estos tiempos extraños todas queréis estar en misa y repicando a la vez, practicando una conciliación de la vida laboral y familiar ajustada con calzador o yo diría mejor que a martillazos. Y así nos va.

Ya te digo que me encantaría saber qué opina tu jefe de que estés hablando con nosotros el espinoso asunto de las facturas mientras le das el biberón a Pelayo, creo que se llama, y nos deja medio sordos con sus bramidos cuando tratamos de explicarte que antes de la semana del 24 de noviembre tiene que estar todo cerrado o no vais a ver un euro.

martes, 21 de octubre de 2014

ADAPTACIÓN


En la naturaleza, las especies que se adaptan son las que sobreviven. Aquellos animales más versátiles, capaces de hacerse a cualquier hábitat, clima o dieta son los que mejor se reproducen y los que subsisten ante cualquier cambio, mientras que los más especializados y rígidos en sus costumbres se acaban extinguiendo antes o después. 

En el mundo de las aves hay muchísimos ejemplos. 

Entre las rapaces encontramos el águila imperial ibérica, que solo puede anidar en bosques mediterráneos sin transformar, sin infraestructuras humanas en un amplio perímetro, y cuya única fuente de alimentación son los conejos. Por eso está en grave peligro de extinción. En cambio los ratoneros y los milanos viven en tierras de labor, a cualquier altitud, y se alimentan de lo que pillan, incluida la carroña de los mamíferos atropellados, y por eso desde el coche ves tropecientos volando o posados en los postes de la carretera.


Si hablamos de pajarillos la cosa es parecida. Todos los paseriformes adaptados a los jardines se multiplican como la mala hierba, mientras que las especies menos antropófilas acusan demasiado los cambios en su entorno y desaparecen para siempre tras cualquier intervención humana (por ejemplo, la rehabilitación de una ribera). Y con la alimentación, lo mismo. Los pájaros más abundantes son los omnívoros, es decir los que no tienen una dieta insectívora ni granívora estricta. Un caso típico es el gorrión común, pero ojo: esta especie cada vez escasea más y el motivo no es otro que su incapacidad absoluta de adaptación. Es verdad que come de todo pero jamás lograría sobrevivir en áreas no humanizadas. Su existencia está tan ligada al hombre que en los pueblos de montaña que solo están habitados en verano, mueren al llegar la estación fría.

En cuanto a las aves ligadas a medios fluviales, la clave de su conservación está la mayoría de las veces en su capacidad de acomodarse a aguas contaminadas o de mala calidad. Pueden verse azulones nadando hasta en graveras llenas de mierda y por eso son las anátidas más abundantes, mientras que el mirlo acuático, por ejemplo, se encuentra en clara regresión porque no puede vivir fuera de cauces puros y cristalinos, que cada vez se cuentan más con los dedos de la mano. Hasta hace poco se pensaba que el martín pescador y las garzas eran aves de aguas limpias y algunos se congratulaban de su presencia en el Pisuerga a su paso por Valladolid, pues la consideraban indicio de una excelente política de saneamiento hidráulico. Ahora sabemos que simplemente estas especies son mucho más adaptables de lo que se suponía, hasta el punto de pescar en nuestro asqueroso río.

Pero todo este peñazo solo venía a cuento para contaros que si yo fuera un ave, figuraría sin duda en el catálogo de especies extinguidas hace muchísimos años.



NOTA: Gracias a Teutates por la foto de su gorrión Pipi.

domingo, 19 de octubre de 2014

¡ADIÓS, PINGÜINOS!


Estos chicos tan sanotes tendrán que buscarse una sede alternativa a partir de 2016


En mi ciudad, yo diría que en toda mi provincia, esta semana estamos de enhorabuena. El Club Turismoto ha decidido anteayer, por fin, suspender la edición de 2015 de la concentración motera “Pingüinos” que, por desgracia, se celebra en Valladolid uno de los fines de semana de enero desde hace 33 años, y en la que participan motoristas de toda Europa. El motivo oficial han sido las presiones y amenazas de denuncias de varias organizaciones ecologistas ante su pretensión de acampar en el Pinar de Antequera, calificado como zona natural protegida. Por lo visto no han podido encontrar una ubicación alternativa en toda la provincia, algo que no me extraña lo más mínimo dados los antecedentes. Este evento invernal tiene demasiados detractores y no es bien acogido en ningún municipio como lo demuestra la multitud de sedes (¡hasta 7 pueblos!) que ha tenido en toda su historia.

Es sabido que este tipo de algaradas moteras solo representa un negocio (y muy jugoso) para cuatro gatos, encabezados por unos pocos hosteleros de la ciudad de Valladolid y por los organizadores de la concentración. A cambio, el resto de ciudadanos tenemos que aguantar durante tres días toda suerte de violaciones de las reglas más básicas de convivencia, toleradas perrunamente por un alcalde abducido por las mafias hosteleras. Los participantes de "Pingüinos", en su mayor parte, hacen un ruido infernal, aparcan dónde les sale del tubo de escape, se emborrachan como si no hubiera mañana y dejan la zona de acampada llena de miles de kilos de basura, destruyendo cualquier asomo de vida silvestre en kilómetros a la redonda. Por no hablar de otros temas que no están demostrados pero que todo el mundo sabe.

Así que, hala, simpáticos pingüinos, a mover el culito y las alitas, y a dar el coñazo a otro lugar con vuestros lindos cacharros. Buscaros una región de mercaderes (no se me ocurre cuál) dispuestos a soportaros a cambio de hacer caja. Aquí espero que se os haya acabado la fiesta para siempre.

viernes, 17 de octubre de 2014

LO GRATIS


Nos encanta, y especialmente en España, todo lo gratis y casi nunca nos damos cuenta de que lo gratis no existe, de que en cualquier servicio gratuito (por ejemplo de Internet) el verdadero precio somos nosotros mismos: nuestra intimidad, nuestro tiempo y también, aunque no lo creamos, nuestro dinero.

Charlaba hace un rato con un compañero sobre la necesidad o no de suscribirse a los periódicos digitales. Yo le decía que al grueso de la población una suscripción a El Mundo o a El País no le aporta ningún valor añadido, puesto que se conforma con las noticias abiertas de estos medios en Internet o con las que ofrece la prensa digital gratuita. Pero él me ha dado una respuesta que es para tomársela muy en serio. Me ha dicho que lo que la gente no se ha parado a pensar es en las consecuencias de informarse únicamente a través de páginas sin cargo y que si lo reflexionara un minuto a lo mejor le compensaba pagar los 5 ó 10 euros al mes que cuesta acceder a un periódico en red. 

El coste de lo “gratis” consiste en un bombardeo indiscriminado de la publicidad que alimenta estos portales, con continuas ventanas emergentes que a veces no puedes cerrar de forma inmediata, con la consiguiente pérdida de tiempo y de paciencia; en una agresiva política de cookies que se traduce, después, en un acoso publicitario adaptado a tus hábitos de navegación y no pocas veces en desembolsos más o menos teledirigidos, y en una recopilación de datos sobre tu intimidad que es para poner los pelos de punta a poco que lo medites. A esto hay que añadir que si optas por estar al día de la actualidad a través de las redes sociales, estarás cediendo la identidad de todos tus contactos a vete tú a saber quién, amén de otras valiosas informaciones sobre ti mismo, por ejemplo tus ideas políticas.

Por último me asegura mi compañero que consumir prensa gratuita es sinónimo de estar mal informado, ya que, al vivir de la publicidad, este tipo de medios son todo menos independientes. El que quiera –me dice– información libre y neutral tiene que pagársela. Esto sí que no me convence nada, pues no creo que nadie discuta a estas alturas que las cabeceras de pago, los rotativos “serios”, están todos vendidos a la casta política, a las grandes multinacionales y las entidades financieras. Partiendo de que la independencia periodística no pasa de ser una quimera infantil, tendremos qué decidir si los periódicos que leemos los queremos pagar directa o indirectamente, y si preferimos que la información esté cocinada por los empresarios, por el Consejo de Ministros o por los herederos de Botín.

miércoles, 15 de octubre de 2014

ESCUCHAR


No hay duda de que la escucha activa es uno de los elementos fundamentales de la comunicación humana, pero el caso es que muy poca gente escucha de verdad a los demás. Si todos prestáramos verdadera atención a lo que quieren transmitir nuestros interlocutores, despojándonos de prejuicios y orejeras, las relaciones interpersonales se enriquecerían notablemente y se reduciría el número de conflictos, pero quizá pretender una actitud tan abierta en el común de los mortales no sea más que una utopía teniendo en cuenta la naturaleza humana y los condicionantes sociales y educativos que nos atenazan.

Basta observar la conversación más informal o asistir a una reunión de cualquier tipo para comprobar, sin necesidad de fijarnos demasiado, que hay muchas personas que sistemáticamente hacen oídos sordos a casi todo lo que les dicen. Como es lógico existen muchos niveles, pero yo podría contar con los dedos de una mano a mis conocidos que tienen las antenas siempre desplegadas y se enteran de todo lo que se habla a su alrededor. De estos pocos individuos solo puedo decir que suelen tener una mente curiosa y una inteligencia bastante desarrollada, y que su forma de ser les permite relacionarse con más facilidad y anticiparse a muchas situaciones, puesto que cuentan con una mina de información de la que los demás carecemos por no hacer todo el caso que debiéramos a los que nos rodean.

¿Pero cuáles son las razones por las que no escuchamos a los demás? 

Por una parte existen motivos que responden a una anomalía y que no dependen nada de la persona. Hay gente que nace con un problema de falta de concentración que le impide atender correctamente a las conversaciones. Me refiero a una especie de déficit de atención que provoca que el sujeto tienda a dispersarse y a “desconectar” involuntariamente cuando le están hablando o incluso cuando está viendo una película, a poco que el discurso de prolongue o adquiera cierta complejidad. En realidad esta rareza no es tan rara como pudiéramos suponer, pues, en sus grados más leves, la sufre un porcentaje amplio de la población.

El segundo motivo es más social. Determinados individuos, normalmente de naturaleza más bien primaria e instintiva, tienen una fuerte inclinación a apagar el interruptor de la escucha cuando se abordan temas que “no les interesan” o que “no les afectan”. Sin darse cuenta, su cerebro criba los contenidos “útiles” de los “inútiles” y se cierra en banda a estos últimos. Suele tratarse –aunque no siempre– de personas con mentalidad muy conservadora y con el intelecto rígido que no albergan la menor curiosidad hacia las realidades que no conocen, que no entienden o que ellos consideran que no pueden repercutir en su vida. Ya digo que este comportamiento termina siendo subconsciente, pero el gran problema de estas personas es la excesiva subjetividad de su valoración sobre lo que les concierne o no, y así terminan cerrando a cal y canto los oídos a cosas que sí deberían saber, al menos para crecer personalmente, adquirir conocimientos, evitar el aislamiento o no parecer idiotas. Un buen ejemplo es mi actitud hacia el fútbol. Mi cerrazón casi absoluta a las conversaciones sobre esta materia me ha convertido en un bicho raro dada la importancia social del deporte rey en España y su condición de muletilla indispensable en cualquier conversación entre varones.

Y por último, reconozcamos que hay personas de las que tenemos tan pobre opinión que consideramos que nada de lo que digan merece la pena ser escuchado, lo que nos lleva a desenchufar los altavoces cuando pían. A veces se trata de tipos a los que consideramos unos cretinos y se nos revuelve el estómago cada vez que abren la boca. Otras veces los tenemos por ignorantes o por poco versados en el tema a tratar. A menudo nos parecen simplemente pesaditos o incluso nos molesta su tono de voz. Y también nos ponemos los tapones cuando alguien dice lo que no queremos oír o expresa ideas opuestas a las nuestras. Todas estas motivaciones para no escuchar pueden tener fundamento y habría que preguntarse si todas las tonterías deben ser atendidas y si existe un derecho universal a ser escuchado incluso para los analfabetos que se lanzan a pontificar sobre lo humano y lo divino, los palizas que no paran de cotorrear sin decir nada sustancioso o los memos que no se hartan de hablar de simplezas. El riesgo nuevamente está en nuestra subjetividad, que tantas veces es como una venda en los ojos y que puede degenerar en una insana soberbia intelectual que no nos deje apreciar las aportaciones de gente muy interesante solo porque, vete a saber por qué oscuros motivos, tenemos metido entre ceja y ceja que nada pueden enseñarnos.

domingo, 12 de octubre de 2014

LOS LÍMITES DEL HUMOR



Dicen que lo que nos redime a los españoles es nuestra capacidad de reírnos hasta de nuestra sombra, de sacar punta humorística a cualquier calamidad. Yo no estoy tan seguro de que eso sea una virtud. 

El sentido del humor es un don valioso que nos ayuda a soportar los desplantes cotidianos de esa chica guapa y caprichosa que es la vida, pero digo yo que el cachondeo también tendrá sus límites y que ante ciertos temas o situaciones lo lógico es que a una persona equilibrada se le quiten las ganas de hacer chistecitos. 

Supongo que es algo subjetivo y que los umbrales de la risa son mucho más amplios en unos individuos que en otros. Imagino que a algunos la chispa se les evapora al mínimo disgustillo mientras que otros tienen que estar pasándolas muy putas para retirar el salero de la mesa.

La cosa cambia cuando los infortunios los padecen los demás. En España sin duda tenemos una manga demasiado ancha para el humor a costa de los que sufren. En la novela Historias del Kronen, de Ángel Mañas, una amiga le reprocha a Carlos su actitud burlesca hacia las desgracias ajenas:

— Hay cosas de las que no se puede reír uno. 
— ¿Como por ejemplo? 
— Pues, por ejemplo, de las desgracias de los otros.
— Hombre. Más divertidas que las desgracias de uno, sí que son. 

Estos días me está impresionando la frivolidad de los chistes sobre el ébola que circulan por las redes sociales. Pienso en quién puede ser capaz de inventar tales gracietas y diseñar esos memes sobre la pobre Teresa Romero, sobre su perro y sobre las formas de propagación de tan terrible epidemia, y solo puedo imaginarme a seres tan inconscientes y tan insensibles con el sufrimiento de sus semejantes que ni por un segundo se les ha pasado por la cabeza que mañana podrían ser ellos los infectados. Habría que ver entonces si seguían tan inspirados.

viernes, 10 de octubre de 2014

0% DE ANTIABORTISTAS

A Rajoy el cabreo de la minoría Provida no le hace ni cosquillas


Según una reciente encuesta del CIS, los tres temas que más preocupan a los españoles son el paro (75,3%), la corrupción y el fraude (42,7%), y la economía (28,8%).

La ley del aborto, según este sondeo, inquieta ni más ni menos que al 0% de nuestros compatriotas. 

El estudio del CIS se hizo en la primera semana de septiembre, antes de que el Presidente del Gobierno anunciara la retirada del proyecto de ley de Gallardón.

A ver si nos enteramos de una vez de que Rajoy no es ningún idiota y si ha dado marcha atrás con la reforma del aborto es porque está seguro al cien por cien de que la práctica totalidad de sus votantes tiene una postura flexible con este asunto o se la trae al pairo (que no sé qué es peor).

Mariano no va a sufrir castigo electoral alguno por haber renunciado a la ley de los dos supuestos. El electorado del PP es abortista o, mejor dicho, no es antiabortista.  

Hoy la derecha es como el resto de la sociedad española, a la que no quita el sueño la matanza de niños inocentes en el vientre de sus madres, a excepción de cuatro providas del Opus y de dos o tres exaltados como yo.

La semana pasada me contó un amigo que su madre, católica a machamartillo y votante pepera desde la Transición, le había asegurado que en las elecciones de 2015 iba a cambiar su voto por lo del aborto. Y añadía mi amigo: “Neri, yo eso, igual que Santo Tomás, hasta que no lo vea no lo creo”.

Yo pienso igual. Ni un puñetero derechista va a alterar sus costumbres de sufragio por ninguna cuestión relacionada con la interrupción del embarazo y menos teniendo en cuenta las patéticas alternativas existentes y la amenaza del coletas por la izquierda.


Más sobre el aborto en La pluma viperina: Notas rápidas sobre el aborto

jueves, 9 de octubre de 2014

INDIOS BUENOS E INDIOS MALOS

Últimamente me estoy aficionando a la literatura western. En España está muy desprestigiada por culpa de las novelillas del oeste de pésima calidad que hace décadas se vendían como churros en los quioscos. Sin embargo hay verdaderas joyas en este género escritas por gigantes como Stewart Edwart White, Zane Grey, Dorothy M. Johnson o Bertram Guthrie. Hablaré más del tema comentando algún libro.

Los guiones de casi todas las películas western se han basado en las grandes obras de esta literatura. 

Una pregunta capciosa que me he hecho al adentrarme en estas novelas es por qué los filmes más famosos sobre la vida y costumbres de los indios siempre están protagonizados por los sioux y no por las tribus que realmente aparecen en las novelas originales. Hay bastantes ejemplos, pero los más destacables son curiosamente las dos cintas que abordan con mayor profundidad y detalle, y mejor ambientación y documentación, la cultura indígena: Un hombre llamado Caballo (1970) y Bailando con lobos (1990). 

En la película protagonizada por Richard Harris, un inglés es capturado y esclavizado por los sioux. En cambio en el precioso relato corto de Dorothy M. Johnson, de su libro Indian Country (1953), los captores son crow de Montana y la víctima, por cierto, un yanqui de Boston.

En la obra maestra de Kevin Costner, la tribu de En Pie con el Puño en Alto también pertenece al pueblo lakota, a pesar de que la novela de Michael Blake (1986) se desarrolla en Texas y está protagonizada por los comanches.

Los motivos de esta aparente usurpación de protagonismo a determinados pueblos amerindios en favor de las diferentes ramas de los sioux tiene una explicación compleja. Que esta nación india sea la única a la que se dedican los largometrajes más elaborados y menos superficiales (y por lo tanto más favorables) sobre los nativos norteamericanos se debe a diversos factores culturales y políticos.  

Por una parte, los usos y la lengua dakota están mejor conservados y desarrollados a fecha de hoy que los de otras tribus de las praderas como los cheyenne, los shoshonni, los apaches o los comanches, por lo que resulta más sencillo ambientar películas partiendo de esta base documental. Pero no es el único motivo. No debe olvidarse que desde la victoria de Caballo Loco en Little Horn (1876), la nación sioux ha perdido su ardor guerrero y su espíritu de resistencia a los rostros pálidos a una velocidad mucho mayor que cualquier otra tribu del oeste, hasta llegar a convertirse, a partir de los años 60, en los indios más colaboracionistas y complacientes con cualquier proyecto divulgativo en materia indígena, a diferencia de otros pieles rojas, que se niegan sistemáticamente a participar en cualquier producción cinematográfica, por entender que incluso en las obras más revisionistas se termina caricaturizando y manipulando la cultura de los habitantes originarios del continente . 

Qué duda cabe que esta actitud flexible de los sioux ha sido premiada con su inclusión recurrente en todas las películas en las que se presenta a los indios como algo más que unos bárbaros arranca-cabelleras. El castigo a los nativos de las reservas más díscolas, como puede comprobarse en muchos títulos western, ha sido machacar su imagen con todos los lugares comunes y estereotipos negativos que es capaz de derrochar Hollywood. Que se lo pregunten a los pawnees, a los pies negros o a los comanches. 

domingo, 5 de octubre de 2014

LA ISLA MÍNIMA




Un papel antológico el de Javier Gutiérrez (Los Serrano; Águila Roja; Un franco, 14 pesetas) en la recién estrenada y triplemente galardonada La isla mínima. Un actor de primera al que sientan como un guante tanto papeles cómicos como dramáticos. Responde divinamente en cualquier registro y aunque al principio me sorprendió verle en la piel de un policía oscuro y atormentado, cuando acabó la peli no era capaz de imaginar otro intérprete mejor para ese papel.

Estamos ante un peliculón de Alberto Rodríguez que hay que ver a la fuerza. Es un thriller policíaco sobre la investigación de la violación y brutal tortura de dos chicas de 16 años en un pueblo de pescadores de las marismas del Guadalquivir, en plena Transición (1980). Desde Madrid son enviados dos agentes de Homicidios, uno de ellos un idealista de izquierdas (Raúl Arévalo) y el otro (Javier Gutiérrez) un veterano de la Brigada Político Social apegado a los métodos de la vieja escuela. 

En mi opinión, lo más destacable de este largometraje no es la excelente trama planteada, la soberbia fotografía de Álex Catalán (con esos impresionantes planos aéreos), las escenas de los cadáveres (más sobrecogedoras, imposible), los castizos guardias civiles del pueblo y ni siquiera la interpretación de Gutiérrez, sino el trasfondo sociopolítico de toda la historia y la relación entre los policías. Se reflejan con sutileza pero con brillantez las dificultades de adaptación de los cuerpos policiales al cambio político y se plantea el dilema entre la eficacia en las pesquisas y el respeto al nuevo orden constitucional. Hay detalles increíbles, como la forma artesanal de pinchar los teléfonos en aquella época o los problemas de conciencia del poli progre cuando tiene que pegar unos cuantos guantazos para hacer hablar a algún testigo.

Otro punto fuerte es la atmósfera de toda la historia, con un entorno entre sórdido y espectacular, con las aves marismeñas siempre presentes, y ese suspense hitchcockiano que te mantiene crispado en la butaca casi dos horas.

Mi única pega es que, a pesar de la complejidad, tan lograda, del personaje del inspector franquista, se dejan caer varios topicazos sobre la acción represora de la Brigada Político-Social, llegándose a decir que fue “la Gestapo de Franco”, como si la actual Brigada de Información del Cuerpo Nacional de Policía (que yo he soportado más que padecido) no fuera un instrumento de investigación y de represión en defensa de los valores políticos y sociales hoy imperantes.

viernes, 3 de octubre de 2014

HIDALGOS

Desde los albores más remotos de la humanidad, el más visible elemento de diferenciación social ha sido el trabajar o no con las manos. Desde la más oscura prehistoria, los más ricos, los más fuertes o los más inteligentes se las apañaban para librarse de las tareas físicas. El que tenía dos huertos en vez de uno, pronto se buscaba a un pobre para que se los sembrara y recolectara y, en definitiva, doblara el espinazo por él. Huir del esfuerzo y del desgaste de las labores manuales para gozar de una vida lo más cómoda posible, escaquearse del sudor en la frente con que Dios castigó a Adán y a Eva, siempre ha sido una de las motivaciones más fuertes del ser humano.

En la Edad Media aparece en España la figura del hidalgo y con ella el rechazo del trabajo corporal por amplios sectores sociales. Un hidalgo podía aspirar a cargos públicos o ejercer la carrera de armas, la vida religiosa o la escribanía, pero su honra quedaba irremediablemente mancillada si se dedicaba a la agricultura, a la ganadería, a la artesanía o al comercio, por muy necesitado que estuviera. En el siglo XVIII había en nuestro país más de 700.000 infanzones, un 8% de la población total, alcanzando en algunas zonas como Asturias más del 80%. Así es fácil explicarse cómo una potencia puntera como España acabó hundida en el lodazal.

Por desgracia hoy las cosas no son muy distintas. Aunque intentemos disimularlo predicando (con la boca pequeña) un igualitarismo formal, España sigue siendo tierra de hidalgos y la mayor aspiración de los españoles es tener un empleo en el que no se sude ni se presten directamente servicios manuales al púbico. 

El surgimiento de una extensa clase media en los años del tardofranquismo contribuyó a estigmatizar los trabajos más básicos, en gran parte debido al orgullo de millones de labradores que se veían de pronto en la ciudad con un sueldo y unas comodidades de los que no habían disfrutado en generaciones. “No pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió”. Si nos fijamos bien, la masiva demanda de títulos universitarios desde los años setenta no es sino la búsqueda de una nueva forma de hidalguía por parte de estas familias. El único sueño de los agricultores obligados a deslomarse de sol a sol toda su vida era que sus hijos cambiaran la azada por la Olivetti, y trabajaran sentados y a ser posible con corbata. Y eso solo era posible dándoles carrera.

El resultado es el que conocemos bien, sobre todo en regiones como la mía: un número ingente de jóvenes licenciados de clase media que, aunque lleguen a aceptar que trabajar “de lo suyo” es imposible, se niegan terminantemente a currar en el campo, en una línea industrial, en un taller mecánico, en la barra de una cafetería o como reponedores o cajeros en un hipermercado. Son los hidalgos del siglo XXI. Su mentalidad, mamada desde la cuna, es que con un título de grado bajo el brazo es deshonroso sudar o poner cervezas, lo que les lleva a preferir no disponer de un euro, vivir con sus padres hasta los 40 y echar a perder su futuro a desempeñar cualquier oficio de tipo manual. Con semejante chip mental, en estos tiempos de escasez de empleo, la Universidad, en vez de abrirles un mayor abanico de salidas, se lo ha cerrado a cal y canto.

En mi ciudad pervive un hidalguismo grabado a fuego. Unas veces se manifiesta en el pundonor de quien se empeña en mejorar su posición tras un importante esfuerzo académico, pero otras resulta ridículo, ya que las ínfulas del hidalgo no se corresponden en absoluto con su capacidad o nivel de formación. En todos los casos estamos, eso sí, ante una fobia manifiesta hacia el trabajo físico y sus aledaños. Además no estoy hablando de pasta: yo conozco varones que prefieren mil veces ganar 800 euros al mes en una oficina haciendo fotocopias o metiendo datos en una aplicación que ingresar 2.000 como camioneros. También es curioso el dato de que estas personas suelen pertenecer a familias de origen obrero o rural, y han visto bien de cerca los callos en las manos de sus padres o abuelos.

Los infanzones de 2014 siguen saliendo a la calle como los de 1600, con un palillo entre los dientes para que todos crean que han comido carne. Su vanidad, su pereza y su distorsión de la realidad siguen lacrando la economía española y, encima, favoreciendo la inmigración. Siguen, igual que hace cinco siglos, encarnando la autosuficiencia infundada y el parasitismo patético, pero probablemente lo más triste de todo es que con su actitud destrozan sus propias vidas y se condenan a la infelicidad en su mundo de cutres apariencias.