Muchas de las actuales festividades religiosas tienen un origen pagano. Al comenzar la expansión del Cristianismo, la Iglesia decidió reenfocar el significado de ciertas celebraciones milenarias, nórdicas o célticas, muy arraigadas en Europa, e institucionalizarlas en el calendario litúrgico.
Una de estas fiestas es la que actualmente celebramos los católicos como Día de Todos los Santos y Día de Difuntos los días 1 y 2 de noviembre. Su origen, sin embargo, se remonta a los antiguos pueblos celtas, que justo antes de empezar el invierno solemnizaban el fin de las cosechas invocando a los antepasados y disfrazándose, con máscaras, de espíritus malignos para evitar ser dañados por estos.
El Imperio Romano adoptó esta tradición y el Cristianismo la recicló como homenaje a los santos y a los difuntos, pero en los países de cultura celta se han mantenido hasta hoy sus rasgos más paganos. A mediados del siglo XIX los inmigrantes irlandeses llevaron el festejo original a Estados Unidos, bajo el nombre de Halloween (“víspera de Todos los Santos”), incorporando como novedad la calabaza luminosa que Jack el Tacaño construyó con un ascua del Infierno en el viejo cuento folclórico irlandés.
Hoy el Halloween secular se celebra en buena parte de los países anglosajones, en muchos hispanoamericanos y, desde hace no demasiados años, en España, donde es objeto de polémica en algunos sectores.
La progresiva implantación en nuestra patria de esta tradición extranjera y anticatólica obedece a razones puramente comerciales. Hace dos décadas los comerciantes idearon una campaña a finales de octubre para la venta de artículos americanos inspirados en la calabaza y en la iconografía del cine de terror; los hosteleros no tardaron en subirse al carro organizando fiestas y cenas monográficas, y, finalmente, los centros educativos públicos y privados, laicos y religiosos, han popularizado esta especie de fiesta de disfraces entre la población escolar de toda España. Es muy difícil parar este fenómeno, del que, por cierto, yo tuve noticia por primera vez en el otoño de 1986 en una “convivencia Halloween” organizada por un club juvenil del Opus.
Una de estas fiestas es la que actualmente celebramos los católicos como Día de Todos los Santos y Día de Difuntos los días 1 y 2 de noviembre. Su origen, sin embargo, se remonta a los antiguos pueblos celtas, que justo antes de empezar el invierno solemnizaban el fin de las cosechas invocando a los antepasados y disfrazándose, con máscaras, de espíritus malignos para evitar ser dañados por estos.
El Imperio Romano adoptó esta tradición y el Cristianismo la recicló como homenaje a los santos y a los difuntos, pero en los países de cultura celta se han mantenido hasta hoy sus rasgos más paganos. A mediados del siglo XIX los inmigrantes irlandeses llevaron el festejo original a Estados Unidos, bajo el nombre de Halloween (“víspera de Todos los Santos”), incorporando como novedad la calabaza luminosa que Jack el Tacaño construyó con un ascua del Infierno en el viejo cuento folclórico irlandés.
Hoy el Halloween secular se celebra en buena parte de los países anglosajones, en muchos hispanoamericanos y, desde hace no demasiados años, en España, donde es objeto de polémica en algunos sectores.
La progresiva implantación en nuestra patria de esta tradición extranjera y anticatólica obedece a razones puramente comerciales. Hace dos décadas los comerciantes idearon una campaña a finales de octubre para la venta de artículos americanos inspirados en la calabaza y en la iconografía del cine de terror; los hosteleros no tardaron en subirse al carro organizando fiestas y cenas monográficas, y, finalmente, los centros educativos públicos y privados, laicos y religiosos, han popularizado esta especie de fiesta de disfraces entre la población escolar de toda España. Es muy difícil parar este fenómeno, del que, por cierto, yo tuve noticia por primera vez en el otoño de 1986 en una “convivencia Halloween” organizada por un club juvenil del Opus.
Esta celebración, que ciertamente representa un atentado contra la identidad cultural española, no es fácil de erradicar porque está orquestada por los grandes holdings comerciales y representa un importante volumen de negocio, igual que sucede, por otra parte, con Papá Noel, San Valentín, el Día de la Madre o el Día del Padre, todos ellos inventos anglosajones implantados hace tanto que ya ni nos acordamos. De estas últimas fechas ya casi nadie se queja, pero sí se oyen bastantes críticas contra la siniestra calabaza, los fantasmitas, las brujas y los zombies, por ser mucho más reciente su introducción.
A la hora de condenar estas fiestas invasivas, es conveniente distinguir muchos factores. El más importante y del que algunos detractores furibundos no parecen percatarse es que la gente que participa en ellas, por ejemplo vistiéndose de mamarracho el viernes que viene o mandando al crío a dar el coñazo a los vecinos con la sandez del "truco o trato", no lo hace con ninguna mala intención, ni mucho menos le da a esta actividad ningún sentido paganizante ni antirreligioso. Normalmente le importan un higo (si es que los conoce) las raíces celtas, las connotaciones diabólicas y el halo supersticioso de la Noche de Brujas, igual que le trae al pairo –reconozcámoslo– la significación cristiana del 1 y del 2 de noviembre, como lo demuestra el hecho de que casi todo el mundo confunde ambas festividades. Lo único que quiere el personal es romper un poco la monotonía, pasarlo bien y tener entretenidos a los chavales.
Los paladines de las tradiciones podremos, eso sí, acusar a la mayoría de nuestros compatriotas de borregos, de pasotas o de dejarse imponer costumbres extrañas por un puñado de tenderos, pero entonces, en coherencia, deberíamos desacreditar también otras conductas muy similares y no siempre lo hacemos. De hecho no creo que exista ni un solo súper patriota de discurso identitario que no tenga su propia cuota de participación en las modas extranjerizantes, ya sea en forma de música, de ropa, de comida, de ocio o de cine. Pero, claro, suele ser más cómodo arremeter contra los gestos antiespañoles de los demás que evaluar los propios.
Por eso una actitud mínimamente congruente contra Halloween debería pasar, en primer lugar, por una buena reflexión sobre nuestro compromiso real contra la pérdida de los rasgos de identidad españoles, no vayamos a ser de los de consejos vendo y para mí no tengo. Los que acusamos a los jalogüineros de arrinconar nuestros ritos y costumbres de estos días de noviembre deberíamos preguntarnos honestamente si de verdad nosotros celebramos estas fiestas tan españolas honrando como es debido a nuestros santos y a nuestros muertos, y, sobre todo, hasta qué punto es incompatible hacer el tonto con los amigos con un disfraz de muerto viviente la noche del 31 y visitar el cementerio, oír misa, comer unos buñuelos y asistir a la representación del Tenorio el día 1. También sería interesante indagar si la pérdida acelerada de nuestras católicas costumbres hay que atribuírsela a la noche terrorífica yanqui o a otras causas más profundas, como por ejemplo que cada vez somos más cómodos, más egoístas y más materialistas sin necesidad de que ningún extranjero nos incite.
Por último, antes de despotricar, asegurémonos de no haber participado en el pasado en este tipo de eventos, y tengamos claro no hacerlo en el futuro (con nuestros hijos, quizá), pues de lo contrario podrían descojonarse de nosotros en la cara con toda la razón.
7 comentarios:
Odio Halloween, desconozco los orígenes de muchas de las tradiciones, que en este caso yo identifico con el colonialismo infraestético yanqui consentido y promovido desde aquí.
A mi el patriotismo identitario me la pela bastante, (por no decir que me repele bastante); pero este rollo de las calabazas, de las brujas y de su puta madre me parece una horterada supina.
Quiero buñuelos y el Juan Tenorio, que son tradiciones mucho más respetables y formativas.
Yo te aseguro que no he participado jamás en Haloween y no lo haré a no ser que me propongan una orgía tres ó cuatro señoritas disfradas de malvadas diablesas.En ese caso me disfrazo del Maligno, si es preciso.
Salvar a la descendecia de Haloween es complejao.
¡Muerte al viejito pascuero!:
https://radiocristiandad.wordpress.com/2009/12/07/%C2%A1muerte-al-viejito-pascuero/
Me ha gustado mucho su exposición sobre este asunto, aunque creo que todo enriquece, no veo inconveniente en poder integrar esta tradición celta en nuestra tradición cristiana. Lo que si me indigna es el carácter comercial que las fiestas importadas ostentan. Aunque por otro lado fíjese en los Reyes Magos, que provocan unos dispendios familiares de muy señor mío.
he leido esto queme parece de sentido común....pienso que si hoy fuese niño estaría encantado con la fiesta..
http://www.adiciones.es/2014/10/29/disfrazarse-no-implica-participar-en-rituales-satanicos/
Brujo, es muy difícil una resistencia frontal a este tipo de cosas, sobre todo con los niños. En este país nadie entiende que te opongas firmemente a algo y además ya le digo que en ciertos círculos, como los escolares, puede llegar a ser causa de marginación excluir al crío de ciertos saraos.
Tábano, en España Papá Noel se puso de moda a principios de los 70. Fue algo muy socorrido, ¿sabe?, porque así los niños podían disfrutar de sus juguetes todas las vacaciones, no como con los Reyes Magos, que se celebran uno o días antes de la vuelta al cole.
Dichosos los ojos, Teutates. Muchas gracias y espero que se pase por aquí de vez en cuando. Si este tipo de fiestas no tuvieran vertiente comercial sencillamente no se celebrarían.
Muy bueno el enlace, Sinretorno, pero la víspera de Todos los Santos sí tiene raíz pagana. Vamos, el contenido de la fiesta pagana era totalmente distinto, pero la Iglesia cogía celebraciones paganas (que eran en fechas claves del calendario agrícola o de las estaciones) y las cristianizaba.
Es verdad que la pérdida acelerada de nuestras católicas costumbres posiblemente no sea culpa de los yanquis, pero tampoco creo que sea por materialismo (aunque seamos más materialistas). Yo sigo en mis trece de que sufrimos tal crisis de de valores que nos agarramos a lo que sea, siempre y cuando sea novedoso y no huela a naftalina. Y las cosas como son, si viene de los USA, pues siempre tiene ese toque chic.
Está muy bien eso de que la gente se disfrace y se divierta, pero la gilipollez de "truco o trato", se mire como se mire, no tiene justificación alguna y es sólo el primer peldaño para celebrar (y si no al tiempo) el día de acción de gracias, o llegado el caso el cuatro de julio con fuegos artificiales y desfiles hasta en Bujaraloz.
Yo no tengo una opinión clara aunque no me apunto a la celebración. El caso es que como leí en Facebook, que halloween no será español, pero no hay nada más español que apuntarse a todas las fiestas.
Publicar un comentario