viernes, 27 de noviembre de 2015

RED DE FAVORES


A nadie se le escapa que cultivar unas buenas relaciones personales, atesorar muchos amigos, evitar enfrentamientos e intercambiar favores resulta de gran ayuda en todos los ámbitos de la vida, incluido, naturalmente, el laboral. Antes que profesionales somos personas con nuestro corazoncito, por lo que en el trabajo siempre estaremos subjetivamente predispuestos a facilitar las cosas a aquellas personas que nos resulten más agradables o que se hayan portado mejor con nosotros en el pasado. No solo es algo humano e inevitable, sino que obviar esta realidad, pretendiendo que las relaciones profesionales se sustenten exclusivamente en criterios técnicos, económicos, de capacidad o de calidad, implica un riesgo grave para el desempeño de nuestras funciones o para la cuenta de resultados de nuestra empresa.

Pero más peligroso todavía es el extremo contrario, que es suponer que el magnetismo personal y el compadreo son una especie de bálsamo de Fierabrás, de purga de Benito capaz de solucionar todos los problemas laborales y llevar a buen puerto cualquier negocio, con total independencia de la cualificación profesional o del prestigio en el sector. En efecto, existe un cierto perfil de trabajador, normalmente autónomo pero no siempre, que solo sabe funcionar al cobijo de la red de favores que ha ido tejiendo durante años y al margen de la cual no ingresaría ni un euro. Se trata de individuos que tratan de compensar su evidente déficit de capacidad, su carencia de méritos y de reconocimiento con una urdimbre de amigos bien dispuestos, de conocidos que le deben algo, de compañeros de barra y de cuñados en la Administración, con la que, mal que bien, consiguen ganarse las habichuelas. Son sujetos que sin tener ni idea de nada y siendo unos mantas en lo suyo, saben explotar su encanto para inclinar a la gente a su favor a la hora de contratar un servicio o hacer una recomendación.

Aunque parezca increíble no son pocas las pequeñas empresas que basan su política comercial en esta premisa. Hay algunos casos sorprendentes. Por ejemplo, yo tengo un conocido, autónomo del sector de los seguros, que podría apostar con los ojos cerrados a que hasta el último céntimo que ha ingresado en su vida se lo debe solamente al hecho de ser “muy majo”. El tipo carece de formación y de dotes mercantiles, y a mí me parece más tonto que un hilo de uvas. Su empresa es poco conocida y sus productos bastante mejorables. Pero eso sí, aparte de ser más plasta que el conejito de Duracell y más lamerón que una gata mimosa, dedica una parte esencial de su tiempo y unos esfuerzos desproporcionados a hacer contactos, repartir favores, asistir a saraos, recomendar a terceros y tomar café con unos y con otros. Y así, año tras año, la gente le contrata el seguro porque es un buen chico, porque se preocupa por los demás o por no aguantarlo.

De hecho, existen empresas, llamadas eufemísticamente “organizaciones de referencias de negocios” o networking, que se dedican precisamente a esto. Unen en grupos sectarios a profesionales de varias ramas para intercambiar relaciones comerciales, contactos y  “ayuda mutua”, con el trasfondo de reuniones “formativas”, eventos, técnicas de coaching y demás humaredas, todo ello a cambio, por descontado, de una elevada cuota que a mí me recuerda demasiado a la que se cobra en las estafas piramidales. Una forma bien triste de institucionalizar el nepotismo frente a todo criterio profesional.


En el llamado networking se institucionalizan el amiguismo y las tramas de favores

Sinceramente me parece temerario vincular el cumplimiento de los objetivos laborales o el volumen de negocio a un parámetro tan veleidoso como el buen rollito, sin contar con el lacayismo explícito o implícito que favorecen estas estrategias tan peculiares. Además, con ellas se fomenta la arbitrariedad, se desprecia el principio de mérito y capacidad, y, lo que no es menos grave, se menoscaba la calidad final de los servicios. Sin duda son los consumidores las grandes víctimas de estos entramados de amiguismo tejidos por unas empresas que solo miran por sus intereses financieros.

Sin quitar importancia a las habilidades sociales ni dejar de admirar la capacidad de algunos para rentabilizar económicamente su destreza en las relaciones, no me parece digno llenar el plato todos los días gracias a la mendicidad encubierta que es el tráfico de favores. La verdadera dignidad profesional consiste en conocer bien el sector correspondiente, contar con una formación sólida, brindar una información honesta sobre los servicios prestados y ganarse una merecida reputación por la calidad y competitividad de los mismos.  

viernes, 13 de noviembre de 2015

CISTITIS



El pistoletazo de salida para levantarse para ir al váter
Hoy por la tarde estaba la televisión encendida en casa y en dos ocasiones, y en canales distintos, he oído cómo justo antes de la publicidad emitían un breve consejo de salud, patrocinado por no sé qué empresa, explicando que no era bueno que los telespectadores esperaran a los anuncios para ir al baño porque eso podía provocar cistitis. Así tal cual. 

Es ya lo que nos faltaba. Nos meten los mensajes publicitarios hasta en la sopa, ocupan con reclamos el 50% de los contenidos de las revistas, nos bombardean con SMS y con llamadas continuas al fijo y al móvil, nos revientan la navegación en Internet con cientos de pantallitas, nos paran por la calle, vienen a darnos el coñazo a casa… y ahora esto. Para una forma de publicidad que existe de la que nos podemos escaquear libremente, van y se inventan una técnica coactiva para mantenernos quietos en el sofá engullendo nuestra ración obligatoria de spots. Hasta una costumbre tan arraigada como aprovechar los anuncios  de la tele para ir a hacer pis se la quieran cargar por las buenas a base de infundir miedo con exageraciones absurdas.  No, si ahora vamos a tener que pedir permiso a los publicistas hasta para mear.

martes, 10 de noviembre de 2015

POR LA FUERZA

Tropas del General Batet utilizan la artillería contra el Palacio de la Generalitat tras proclamar Companys el estado catalán en 1934

Si algo hemos aprendido de la Historia es que cuando un conflicto se encona y las posiciones de las partes se tornan irreconciliables, la solución termina llegando de la mano de la violencia. Ello forma parte de la naturaleza humana y no hay que rasgarse las vestiduras.

También sabemos, por siglos de experiencia, que, una vez hablan las armas, siempre se impone el más fuerte, con razón o sin ella.

Por ello no se entiende la preocupación de muchos tras la aprobación ayer por el Parlament de la moción de inicio del proceso separatista. Si, como asegura Mariano Rajoy, hay una voluntad inequívoca de frenar la “desconexión” catalana, nadie debería temer por la integridad territorial de España, pues salta a la vista la descompensación de fuerzas entre el Gobierno de la Nación y la comunidad autónoma díscola.

En este contencioso, como en tantos otros en la accidentada trayectoria de nuestra patria, lo de menos es la verdad histórica o tener la ley a favor. Aquí lo primordial es demostrar una voluntad de acero (que no está claro que exista) y, ante todo, disponer de tanques, artillería y bombarderos, que es lo que les falta a Mas, a Junqueras, a la Forcadell y a la zorra que los parió.

La historia avala la inequívoca españolidad de la región catalana, que jamás llegó a ser una entidad política ni a gozar de independencia formal. España está legitimada constitucionalmente para plantar cara al secesionismo. Pero es que además, y es lo que importa a efectos prácticos, el Gobierno español tiene un ejército y la Generalitat no. Solo hace falta convencerse de que, llegadas las cosas a cierto punto, no quedará otra que aplastar físicamente la rebelión catalanista. Un despliegue relámpago de las Fuerzas Armadas en Barcelona pondría fin a esta provocación de forma inmediata y mucho menos cruenta de lo que pueda pensarse.

Mientras no nos mentalicemos de que ya es hora de poner encima de la mesa nuestro potencial militar, nuestra superioridad física, jamás se arreglará satisfactoriamente este problema. Cualquier otra solución administrativa, jurídica o económica, incluida la suspensión de la autonomía (que me parece razonable como paso previo), está condenada al fracaso, a ser pan de hoy y hambre para mañana.

Cataluña es como un niño pequeño enrabietado con el que ya no cabe otro argumento que el de unos buenos azotes en el culo.

Cataluña está pidiendo sangre y el deber de España es atender de una vez tan acuciante petición.

sábado, 7 de noviembre de 2015

EUFEMISMOS POLÍTICOS



Los eufemismos me parecen una de las muestras más deliciosas del ingenio humano. Merecerían un detenido análisis los motivos por los que, al utilizar el lenguaje, esquivamos ciertos conceptos, los sustituimos por otros más sutiles u oblicuos, o directamente los camuflamos hasta hacerlos irreconocibles.

En el mundo de la política es más rica que en ningún otro ámbito la paleta de colores eufemísticos. En el fondo todo el mundo sabe que expresiones como economía de mercado, democracia popular, centro, democracia cristiana, unidad popular, reconciliación nacional, identitarismo y sostenibilidad equivalen, respectiva y literalmente, a ultraliberalismo, dictadura comunista, arribismo político, mafia, terrorismo, venganza, nacionalismo anti-inmigrante y ecologismo de cagarruta y megáfono.

Esta semana he visto otro ejemplo que me ha parecido de lo más ocurrente. Leyendo una noticia sobre los planes de fusión de tres organizaciones patrióticas extraparlamentarias, me encuentro con la genialidad de que estos pequeños partidos se autodefinen como defensores de “la filosofía del Humanismo Cristiano Europeo”, así, con mayúsculas. Atención a la perla porque no tiene desperdicio.

¿Cómo debemos traducir exactamente la frase “Humanismo Cristiano Europeo” cuando la utilizan este tipo de grupos? Es bien simple. Decir “Humanismo Cristiano” es una manera bastante burda de eludir la comprometida etiqueta de “cristianos” o “católicos”, lo que nos indica que estos señores son unos anticlericales rabiosos que ni siquiera creen en Dios, pero que reivindican el “cristianismo cultural” como tradición y seña de identidad española y, sobre todo, que son muy antimoros y muy antisemitas. Por su parte, el adjetivo “Europeo” en su boca debe interpretarse textualmente como “nazi” o, en el mejor de los casos, como un guiño descarado al Frente Nacional de Marine Le Pen.

¿Ven qué fácil? Si es que estas sutilezas idiomáticas son la bomba. A veces son tan elementales que el eufemismo resulta todavía más corrosivo que la palabra maldita que se intenta evitar.

lunes, 2 de noviembre de 2015

YO TE PAGO EL SUELDO




La anécdota es real y sucedió en la ciudad donde tuve mi primer destino.

Un compañero recibió a un ciudadano indignadísimo porque acababan de notificarle una resolución muy perjudicial. Creo recordar que se le exigía el reintegro de una elevada suma de dinero en concepto de cantidades indebidamente percibidas. El paisano empezó a elevar la voz y a lanzar pullas a mi compañero nada más entrar en su despacho. Caras de asco, gestos despectivos, constantes interrupciones cuando se le explicaban las cosas, resoplidos, pedorretas…

- No tienes ni puta idea –le decía-. No hacéis más que meter la pata y joder a la gente. No me pienso ir de aquí hasta que anules esto –y agitaba el papel con el oficio de notificación-. No te olvides ni un momento de que tu sueldo te lo estoy pagando yo, así que muévete.

Mi sufrido compañero intentó hacer ver a aquel energúmeno, de la manera más calmada posible, que la resolución era correcta pero que, en cualquier caso, si no estaba conforme, podía interponer el correspondiente recurso ante el órgano competente, porque los actos administrativos no podían revocarse alegremente mediante una conversación, o porque a un funcionario le apeteciera; que tenía que presentarse un recurso, emitirse un informe por la Sección de Liquidación y otro por los servicios jurídicos, y después, si acaso, estimarse la petición.  Se lo explicó hasta cuatro veces, por activa y por pasiva, pero el pollo negaba con la cabeza y suspiraba ostentosamente.

- ¿Esta es la mierda de atención que recibo como ciudadano? Te pago el sueldo de mi bolsillo para que te pases la mañana tomando café y todavía me vienes con trabas absurdas para no reconocer mis derechos?

En aquel instante, el probo funcionario se levantó de su silla, rodeó el escritorio, se llegó a la percha donde colgaba su abrigo, sacó la cartera de uno de los bolsillos, se encaró con el sujeto y le puso en la mano una moneda de un euro.

- Aquí tiene, amigo. Esto es más de lo que le correspondería pagar a usted en toda su vida por los sueldos de todo mi departamento. Y ahora, por favor, deje de tocarme los cojones.