jueves, 29 de octubre de 2015

INMORALIDAD




Hay quien piensa que la inmoralidad puede infiltrarse en un aspecto concreto de la vida de una persona, pero que en todos los demás ese individuo puede ser éticamente intachable. Defienden, por ejemplo, que un tipo puede ponerle los cuernos a su mujer alevosa y repetidamente, y después ser un padre modélico o un ciudadano comprometido con la justicia social. Que un empresario negrero o con pocos escrúpulos legales luego puede resultar un esposo atento y cariñosísimo, o un amigo generoso donde los haya.

Yo tengo mis dudas.

Quizá los ejemplos que he puesto no sean los mejores, pero tengo la impresión de que la deshonestidad es como un cáncer metastático que, una vez brota, aunque sea en un punto bien localizado, tiende a extenderse por todo el organismo. La indecencia es una tela de araña que termina cubriéndonos de los pies a la cabeza a poco que nos descuidemos.

El concepto de moral tiene una carga subjetiva, sí, pero no tanta. Al final, la mayor parte de las inmoralidades se reducen a falta de amor y a exceso de egoísmo. Nuestra honestidad se corroe cuando ponemos nuestros intereses, nuestra comodidad, nuestros placeres, por encima de las necesidades de los que nos rodean, cuando empieza a darnos igual causar perjuicios graves a terceros para obtener pequeños beneficios propios. 

Yo no puedo creer que alguien sea un egocéntrico redomado, incapaz de amar, en un ámbito determinado de su vida, y en otros sea un ángel entregado al altruismo. O hay amor o no hay amor. 

Ojo con considerar legítimo desenvolverse a machetazo limpio en el trabajo, en los negocios o en otras situaciones, y pretender ser un santo en el entorno familiar. Esta diferenciación a mí me resulta cínica y creo que responde a una visión equivocada y peligrosa de la familia, como considerándola un “clan” cerrado, o el reducto de “los nuestros” que hay que proteger al precio que sea, caiga quien caiga. Hay gente (se me ocurren Don Corleone o el difunto Ruiz Mateos) convencida de que la rectitud moral solo es exigible en el nido familiar, con sus seres más queridos y cercanos, y que no pasa nada por putear a los que quedan fuera del círculo de confianza. El problema de esta concepción, mucho más extendida de lo que suponemos, es que es la típica de los que conciben a su cónyuge y a sus hijos como una simple extensión de sí mismos. No son buenos y protectores con su familia porque la amen, sino porque sea aman a sí mismos.

Luego están los que dicen que no es que en unos aspectos sean éticos y en otros no, sino que ellos tienen su propio código moral al margen del de la sociedad y que se comportan en consonancia con él. Este es un argumento muy típico para vendernos, por ejemplo, la compatibilidad de las infidelidades sexuales con un amor a prueba de bomba hacia la pareja. Los interesados aseguran que para ellos un desahogo con un ligue esporádico, sin implicación afectiva, no tiene la menor importancia ni merma en absoluto el amor que sienten por su mujer o por su marido. Aquí la pregunta es si son válidos estos códigos morales diseñados a la medida de sus intereses en vez de a la medida de la sensibilidad o de los valores de la persona que comparte su vida con ellos.

Una deslealtad no es menos grave porque así se lo parezca a quien la comete. Habría que preguntarle a la víctima. Y quien traiciona una vez y es capaz de disculpar su felonía apelando al placer, a la debilidad o al dinero, mañana volverá a vender a cualquiera y sabrá encontrar la justificación que mejor le interese. 

Una vez que la injusticia corrompa el más pequeño pliegue de nuestro espíritu, poco a poco nos debilitará, nos irá haciendo cada vez más tolerantes a la vileza y terminará arrebatándonos al asalto hasta las plazas que creíamos mejor fortificadas.

3 comentarios:

Tábano porteño dijo...

"Aquí la pregunta es si son válidos estos códigos morales diseñados a la medida de sus intereses en vez de a la medida de la sensibilidad o de los valores de la persona que comparte su vida con ellos."

O mucho me equivoco, Neri, o usted está rozando el problema del nominalismo y los universales, que lejos de ser abstracto tiene consecuencias sociales graves.

Como se explica en algún "blog filosófico": los conceptos "hombre", "caballo", "número"... son universales; los individuos "Juan", "Pedro", "Rocinante"... son particulares. Una cosa es el "universal" (concepto), otra el ente particular que cae bajo él. Pues bien, si uno cree que su moral o su política es universal y accede al poder, querrá dirigir toda su energía a la conversión de los hombres a esos valores universales: tal sucede, por ejemplo, con la moral cristiana ... y con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por dar dos casos opuestos (al menos en el origen).

Quizá ese fondo "universalista" común es lo que llevó al entonces Cardenal Ratzinger (supuesto "ortodoxo" del dogma católico) a encontrar puntos en común con el socialdemócrata Habermas en unas supuestas "bases morales prepolíticas del Estado liberal":


http://www.zenit.org/es/articles/las-bases-morales-prepoliticas-del-estado-liberal-segun-joseph-ratzinger

Gazmoño dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gazmoño dijo...
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