viernes, 18 de septiembre de 2015

LOS OBJETOS


No sé si es algo de lo que presumir, pero desde niño he tenido muy poco apego a las cosas materiales. Fui educado en la austeridad y en el rechazo a cualquier forma de materialismo, y aunque mi mentalidad y mi estilo de vida han evolucionado desde aquella juventud ya casi olvidada, lo cierto es que sigo sintiéndome incómodo en entornos lujosos, detesto las ostentaciones, no soy dado a caprichos y tengo un sentido de la propiedad bastante poco acusado.

Sin embargo, según pasan los años voy notando, con sorpresa, que mi apego hacia ciertos objetos es cada vez mayor. De chaval no sentía la menor querencia por las cosas que utilizaba o con las que convivía de forma cotidiana, como ropa, calzado, coche, complementos, herramientas, adornos de la casa, productos de aseo, material de oficina, etc. Pero últimamente, no sé qué me pasa, que siento un cariño especial por algunos de estos artículos, sobre todo por los que poseo desde hace mucho tiempo.

Me he fijado que suelo encariñarme mayormente con los objetos que uso desde hace más de diez años. Supongo que de algún modo me conmueve que, en plena cultura del usar y tirar, en plena era de las modas anuales para casi todo, haya sido capaz de conservar esas pertenencias durante toda una década. A veces ya son trastos desportillados por el uso frecuente, pero, tras tanto tiempo a mi lado, me resisto a deshacerme de ellos salvo que no puedan cumplir su función, y comienzo a cuidarlos con un mimo que jamás les dediqué cuando eran nuevos. Me niego a reemplazarlos por otros artículos más bonitos o modernos, y paso a conservarlos mentalmente en el museo de mis nostalgias.

Son muchos los efectos personales guardados en mi desván afectivo. Mi anillo de boda. Mi reloj de pulsera. La pluma plateada con la que escribo a diario en el trabajo. El cubilete marrón de la mesa de mi despacho. Mi vieja mochila color granate de Coronel Tapiocca. Alguna prenda de abrigo del año catapún. Mis prismáticos Minox. La radio-despertador que me despereza todas las mañanas. Mis botas de trekking. La cantimplora que uso desde la adolescencia. Unos mocasines de verano que compré en 2005. Las revistas en las que escribía a los veintitantos. Mi ejemplar encuadernado (y repleto de notas) de la Ley 30/1992. Mis CD´s de Sabina y de los Beatles. El tazón en el que desayuno todos los días. Mi portafolios de piel. Las toallas de la mili, que sigo llevando al gimnasio. La marioneta de la rana Gustavo que preside mi salón. Mis guantes negros de piel. Una sahariana beige con mangas desmontables. Mi albornoz negro y naranja. Varias gorras que me regalaron hace siglos. Una pulsera con la bandera de España que se cae a cachos. Un antiguo volumen de segunda mano de la novela El padrino. Mi navaja multiusos... Y mi camisa azul, que ya duerme en el armario.

También siento una mezcla de estima y de fidelidad irresquebrajable por algunos bienes de consumo que siempre compro de la misma marca, como la agenda Moleskine o el masaje de afeitado Floïd. Y por supuesto, mi peinado, que no es un objeto material ni un producto, pero, al llevar con el mismo desde los dos años (salvo las patillas), también le tengo devoción.

Estos pequeños cachivaches, utensilios, enseres y atuendos de mi día a día son, para mí, pequeños símbolos de permanencia y lealtad, fuentes inagotables de recuerdos, y pruebas casi vivientes de que el tiempo de ninguna manera puede arrasarlo todo.

10 comentarios:

nago dijo...

Qué entrada más bonita...

Para mí, solo merecen ser conservados aquellos objetos que, como usted ha descrito de forma precisa y preciosa, forman parte de mis recuerdos más bonitos o tienen un fuerte componente sentimental: un trozo de goethita, mi cole de cromos de palmar, las "cosas" de mis abuelos, los trenes de mi padre, mis discos de vinilo, mi colección de zapatillas, libros, fotos, unos zapatos que me compró mi abuela en el 92, los playmobils de mi hermano, mis muñecas, joyas no tengo, aparatos varios totalmente en desuso pero que aún funcionan (una radio Loewe, un Super 8, mi Garrard...) la mochila de mi padre, papeles... Objetos cuyo valor es meramente sentimental.

Lo material, esclaviza. A veces me gustaría que mi vida cupiera tan solo en una mochila que poder llevar liviana a cualquier parte y no me atara tanto a lugares, personas y recuerdos ¡pero! qué le vamos a hacer... así somos ;)

Buen finde, chicos.

Aprendiz de brujo dijo...

Excelente "bodegón". Yo solo le he cogido cariño a algunas prendas y complementos.
Lo pierdo todo y así no hay forma de encariñarse con nada.
Besos y abrazos.Buen fin de semana.

Tábano porteño dijo...

El apego a las cosas es natural en nuestra naturaleza caída. Por algo es que en las órdenes religiosas ponen al desapego como condición necesaria:

"Si posee bienes, antes ha debido distribuirlos a los pobres o, haciendo una donación en la debida forma, cederlos al monasterio, sin reservarse nada para sí mismo. Porque sabe muy bien que, a partir de ese momento, no ha de tener potestad alguna ni siquiera sobre su propio cuerpo (cf. 1 Cor 7,4).”
(Regla de San Benito (LVIII, 1-25); BAC, 2010; pgs. 81-82).

También se me hace ejemplar la expresión de Codreanu: "He aprendido a amar las trincheras y a despreciar los salones". La similitud de espíritu entrambos textos muestra que en el viejo (¿extinto?) Occidente monje y guerrero eran un poco la misma cosa (¡a veces lo eran literalmente!).


En un plano un tanto menor: siempre me conmovió el final de Citizen Kane, aunque Borges lo considerara "de una imbecilidad casi banal":

http://enfilme.com/notas-del-dia/la-critica-de-jorge-luis-borges-a-citizen-kane-y-la-respuesta-de-orson-welles

Anónimo dijo...

Espero que alguien cuide del llavero que le regalé ...

manolo dijo...

Ya me gustaría leerte, pero aun no puedo.
Cuando visites mi bloglo comprenderás.

manolo
.

Aprendiz de brujo dijo...

El post me recordó a algo...
https://www.youtube.com/watch?v=Wbr5Dk5gy-s

Nago dijo...

¿será verdad que las cosas a las que más apego tenemos , nada tienen que ver con el dinero? Afortunados somos que, hasta una canción.... ;)

Muchos besos, pajarito y, feliz domingo a todos.

Anónimo dijo...

Es curioso, porque yo siempre he ido a la inversa. Es decir, desde que tengo uso de razón tengo muchísimo apego a los objetos materiales. Con la edad y los años he intentado practicar el desapego hacia las cosas. Y ahora que leo este post, me doy cuenta que me he pasado con el desapego, no guardo nada que me evoque recuerdos o un cariño especial...

Aprendiz dijo...

Pues yo siempre he sido de guardarlo todo, y es ahora de más mayor cuando siento la necesidad de desprenderme de esos apegos. En mi casa mi madre es de tirarlo absolutamente todo, y no guarda nada que no sea verdaderamente útil. Y mi padre guarda absolutamente todo, lo suyo, lo de su padre ya fallecido, lo de su abuelo... y así tiene guardado casi todo un museo de reliquias familiares. Yo por mi parte lucho por tener un equilibrio, y saber tirar lo que no es útil, y aunque guarde algunas cosas que me produzcan nostalgia, no acumular demasiadas cosas. Porque tengo que decir que a mi todo lo que pertenezca al pasado me provoca nostalgia. Pero para mi esto es completamente diferente a ser o no austero. Eso es otro tema. Esto es desprendimiento.

Al Neri dijo...

Buena frase de Codreanu, Tábano, nos trae usted perlas, y no de Majorica precisamente ;-)

Nago, usted, más que nada, es una coleccionista nata.

Manolo, pues para escribirme bien que ha podido... Bromas aparte, que se recupere bien de su intervención ocular.

Aprendiz, buen matiz (¡y rima!). Sí, quizá no me refería tanto a la austeridad, sino a la falta de apego a los objetos o bienes materiales, que en realidad son cosas distintas.