martes, 14 de junio de 2016

COMPORTAMIENTO ECONÓMICO

Dice mucho de nosotros nuestra actitud hacia el dinero y nuestro comportamiento económico. El parné es una de las bases de la sociedad y condiciona nuestras ideas, modo de vida, relaciones interpersonales y expectativas de todo tipo en mucha mayor medida de lo que nos gustaría e incluso de lo que imaginamos. Ni siquiera las personas que no nos consideramos materialistas deberíamos olvidar ni por un segundo la repercusión que el factor pasta tiene en los aspectos más insospechados de nuestra existencia cotidiana. Porque una cosa es ser desapasionado con el dinero (algo, en mi opinión, encomiable) y otra creer estúpidamente que los demás también lo son. Si de verdad consideramos que el vil metal no es importante para nosotros, al menos tengamos claro que sí lo es, y mucho, para el común de los mortales, y que nuestra capacidad económica y nuestra manera de gastarnos el sueldo va a influir, casi seguro que decisivamente, en nuestra imagen pública y en el tipo de etiquetas que nuestro entorno social va a asignarnos irremediablemente. A lo mejor nos da lo mismo, pero no está de más ser conscientes de esta realidad, por muy triste que nos parezca. Y no todo el mundo lo es.

Aunque el estilo económico de vida de cada cual es algo muy íntimo que debemos respetar por principio, hay algunas actitudes que pueden resultar peligrosas, indignas y, si me apuras, autodestructivas; y lo más grave: suelen acarrear unos altos niveles de reproche social de los que a veces no es fácil salir indemne.

Una de estas conductas, harto frecuente, es la de quienes se empeñan en aparentar un tren de vida mucho más lujoso de lo que sus ingresos les permiten. Conocidos por todos nosotros, se trata de individuos con un nivel de renta modesto que, sin embargo, gastan un alto porcentaje de su dinero en bienes o artículos que socialmente se consideran indicios inequívocos de elevada capacidad adquisitiva, generalmente ropa de marca, automóviles de alta gama o tecnología punta (determinados teléfonos móviles, por ejemplo). Este comportamiento, tan habitual en España, es muy lamentable, en primer lugar porque quien así actúa jamás logra engañar a nadie, ya que todo el mundo a su alrededor conoce, mal que bien, su verdadera situación financiera y considera patético su exhibicionismo, pero sobre todo porque el afectado y su familia suelen acabar padeciendo graves problemas de liquidez y endeudamiento que no pocas veces desembocan en tragedia. En mi opinión, y a pesar de la mucha demagogia derrochada al respecto, bastantes de las familias más machacadas por la crisis vivían muy por encima de sus posibilidades antes de 2009, incluidos muchos de los desahuciados que salen a todas horas en los medios de comunicación.

Otro fenómeno bien conocido y casi tan penoso como el anterior es el que yo llamaría “nivel de vida parental”, que consiste en que una persona (soltera, casada o con hijos) no lleva el nivel de vida que correspondería a sus ingresos, sino el que le facilitan sus padres. Es una situación que no tiene nada que ver con la edad, pues se dan casos en gente ya talludita. Me estoy refiriendo al clásico matrimonio con dos hijos, con uno o dos sueldos muy modestos, que reside en un pedazo de casoplón y se pega una vida padre (nunca mejor dicho), a base de viajes exóticos, cochazos renovados cada poco tiempo o smartphones siempre a la última. Estos escenarios suelen darse en el entorno de potentes empresas familiares, cuando, por ejemplo, una hija del patriarca no trabaja en el negocio del clan y ha contraído matrimonio con un modesto asalariado. La pareja no vivirá conforme a sus propias ganancias, sino de las periódicas inyecciones de fondos que, en distintos formatos y a través de diversos subterfugios (para que su orgullo no salga demasiado herido) reciba de Papá Pitufo. El papelón no parece el más digno para los afectados, pero no les suele preocupar. Además yo me pregunto si de verdad esto es criticable. Al fin y al cabo es un tema familiar y, estando padres e hijos de acuerdo y felices, a los demás como mucho nos queda reconocerles su suerte. Tampoco deja de ser una forma de disfrutar de la herencia en vida.




La última situación deplorable es la contraria a las dos anteriores. Podría pensarse que no es habitual, pero se da mucho más de lo que suponemos. Me refiero a aquellos que tienen la cuenta corriente más que saneada pero viven con una austeridad rayana en la roñosería. No estoy pensando en extremos como el de la viejecita multimillonaria con todos los ahorros escondidos bajo el colchón que habita un piso infestado de basura y parece una indigente, sino en casos más sutiles pero igualmente reales. Un ejemplo muy ilustrativo, del que yo conozco dos o tres muestras, sería el del joven de origen muy humilde que, gracias a su tesón y a los estudios que le dieron sus padres, se termina convirtiendo en un profesional prestigioso y bien remunerado. Sin embargo, no le es tan fácil cambiar de mentalidad tras una niñez y una adolescencia de estrecheces económicas, y, a pesar de haber venido a mejor fortuna, le cuesta dejar de mirar la peseta, sigue acobardándose ante un precio alto y le duele casi físicamente realizar cualquier gasto superfluo. Como consecuencia de estos escrúpulos, el afectado pueden terminar desarrollando un nivel de vida muy por debajo del que se merece y se ha ganado a pulso. Cierto que este problema suele ser transitorio, pues –desengañémonos a lo bueno se acostumbra uno rápido, pero algunas personas presentan especiales dificultades de adaptación que les llevan a comportarse con el dinero como han sido educados más que como les permiten o exigen las circunstancias. Ello dificulta a algunos disfrutar plenamente de lo que es suyo, reduce su abanico de posibilidades y empaña su felicidad. No es poca desgracia tener dinero abundante y sentir dolor cuando se gasta.

2 comentarios:

Tábano porteño dijo...

"Si de verdad consideramos que el vil metal no es importante para nosotros, al menos tengamos claro que sí lo es, y mucho, para el común de los mortales, y que nuestra capacidad económica y nuestra manera de gastarnos el sueldo va a influir, casi seguro que decisivamente, en nuestra imagen pública y en el tipo de etiquetas que nuestro entorno social va a asignarnos irremediablemente."

Tan cierto como que aquí, en Argentina, alguien que podríamos llamar "artista de variedades" acuñó una frase que se volvió parte del acervo popular: "billetera mata galán". Frase que alude a algo habitual especialmente en el "mundo del espectáculo": mujeres de belleza deslumbrante que están con novios cuyo aspecto no condice con el de tales féminas (lo que éstas priorizaron es, claro, las frondosas billeteras o más bien cuentas bancarias de sus enamorados).

Pero los clásicos siempre lo dijeron antes y mejor:
"Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero."
(F. de Quevedo)

Al Neri dijo...

No sea malo, Tábano, lo que pasa es que las mujeres saben ver en el interior...