miércoles, 11 de mayo de 2016

¿QUÉ ESPERABAS?

Lo más probable es que esta entrada no la entiendas más que tú, pero me da igual.

A ver si te enteras ya, amiguito. Tienes todo el derecho del mundo a defender unos ideales de lo más revolucionarios, a proclamarlos a viva voz en el trabajo, a comprometerte públicamente con un sindicato tan cañero, y a denunciar con contundencia las injusticias laborales que se cometen a tu alrededor. Ni la ley ni nadie te ha negado jamás ese derecho. Y menos yo. De hecho, hasta ahora siempre me habías parecido un tipo valiente, generoso y digno de admiración.

Pero, cuidado, no te engañes. A lo que no puedes aspirar siendo como eres y haciendo lo que haces es a que tu empresa, u otra empresa cualquiera, te dé un puesto con responsabilidades directivas y te pague un sueldazo. Lo que no puedes hacer, salvo que seas idiota, es salir en el periódico encabezando manifas, lanzar declaraciones incendiarias, presentarte a las elecciones municipales con el partido que tú sabes, pasarte la vida tocándoles los huevos a tus jefes (seguramente con toda la razón) y luego lloriquear como una nena porque ascienden a cualquiera menos a ti.

Un tipo tan consecuente y tan duro como tú no debería cogerse una depresión de caballo por chuparse tres años de paro (“búsqueda activa de empleo”, pones en LinkedIn) y diez meses sin una sola entrevista. ¿Qué te pensabas? ¿Que ser contestatario salía gratis? ¿Acaso suponías que las empresas en las que echas currículum no iban a buscarte en Internet, en Facebook, y no te iban a ver enarbolando banderas y pancartas, y denunciando a boca de megáfono “las agresiones capitalistas” de “la oligarquía empresarial”? Yo te creía más listo.

No me decepciones, chico. No seas blandito. Si tienes arrestos para disparar contra tus enemigos a pecho descubierto, debes tenerlos también para recibir sus balazos sin gimotear. ¿O es que imaginabas que solo tú podías repartir leña y ejercer la libertad de expresión?

Y no te confundas conmigo, cuidado. No me estoy cachondeando de ti ni menospreciando tu labor política y sindical. Lo único que te sugiero es que, como mínimo, tengas la dignidad de no presumir de independiente, de insobornable, y luego disgustarte de esa manera porque la patronal desconfíe de ti. Habiendo miles de trabajadores dóciles igual o más capaces que tú, ¿por qué iban a contratarte a ti o a promocionarte a un puesto sensible con la guerra que das?

Y no tengas tanta jeta de decirme que es injusto. Si tú montaras una pyme preferirías que te mataran antes que fichar a un pepero.

Tal como están las cosas, si de verdad tuvieras lo que hay que tener opositarías a una plaza en la Administración, que ahí nadie se va a preocupar de cómo piensas, o emprenderías un negocio con tu dinerito, en vez de humillarte penosamente aguardando a que te den de comer aquellos a los que no dejas de pisar el callo. Y cuando lo consigas, cuando tu subsistencia ya no dependa de la “oligarquía empresarial”, como si sacas una metralleta y los acribillas a todos. 

3 comentarios:

Tábano porteño dijo...

Quizá una posible solución para su amigo, Neri, esté en llegar a ser un banquero anarquista como el del libro de Fernando Pessoa. El portugués, en un magnífico diálogo al modo socrático, termina por convencernos que no hay contradicción alguna entre el hecho de ser un alto funcionario de la Banca y profesar la ideología ácrata; antes bien, ésta es mejor servida desde aquel codiciado sitial.

http://www.alejandriadigital.com/wp-content/uploads/2015/12/PESSOA-El-banquero-anarquista.pdf

Aprendiz dijo...

Yo conozco también el caso de una chica sin estudios, sin presencia y sin nada que ofrecer, que para un trabajo que consigue se pone a dirigir una huelga de la empresa. A los dos días estaba en la calle. Y claro, llena de ira ante la injusticia. Algunos con el tiempo van dejando a la vista que mas que inteligencia lo que tienen es soberbia.

Al Neri dijo...

Aprendiz ha resumido muy bien el espíritu del post. No he querido transmitir la idea que no hay que luchar. Al contrario. Pero antes de iniciar un combate hay que conocer las propias fuerzas y las del enemigo. Y si a pesar de estar en clarísima desventaja, se decide luchar, adelante, pero después nada de hacerse el sorprendido ni mucho menos llorar cuando suceda lo previsible.

Pero no pensemos que el trabajador siempre está en una posición tan débil respecto al empresario. Eso sí, no todos los curritos tenemos la misma fuerza ni las mismas armas. No arriesga lo mismo un soltero que un casado con niños, un indefinido con cierta antigüedad que un chavalín en periodo de prueba, una chica cuyo marido gana un sueldazo que la mujer de un parado de larga duración, un tipo con ahorros que uno que se ha pasado cuatro años sin trabajar, y, como muy bien ha insinuado Aprendiz, una persona sin formación ni experiencia que un profesional consagrado, único en lo suyo e insustituible en su sector. También entran en juego factores como el tamaño de la empresa, el clima social, las agarraderas de cada uno en la empresa... Cada uno debería tener claro, por muy generoso que sea, hasta qué punto puede enfrentarse, salvo que quiera autoinmolarse, claro, que cada cual es muy libre de hacerlo siempre que sea conscientemente...

Tábano, alucinante lo del banquero. El papel lo aguanta todo.