lunes, 9 de mayo de 2016

DOS HISTORIAS MUY TRUCULENTAS


Hoy toca una ración de realismo crudo. Las dos anécdotas que voy a contar son auténticas y las vivió en primera persona un compañero mío de trabajo que estuvo cinco años destinado en un centro para personas con discapacidad grave. Aunque voy a intentar narrar los hechos de forma neutra y respetuosa, advierto a los lectores sensibles que quizá no les convenga seguir leyendo.

El protagonista de la primera historia es Luismi, un interno de 22 años con un problema severo de psicomotricidad de cintura para arriba, que le afectaba principalmente al cuello, los brazos y las manos. El muchacho, con la cabeza siempre ladeada y la expresión rota por una extraña mueca, apenas podía hablar ni abrir siquiera una puerta o sujetar una cuchara, así que tenían que vestirlo y alimentarlo. Varias noches un celador le sorprendió en su habitación tirado en el suelo, boca abajo, jadeando y restregándose brutalmente contra la alfombrilla al pie de la cama. Se estaba masturbando como podía. Con el tiempo, Luismi se fue causando raspaduras y heridas en los genitales, algunas graves, que tenían que ser vigiladas y curadas por el personal sanitario que lo atendía. Todos en el centro veían que el chico estaba desquiciado por la ansiedad, sobre todo en los meses de calor. Miraba los escotes de las enfermeras con una mezcla de deseo y de angustia que ponía el corazón en un puño.

En la reunión semanal del equipo multidisciplinar se terminó planteando el tema. El médico opinó que a esa edad era una tragedia no tener ninguna posibilidad de canalizar los impulsos, ni siquiera tocándose con la mano. La psicóloga informó, con lenguaje muy técnico, de que cada vez se agravaban más en el paciente los efectos de la privación de cualquier forma de sexualidad, y que, en resumen, el chaval estaba totalmente obsesionado, iba adquiriendo tics nerviosos cada día más acusados y podía llegar un momento en que su personalidad se quebrase y quedara encerrado en sí mismo para siempre. También se barajaron distintas soluciones, como terapias ocupacionales, ejercicio físico moderado, paseos más frecuentes, atención psicológica especializada o tratamientos farmacológicos específicos para atenuar sus ímpetus eróticos. Hasta que Manolo, un ATS próximo a jubilarse, muy campechano él, lanzó la bomba:

– Pues yo creo que habría que traerle una puta de vez en cuando.

Durante casi un minuto no se oyó ni el vuelo de una mosca, hasta que Joaquín, el director, intervino bastante incómodo:

– Pero, Manolo, por Dios, ¿cómo vamos a hacer una cosa así? Eso está fuera de todo protocolo. ¡Es matar moscas a cañonazos! En un centro público eso es inviable y lo sabéis todos. ¡La que se liaría si se entera la prensa! Y además, digo yo que los padres de Luismi tendrán algo que decir… aunque bueno, el chico es mayor de edad y no está incapacitado.

Se abrió entonces un acalorado debate sobre la propuesta de Manolo, que casi todos los profesionales presentes consideraron muy bien intencionada pero inviable por inoportuna y dudosamente ética, a pesar de que la subdirectora les recordó que en Holanda y en no sé qué país nórdico las administraciones públicas facilitaban este tipo de servicios a los reclusos de las cárceles y, por supuesto, a pacientes con la problemática de Luismi. El asunto estaba casi cerrado cuando, de forma inesperada, tomó la palabra Azucena, una jovencísima auxiliar de enfermería que se llevaba muy bien con el interno, con el que charlaba a diario y al que solía regalar CD´S de música con recopilaciones de sus canciones favoritas. La chica explicó visiblemente afectada que le parecía muy cruel la situación de Luismi y que, por elementales razones de humanidad, debería tomarse alguna determinación para paliar su sufrimiento.

– A mí se me encoge el alma, de verdad, y si se trata de encontrar una solución discreta, yo me ofrezco personalmente a ayudarle. Cada diez o quince días, o cuando se decida, yo no tengo ningún inconveniente en… hablemos claro, si no os importa, en hacerle una paja, para que se quede tranquilo y deje de autolesionarse, que las últimas heridas que se ha hecho a mí me han puesto los pelos de punta. ¡No tiene por qué enterarse nadie!

Joaquín se puso en pie, alteradísmo, y ordenó pasar, sin más discusiones, al siguiente punto del orden del día. Con Luismi hablaría la psicóloga y, si él estaba conforme, el médico le recetaría unas pastillas para atemperar su líbido. Y punto.

La segunda historia, que sucedió dos años después, se parece a la primera, pero es si cabe más dramática y surrealista. Una pareja de internos que se habían conocido en este mismo centro decidió contraer matrimonio tras un noviazgo llamativamente corto. Él tenía 36 años y ella 29. Ambos sufrían de movilidad reducida y, al igual que Luismi, de importantes trastornos de psicomotricidad. Diez días antes de la boda solicitaron una entrevista con la trabajadora social, y, tras numerosos rodeos, la novia le explicó que, debido a su discapacidad, no les iba a ser posible consumar el casamiento ni disfrutar en modo alguno de una vida sexual plena. Vamos, ni plena ni menos plena, ya que los dos eran incapaces de mover, ni levemente, ninguna de las partes del cuerpo implicadas en una relación íntima, ni siquiera las manos ni los dedos. A mayor abundamiento, ella sufría de una especie de parálisis en los músculos maxilares que le impedía abrir y cerrar la boca con normalidad (detalle que aporto sin ningún ánimo morboso, sino solo para que pueda entenderse el problema en toda su amplitud).

– Vaya… –respondió, tras tomar aire, la asistente social– Es una dificultad que comprendo perfectamente y lamento de veras. Pero una cuestión tan íntima… No sé cómo deciros… No se me ocurre cómo podríamos ayudaros la dirección del centro y mucho menos yo…

– Sí, sí, claro que nos podéis ayudar. En la Ley de Asistencia a Personas con Discapacidad y en el propio reglamento del centro se dice muy claramente que la Administración está obligada a auxiliar a los discapacitados en la realización de las actividades esenciales de su vida cotidiana, como comer, beber, vestirse, desplazarse y lavarse, incluyendo la higiene relacionada con los procesos de excreción… Y, claro, el sexo tú ya sabes que es una actividad esencial en la vida, fundamental para la salud y el equilibrio emocional, y ya ni te cuento en una pareja recién casada...

La trabajadora social tragó saliva y miró turbada a los dos jóvenes, encogiéndose de hombros.

– Perdonadme, pero no entiendo cómo puede auxiliaros la Administración en… en esas actividades que, como muy bien decís, son esenciales…

–Pues, perdona –metió baza él, algo azorado–, pero yo creo que está clarísimo. Dicho sin remilgos, lo que esperamos del centro es que alguien nos facilite hacer lo que nosotros no podemos hacer solos de ninguna manera, es decir que nos desnude, nos coloque en la cama en la posición correcta y mueva nuestros cuerpos para que… bueno, ya me entiendes. No hacen falta florituras... Solo pedimos un auxilio básico.

El intrincado asunto también fue sometido al comité multidisciplinar, aunque esta vez no salió ningún voluntario para remediar el drama de la parejita. Joaquín volvió a zanjar la cuestión sin demasiadas contemplaciones, moviendo negativamente la cabeza y exclamando:

– Sí, claro, lo que nos faltaba, hacer de mamporreros como con los caballos. Nada, nada... No perdamos un minuto más con esto. Si quieren, que lo pidan por escrito y que resuelvan en Servicios Centrales.

4 comentarios:

Tábano porteño dijo...

"Hasta que Manolo, un ATS próximo a jubilarse, muy campechano él, lanzó la bomba:
– Pues yo creo que habría que traerle una puta de vez en cuando."

Cuestión compleja si las hay para los que tienen el poder, máxime si son o quieren ser cristianos coherentes.
Véase lo que sucedió a San Luis rey de Francia:

"En 1254, el Rey Luis IX decretó el destierro de todas las prostitutas de Francia, pero cuando comenzó a aplicarse el Edicto, se comprobó que la promiscuidad clandestina reemplazaba al anterior tráfico abierto, lo que indujo a revocarlo en 1256. El nuevo decreto especificaba en qué zonas de París podían vivir las prostitutas, reglamentaba su forma de actuar, la ropa que podían usar y las insignias que las caracterizaba, se las sometía a una inspección y control de un magistrado policial, que llegó a ser conocido bajo la denominación de "rey de los alcahuetes, mendigos y vagabundos"."

(de aquí): http://www.alcmeon.com.ar/13/50/1_Romi.htm

Zorro de Segovia dijo...

pobre gente ...

(para Tábano: recuerde la que se lía en "Pantaleón y las visitadoras" del amigo Vargas Llosa)

Tábano porteño dijo...

Cierto, Zorro. Confieso que apenas conozco el argumento; Vargas LLosa nunca fue santo de mi devoción, tal vez por prejuzgar que tiene mejor prensa que talento por el hecho de que con igual fervor pasó del filomarxismo al neoliberalismo, es decir, de un lado al otro del arco político pero siempre dentro del "establishment", el cual suele crear "vacas sagradas" de autores de opiniones aparentemente polémicas pero que se mantienen dentro de sus márgenes.

Eso sí, inquina de verdad le tiene alguno de mis amigos, por sus opiniones sobre el peronismo; la última la soltó la semana pasada en la cena con el presidente Macri, a quien dijo que "el peronismo ha sido la tragedia de la Argentina":

http://telefenoticias.com.ar/politica/vargas-llosa-almorzo-con-macri-en-olivos-y-dijo-que-el-peronismo-ha-sido-la-tragedia-de-la-argentina/

Al Neri dijo...

A mí me gustó mucho esa novela de Vargas Llosa. Me reí mucho. Otra cosa es que Vargas nos guste más o menos personalmente o que nos parezca más o menos patética su relación con la Preysler.