martes, 21 de febrero de 2012

CARNAVALES

Aunque presumo de tener un gran sentido del humor, soy –y no es incompatible- una persona bastante seria y poco amiga de hacer el payaso y el bufón en público bajo ninguna circunstancia. Hay quien lo achaca a mi acentuado sentido del ridículo, pero yo no creo que sea por eso. Simplemente pienso que cada persona se define a sí misma con su actitud, y aunque hay que saber relajarse y siempre debe haber un espacio para el compadreo y la risa, no es bueno abandonar las formas y la compostura hasta el punto de convertirte en un histrión a la vista de todo el mundo. Aunque a menudo no lo queramos admitir, la imagen, la impresión que causamos a los demás, es fundamental y condiciona nuestras relaciones y nuestras expectativas sociales.
 
Todo este rollo patatero viene a cuento de mi nefasta opinión sobre los carnavales. Y no por su origen pagano, por la falta de arraigo de estos festejos en mi ciudad, porque no acompaña nada la meteorología (esto no es Río de Janeiro para que se llene la calle de fulanas en paños menores) o porque me parezcan una horterada inigualable, que también, sino porque considero completamente ridículo y fuera de lugar que padres de familia, señoras con hijos u hombres de pelo en pecho se presten a hacer el mamarracho disfrazándose.

Esto de las libertades es lo que tiene, que no hay manera de frenar el mal gusto, siempre  felizmente amparado por la democracia, pero yo no me explico cómo la gente se atreve a salir a la calle vestido de esa guisa.

Uno puede llegar a entender, al hablar de los carnavales, de los jalogüins y demás esperpentos, que lo que la peña quiere es romper la monotonía, reírse y pasárselo bien al margen de consideraciones sociales, políticas o de identidad nacional. También soy consciente de que con los niños pequeños siempre hay que estar inventándose chorradas para que se entretengan y, de hecho, admiro a esas madres que, tras muchas horas currando, se quedan luego hasta las tantas confeccionando el disfraz para el crío. Pero lo que no me entra en la cabeza es que se vista de bruja una señora mayor, que mi  vecino gordo del cuarto se ponga un traje ajustado de caperucita o que algunos de mis compañeros de trabajo se hayan presentado esta mañana en la oficina embozados con caretas, ataviados con capas de mosquetero, vestidos de vaca, de quinqui, de bailarina o de cajetilla de tabaco, y hayan trabajado con esa pinta durante ocho horas, así, con dos cojones, sin sentir bochorno alguno.

Mentiría si digo que no me hace gracia. Qué duda cabe que es imposible reprimir las carcajadas cuando te encuentras por el pasillo con un jefe de departamento sesentón vestido de Robin Hood con medias verdes finas marcando el paquete. Es algo tan grotesco que induce a risa, sí, y anima bastante la mañana, pero ello no significa que me parezca normal. Al vejete este fardapollas, por ejemplo, nunca podré mirarle igual a partir de ahora. Cuando me selle los certificados me va a dar la risa floja acordándome de su gorrito con pluma, de sus pantuflas y de su facha de farandulero.


Luego salir a la calle es un espectáculo que de unos años a esta parte prefiero perderme. No se corta nadie, oiga. Yo me quedo ojiplático con la de maromos que se visten de puta poligonera, con sus labios pintados, sus minis enseñándolo todo y unas buenas peras para completar el conjunto. Yo preferiría que me colgaran de un pino antes de salir así de casa, pero algo me dice que estos tíos o no tienen vergüenza o aprovechan el Carnaval para transformarse en lo que de verdad les gustaría ser. Pensad, pensad en los disfraces de vuestros conocidos estos días a ver si se cumple esta regla.

Supongo que estas fiestas (que no deberían serlo y en las que, en todo caso, el Ayuntamiento no debería gastar ni un céntimo) tuvieron su sentido hace muchos años, cuando todo el mundo iba a practicar privaciones y ayunos en Cuaresma y se desahogaban un par de días antes de iniciar el recogimiento y la penitencia. ¿Pero ahora para qué, si todos los fines de semana son de juerga y desenfreno tanto en Cuaresma como en verano o en Navidad? En estos tiempos ya no hace falta velar la identidad con una máscara para pellizcarle a una el culo en el baile, que ahora si te descuidas te lo pellizcan ellas a ti con la cara descubierta y sin preguntar.

11 comentarios:

Aprendiz de brujo dijo...

Buena entrada Neri. Tu pluma mordaz y ligera sigue funcioanado.
El último párrafo ha sacado el carcamal que habita dentro de ti.
A mi los carnavales y en general los disfraces no me divierten en especial.Me hubiera gustado ser James Bond e ir a un baile de máscaras en Venecia,-y hacerle el amor a la malota sexi de la peli, después de sacarla a balilar- pero me he quedado en un pobre aprendiz de brujo,con chasis de Juez de línea.
No me parece adecuado que un tipo se presente a trabajar en oficinas vestido de Robin Hood.En eso te doy toda la razón. Me gusta más que una secrtaria sexi se persone vestida de Caperucita Roja.
Nunca he celebrado esto de los Carnavales , pero que la gente se disfrace y disfrute fuera de horario laboral me parece estupendo.
Hay que tratar de sacarle jugo a la vida por donde sea.Y cada uno elige la suya.

Álex dijo...

"Chasis de Juez de línea"... Muy bueno, Aprendiz de brujo. Y buen comentario también con el que estoy bastante de acuerdo. Ir disfrazado a trabajar, salvo que se sea stripper o alguna otra cosa, no parece lo más adecuado. A mi tampoco me gusta lo de disfrazarme, pero no veo problema en que lo hagan los demás si es en el momento adecuado, con buen gusto, con ingenio y con buen hacer.

sefo dijo...

Nery, a veces hay que aprender a olvidarse de rigideces y a disfrutar de la vida. Muy bien la frase de aprendiz de brujo de Hay que tratar de sacarle jugo a la vida por donde sea .Y cada uno elige la suya."

Si tu eres un soso deja a los demas disfrutar de los carnavales.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
El aspirante a crápula dijo...

Creo que para reírse y criticar a los demás, se debe empezar por uno mismo. Si uno no es capaz de reírse de sí, hacerlo del otro lo considero un "pecado". En esta vida conviene de vez en cuando relajar las caderas, y esas actitudes tan rígidas que asustarían al mismísimo Torquemada. Carnaval es una adecuada ocasión par hacerlo.Y si alguna señora de buen ver me pellizca el culo, luego se lo pellizco yo. E´so sí, que después no se atreva a decirme: estate quieto, no seas malo.

En cualquier caso un abrazo de miércoles de ceniza. Aunque prefiero los Carnavales que se alargan hasta el domingo.

Anónimo dijo...

Este chico es un reprimido y un triste........en fin este hombre simpre tiene cara de cuaresma....

Al Neri dijo...

Gracias, Alcalatravo.

Estos chicos tan críticos con mi anticarnavalismo, por lo menos que nos cuenten de qué se han disfrazado este año.

El Subdirector del Banco Arús dijo...

Pues yo antes pesaba enteramente con usted pero ahora soy un poco más flexible en ciertas cosas.

Sigo siendo muy poco dado a las muestras espontáneas de júbilo pero cuando bebo me convierto en mejor persona -al menos, más cordial y simpático sí soy- y entonces me puedo soltar un poco más. Hace poco, por ejemplo, me he enterado que unos antiguos "subordinados" se sorprendieron al ver como, a las 5 de la mañana y con unas cuantas copas encima, estaba fingiendo que derribaba a patadas la biblioteca pública de mi antiguo lugar de trabajo. Hace años no habría hecho eso ni loco.

Tampoco me disfrazaría nunca. SObre todo por vergüenza y porque soy muy soso pero quizás después de dos copas...

Lo que estoy seguro que no haría nunca es acudir a mi lugar de trabajo disfrazado por puro respeto (aunque alguna vez haya acudido resacoso) y desde luego nunca me vestiría de mujer por muy borracho que estuviera.

Pero vamos, que los carnavales me parece una ocasión, un poco cutre eso sí, de hacer un poco el tonto. Tomándolo en condiciones y respetando los límites del decoro y lo razonable me parecería hasta sano.

Es cierto que, habida cuenta que casi nadie sigue la Cuaresma, no tiene mucho sentido su celebración, pero lo mismo podríamos decir de la Navidad o de las fiestas patronales de la ciudad o del trabajo.

Álex dijo...

Un saludo al sr. subdirector. Seguro que es usted menos soso de lo que piensa, hombre. Espero que esté bien en su nuevo destino y sus nuevas tareas.

Aprendiz dijo...

Muy buena la entrada Al Neri, yo opino más o menos como tu. No soy una persona nada seria y bromeo con bastante frecuencia, pero no me gusta hacer el idiota. No entiendo que alguien de pronto se ponga un disfraz y se convierta en un payaso haciendo el tonto públicamente.

No es que yo no haga el tonto a menudo, pero desde luego que no es premeditado, de hecho, y sobre todo cuando bebo, si veo que estoy diciendo más tonterías de lo normal intento moderarme.

Tampoco suelo disfrazarme, por no decir que nunca lo hago, pero en cualquier caso sería de algo que me favoreciera, no entiendo que la gente se disfrace de cosas horribles.

Aunque tengo que decir que yo soy un poco especial para estas cosas, tengo un gran sentido del ridículo.

Boooz dijo...

Nunca me he disfrazado. Igual que no tengo tele. Y soy muy feliz. Más allá de esto, creo que estamos en una dinámica de mantener un royo raro al mes: diciembre con papasnoeles, febreros con carnavales, semanassantas de procesonantes o revientaprocesiones, mayo de sindicalista, veranete de temporada, septiembre de vuelta al curro y noviembre de jalogüen. Y vuelta a la rueda. Esto sin hablar de fiestas privadas o carnalvales sectoriales (disfrazado de cocinero, disfrazado de jefe, disfrazado de fan, disfrazado de aficionado al furgol, etc.). Esque ya me aburre hombre porfavor! Lo que ahora se debe llevar es lo que decía un amigo: "lo alternativo a lo alternativo".