Aquella tarde fue sin duda una de las más funestas de mi vida. No recuerdo haber pasado tan mal trago ni siquiera el día de mi propio examen oral, hace ya diez años. Estuve en tensión durante cuatro horas, con la sensación de que en cualquier momento podía desencadenarse un terremoto, caer una piedra enorme sobre mi cabeza, perder mi credibilidad profesional o a la mujer que cada día me conquistaba un poco más.
Como andaba mal de tiempo, me llevó a Trabajo el conductor del Director. Entré medio corriendo en el edificio de Agustín de Betancourt y al llegar a la sala de juntas de abajo, donde se celebraban los ejercicios, me llevé la desagradable sorpresa de que había quórum de sobra, pues Matías había llegado a tiempo y estaba también Miguelón, de UGT, supliendo a Mari Ángeles.
- Julián, coño… ¡Y me has hecho venir! -salté de malas maneras.
El “presi” se partía.
- Anda, anda, no te cabrees –me rodeó el hombro con el brazo- . No sabía que iban a venir, pero tío, por lo menos conoces en vivo un examen, que ya te huele, escaquéitor.
- Además –intervino Matías- , no te puedes perder a la buenorra que tenemos hoy. Ya hay dos esperando en el hall y hay una morenaza que ya me gustaría a mí cumplimentarla el TC-2 – y soltó una risotada estruendosa que corearon Julián, Miguelón y Toño, el Secretario.
El ordenanza de la planta había desaparecido después de abrir, así que Julián nos encargó a Toño y a mí que pegáramos en la puerta la lista de los aspirantes del día. Estaba terminando de cortar la cinta adhesiva para que el Secretario fijara el cartel cuando la vi de reojo llegando desde el fondo del pasillo. Noté el sudor en mi frente y me giré del todo, disimulando, fingiendo mirar la lista con atención. Pero al minuto oí mi nombre en su voz ilusionada y no me quedó otra que volverme. Su imagen me impresionó por muchas razones, entre ellas su blusa abierta de color beige, su escote de vértigo y sus pantalones ajustados que ensalzaban sus formas como nunca. Iba muy maquillada y, a pesar de sus ojeras, me sonreía con ojos chispeantes.
- ¡Has venido, has venido! – y se abalanzó sobre mí en un beso apasionado y asfixiante que se me hizo eterno- ¡Muchas gracias, niño!, ¡eres un solete!
Toño había terminado con el anuncio y nos miraba boquiabierto a menos de medio metro. Sujeté a María por las muñecas y la aparté como pude. Mi corazón parecía a punto de estallar.
- Tranquila, mujer –retrocedí un paso y susurré:- Ahora va...vamos a dejarnos de carantoñas, que tienes que estar tran...tranquila y con…concentrada.
- ¡Ay, mi niño! –voceó sin rubor alguno- ¡Si también estás nervioso! Cómo me alegro de que hayas venido, te lo juro. Oye, mira, espérame un segundín, que voy al servicio y ahora mismo nos vemos, ¿vale? Con los nervios me meo cada dos por tres.
Apenas desapareció, Toño me miró fijamente, como si hubiera presenciado una Aparición, y yo esbocé algo así como una sonrisa acompañada de algo así como el ademán de encoger los hombros, al tiempo que volvíamos a entrar en la sala del examen cerrando la puerta tras nosotros.
Inmediatamente comenzamos a llamar a los aspirantes. Al coñazo habitual de soportar el recitado de temas, se unió para mí ese día el sinsabor de una situación que a todas luces se me escapaba de las manos. No fui capaz de prestar atención ni cinco minutos a los contenidos expuestos y en las tres deliberaciones anteriores a la intervención de María esperé a votar el último y aventuré una nota cualquiera, tratando de que fuera parecida a la del resto de los miembros del Tribunal. Nos cepillamos a los tres.
Mientras Toño salía a hacer el último llamamiento de la tarde, Miguelón comentó:
- Esta última es la despechugada. A ver si además de estar buena, tiene algo de nivel, porque llevamos un día…
- Desde luego, Miguelón, los inspectores estáis más salidos que el pico de una plancha –le recriminé sin mirarle- . Un poco de profesionalidad, por favor, que una cosa es una broma y otra lo vuestro…
Toño se puso a toser estrepitosamente, tapándose la boca.
- ¡Mírale al TAC , qué puritano! –me contestó el sindicalero- ¿Te has traído el rosario y el Camino para rezar por estas pobres chicas que se examinan?
- ¡Vete a la mierda! –musité entre las risas generales.
- Pues yo no te vi muy profesional el otro día con la zamorana –apuntó Julián con muy mala leche.
(Leer cuarta parte)