Estos últimos días se ha hablado mucho a mi alrededor de teletrabajo. Por ejemplo, a un amigo su empresa acaba de autorizarle a currar desde casa y el otro día lo estuvimos comentando en una cena. Por otra parte esta misma mañana me han pasado estas polémicas declaraciones de la presidenta de Yahoo que no tienen desperdicio.
En principio, en plena era de las nuevas tecnologías, existiendo móviles, Internet, email, foros, chats, videoconferencia, firma electrónica y demás inventos, parece irreprochable que un puesto de oficina con requerimientos informáticos se desempeñe en el hogar en vez de en el centro de trabajo. Además de que en muchos casos con un PC y una conexión de banda ancha se puede hacer la misma tarea que en la oficina, hay otros argumentos a favor de tipo económico o ecológico, según se mire, que inciden en el ahorro en desplazamientos y en facturas de electricidad y calefacción de las compañías, e incluso sesudos razonamientos relacionados con la conciliación de la vida familiar y laboral, tan de moda al menos sobre el papel.
El teletrabajo, que etimológicamente significa “trabajo a distancia”, no es algo nuevo. De toda la vida hemos conocido a las clásicas modistas que trabajaban a domicilio para una tienda de ropa con el compromiso de entregar a la semana dos jerseys de punto. En estos casos el empresario no tenía ningún interés ni necesidad en supervisar la labor de la costurera, que tejía a su bola (nunca mejor dicho), siempre que el fruto de su trabajo fuese presentado a tiempo y cumpliera con los correspondientes requisitos de calidad y formato.
Aunque es un ejemplo un tanto burdo y hoy las circunstancias tecnológicas son bien distintas, creo que simboliza bastante bien mi postura ante el teletrabajo. No veo ningún inconveniente a este régimen laboral siempre que se cumplan a grandes rasgos las condiciones que se dan con la modista a domicilio: que sea una labor individual y personalísima que no exija en su planificación ni desarrollo relación alguna con superiores o colaboradores; que el trabajo o sus resultados sean rigurosamente medibles y cuantificables, y que exista un control estrecho sobre los mismos, fijándose con toda claridad los objetivos o el volumen de trabajo que debe realizarse en un determinado plazo.
Pongo otros ejemplos de trabajos que, en mi opinión, podrían desempeñarse a distancia sin problema: Un grabador de datos en una aplicación informática que no tenga ninguna otra tarea; un técnico de la Administración encargado de hacer informes profesionales básicamente iguales o de tramitar expedientes de forma mecánica, siempre que haya un volumen constante, o una pesona encargada de gestionar el portal de Internet de una tienda, atendiendo y cobrando pedidos.
Un modelo de teletrabajo que no reúna las características que he dicho no me parece razonable, profesional ni eficaz.
Alguno me dirá que las posibilidades de Internet pueden suplir perfectamente las relaciones, conversaciones o reuniones presenciales de trabajo, y que encima se ahorra tiempo, pero yo no lo veo así. Por muy cabezotas que nos pongamos, la experiencia ya nos ha demostrado al que más y al que menos que no son ni parecidas las relaciones virtuales y las de tú a tú. Para planear ciertas actividades, transmitir ciertos mensajes, dar determinada atención a los clientes, motivar a un equipo, echar una bronca que sirva para algo, controlar los ritmos o llevar a cabo algunas actividades en común (aunque sean puntuales), no hay nada como verse las caras, mirarse a los ojos y oírse la voz. No puede infravalorarse la importancia del lenguaje no verbal, de los tonos o de los gestos, que no son apreciables a través de Internet, ni por escrito ni en videoconferencia. A mí estas últimas no me hacen ninguna gracia, pues se suelen escapar muchos detalles y favorecen la manipulación de las reuniones.
Incluso para ascender a alguien o encomendarle determinadas responsabilidades es importante una confianza a la que solo puede llegarse conociéndole bien personalmente. Los jefes quieren ascender a personas de carne y hueso, no a nombres o a caras que aparecen en un Messenger o en la pantallita del Skype.
Aunque no me entusiasman las opiniones de la jefaza de Yahoo (sobre todo lo de que se trabaja más lento en casa) hay una frase que me parece muy reveladora: “Algunas de las mejores decisiones se toman en la cafetería o por los pasillos”, en referencia a la relevancia que tienen para las organizaciones las relaciones informales que se dan en el entorno laboral, sobre todo en el ámbito directivo, en el que huelga decir que plantear el sistema de teletrabajo me parecería disparatado.
Mi segundo requisito, el de que sea un trabajo muy medible y con plazos estrictos de desempeño, me parece de cajón. No todos los trabajos son cuantificables, ni están sujetos al cumplimiento de objetivos nítidos ni a plazos determinados. Me refiero a los puestos con un perfil más creativo, a los que atienden a necesidades constantes pero muy variables en cuanto a volumen y tiempos, o a los de naturaleza muy técnica en los que un expediente, una incidencia o un servicio pueden llevar media hora y otro que surja al cabo de un rato necesitar un mes de dedicación. En todos estos casos parece lógico que el empresario se reserve el control físico y presencial de las actividades desarrolladas, más que nada para evitar abusos, dejadeces, vagancias y triquiñuelas de todo tipo por parte de los trabajadores más jetas, que igual se levantan a las diez, se van de vinos a la una y luego le mandan un whatsapp al jefe diciéndole que menudo asunto delicado tienen entre manos y que es complejo avanzar. Por supuesto, si el control puede hacerse de forma adecuada por medios telefónicos o telemáticos no veo problema en que se autorice el teletrabajo incluso en estos supuestos, bajo la responsabilidad del jefe.
Por último solo añadir, como matiz final, que todos los debates que he tenido sobre teletrabajo nacen viciados de raíz por dos motivos: por los grandes prejuicios que casi todos tenemos (yo incluido) a favor o en contra, y que nos llevan a cerrarnos en banda sean cuales sean las argumentaciones contrarias, y por la manía que tenemos de hablar en general cuando se trata de un tema que depende mucho de cada tipo de empresa y de cada puesto de trabajo concreto, lo que exige examinar cada caso con conocimiento de causa para poder formarse una opinión seria. Espero que nuestro debate de hoy en La pluma o incurra en estos errores.