Yo quiero lanzar un par de preguntas: ¿Todas las ideas deben ser respetadas?. Y más importante aún: ¿todas las personas merecen respeto?
Cuando era un chaval lleno de entusiasmo pensaba incluso que a quienes difundían o proclamaban públicamente ciertas doctrinas o planteamientos, y mucho más a quienes se dedicaban a atacar los míos, era mejor pegarles un garrotazo en el sentido más literal del término. Así, muerto el perro, se acabó la rabia. Pero ahora que me he convertido en un hombre cómodo, civilizado y rebosante de sensibilidad democrática, casi siempre me callo la boca y me conformo con gruñir para mis adentros, sobre todo en ambientes que no son de confianza. Quizá este sea el respeto de la acepción tercera del Diccionario: "tolero" las mamarrachadas que me dicen por pura cortesía, o casi mejor por no montar un pollo, no cometer un crimen o no desarrollar una úlcera de estómago.
En cuanto al respeto hacia las personas, hay que diferenciar.
Todos los seres humanos somos iguales en dignidad, y esta dignidad sagrada hay que respetarla a cualquier precio. Por muy subnormal o impresentable que sea un tipo, por muchas tonterías que diga, por muy incoherente que sea su comportamiento, por mucho que nos provoque la carcajada, siempre debemos evitarle insultos, humillaciones o cualquier actitud que le dañe o le haga sentir incómodo. Este respeto debería llegar incluso a defenderle de una vejación pública infligida por terceros, independientemente de la causa o –insisto- de lo deplorable que nos parezca el sujeto.
Aunque, claro, todo esto no significa que tengamos que hacer caso o tomarnos en serio a quien es imposible tomar en serio. Siempre he dicho que el respeto entendido como el derecho a que te escuchen, a que te valoren y a que no te tomen por el pito de un sereno no es algo con lo que se nace automáticamente, sino que debe ganarse a lo largo de la vida, a base de demostrar que eres una persona seria de la que uno puede fiarse; que si prometes algo, lo cumples; que si dices de estar a una hora, estás; que si predicas una cosa no haces luego la contraria; que no dices lo primero que se te ocurre, ni opinas a destiempo o al buen tun tún, teniendo siempre que rectificar a toro pasado; que sabes defenderte y no toleras que te falten, etc…
Quien no se ha preocupado por demostrar todo esto, o mejor dicho ha demostrado todo lo contrario, que luego no se queje de que nadie le hace caso, de que nadie se fía de él o de que le hacen más chirigotas que al común de los mortales. Que no proteste por que en el trabajo no tienen en cuenta sus criterios, ni por que en casa es el último mono. Que no se sorprenda por que cuando opina de cualquier tema la gente ni le escucha, ni se cabree cuando, tras aguantar sin decir ni pío la misma broma pesada durante años, comprueba que cada vez es más pesada.
El respeto, el honor en definitiva, hay que currárselo. Si ni siquiera nosotros nos respetamos, no pretendamos que lo hagan los demás.