La observación de los romances de mi entorno y mi propia experiencia me ha llevado a tener una cosa muy clara: Bastan seis meses de relación para que una pareja enamorada de verdad desee con todas sus fuerzas iniciar su vida en común, ya sea previa boda o por la vía de hecho.
Se me podrá decir que estoy loco, que es poco tiempo, que sería irresponsable y todo lo que queráis, pero la verdad es esa, y cuando una pareja de novios lleva años y años saliendo sin hacer planes o sin concretarlos es, una de dos, o porque no están seguros de quererse lo suficiente y se dejan llevar por la inercia y por la cobardía, o porque no pueden iniciar la convivencia por muy diversos motivos, casi siempre por desgracia económicos o profesionales.
Luego habrá situaciones híbridas por ahí de tíos muy cómodos que no quieren abandonar el nido materno o de egoístas de los de cada uno en su casa y Dios en la de todos, pero, vamos, yo hablo de noviazgos normales, de gente ilusionada.
Haced la prueba y decidme sinceramente cuánto tiempo tardan en casarse las parejitas que conocéis si tienen más o menos solucionado el tema curro y el tema piso. No creo que la cosa se retrase más de tres años desde que empezaron a salir.
Porque, bien mirado, salir de novios durante más de tres años sin perspectiva alguna de convivencia, estar enamoradísimo de alguien y no tener ni idea de si podréis tener alguna vez un proyecto juntos, no poder vivir sin una persona y, sin embargo, tener que conformarse con las migajas de unas pocas horas a su lado, con una sola de sus facetas (el ocio compartido), todo ello, digo, es, lo queramos o no, una situación antinatural. Y las situaciones antinaturales terminan pasando factura.
Por eso nunca recomendaría alargar demasiado un noviazgo. Ni al estudiante de primero de carrera que "vive" de las propinas de su padre ni a la chica de veintinueve tacos que lleva cinco trabajando.
Esto del matrimonio es una decisión difícil, pero a la vez bien fácil, o sea que en esta vida hay determinaciones que como te pongas a evaluarlas con sosiego, a anotar pros y contras en el cuaderno de las certezas, a analizaros con lupa los dos, pues a lo mejor no las tomas jamás.
Eso sin olvidar que el momento de casarse es algo así como el punto justo de maduración de una fruta. Creo que uno debe decidirse en el momento de mayor ebullición, cuando la pasión y la ilusión se encuentran en su fase álgida, cuando ha pasado ya esa etapa tontuela del principio pero sin dejar tampoco que llegue esa otra de asentamiento, de habituación, de rutina de noviazgo antinatural en el que no hay motivos para romper pero tampoco prisa alguna para ir a mirar pisos.
Aunque algunos no lo crean, los primeros años de matrimonio también son una fase de tanteo y conocimiento, y no soy capaz de imaginarme a ningún enamorado que no esté ansioso por descubrir esos aspectos de su pareja que en una simple relación de noviazgo permanecen ocultos para él, igual que no puede verse la otra cara de una moneda si no se le da la vuelta.
Sobre este mismo tema en La pluma:
- Hay que comprar la vaca
- Un cuento de hadas
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