Los españoles no tenemos remedio.
Nunca acertamos a cribar el trigo, a distinguir las cuestiones fundamentales de
las bobadas. Nuestra tendencia, especialmente en asuntos de actualidad
política, a apalancarnos en el chascarrillo, a quedarnos siempre en la anécdota y a obviar el fondo y los hechos
trascendentales nos convierte en un pueblo demasiado fácil de manipular. La
polémica protagonizada anteayer por la diputada Celia Villalobos es un ejemplo
muy ilustrativo.
No se trata solo de que llevemos décadas viendo fotos de los parlamentarios sesteando en sus escaños como gorrinos y nunca nadie haya puesto el grito en el cielo. A mí lo que más me irrita es que siendo la trayectoria y el historial políticos de Celia Villalobos tan deplorables, la gente solo se cabree por su gesto de jugar con la tablet en mitad del Debate sobre el Estado de la Nación.
La actual Vicepresidenta del Congreso de los Diputados, ex Ministra de Sanidad y ex alcaldesa de Málaga es la típica trepa inmoral de la cochiquera política española. Exaltada comunista en los años 70, no tuvo ningún inconveniente en pasarse a las filas de Fraga Iribarne en 1985 para desembarcar en el ayuntamiento de la capital malagueña. A pesar de ello siempre ha mantenido con firmeza sus depravadas posiciones desde la llamada ala izquierdista del PP. Así, es famosa por su apoyo incondicional a la carnicería abortista y al reconocimiento pleno de derechos a las uniones homosexuales. Durante el mandato de Aznar se ausentó de un pleno para no votar en contra de la ampliación del aborto y el año pasado rechazó, por considerarla retrógrada, la reforma de Gallardón. Hace pocos días declaraba públicamente que "lo que no caben en mi partido es personas que dicen no al aborto".
Por otra parte, Celia Villalobos es la responsable directa de uno de los hitos más penosos de la vereda desbordada de boñigas que es la democracia española; ella lideró la transferencia de las competencias sanitarias a las comunidades autónomas entre 2000 y 2001, convirtiendo nuestro sistema de salud pública en un batiburrillo de despilfarros y desigualdades.
La feminista benalmadense es además una embustera, una frívola y una inmoral en su vida pública, como lo demostró el día en que, recién elegida eurodiputada, se quitó años y se inventó una licenciatura en su ficha biográfica. Su falta de sensibilidad se ha plasmado en numerosas declaraciones y controversias, destacando aquella ocasión en que durante una mesa del Congreso se refirió a los trabajadores con discapacidad intelectual como “los tontitos”.
Por si su currículum no fuera suficientemente abochornante, hace ocho años la Villalobos participó como monologuista estrella en el programa de la Sexta El club de Flo, anticipándonos ya su condición de payasa consagrada.
Visto lo visto, el que trastee con el Candy Crush, jugando al tres en raya con caramelitos de colores, durante una sesión fundamental de la cámara baja me parece el más leve de sus deslices. Quizá no es más que la constatación de que los políticos se aburren hasta de sí mismos y de que el debate anual de política general es una opereta tan trufada de tópicos, perifollos dialécticos y embustes que no merece ni la atención de la vicepresidenta del chiringuito.
Al menos podría haber recordado el célebre refrán sobre la virtud de la mujer del César y haberse dado cuenta de que hace feo que una señora elegida en las urnas para defender y representar al pueblo se dedique a rascarse el chumino mientras se discuten en las Cortes Generales los más graves problemas de la nación. También se podía haber percatado la muy imbécil de que el hemiciclo está lleno de fotógrafos con unos teleobjetivos de aúpa.
No se trata solo de que llevemos décadas viendo fotos de los parlamentarios sesteando en sus escaños como gorrinos y nunca nadie haya puesto el grito en el cielo. A mí lo que más me irrita es que siendo la trayectoria y el historial políticos de Celia Villalobos tan deplorables, la gente solo se cabree por su gesto de jugar con la tablet en mitad del Debate sobre el Estado de la Nación.
La actual Vicepresidenta del Congreso de los Diputados, ex Ministra de Sanidad y ex alcaldesa de Málaga es la típica trepa inmoral de la cochiquera política española. Exaltada comunista en los años 70, no tuvo ningún inconveniente en pasarse a las filas de Fraga Iribarne en 1985 para desembarcar en el ayuntamiento de la capital malagueña. A pesar de ello siempre ha mantenido con firmeza sus depravadas posiciones desde la llamada ala izquierdista del PP. Así, es famosa por su apoyo incondicional a la carnicería abortista y al reconocimiento pleno de derechos a las uniones homosexuales. Durante el mandato de Aznar se ausentó de un pleno para no votar en contra de la ampliación del aborto y el año pasado rechazó, por considerarla retrógrada, la reforma de Gallardón. Hace pocos días declaraba públicamente que "lo que no caben en mi partido es personas que dicen no al aborto".
Por otra parte, Celia Villalobos es la responsable directa de uno de los hitos más penosos de la vereda desbordada de boñigas que es la democracia española; ella lideró la transferencia de las competencias sanitarias a las comunidades autónomas entre 2000 y 2001, convirtiendo nuestro sistema de salud pública en un batiburrillo de despilfarros y desigualdades.
La feminista benalmadense es además una embustera, una frívola y una inmoral en su vida pública, como lo demostró el día en que, recién elegida eurodiputada, se quitó años y se inventó una licenciatura en su ficha biográfica. Su falta de sensibilidad se ha plasmado en numerosas declaraciones y controversias, destacando aquella ocasión en que durante una mesa del Congreso se refirió a los trabajadores con discapacidad intelectual como “los tontitos”.
Por si su currículum no fuera suficientemente abochornante, hace ocho años la Villalobos participó como monologuista estrella en el programa de la Sexta El club de Flo, anticipándonos ya su condición de payasa consagrada.
Visto lo visto, el que trastee con el Candy Crush, jugando al tres en raya con caramelitos de colores, durante una sesión fundamental de la cámara baja me parece el más leve de sus deslices. Quizá no es más que la constatación de que los políticos se aburren hasta de sí mismos y de que el debate anual de política general es una opereta tan trufada de tópicos, perifollos dialécticos y embustes que no merece ni la atención de la vicepresidenta del chiringuito.
Al menos podría haber recordado el célebre refrán sobre la virtud de la mujer del César y haberse dado cuenta de que hace feo que una señora elegida en las urnas para defender y representar al pueblo se dedique a rascarse el chumino mientras se discuten en las Cortes Generales los más graves problemas de la nación. También se podía haber percatado la muy imbécil de que el hemiciclo está lleno de fotógrafos con unos teleobjetivos de aúpa.