Tan acostumbrado estoy a esta estampa que el sábado pasado me quedé patidifuso al encontrarme con un grupo de unos seis muchachos pijitos, de veinte años y con melena asquerosa en plan pepero que parecían dispuestos a celebrar un botellón muy particular. Les vi venir de lejos cargados como mulas en dirección a una conocida zona verde, pero según se me acercaban mis ojos fueron abriéndose como platos. Incluso cuando nos cruzamos, mi asombro era tal que no pude evitar girarme descaradamente para asegurarme de que la vista no me engañaba.
Cada uno de los chicos llevaba nada menos que tres cartones de bebida, pero esto no me chocó. Lo raro, lo extravagante, lo delirante, lo sorprendente es que todos los cartones eran, ni más ni menos, que de botellines de Shandy, o sea de cervecita con limón.
¿Chicos sanos?, ¿frikis?, ¿maricones?, ¿alguna apuesta de por medio?, ¿llevaban la bebida a la abuelita?, ¿cargaban con los refrescos de sus hermanos pequeños?, ¿la juventud ha comenzado a recuperar el norte? ¡Una respuesta quiero! Veo cada cosa los sábados que un acontecimiento así merece un post y una reflexión profunda sobre los hábitos de nuestra juventud.