Blas Piñar rodeado de su gente en un mitin en Las Ventas, el 18 de julio de 1978 |
Aquella mañana de otoño de 1997
yo estaba de pie, al solillo, siguiendo su discurso desde una bocacalle de la
plaza. Erguido y con los brazos cruzados le escuchaba sin inmutarme y observaba
sus aspavientos con gesto asqueado y la mirada condescendiente del fanático. No
aplaudí a aquel anciano enérgico de cabello plateado y peinado hacia atrás ni
en los momentos más vibrantes de su alocución, porque se me antojaba un vulgar
derechista (antiliberal pero derechista) y un político caduco y de vía estrecha
que adornaba su verborrea con doctrina social católica pero siempre se había
rodeado de chulos y de millonarios. Yo no le reprochaba, como la prensa, su
supuesta complicidad en atentados contra los rojos durante la Transición,
pero entendía que tipos como él en el fondo solo aspiraban a una España de
toros, coros y danzas, misa de una, espadones bajo palio, paternalismo con los
obreros y estructuras económicas inmutables. Todo ello so capa de un discurso
florido y con toda la bambolla patriotera y banderil a la que él y los suyos
eran tan aficionados. Le llamaba Blaspi despectivamente.
Hoy, libre ya de muchas orejeras y etiquetamientos partidistas, mi visión del recién fallecido Blas Piñar es bastante más benigna. Los años han ido desgastando mis aristas ideológicas y mostrándome el fondo de las personas y de las cosas. En mi corazón de animal político las disquisiciones teóricas y los puntos programáticos han dejado paso a los valores, y por eso este toledano incombustible que nos dejó anteayer cuenta con mi simpatía personal pese a las diferencias que nos separan. Porque ante todo Blas fue un hombre de honor, una persona fiel, leal y coherente que jamás renunció a sus creencias por mucho que cambiaron los tiempos, las circunstancias e incluso sus intereses. Su congruencia vital, una virtud sagrada pero ya en vías de extinción en esta sociedad de arribistas y veletas, es el rasgo que más admiro del que fue unas de las figuras más mediáticas en los convulsos 70 y principios de los 80.
Blas Piñar siempre tuvo por estandarte la honestidad y la decencia. Y tenía más huevos que el caballo de Espartero. Su fidelidad de hierro a los principios del régimen nacido el 18 de julio de 1936 le llevó a ser más franquista que el propio Franco. En 1962, en pleno desarrollismo, cuando el Caudillo se bajaba los gayumbos ante Estados Unidos y sus dólares, fue fulminantemente cesado como Director del Instituto de Cultura Hispánica por un artículo en ABC en el que acusaba a los yanquis de hipócritas y genocidas. Cuatro años después fundaba la revista Fuerza Nueva, desde la que despotricó contra los políticos de la época por su chaqueterismo traicionero. Alineado con el llamado búnker se opuso con rotundidad en las Cortes franquistas a la leyes de libertad religiosa y de asociaciones políticas, y al tratado comercial con la URSS, por considerar que estas medidas contradecían en esencia el espíritu del Régimen. Su lealtad al Jefe de Estado fue inquebrantable pero también le hizo perder la perspectiva, pues siempre creyó que a Franco, ya en su declive, lo manipularon los entreguistas cuando fue el propio General quien impulsó activamente la transformación de España en una democracia capitalista y monárquica. Franco en sus últimos años conservaba intacto su agradecimiento al ardiente notario pero también estaba harto de sus “excesos”, llegando a manifestar en una ocasión: “ese Blas Piñar es demasiado exaltado, aunque necesario para otros menesteres”. Como era de esperar, también votó en contra de la Ley de Reforma Política de1977, que calificó sabiamente como “ley de
ruptura, que no de reforma".
En el 76 funda un partido político, con el mismo nombre que su emblemática revista, que llegaría a ser un auténtico fenómeno de masas capaz de abarrotar plazas de toros y manifestaciones reivindicando la unidad de la Patria, los valores de la Cruzada y la toma del poder por el Ejército. Sus militantes fueron especialmente activos y comprometidos, y gracias a ello, al carisma indiscutible de Blas y a una oportunista coalición electoral con Falange Española de las JONS, el partido obtuvo en 1978 un acta de diputado quedando a las puertas de acceder al Congreso el número dos de la lista, Raimundo Fernández-Cuesta. Fuerza Nueva también organizó las juventudes más numerosas del espectro político de la época y las que contaban entre sus filas con las chavalas más guapas. Los chicos de la camisa azul y la boina roja protagonizaron por entonces algunos incidentes de gravedad en su afán por combatir a una izquierda que empezaba a campar a sus anchas en aquella democracia que aún no se había desprendido de su embalaje, y tuvieron numerosos enfrentamientos con las diversas organizaciones que reivindicaban la ortodoxia falangista.
Las escisiones internas, el empuje de Alianza Popular y el acoso policial del Gobierno de Suárez tras el golpe de estado (en el que Fuerza Nueva nada tuvo que ver) dieron al traste con el proyecto piñarista en 1982, lo que no impidió a su fundador seguir colaborando con diferentes iniciativas de sesgo derechista, autoritario y clerical hasta el día de su muerte, haciendo gala de una perseverancia y de una fe en sus convicciones que me obliga a descubrirme ante este caballero.
Como notario, les hizo la escritura del piso a mis tíos en el 77. Siempre me cuentan cuánto les llamó la atención que un hombre apasionado y vociferante en los mítines se expresara en su despacho con una voz tan bajita y con una amabilidad tan deliciosa.
Más sobre la Transición en La pluma viperina: Correr delante de los grises.
Hoy, libre ya de muchas orejeras y etiquetamientos partidistas, mi visión del recién fallecido Blas Piñar es bastante más benigna. Los años han ido desgastando mis aristas ideológicas y mostrándome el fondo de las personas y de las cosas. En mi corazón de animal político las disquisiciones teóricas y los puntos programáticos han dejado paso a los valores, y por eso este toledano incombustible que nos dejó anteayer cuenta con mi simpatía personal pese a las diferencias que nos separan. Porque ante todo Blas fue un hombre de honor, una persona fiel, leal y coherente que jamás renunció a sus creencias por mucho que cambiaron los tiempos, las circunstancias e incluso sus intereses. Su congruencia vital, una virtud sagrada pero ya en vías de extinción en esta sociedad de arribistas y veletas, es el rasgo que más admiro del que fue unas de las figuras más mediáticas en los convulsos 70 y principios de los 80.
Blas Piñar siempre tuvo por estandarte la honestidad y la decencia. Y tenía más huevos que el caballo de Espartero. Su fidelidad de hierro a los principios del régimen nacido el 18 de julio de 1936 le llevó a ser más franquista que el propio Franco. En 1962, en pleno desarrollismo, cuando el Caudillo se bajaba los gayumbos ante Estados Unidos y sus dólares, fue fulminantemente cesado como Director del Instituto de Cultura Hispánica por un artículo en ABC en el que acusaba a los yanquis de hipócritas y genocidas. Cuatro años después fundaba la revista Fuerza Nueva, desde la que despotricó contra los políticos de la época por su chaqueterismo traicionero. Alineado con el llamado búnker se opuso con rotundidad en las Cortes franquistas a la leyes de libertad religiosa y de asociaciones políticas, y al tratado comercial con la URSS, por considerar que estas medidas contradecían en esencia el espíritu del Régimen. Su lealtad al Jefe de Estado fue inquebrantable pero también le hizo perder la perspectiva, pues siempre creyó que a Franco, ya en su declive, lo manipularon los entreguistas cuando fue el propio General quien impulsó activamente la transformación de España en una democracia capitalista y monárquica. Franco en sus últimos años conservaba intacto su agradecimiento al ardiente notario pero también estaba harto de sus “excesos”, llegando a manifestar en una ocasión: “ese Blas Piñar es demasiado exaltado, aunque necesario para otros menesteres”. Como era de esperar, también votó en contra de la Ley de Reforma Política de
En el 76 funda un partido político, con el mismo nombre que su emblemática revista, que llegaría a ser un auténtico fenómeno de masas capaz de abarrotar plazas de toros y manifestaciones reivindicando la unidad de la Patria, los valores de la Cruzada y la toma del poder por el Ejército. Sus militantes fueron especialmente activos y comprometidos, y gracias a ello, al carisma indiscutible de Blas y a una oportunista coalición electoral con Falange Española de las JONS, el partido obtuvo en 1978 un acta de diputado quedando a las puertas de acceder al Congreso el número dos de la lista, Raimundo Fernández-Cuesta. Fuerza Nueva también organizó las juventudes más numerosas del espectro político de la época y las que contaban entre sus filas con las chavalas más guapas. Los chicos de la camisa azul y la boina roja protagonizaron por entonces algunos incidentes de gravedad en su afán por combatir a una izquierda que empezaba a campar a sus anchas en aquella democracia que aún no se había desprendido de su embalaje, y tuvieron numerosos enfrentamientos con las diversas organizaciones que reivindicaban la ortodoxia falangista.
Las escisiones internas, el empuje de Alianza Popular y el acoso policial del Gobierno de Suárez tras el golpe de estado (en el que Fuerza Nueva nada tuvo que ver) dieron al traste con el proyecto piñarista en 1982, lo que no impidió a su fundador seguir colaborando con diferentes iniciativas de sesgo derechista, autoritario y clerical hasta el día de su muerte, haciendo gala de una perseverancia y de una fe en sus convicciones que me obliga a descubrirme ante este caballero.
Como notario, les hizo la escritura del piso a mis tíos en el 77. Siempre me cuentan cuánto les llamó la atención que un hombre apasionado y vociferante en los mítines se expresara en su despacho con una voz tan bajita y con una amabilidad tan deliciosa.
Más sobre la Transición en La pluma viperina: Correr delante de los grises.