Se trata de una novela de género policíaco ambientada en Madrid en la primavera de 1936, es decir en los meses inmediatamente anteriores al Alzamiento. Anthony Whitelands, un profesor inglés de arte, acepta el encargo de viajar a Madrid para tasar la colección de cuadros del duque de la Igualada, que, en teoría, pretende venderla en Inglaterra en busca de una liquidez que le permita sacar a su familia de España antes de que estalle la revolución comunista. Pronto saldrá a la luz, sin embargo, el verdadero motivo de la operación: financiar la compra de armas destinadas a las escuadras de Falange Española, cuyo Jefe Nacional es amigo íntimo de la familia del noble. Todo ello atrae el interés de la policía española, de la embajada británica y de los comunistas soviéticos, que envían a un agente para asesinar a Whitelands. El relato se desarrolla entre intrigas policiales y de espionaje, lances amorosos entre el inglés y las hijas del duque, y disquisiciones y luchas políticas protagonizadas por José Antonio Primo de Rivera, personaje bastante desarrollado por Mendoza.
Es la primera vez que leo a este autor y francamente no me ha gustado nada su estilo; lo que menos, su técnica narrativa y sus bruscas transiciones, más bien saltos repentinos, entre los diferentes escenarios y personajes. A su favor puedo decir que los dos o tres pasajes en los que se producen encuentros sexuales son abordados con gran delicadeza, sin ofender sensibilidades, algo que sorprende en estos tiempos en que la carnaza de alcoba es un elemento comercial más en casi toda obra literaria o cinematográfica.
Tampoco puedo hablar muy bien de la trama. Tras un planteamiento muy atractivo y una ambientación lograda, pronto la historia degenera en historieta y lo que podía haber sido una buena novela de espionaje termina en un enredo de situaciones, nombres, persecuciones, asesinatos absurdos e intrigas políticas mal esbozadas, todo ello con un desenlace surrealista y muy decepcionante. Uno de los aspectos menos cuidados es la repetición de situaciones y escenarios, resultando cansinas a más no poder las idas y venidas al hotel donde se aloja Anthony. Da la impresión de que se pasa la vida en el hotelito de marras, por no hablar, ya de paso, de la pésima caracterización del protagonista, un personaje insulso y sin matices. La verdad: me acabé aburriendo soberanamente.
Pero mi interés en la novela no era literario ni de entretenimiento. Si agarré este libro es porque uno de sus protagonistas es José Antonio; porque analiza, a través de diferentes personajes, el papel de Falange Española en los preparativos del levantamiento del 18 de julio, y porque describe con detalle el ambiente de la sede falangista de la calle Nicasio Gallego, el mitin del cine Europa del 36 (ver foto) y las tertulias azules del bar La Ballena Alegre.
Debo destacar que la obra está plagada de errores históricos. El propio nombre de la organización falangista es incorrecto (“y” de las J.O.N.S.), la fecha del mitin es errónea (se celebró antes y no después de las elecciones) y hay incluso deslices respecto al callejero y a las estaciones de metro de Madrid. Sin embargo, y puesto que se trata de una obra de ficción, no merece la pena hacer sangre de ello y sí, en cambio, reconocer a Mendoza el manejo de una amplia documentación, su habilidad en la recreación del mundillo falangista en aquel turbio mes de marzo y, sobre todo, el mérito de ofrecernos, en boca de personajes de muy diferentes intereses e ideologías, las visiones encontradas que por entonces existían sobre José Antonio y su Falange.
Mendoza, en efecto, hace un esfuerzo aplaudible por reflejar los distintos puntos de vista existentes en la sociedad española de la época sobre un fenómeno tan complejo y novedoso como el falangismo. Para quienes hemos sido criados por la teta azul y formados durante años en lecturas unidireccionales y apasionadas, la novela de Mendoza nos sirve sin duda de bálsamo de reflexión, ayudándonos a limar ciertas aristas absurdas y determinadas rugosidades partidistas o acomplejadas, entre ellas la negación que, por tristes y obvias razones, hace Falange del fascismo desde 1945 hasta ahora.
El autor nos cuenta cómo los marxistas ven en Falange una sucursal del fascismo internacional, cómo los sindicatos obreros “se mofan de su plan para acabar con la lucha de clases”, cómo la aristocracia y la burguesía tratan de utilizarla como fuerza de choque en defensa de su dinero y de sus fincas, y, en fin, cómo sueñan los casi imberbes escuadristas de José Antonio con una España más justa para todos y alejada del materialismo de izquierdas y derechas.
Pese a su intento de neutralidad, Eduardo Mendoza no se resiste a la tentación de recurrir al topicazo políticamente correcto cuando así le conviene. Me refiero fundamentalmente a sus interpretaciones veladas sobre la responsabilidad de unos y otros en el estallido del conflicto civil, mostrando a menudo a la Falange como una organización terrorista y desestabilizadora por culpa de la cual no fue posible mantener la concordia.
También bastante patética es su versión –de ficción, pero ahí queda- de que a Primo de Rivera hijo su proyecto político se le fue de las manos y acabó hastiado y aburrido de él. Ello desdice la verdad histórica de un hombre fiel a sus ideas y luchador ejemplar hasta el mismo día de su fusilamiento.
Reproduzco varios párrafos polémicos y/o enjundiosos de la novela:
"Si un día la Falange llega a imponer su ideario, no tardará en volver al redil de donde ha salido. También en Italia los fascistas se comían a los niños crudos, y ahora Mussolini va de bracete con el Rey y con el Papa. La revolución bolchevique, la que viene de abajo, es irreversible; por el contrario, la que viene de arriba es pura retórica, porque no se nutre de la lucha de clases ni la fomenta".
"En rigor, Falange Española y de las JONS no pinta nada. Los fundadores son unos señoritos ociosos; sus seguidores, un puñado de estudiantes y en los últimos tiempos media docena de pistoleros a sueldo. Los apoya un sector de la carcunda y lo votan las niñas cursis y los pollos pera de Puerta de Hierro".
"Si aceptaran [los militares] establecer una alianza con la Falange, no sólo ganarían un aliado formidable a la hora de entrar en acción, sino que dispondrían de una teoría de Estado de la que ahora carecen. Sin el apoyo doctrinal de José Antonio, el golpe de Estado será una vulgar militarada, encumbrará al más bruto y durará un soplo".
"En sus discursos [José Antonio] galvaniza al público asistente, pero en las urnas no obtiene votos. A él le da igual, porque sus intereses son otros: ir a la piscina del Club de Puerta de Hierro, conquistar mujeres fáciles y hablar de literatura con sus amigos. Dice haber entrado en la política para defender la memoria de su padre y para salvar a la Patria, y en parte es verdad: le mueve un sentimentalismo filial y patriotero de cartón piedra que no es más que vanidad. Como es un jurista de formación y un señorito, aborrece la brutalidad de las clases bajas, pero no puede evitar que su partido se vaya convirtiendo poco a poco en una banda de matones. Los capitalistas lo utilizan sin escrúpulos para agitar la opinión pública, los sindicatos obreros se mofan de su plan para acabar con la lucha de clases y, mientras tanto, ha de ver cómo sus seguidores caen muertos día tras día en enfrentamientos callejeros sin sentido. El proyecto, si lo hubo, se le ha ido de las manos, y la vibrante oratoria que lo sostiene puede seguir entusiasmando a los oyentes, pero a él le aburre y le repugna".
"—Ha hablado usted bien —convino el marqués de Estella [José Antonio]—. Un abismo separa nuestros dos países y por esta misma razón el sistema político que Inglaterra se puede permitir aquí ha fracasado. La democracia y el igualitarismo de ustedes se sustenta en unas relaciones sociales satisfactorias para todas las partes, lo que a su vez sólo es posible gracias a las riquezas provenientes de su vasto imperio colonial. Lo mismo, en cierta medida, se puede decir de Francia. Pero a los países que no disponen de esta fuente de riqueza que todo lo arregla y todo lo suaviza, ¿de qué les sirve la pantomima de unas elecciones? ¿Acaso no hay otras formas más lógicas de regir los destinos de una nación? Vea el caso de Alemania, vea el caso de Italia..."
"En fin de cuentas, la Falange sólo es una fuerza de choque, con más imagen que sustancia. Vive del matonismo y de cuatro conceptos huecos. ¡Una unidad de destino en lo universal! ¡Una, grande y libre! Frases ridículas y lemas que sólo suenan bien dichos a gritos, sobre todo si el que los grita es un joven abogado guapo, brillante, audaz y con un título nobiliario".