Todos conocemos o hemos conocido a algún tío gafe. Los gafes son esas personas que parecen coronadas por una aureola de malísima suerte y hagan lo que hagan, todo les sale mal. Parecen el imán de todas las desgracias. Cualquier actividad que emprendan, se va al garete; les abandonan todas sus parejas o les ponen los cuernos; se quedan en paro cada dos por tres y, por si fuera poco, sufren toda clase de contrariedades cotidianas en forma de olvidos, malas noticias, marrones e incluso pequeños o no tan pequeños accidentes.
Sinceramente no creo que los azares se repartan de forma tan injusta entre las personas y que de verdad haya gente tan malhadada que, por algún destino mágico o caprichoso, atraiga por sí misma todas las desdichas. Más bien me parece que en la mayoría de los casos (al menos en los que yo conozco) se trata de un problema de carácter y/o de actitud.
Los gafes que yo conozco presentan todos un perfil muy similar. Suele tratarse de gente con la autoestima muy baja y con cierta tendencia a la depresión. Y es matemático: cuanto más baja tenemos la moral, menos atentos estamos y menos interés ponemos en gestionar con diligencia nuestros asuntos del día a día y en llevar a buen término nuestros proyectos. En otras palabras, cuanto más tristones y pesimistas nos ponemos, más tendemos a cagarla. Y por eso a los tipos de naturaleza melancólica y negativa, se las acaban dando todas en el mismo carrillo. Eso sí, ellos balbucean siempre que tienen muy mala suerte y encima hay muchos que se lo creen y les acaban etiquetando, generándose una especie de círculo vicioso en el que el supuesto gafado termina teniendo una imagen de sí mismo y de su vida que en nada le ayuda a organizarse bien y a tomar decisiones firmes, serenas e ilusionadas, que son las que llevan al triunfo.
Con ejemplos se entiende todo mucho mejor. Imaginemos a Mengano, un chaval que, por mala suerte real, lleva años sin encontrar trabajo. Como está muy jodido, no le apetece salir mucho, así que descuida su aspecto y cuando queda con su novia no hace más que quejarse y transmitirle su sentimiento pesimista y de agobio. La novia se acaba quemando y le planta por uno más optimista con el que pueda ser feliz. Entonces Mengano encuentra un trabajo, pero como está hecho trizas por la ruptura con su chorba, no se concentra bien, no rinde y su jefe le termina dando el finiquito. Como no hace más que llorar a todos sus amigos y darles la murga con sus desgracias, la peña le acaba rehuyendo un poco y no le llaman para las fiestukis, no sea que las joda. Como remate, como el pobre hombre come menos y no se cuida, tiene las defensas por el suelo y se agarra un gripón de caballo. Una vez repuesto, mientras pasea abstraído por la ciudad, le atropella un taxi en un semáforo y sufre una fractura de peroné.
-¡Joder, Mengano, qué gafe!- comentan sus conocidos- .¡Las desgracias se ceban con él!
Y sin echarle la culpa al muchacho (es su carácter), yo pregunto: ¿De verdad le pasa todo lo malo por casualidad o estamos ante una cadena de acontecimientos condicionada por su guardia baja y su pesimismo?
Me parece muy importante esta reflexión. Todos deberíamos aplicárnosla un poco, de modo que por muy mal que nos parezcan ir las cosas, nos esforcemos en ver lo positivo y agarrarnos a cualquier brizna de esperanza para impedir que por culpa de un traspiés puntual nos acabemos dando de morros o cayendo por un precipicio.