A lo largo de la historia los
textos sagrados de todas las religiones han sido objeto de manipulación (tanto
en su selección como en su interpretación) por los diferentes grupos sociales y
políticos. Con el Cristianismo no ha sido diferente e incluso hay quien asegura
que la versión hoy considerada oficial del Nuevo Testamento no es sino el fruto
de una criba ideológica en la que se han descartado numerosos pasajes, cartas e
incluso evangelios completos que a la Iglesia Católica no le ha interesado
airear.
Sinceramente no tengo ni idea de si esto último es exacto, pero, al menos, lo que es irrebatible es que los textos bíblicos han sufrido con frecuencia interpretaciones tendenciosas según la ideología política de cada cual, y basten como ejemplos históricos el esclavismo estadounidense, el nacional-catolicismo español o la marxista teología de la liberación. Según las tendencias de los interesados hay partes del Antiguo o del Nuevo Testamento que se silencian, se ningunean, se repiten machaconamente, se tergiversan o se les da un barniz doctrinal que deja algunos textos temblando.
En el post de hoy quiero poner un ejemplo curioso, un corto pasaje del Sermón de la Montaña del Evangelio de San Mateo (Mateo, 5) que, por razones que a ninguno se nos escapan, ha sido sistemáticamente obviado tanto por los sectores más conservadores como por los más progres de nuestra sociedad. Incluso la propia Iglesia Católica (y el Papa Francisco ni te cuento) acostumbra a correr un tupido velo sobre estas palabras de Cristo sobre el divorcio (yo jamás las he oído en una lectura de Misa) o, en el mejor de los casos, apela al “contexto de la época” cuando en otras muchas cuestiones no se acuerda ni en broma del contexto social y religioso de la Galilea y la Judea del siglo I.
Copio el texto completo para situarnos, aunque yo me refiero al segundo párrafo:
“27 Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
31 También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio. 32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.”
Sinceramente no tengo ni idea de si esto último es exacto, pero, al menos, lo que es irrebatible es que los textos bíblicos han sufrido con frecuencia interpretaciones tendenciosas según la ideología política de cada cual, y basten como ejemplos históricos el esclavismo estadounidense, el nacional-catolicismo español o la marxista teología de la liberación. Según las tendencias de los interesados hay partes del Antiguo o del Nuevo Testamento que se silencian, se ningunean, se repiten machaconamente, se tergiversan o se les da un barniz doctrinal que deja algunos textos temblando.
En el post de hoy quiero poner un ejemplo curioso, un corto pasaje del Sermón de la Montaña del Evangelio de San Mateo (Mateo, 5) que, por razones que a ninguno se nos escapan, ha sido sistemáticamente obviado tanto por los sectores más conservadores como por los más progres de nuestra sociedad. Incluso la propia Iglesia Católica (y el Papa Francisco ni te cuento) acostumbra a correr un tupido velo sobre estas palabras de Cristo sobre el divorcio (yo jamás las he oído en una lectura de Misa) o, en el mejor de los casos, apela al “contexto de la época” cuando en otras muchas cuestiones no se acuerda ni en broma del contexto social y religioso de la Galilea y la Judea del siglo I.
Copio el texto completo para situarnos, aunque yo me refiero al segundo párrafo:
“27 Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
31 También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio. 32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.”