Alojados en un apartahotel situado en la zona sur de la isla, en la localidad conocida, no sin razón, como Playa del Inglés, hemos disfrutado de unos días incomparables de sol y playa, de excursiones por toda la isla a bordo de una amplia, cómoda y potente furgoneta Hyundai H1 que alquilamos nada más llegar al aeropuerto, de suculentas y abundantes, muy abundantes, comidas y de unos paisajes geográficos y femeninos incomparables.
La primera impresión que recibes al salir del pequeño aeropuerto es bastante decepcionante. La zona este y sur de la isla es muy similar a un desierto africano batido por fuertes e incansables vientos que hacen bastante llevadero el sol que cae de plano. En la zona sur se encuentra la zona más turística, destacando localidades como Playa del Inglés y Maspalomas, de paisajes áridos y playas amplias aunque de arena bastante oscura -sin duda debido al origen volcánico de la isla- y sin duchas de agua dulce que te ayuden a no volver a tu lugar de hospedaje repleto de arena y salitre, sensación extremadamente desagradable para los habitantes de las estepas cerealísticas de la Meseta. Imprescindible es la visita a las dunas de Maspalomas: cuatrocientas hectáreas de inmensas dunas que, de no estar formadas por arena salada de origen salino, nos recordarían a los paisajes propios del Sáhara.
De todas formas, la zona sur de toda la isla está pensada para el turismo extranjero, mayoritariamente inglés y alemán, con restaurantes y bares donde muchos de los camareros ni siquiera entienden nuestra lengua. Incluso hay carteles escritos sólo en Inglés y Alemán. Eso sí, mi concepción de la belleza de la mujer anglosajona ha mejorado muchísimo, al igual que mi convencimiento de que el punto cumbre de la evolución humana es la mujer española seguida muy de cerca por la eslava: «We don't like metrosexual men; they seem gays». Sin duda, la primera vez que encuentro verdadera utilidad al inglés en mi vida, lengua en la que no logro suficiente soltura hasta que no ingiero un buen par de gintonics. No se me ocurre bebida más adecuada para el caso.
Aunque el turismo extranjero, los bárbaros del Norte, no suele salir de la playa y las carísimas discotecas en las que es difícil escuchar algo distinto al chunta-chunta-chunta -no me explico como no dominamos a naciones con semejantes costumbres-, casi lo más interesante son los diversos paisajes, vertigionosamente montañosos, que la isla esconde tras su apariencia desértica.
En la zona norte, poblaciones como Arucas, su montaña y su famosa fábrica de ron, Arehucas, Gáldar o la capital, Las Palmas, sorprenden al viajero con sus cuidadas casas, propias de ciudades caribeñas. Si hay tiempo, se puede visitar Agaete y su puerto pesquero, donde se pueden divisar los restos de un capricho geológico conocido como El dedo de Dios, destruido recientemente por una tempestad.
Imprescindible también visitar el centro de la isla, sucesión inesperada de paisajes desérticos, oasis plagados de palmeras, inmensos bosques de pino canario y vergeles propios de Galicia, destacando, con casi un kilómetro de diámetro, la caldera volcánica de Bandama, Teror, Agüimes y Santa Cruz de Tejeda -centro de la isla a casi 2.000 metros sobre el nivel del mar-. Impresionante la vista que se disfruta desde el Roque Nublo, a cuya base se asciende a pie desde un mirador de la carretera -dos chicas de nuestro grupo lograron subir con sandalias y sendos vestiditos-.
Para finalizar, otra imagen para el recuerdo: en el escarpado occidente de la isla, mediante una carretera literalmente enroscada en los acantilados, se llega a Mogán desde cuyo puerto se puede contemplar el sol escondiéndose tras el Teide a cien kilómetros en el horizonte.
Una última recomendación: ir provisto de unos buenos mapas de carreteras y, mejor aún, de un navegador pues, aunque las carreteras están muy bien cuidadas a pesar de lo dificultoso del terreno, la señalización es pésima.
Se me olvidaba. También me he llevado una muy grata impresión de los habitantes de la isla -más de las habitantas- a pesar de lo dificultoso que suele ser para el carácter mesetario congeniar con los habitantes de más al sur.
En unos días marcho a París y espero no necesitar de unos cuantos tragos de mosto con Cointreau -muy frío está riquísimo- para recordar el poquísimo francés que en otros tiempos supe.