Quienes me conocen saben que soy
un pésimo fisonomista. Mi impericia para recordar rostros humanos me ha
puesto, a lo largo de mi vida, en no pocas situaciones apuradas, surrealistas o
de vodevil, sobre todo por no saludar a quien debería reconocer o por dirigirme a
quien no he visto en mi vida tras confundirlo con otra persona. Pero lo que
siempre he observado es que me cuesta mucho más quedarme con la cara de los
guapos que con la de los feos.
Este hecho parece bastante estúpido pero tiene una explicación racional. Si lo meditamos bien, veremos que la belleza tanto femenina como masculina se basa en un patrón aceptado casi unánimemente en nuestra sociedad. Los rasgos faciales de los considerados guapos y guapas responden a unos cánones bastante homogéneos, con pocas variaciones, lo que en la práctica se traduce (simplificando un poco) en que casi todos se parecen entre sí. Puede que haya muchos tipos de belleza, pero seguro que menos de los que pensamos, dada la tendencia que tenemos en occidente a patentar moldes de hermosura e imponer la uniformidad estética a todos los niveles.
Sin embargo con los poco agraciados no pasa esto: se puede ser feo de miles de maneras distintas, ya que si bien la armonía se asienta en reglas contadas, la deformidad, el defecto, la asimetría o la desproporción físicas cuentan con un infinito abanico de posibilidades para manifestarse en un careto. O sea que por mucho que se busque, no se encuentran dos costrollos iguales y ni siquiera parecidos, lo que para mí desde luego es una gran ventaja.
Así que, querido lector, si solo te he visto una vez y te reconozco sin problema a la siguiente, saca tus propias conclusiones…
Este hecho parece bastante estúpido pero tiene una explicación racional. Si lo meditamos bien, veremos que la belleza tanto femenina como masculina se basa en un patrón aceptado casi unánimemente en nuestra sociedad. Los rasgos faciales de los considerados guapos y guapas responden a unos cánones bastante homogéneos, con pocas variaciones, lo que en la práctica se traduce (simplificando un poco) en que casi todos se parecen entre sí. Puede que haya muchos tipos de belleza, pero seguro que menos de los que pensamos, dada la tendencia que tenemos en occidente a patentar moldes de hermosura e imponer la uniformidad estética a todos los niveles.
Sin embargo con los poco agraciados no pasa esto: se puede ser feo de miles de maneras distintas, ya que si bien la armonía se asienta en reglas contadas, la deformidad, el defecto, la asimetría o la desproporción físicas cuentan con un infinito abanico de posibilidades para manifestarse en un careto. O sea que por mucho que se busque, no se encuentran dos costrollos iguales y ni siquiera parecidos, lo que para mí desde luego es una gran ventaja.
Así que, querido lector, si solo te he visto una vez y te reconozco sin problema a la siguiente, saca tus propias conclusiones…
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