No hace mucho tuve una curiosa conversación
con un conocido mío acerca del anonimato de los blogs. A esta persona, que lee
a veces La pluma viperina, se le ocurrió preguntarme por qué utilizaba un
pseudónimo en vez de firmar las entradas con mi nombre y apellidos. Según su
lógica, si creo que tengo algo que contar en un medio público, pienso que lo
hago bien y no me avergüenzo de mis ideas y opiniones, lo suyo sería que me
identificara de forma transparente. Lo contrario, según él, demuestra que
quiero ocultar algo, que no estoy seguro de lo que pienso y escribo, que me da
miedo lo que opinen de mí y que tengo algo así como una doble personalidad,
pues me muestro de diferente forma en el blog que en mis relaciones cotidianas.
La cosa parece tener su miga,
pero como que no. Las razones por las que firmo como Al Neri son tan obvias y
están tan al alcance intelectual de cualquiera que casi me da pereza explicarlas. Me
gusta escribir mis reflexiones. Deseo hacerlas públicas porque creo que pueden
aportar algo a los demás. Me hace mucho bien expresarme con total libertad, sin
ningún condicionante ni cortapisa. Pero, igual que les sucede a millones de
blogueros de todo el planeta, no me interesa asociar públicamente mi identidad
con los contenidos de mi bitácora. ¿Por qué? Por distintos motivos.
Primero porque en La pluma viperina abordo aspectos de mi
intimidad que no me apetece airear indiscriminadamente.
En segundo lugar, puesto que muchos
de mis artículos tienen una carga ideológica muy disonante con los valores y paradigmas
políticos hoy vigentes, considero que su difusión bajo mi verdadera rúbrica
podría acarrearme una serie de perjuicios que, al menos a fecha de hoy, no
estoy dispuesto a asumir. Es triste, sí, pero ya he visto de cerca las consecuencias
que han sufrido varios amigos por firmar opiniones incluso menos “estridentes”
que las vertidas en este diario agridulce y políticamente incorrecto. La cosa
es que yo tengo bastante más que perder que casi
todos ellos y, en cualquier caso, no me da la gana ser represaliado en ningún
ámbito de mi vida y mucho menos en aquellos con una dimensión pública.
¿Esto significa que en
determinados contextos y ambientes no voy predicando la
filosofía viperina? ¡Pues claro! Con la salvedad del blog, yo mis ideas solo las
aireo en dos situaciones: en la intimidad y cuando me las preguntan. Mi etapa
evangelizadora terminó hace mucho.
¿Esto quiere decir que soy un
cobarde y que estoy vendido? Pues a lo mejor.
Y el último motivo es que Internet
en general me parece un mal negocio para la gente honesta que decide arriesgarse
y saltar a la lona a pecho descubierto, sin ganar encima nada a cambio. Si
todos los internautas, feisbuqueros y visitantes de blogs operaran con perfiles
reales y todos supiéramos quién es quién en la Red, podría merecer la pena exponerse
en una bitácora personal, pero visto el panorama no parece muy aconsejable
embarcarse, con nombre propio, en ciertos proyectos sensibles en los que, amén
de no obtener ningún beneficio, cabe esperar continuas puñaladas traperas,
denuncias anónimas y vendettas de canallas embozados con un nick. Soy sincero pero no tonto.
O sea que los contras de “dar la
cara” me parecen muchísimos más que los pros, si es que hay algún pro en
escribir gratis, casi como un puro desahogo, y para un reducido número
de destinatarios. Todavía si yo fuera Isasaweis, tuviera dos millones de seguidores o me estuviera forrando con el blog, igual me pensaba firmar los posts, siquiera por vanidad...
El anonimato, opción mayoritaria
de los blogueros, me parece perfectamente legítimo siempre que se utilice con
responsabilidad y honradez, y no se aproveche para lanzar ataques ad hominem
contra personas que actúan bajo su verdadera identidad y no pueden defenderse.