jueves, 30 de junio de 2011

LA SECRETARIA PERFECTA

Vero, la secretaria de José Ángel, era una chiquita muy joven, ni fea ni excesivamente guapa, que llamaba la atención, eso sí, por su prudencia, su discreción y su buen hacer. Vestía de la forma más adecuada para el trabajo, sin las extravagancias ni las exhibiciones anatómicas de otras compañeras del departamento bastante mayores y menos exuberantes que ella. Cumplía sus funciones con eficiencia, sin un error, y era muy calladita sin resultar distante. A José Ángel al principio le parecía un poco tímida por lo poco que hablaba, pero pronto se dio cuenta de que la chica simplemente sabía estar y no era para nada retraída. Algunas veces había charlado con ella sobre cine, destinos de vacaciones u otros temas ajenos al trabajo, y había quedado gratamente sorprendido por su simpatía, que la verdad no se esperaba en aquella secretaria tan seria y cumplidora.

Como cada viernes a las 10, esa noche José Ángel había quedado con sus amigos a tomarse unas copas para romper el hielo del ansiado fin de semana, pero esta vez, a la manada de los cuatro machos habituales se unió un tipo larguirucho y divertido, con barba de dos días y gafas azules de diseño, que se reía todo el rato. Cuando José Ángel llegó al bar, justo estaba contando un chiste verde bastante bestia y Manuel se le presentó como su primo sin mayores detalles.

Tras atizarse cinco copazos, Sebas, que así se llamaba el primo, se reveló como un auténtico showman sexual. Como de costumbre, muy pronto la conversación del grupo degeneró hacia terrenos más bien escabrosos, comentándose, por ejemplo, lo buenas que estaban unas erasmus francesas que entraron en el garito e intentando adivinar la talla de sujetador de dos de ellas. Pero los comentarios más hilarantes eran los de Sebas.

- Estas están muy buenas, sí, pero a mí me gustan las mujeres de teta pequeña y dura, como mi novia. Además vete a saber… Las tías nos engañan como a bobos. Mi novia, mismamente, a simple vista parece que tiene mucho, pero luego es casi todo relleno.

De Barceló en Barceló, la charla iba subiendo de tono gracias principalmente a las deslenguadas observaciones del nuevo, que tenía unas salidas que eran la monda. Comentando no sé qué del Kamasutra, exclamó entusiasmado:

- ¡El perrete!, ¡donde esté el perrete y una chica que sepa menearse que se quiten todas las posturas del Kamasutra ese! Mi novia, buf, no veas. No quiere de otra manera...

Todos lloraban de risa por la expresividad de su cara y sus aspavientos, imaginándose a la churri del muy canalla copulando como las trogloditas.

En un momento dado de la jarana alguien sacó el tema de las infidelidades y se debatió si era buena idea confesarlas a la pareja si solo se trataba de un desliz de una noche. De nuevo, el primo de Zumosol aportó su rica experiencia personal:

- ¡Uyyyyyy, ni de coña! , ¡hay que negar hasta la muerte! Yo mismo, hace unas semanas, en fin, me chivé a una profesora de instituto que me lo puso a huevo, y a Vero ni Pamplona, claro. ¡Pues buena es!

- Ya, es que si se lo dices te quedas sin perrete –bromeó Manu en mitad de las carcajadas.

Al final de la noche, el chaval de las gafitas azules les había contado la mitad de su vida sexual y sentimental con todo lujo de pormenores. Lo malo para José Ángel fue que, entre burrada y burrada, también les explicó que su novia Vero era la secretaria del director de marketing de la conocida empresa PROVICO, S.A. ...

... Porque el director de marketing de PROVICO, S.A. era José Ángel.

El lunes a las nueve Vero entró en el despacho del dire con las carpetas del balance y la firma de primera hora, y se sentó a tomar nota de la agenda del día y de las llamadas. La muchacha notó a su jefe algo violento y aturdido, y además le pareció que por unos instantes le estaba mirando las tetas.

martes, 28 de junio de 2011

¡QUÉ POCO ROMÁNTICOS!


Todos tendemos a considerarnos mucho más románticos de lo que somos en realidad. Nos pasamos la vida hablando de amor, de elevados sentimientos, de nuestra mujer u hombre ideal o de la media naranja perfecta, y acabamos casándonos con la vecina de al lado, con el compañero de dos despachos más allá o con la tía que conocimos en un curso de no sé qué, siempre con una mentalidad, una familia y un nivel cultural y económico bastante similar al nuestro. A menudo no elegimos pareja de forma tan meditada y selectiva como a nosotros mismos nos gustaría creer, sino que acabamos con quien la loca ruleta de la vida nos ha puesto delante en el momento y en el lugar adecuados. Ni flechazos ni ostias.

Pero que nadie se confunda: con esto no quiero decir que elijamos mal (al contrario) ni que no sea amor verdadero lo que sentimos por quien comparte con nosotros la cama y la vida. Solo digo eso, que nos creemos unos romanticones libres como el viento y al final somos esclavos, quizá para bien, de nuestro entorno y circunstancias. Y reconocerlo, al menos en parte, sería buena cosa.

Una prueba más de lo cutres que somos a veces en esto del amor es la incidencia que tiene nuestra situación financiera a la hora de tomar decisiones vitales sobre nuestra vida en pareja, tanto para iniciarla como para ponerla fin. Siempre he sostenido que es rocambolesco que la gente elija entre casarse o arrejuntarse en función de si tiene pasta para celebrar la boda, o que decidan casarse o vivir juntos solo si trabajan ambos o si tienen para meterse en una hipoteca, pero me parece aún más inquietante el estudio que leí ayer sobre la reducción del número de separaciones y divorcios con motivo de la crisis.

A grandes rasgos, este reportaje venía a contar que desde 2009 la gente se separa y se divorcia bastante menos que antes (la estadística es desigual según la zona de España). Pero, ojo, no solo hablaba de separaciones y disoluciones legales, algo que puede entenderse, ya que el proceso debe de salir por una pasta gansa y no está el horno para bollos, sino también de separaciones de hecho.

Es decir, que no es solo que en muchos matrimonios se vaya cada uno por su lado pero sin hacer papeles hasta que encuentren trabajo y puedan pagar el juicio, sino que cada vez es más habitual que los dos se aguanten y sigan viviendo bajo el mismo techo porque, si no, no les salen las cuentas: ni tienen otro piso para irse a vivir ni podrían pasar ni un duro a los hijos.

En muchos casos, cuando no lo soportan más, se va cada uno con mamá y papá, como de solteros, que no sé yo si hay en el mundo una cosa más humillante; pero otras veces, ya digo, los dos hacen de tripas corazón y se quedan en el mismo piso, más o menos guardando las formas pero haciendo cada uno, supongo yo, lo que le sale de las narices y yendo a su bola.

Y yo qué pensaba que esos tiempos arcaicos en que las mujeres no se separaban porque no tenían independencia económica habían sido felizmente superados. Y yo que creía que vivíamos en la era de la libertad en la que, gracias al divino divorcio, nadie aguantaba relaciones que no le hicieran crecer como ser humano.

¿Dónde está la fe en el amor verdadero y la dignidad de algunos, que si tienen money son capaces de separarse solo por no ponerse de acuerdo sobre quién pasa el aspirador y, por el contrario, si no tienen donde caerse muertos, siguen viviendo en pareja aunque estén a palos cada media hora?

Si al final eso de separarse va a ser cosa de ricos...

Yo suponía que estos problemas los había solucionado la democracia, oye.

sábado, 25 de junio de 2011

¿CUÁNTO DEBE COBRAR UN ALCALDE?

Tras la constitución de los ayuntamientos de mi provincia se han montado varios pollos a cuenta de la intentona de algunos alcaldes de subirse el sueldo para dedicarse exclusivamente al cargo. En algún caso, incluso, el regidor ha pretendido aumentar su nómina sin dejar su anterior trabajo.

En este asunto de los emolumentos de los cargos públicos siempre incide una dosis importante de demagogia. A mí me parece que para determinar si un concejal o un alcalde ha de cobrar un sueldo y si este debe mayor o menor, habrá que estar a cada caso concreto dejando a un lado prejuicios y palabrerías de quienes no conocen la labor política en un consistorio.

Como estoy en contra de la política profesional, en principio y como regla general, no creo que un edil deba abandonar su profesión ni cobrar por el desempeño de sus funciones municipales. Me parece razonable, no obstante, que pueda recibir una serie de indemnizaciones o dietas para compatibilizar lo mejor posible su oficio con su obligada presencia en el ayuntamiento (por ejemplo, si debe faltar al trabajo durante un tiempo o reducir la jornada).

Entiendo también que dedicarse a la política en municipios con un determinado número de habitantes no pueda conciliarse con ningún trabajo, y no quede otra que “liberar” al alcalde y abonarle una retribución. Aquí es donde más suelen entrar en juego los discursitos demagógicos sobre el montante del sueldo, ya que cada español tiende a opinar que el político de turno no debería cobrar ni un euro más de lo que cobra él. Así es, aunque parezca mentira. Se oye, por ejemplo, que los políticos con plena dedicación no tendrían que cobrar por encima del sueldo mínimo y muchos se escandalizan cuando se enteran de que reciben una cantidad que a ellos les parece excesiva en comparación, como digo, con sus propias nóminas. Otros más “comprensivos”, pero equivocados de raíz, consideran que la retribución debería ser equivalente a lo que cobraran en su empresa antes de ganar las elecciones.

Pero, ¿cuál es entonces el sueldo justo de un alcalde liberado? No siempre es sencillo, pero igual que se intenta hacer con los empleados públicos, debería buscarse la equivalencia en el mercado laboral con otras funciones análogas o equiparables en la empresa privada. Es decir, que si un regidor se ocupa de unas determinadas tareas de gestión, que le exigen una dedicación determinada y tiene a su cargo un número equis de empleados, debería pagársele aproximadamente una media de lo que en la calle se esté pagando a un señor con un puesto de esas mismas características. Y sé que es complicado comparar la labor política con un puesto, por ejemplo, en la banca o en una fábrica, pero estoy seguro de que podría encontrarse una solución razonable, teniendo además en cuenta que un político es un servidor público que no está ahí para enriquecerse. Pero lo que no tendría sentido es pagar al alcalde de una ciudad de 400.000 habitantes un sueldo bruto de 35.000 euros al año ni 65.000 euros al de un pueblo de 3.000 almas.

Y lo que desde luego jamás podré entender es que se permita ser concejal, alcalde, procurador o diputado a un fulano que no tiene ni ha tenido ningún trabajo, como tan a menudo sucede en este país y, sin ir más lejos, en el municipio más habitado de mi provincia. Para hacer política es imprescindible aportar una previa experiencia vital, técnica y profesional, y no concibo que alguien sin una trayectoria laboral conocida, un inútil al fin y al cabo, se ponga a representar al pueblo trabajador. Convertir los cargos públicos en refugio de vagos e incapaces es la manera más rápida de desprestigiar la noble tarea de la Política con mayúsculas.

jueves, 23 de junio de 2011

VIENTOS DE AGUA

Animado por Ignatus, que me había hablado maravillas de ella, hace un mes me decidí a ver la serie hispano-argentina de trece episodios Vientos de agua (2006), una creación de Juan José Campanella, director a su vez de películas extraordinarias como El hijo de la novia o El secreto de sus ojos.

También me incentivó mucho mi simpatía por los argentinos, mi gusto por el cine social y el hecho de que, una vez estrenada por Telecinco en 2006, fue tal su fracaso de audiencia que a los dos episodios fue desterrada a la franja horaria del viernes por la noche y, dos capítulos después, retirada de forma definitiva. Que los espectadores habituales de esta cadena hubieran rechazado tan radicalmente Vientos de agua me pareció síntoma de alta calidad.

En efecto, esta producción sorprende desde el principio por su nivel. Fracasó sin duda porque la televisión nos tiene demasiado acostumbrados a un tipo de serie con guiones paupérrimos y salpicados de truquillos telenovelescos, como suspenses forzados al final de cada episodio para incitar a ver el siguiente, alargamientos en función de la audiencia y otras cutrerías totalmente incompatibles con un resultado artístico o digno. Al contrario, la serie de Campanella tiene formato cinematográfico, una fotografía excelente, una ambientación sobresaliente, un guión solvente, unos personajes sólidos y unas interpretaciones de quitarse el sombrero de casi todos los actores, en especial los del equipo habitual del cineasta bonaerense, destacando Héctor Alterio, Ernesto Alterio, Eduardo Blanco -superior- , Pablo Rago y Giulia Michelini, que no tiene michelines precisamente la muy maciza.

La serie relata dos historias enlazadas: la de José Olaya (Ernesto Alterio), un muchacho de una aldea asturiana que se ve obligado a huir a Buenos Aires en 1934 tras sabotear una mina, y la de su hijo Ernesto (Eduardo Blanco), que ya maduro, en 2001, tiene que emigrar desde Argentina a Madrid en pleno “corralito” para buscar sustento. El engarce de ambas historias es brillante y original, pues se busca el paralelismo entre momentos clave de la vida del padre y del hijo. Los contrastes de ambiente y de tono son tan marcados que a mí a veces me recuerdan a los flasbacks de El padrino II, salvando las distancias naturalmente. Las peripecias de José en Argentina abarcan el período desde 1934 a finales de los cincuenta, y las de Ernesto se desarrollan en Madrid entre 2001 y 2005, y dan ocasión a un repaso de los diversos acontecimientos políticos que tuvieron lugar en ambos países en esos años.

Pero no voy a limitarme a alabar Vientos de agua, ni mucho menos, ya que, al margen de sus méritos estéticos, el serial de Campanella resulta ante todo excesivamente cargante por lo politizado que está. Pasando por alto que la trama (si es que podemos hablar de trama) peca de lentorra y que el final me causó un mal efecto por incurrir casi en el género fantástico y fantasmagórico, no cabe duda de que el director de Luna de Avellaneda es un rojo insufrible que padece unas paranoias que haría bien no compartiendo con su sufrido público.

El guión, para empezar, está enfocado desde el punto de vista más que particular de dos militantes de extrema izquierda (anarquistas) en los años 40, mostrándose con indisimulada simpatía todas sus acciones “revolucionarias”, sus consignas, sus atentados y violencias y sus promiscuidades propias de un estudio psiquiátrico sobre el síndrome del donjuanismo. Por ejemplo, José Olaya joven no deja de follar como un león, con unas y con otras, en todos los episodios, y disculpen la forma de señalar. Todo esto podríamos perdonarlo como una licencia excéntrica de un artista como Campanella, pero el problema es que se pasa las más de 13 horas que dura este drama televisivo arremetiendo como un mihura contra el franquismo, contra el coronel Perón, contra Evita, contra José María Aznar y contra la Iglesia. Vamos, que le entran a uno sudores con semejante panfleto.

Como no podía ser de otra forma, la versión que se da sobre la guerra civil es digna de la Memoria más Histérica que pueda imaginarse, hasta el punto de reinventar directamente la historia de España. La exaltación romántica que se hace de los criminales maquis, a los que pertenece la hermana de José (Bárbara Goenaga), me dejó al borde de echar la pota, por no hablar de las versiones maniqueas de siempre sobre los fusilamientos del 36. Tampoco faltan, cómo no, los nazis alemanes de turno como malvados prototípicos frente a la santidad laica de los protagonistas… O mejor rectifico, porque Juliusz (Pablo Rago), que es el más santo de todos, no es laico, sino judío, y, claro, Campanella, que ya se sabe por otras pelis que le encantan los semitas, nos le vende como un comprometido filántropo. No sucede así casualmente con los sacerdotes católicos, que las pocas veces que salen se comportan como unos cobardes y manipuladores vendidos a la oligarquía. Por cierto, viendo el careto de rabino que tiene Rago parece imposible que no sea un judiorro de verdad.

Por si no fuera bastante, la serie se dedica a escupir sin remilgos contra nuestra patria, sobre todo en el relato de los sinsabores de Ernesto en su periplo español en 2001. Lo que podía haber sido una crónica interesante, e incluso crítica, sobre las vivencias de un inmigrante en Madrid separado de los suyos, muy pronto degenera en un auténtico tiro al blanco contra los españoles, ya que el realizador se despacha a gusto llamándonos insolidarios, racistas y fachas, con continuas referencias burlonas al gobierno del PP en esos años, como si todos fuéramos peperos. El mensaje de fondo es que los españoles (exceptuando dos o tres jipis como el personaje que interpreta Marta Etura) tratamos fatal a los inmigrantes (quién lo diría cuando acaparan todos los servicios y subvenciones), aunque algo mejor a los argentinos “porque tienen la piel blanquita como nosotros”. Sin palabras.

Tras ver el último capítulo me quedó una sensación agridulce, una mezcla de satisfacción por los actorazos y el buen hacer cinematográfico del director, y de deseos de ir a la caza de Ignatus y ricinarle en su portal por haberme recomendado este boletín antiespañol y anarcosindicalista.

martes, 21 de junio de 2011

COLEGIOS, CUOTAS "VOLUNTARIAS" Y GORRILLAS


Como defensor a ultranza de la enseñanza impartida en los colegios religiosos, siempre me ha parecido un error el sistema de concierto. Creo que los conciertos, lejos de garantizar una educación católica a todos los españoles que la deseen para sus hijos, han supuesto en la práctica una bajada de pantalones de las órdenes religiosas y una pérdida importante de la calidad educativa que solía primar en sus centros.

La única forma de asegurar una formación católica integral es favoreciendo la autonomía financiera de estos centros privados, asegurándoles al mismo tiempo un amplio margen de maniobra en la aplicación de su ideario y de su régimen interno y disciplinario, y en la admisión y expulsión de alumnos y profesores.

Eso sí, para hacer efectiva la igualdad entre los españoles, el derecho de todos a una formación religiosa y la calidad de la educación (que en definitiva debe ser un servicio público), el Estado debería adoptar por su parte una serie de medidas ineludibles: garantizar en serio la enseñanza religiosa en los centros públicos, aprobar los contenidos educativos y vigilar estrechamente su cumplimiento por los colegios privados, salvaguardar el nivel mediante las reválidas que sean necesarias y permitir que los niños cuyas familias lo deseen tengan la oportunidad de acceder a un colegio religioso privado con independencia de su nivel de ingresos.

El último punto puede llevarse a la práctica de varias formas, entre ellas obligar a estos colegios a admitir a un porcentaje de becarios con financiación parcial o total del Estado o, en casos excepcionales, sin aportación alguna.

Los conciertos, ya digo, han contribuido malamente al logro de estos objetivos y, encima, han favorecido la picaresca de las órdenes católicas. Se supone que a muchas de ellas “no les ha quedado más remedio” que concertarse, pero ello no les ha impedido hacer todo lo posible por burlar los términos del concierto. Dicho de otra manera: los colegios han trincado la pasta pero luego han intentado seguir haciendo lo que les da la gana (en la medida de lo posible, ya que la Administración no se chupa el dedo). Por culpa de estas triquiñuelas y tira y aflojas, los centros concertados cada día pierden más en dignidad, en calidad y en confianza de las familias verdaderamente preocupadas por la formación cristiana de sus hijos.

Uno de los trucos más repugnantes en que incurren es el de las llamadas “aportaciones voluntarias”. Se supone que estos colegios son financiados (salvados) por los gobiernos regionales a cambio de admitir a todo el mundo sin restricciones. Pues bien, so pretexto de que esta financiación es “insuficiente” para ofrecer una enseñanza “de calidad” como la que “desean los padres”, los curas y las monjas se han inventado un truco del almendruco que normalmente consiste en crear una fundación y “sugerir” a los papis que hagan donaciones mensuales a la misma por un elevado importe, muchas veces equivalente a la cuota de los coles no concertados de toda la vida.

A los padres se les suele decir que se trata de aportaciones absolutamente voluntarias para apoyar el "proyecto educativo católico" del centro, "tan desamparado por las Administraciones".

Por supuesto, la realidad es mucho más profana. Lo que los religiosos pretenden de verdad es conservar contra viento y marea el elitismo del que han gozado durante siglos y que pienso yo que, en justicia, deberían haber dado por perdido en el momento que se vendieron por el plato de lentejas del concierto. Sin paños calientes, lo que quieren las monjas y los curas es que las familias bien sigan llevando a los niños a sus colegios para evitar que se mezclen con gitanos, panchitos, moros y otros pobres.

Es como si dijeran: “Sí, sí, Junta, tú dame la pasta y dejamos entrar a quien quiera, pero luego yo cobro de tapadillo la cuota esta para que solo vengan los ricos y no se me llenen las clases de gentuza”.

La clave del asunto, naturalmente, es la supuesta voluntariedad de la cuota. Y en este sentido hay que decir bien alto que los colegios están extorsionado sin tapujos a los padres de los alumnos, empleando un modus operandi idéntico al de los sórdidos gorrillas que te “buscan” aparcamiento en la calle. La aportación –aseguran- es voluntaria, pero, ¿qué pasa si no le das unos céntimos al gorrilla o una pasta gansa a los curas del colegio todos los meses? En el primer caso, el conductor paga sin rechistar ante la amenaza implícita de que el vehículo pueda sufrir rayones u otros daños provocados por el propio gorrilla descontento. En el caso del colegio, muchos padres, aun a sabiendas de que no tendrían por qué pagar ni un euro en un concertado, sueltan la gallina sugestionados por la muy previsible diferencia de trato que pudieran sufrir sus retoños, o porque, ante cualquier inconveniente (un suspenso inoportuno, o un problema de adaptación o de disciplina) quizá no serían apoyados en la misma medida que quienes pagan religiosamente.

El chantaje de fondo es evidente y los objetivos también. Y ante ello, yo solo lanzo una pregunta abierta: ¿es digna la actitud de estos colegios?, y, sobre todo, ¿es coherente con el cristianismo que dicen inculcar a los alumnos?

domingo, 19 de junio de 2011

OPERACIÓN B.S.O. (10): EL CAZADOR

La Cavatina fue compuesta por Stanley Myers mucho antes del estreno de El Cazador (The deer hunter, 1979) y versionada después por diferentes artistas como Iris Williams o los emblemáticos The Shadows.

Nadie puede negar que el filme de Cimino, ganador de cinco Oscar, es uno de los más completos de la historia del Séptimo Arte, que cuenta con la probablemente mejor interpretación de Robert de Niro y que hubiera sido imposible encontrar una pieza musical que acompañara mejor que la Cavatina los planos más nostálgicos y desgarrados de esta historia de un grupo de amigos marcado para siempre por la Guerra de Vietnam.

viernes, 17 de junio de 2011

TRES AMENAZAS PARA LA AMISTAD

Ya he hablado en La Pluma varias veces de la amistad en unos términos que algunos de mis amigos consideran tan escépticos que incluso han llegado a mosquearse suponiendo que estoy despreciando nuestra buena relación de años. Este tema ya lo hemos debatido varias veces en nuestras tertulias jueveras de La negra flor, entre copazo y copazo. Yo me desgañito explicando a algunos que no minusvaloro la amistad, sino que es la sociedad quien la sobrevalora de boquilla. La amistad juega un papel y ocupa un espacio en nuestras vidas que tienen una importancia muy variable pero que en todo caso no puede equipararse a la de otros vínculos.

Uno de mis argumentos habituales es que las relaciones amistosas están normalmente tan asociadas al ocio y al tiempo libre que se compadecen mal con las rutinas, preocupaciones y problemáticas cotidianas que todos vivimos más allá de los alternes de fin de semana y de los tres días de risas en una casa rural. Para mí amistad es un concepto casi siempre antagónico con otros como intimidad, relaciones familiares o problemas domésticos.

Por eso hoy voy a enumerar tres situaciones en las que casi con toda seguridad (podría haber casos excepcionales) mi amistad con alguien se iría al garete:

1.- Compartir piso. Con un amigo, desde luego, no podría convivir salvo en contextos vacacionales de corta duración. Considero incompatible la amistad con el reparto más o menos rígido de obligaciones o gastos, y con la puesta en común de espacios de intimidad.

2.- Trabajar juntos. El trabajo es sagrado y está por encima de cualquier consideración sentimental. Compartir tareas profesionales o, mucho peor aún, tener una relación jerárquica con un amigo es una de las formas más seguras de socavar la relación. La amistad se basa en la igualdad y por eso suele salir muy mal parada cuando un amigo adopta el rol de exigir algo a otro, juzgar su labor profesional o bronquearle por el incumplimento de sus deberes.

3.- Pedir dinero. Nunca pediría dinero a un amigo y creo que jamás se lo prestaría salvo que se encontrara en una situación semejante a la de la niña de la famosa foto de Kevin Carter. Para esas cosas ya está la familia. Si en general el dinero intoxica todas las relaciones humanas, cuánto más aquellas que nacen del cariño desinteresado. Deberse pasta o determinados favores empaña de servilismo y de desconfianza los vínculos amistosos, que, insisto, son igualitarios por naturaleza.

Agradezco matices, excepciones motivadas y experiencias que podáis aportar sobre estas cuestiones.

miércoles, 15 de junio de 2011

LOS HUEVOS DE CARLOS GARCÍA


No creo cometer ninguna injusticia si afirmo que haber sido asesinado o estar amenazado por la banda separatista ETA no significa ser un santo. Sobre este punto y sobre la AVT podría hablar largo y tendido, pero no es el objeto de este post. Lo único dejar bien claro que los etarras se han cargado, tanto en el franquismo como en la “democracia”, a no pocos hijos de puta que en mi opinión no merecen ningún reconocimiento.

Sin embargo no puedo dejar de admirar a todas aquellas personas que, aun estando en minoría o en una posición débil, han sido o son capaces de dar la cara ante quien sea y comprometer su comodidad, su seguridad y hasta su vida por defender las ideas que creen justas.

Cuando digo que les admiro me refiero a todos, sean cuales sean sus ideas. Si resulta que las ideas por las que arriesgan y a veces pierden la vida están radicalmente equivocadas, o al menos a mí me lo parece, por supuesto que jamás los defenderé como políticos, ni sus opiniones me parecerán respetables ni me parecerá bien que se les homenajee, pero pensaré que son valientes, generosos y coherentes al margen de todo lo demás. Su gallardía y su capacidad de sacrificio por los demás cuando bien podrían quedarse en casa tan tranquilos, merece mi aplauso con independencia de disquisiciones ideológicas.

A pesar de que mi sintonía con el PP es muy escasa, el otro día me conmovió lo sucedido durante la constitución del Ayuntamiento del municipio vizcaíno de Elorrio. El joven Carlos García, único concejal popular del Consistorio, hizo lo que creyó justo a pesar de los insultos y de las amenazas de Bildu, a pesar de que con su actitud se estaba colocando directamente en el centro de la diana.

Me impresionó
ver a este hombre votar serenamente y con convicción en medio de los aullidos de las hienas, de los puños en alto y de un Eusko Gudariak cantado con odio por estos mafiosos arropados por la masa que se saben los dueños del cotarro. Me impactaron sus palabras de recuerdo a Miguel Ángel Blanco sabiendo como sabía cómo se iba a poner la jauría de perros rabiosos.

Me pareció un ejemplo perfecto de dignidad y de coraje frente a la chulería y a la cobardía de la escoria batasuna.


También me dio por pensar los huevos que ha tenido que echarle Carlos para presentarse en esa lista, los problemas familiares y personales que habrá sufrido y la angustia que pasará muchos días sopesando los riesgos que corre. En él ha primado, empero, el sentido del deber y la fidelidad a sus principios.

Iba ahora a hacer algunas matizaciones críticas sobre su apoyo al PNV y sobre la autenticidad de sus sentimientos patrióticos, pero en esta ocasión prefiero callarme por no empañar este pequeño homenaje al valiente Carlos, que salta a la vista que está intentando hacer lo mejor por su pueblo, por su región y por su país.

Carlos García, un aplauso fuerte, muy fuerte, y mis mejores deseos para ti, para tu familia y para Elorrio.

lunes, 13 de junio de 2011

LA BIOGRAFÍA DE FRANCO

Como muy bien nos alerta a menudo en su blog el amigo Ramiro Semper, España recuerda cada día más a un circo, a una charlotada o a una descacharrante película de Berlanga. Hoy en día España es un vodevil surrealista que se presta al cachondeo más que nada por no echarnos a llorar. Una de las últimas muestras de los desatinos propios de este país, del choteo en el que vivimos inmersos y que hace imposible, por desgracia, tomarse en serio a los españoles, ha sido el asunto de las biografías publicadas hace unas semanas por la Real Academia de la Historia.

Los españoles somos unos voceras apasionados incapaces de ver nada con perspectiva y mucho menos los acontecimientos políticos de la historia reciente, en particular los relacionados con la conflagración civil del 36 y el régimen a que dio lugar. Y por eso a la Real Academia de la Historia, que, como cualquier otra institución patria, no es sino un reflejo de esta España de aspaviento y chascarrillo, no se le ha ocurrido otra cosa que encargar varias biografías de personajes históricos de tan resbaladizos períodos a "historiadores" de marcadas tendencias ideológicas.

En mi humilde opinión la Real Academia de la Historia, precisamente por su carácter oficial y su presumible objetividad (tan difícil cuando se habla de Historia), nunca debería editar biografías. A diferencia de un ensayo o una obra monográfica sobre una determinada etapa, acontecimiento o institución, que pueden llegar a abordarse con unos mínimos de frialdad, las semblanzas de personajes constituyen un género mucho más escabroso. Cuando hablamos de la vida de una persona, no solo estamos hablando de datos y de fechas históricas, sino de pasiones y de sentimientos humanos, elementos, a mi juicio, que suelen intoxicar la ecuanimidad de cualquier obra. Qué duda cabe que la Historia la protagonizan hombres y es imposible comprenderla sin apelar en alguna medida a sus motivaciones más íntimas, pero nadie me quita de la cabeza que el género biográfico se presta tanto a la apología o al acoso y derribo, según los casos, que es preferible que lo cultiven autores que no escriban por cuenta de la Real Academia.

Quiero decir que quien escribe sobre la vida de un determinado personaje suele ser porque el personaje le obsesiona, para bien o para mal, y con esa pasión es difícil pergeñar una buena obra histórica, que se supone que es el objetivo de la Real Academia. Y os lo dice un ex lector compulsivo de “biografías apasionadas”.

Pero es que encima la Academia le ha encargado la biografía de Franco nada menos que a Luis Suárez, patrono de la Fundación Francisco Franco, que, por si alguien no lo sabe, es una organización abiertamente franquista que no en vano viene participando con el máximo entusiasmo en los eventos que cada 20-N se celebran en memoria del Caudillo. Si de por sí toda biografía ya es sospechosa de parcialidad, no digamos en este caso, que es como encargar a la zorra que cuide del gallinero.

Como cabía esperar, el resultado
no ha sido satisfactorio para todos y la biografía (que no he leído) ha provocado las iras de todo el rojerío (incluidos los entrañables Indignados), que ha exigido rectificaciones, dimisiones y no sé si hasta ahorcamientos, porque, según dicen, parece un texto del NO-DO. Entre las diversas quejas de la izquierda biempensante están que Suárez exalta el valor militar de Franco, que silencia su “perfil represor” y que no le califica como dictador ni como totalitario, sino simplemente como "autoritario", cuando por ejemplo en la semblanza publicada sobre Negrín se afirma que su Gobierno fue casi una dictadura.

No voy a hablar de Franco ni de las opiniones que me merece su régimen político, pero me ha llamado mucho la atención que la gente se haya cabreado tanto por no haberle llamado dictador en una publicación de historia. Seguro que la biografía de marras, habiéndola escrito Luis Suárez, no hay por donde cogerla, pero honestamente a mí me parece perfecto que no haya utilizado el término “dictador”.



La palabra dictadura me parece totalmente acientífica. Es un concepto valorativo (peyorativo) empleado como insulto político y un sinónimo exacto de tiranía. Para más inri la palabreja en cuestión se emplea de forma relativa, es decir por comparación con determinados modelos de estado muy concretos cuales son las democracias parlamentarias de partidos hoy vigentes en los países de nuestro entorno. Un régimen político será considerado más o menos "dictatorial" en función exclusivamente de si se aleja más o menos de los cánones constitucionales del tipo hoy conocido. Llamar pues a alguien dictador o a su mandato dictadura genera múltiples desajustes de la realidad y rodea de prejuicios a esa figura o a ese período históricos.

Se dice dictadura para acusar, no para describir
, y por ello todo historiador que se precie debería apartarse de este concepto. Una de las pruebas más evidentes de su carácter subjetivo es que se usa solo para desprestigiar formas de estado o de gobierno de las etapas más recientes, y precisamente por quienes están en la acera ideológica opuesta a las mismas. ¿Por qué por ejemplo nadie llama dictadura al Reinado de Felipe IV o al de Carlos III sabiendo que estos soberanos no reconocían derechos individuales y que aplicaban penas de muerte a sus enemigos políticos? Muy fácil: esos reinados no tenían una carga ideológica asumible o criticable con los parámetros de hoy, mientras que hay mucho interés en estigmatizar el franquismo, la Cuba de Fidel, la vieja URSS, el nazismo, el peronismo, el régimen chino, el Chile de Pinochet o el régimen talibán.

Además no debe olvidarse que los historiadores no son ni tienen por qué ser politólogos, por lo que sus incursiones en el terreno de las ideas resultan muy peligrosas.

A mi modo de ver, un historiador debería explicar como mucho si Franco permitía o no los partidos, si reconocía los derechos y libertades individuales que hoy figuran en la Constitución, cómo se nombraban los alcaldes y los procuradores en Cortes, si había delitos políticos, si existía pena de muerte y en qué casos, si había censura de prensa o cómo funcionaba el “sindicalismo vertical”… También debería limitarse a exponer fríamente las obras sociales, los grandes proyectos de infraestructuras llevados a cabo por el General y los datos macroeconómicos de esos casi cuarenta años. ¡Y punto! Y que sean sus lectores los que saquen sus propias conclusiones y valoren si Franco era un virtuoso demócrata o un siniestro dictador, o bien decidan que no es tan fácil catalogarle con semejantes etiquetas.

Lo que no se puede es decir en una biografía de Francisco Franco que era un hijoputa (o un dictador, que me da lo mismo) solo por dar gusto a los rogelios, ni afirmar que era un salvador de la Patria por congraciarse con los franquistas. Dejemos las interpretaciones y las valoraciones, pues de lo contrario estaremos manipulando en vez de investigando o informando. No creo que sea posible la objetividad en Historia, pero al menos (no sé si en España) sí es evitable el sectarismo y el calentamiento para hacer una obra seria y digna.

sábado, 11 de junio de 2011

RELEYENDO "EL PADRINO" (19): DEJARSE VER

Me vais a permitir que ponga dos párrafos de El Padrino sin explicar a qué cuento viene. Necesito hacerlo hoy. Yo ya me entiendo...


"En el vecindario, Vito Corleone se había convertido en un «hombre de respeto». Se decía que era un reputado miembro de la Mafia siciliana. Un día, un hombre que organizaba partidas de cartas se acercó a él y se ofreció a pagarle veinte dólares semanales por su «amistad». Lo único que tenía que hacer a cambio era dejarse ver una o dos veces a la semana para que los jugadores supieran que estaban bajo su protección.

Los tenderos que tenían problemas con los ladronzuelos le pidieron
q
ue intercediera. Vito lo hizo y fue debidamente recompensado. Sus ingresos semanales no tardaron en llegar a los cien dólares, cantidad enorme si se tiene en cuenta la época y el lugar, y de ellos una parte era para Clemenza y Tessio, por el solo hecho de ser sus amigos y aliados que nunca le pedían nada".

jueves, 9 de junio de 2011

AMIGO, CRISTO LE AMA

Ayer estaba sentado en la parada del autobús y llegaron dos chicas negras (cubanas o dominicanas) que empezaron a mirar los letreros de las líneas y horarios. Como no se coscaban mucho, una me preguntó cada cuánto pasaba un determinado autobús y qué paradas hacía. Me puse de pie y les estuve explicando un rato los recorridos, tarea ardua porque se las veía recién llegadas y no conocían ni los barrios ni las calles. Al final creo que se enteraron más o menos.

Estaba ya acabando de explicárselo cuando apareció mi autobús. Antes de subir me despedí educadamente y una de ellas me dijo: “¡Muchas gracias, amigo, Cristo le ama!”.

Debo reconocer que me dejó a cuadros. A pesar de que soy creyente y de que me parece muy bien que los católicos nos mostremos como tales con orgullo, la frase de la negrita me chirrió por lo poco acostumbrado que estoy a las manifestaciones tan directas del sentimiento religioso.

Al principio me dije que las chavalas debían de pertenecer a algún tinglado evangélico o una secta del estilo, y que acababan de salir del culto todavía iluminadas. Pero luego, dándole vueltas, supuse que seguramente esa expresión equivale en su pueblo al castizo “Dios te bendiga” que aquí en España se ha usado hasta hace poco.

Siempre he creído que una de las virtudes de los hispanoamericanos es su devoción auténtica frente a la apatía y el materialismo predominantes por estos lares, y que la inmigración procedente de estas naciones hermanas puede contribuir en gran medida a una recuperación de nuestra indentidad católica hoy seriamente deteriorada.

Por supuesto habrá de todo, como en botica, pero no es descabellado suponer que la presencia en nuestro país de estas gentes sencillas y religiosas pueda inyectar sabia nueva en nuestra cultura ya tan adulterada y descristianizada, en nuestra soberbia de ciudadanos de potencia occidental. Ellos nos pueden volver a enseñar a rezar y a exclamar agradecidos: “¡amigo, Cristo le ama!”.

martes, 7 de junio de 2011

NO ME INTERESAN LOS ÁNGELES

La educación cristiana recibida de mis padres, del colegio y de las comunidades de oración jesuíticas donde me he pasado media vida, ha dejado grabada a fuego en mi cerebro la idea de que lo importante de la gente es que sean buenas personas. Según estos valores tan marcados en mi conciencia, ser guapo o feo, inteligente o rematadamente corto, espabilado o pasmado, gracioso o soseras, no tiene ninguna relevancia; lo que de verdad cuenta es ser un tío bondadoso, que piense mucho en los demás y que se porte bien con todo el mundo.

Me decían que me juntase con buenas personas, que buscase amigos buenines, que me echase una novia que fuera maja… Y uno intentaba cumplir y buscaba la bondad en los demás por encima de todo.

No creo que con los años me haya vuelto menos cristiano, pero lo que he aprendido, con gran dolor de mi corazón, es que los santos normalmente son un coñazo. He terminado hasta los mismísimos de tratar con seres angelicales, pluscuamperfectos, sensibles, serviciales, preocupados por uno, conciliadores, que siempre ayudan y que siempre perdonan. Porque a cambio -ya que no puede tenerse todo en la vida- son una lata.

Me resultan insoportables porque carecen de gracia y de matices. Porque su servicialidad me agobia. Porque con su virtud me acusan sin decir una palabra. Porque no tienen ni
el salero de contar con enemigos, ni el picante de la ironía ni el sabor de la broma. Porque su perfección cuadriculada, su saber estar y su espíritu cumplidor me ciñen, cuando trato con ellos, en un incómodo corsé.

Rehuyo
su soberbia de perdonarme lo imperdonable y su expresión bobalicona ante los agravios. Me irrita que no discutan, que no se cabreen, que no pongan pasión en nada, y que pasen por la vida de puntillas como para no molestar. Me repele, por antinatural, que siempre pospongan sus intereses y que hayan domesticado su orgullo y su amor propio.

Me desconcierta su equilibrio casi inhumano; nunca se pasan, nunca cometen un exceso. Me toca las narices que estén más pendientes de mis problemas que de los suyos, como si su vida les importara un carajo. Me cansa que siempre estén ahí, como si todo lo suyo pudiera esperar, cuando yo no quiero que nadie descuide sus prioridades ni sus sueños por mí.

Con los años uno ha empezado a valorar a aquellos de los que nadie diría que son unos santos pero con los que me lo paso muy bien y estoy cómodo. Cada vez me interesa más la gente con sus aristas, con sus cicatrices, con sus defectillos. Me gusta más la peña que es un desastre y se cae mil veces, pero que lucha por ser mejor, que esos santurrones hechos en serie que adivinas lo que van a decir antes de que abran la boca. Prefiero una dosis justa de cinismo a la claridad plana y bobalicona; un punto de picardía a la inocencia virginal; un zarpazo a tiempo a la mansedumbre de un buey; la pasión contagiosa a la prudencia castrante; cierta dosis de egoísmo o de amor propio a la renuncia indolente a las aspiraciones legítimas.

Valoro naturalmente la nobleza, la lealtad, la generosidad y los buenos sentimientos, pero no me interesan los ángeles, sino los seres humanos.

domingo, 5 de junio de 2011

HISTORIAS DE ESPAÑA VIEJA (XVI): ¿QUIÉN FUE EL ÚLTIMO REY GODO?



A veces creemos que los hechos comúnmente aceptados por la historiografía son verdades absolutas sin pararnos a pensar lo que hay detrás ni por qué han terminado predominando ciertas versiones oficiales mientras que otras realidades, personajes y sucesos se han relativizado o silenciado. Un buen ejemplo nos lo encontramos con el mito del "último" monarca visigodo, Don Rodrigo, vencido y muerto por los musulmanes en la Batalla de Guadalete en 711.

No vamos a dar aquí una tediosa clase de historia, sino solo destacar que Rodrigo o Roderico no debería ser en puridad el último nombre de la enrevesada lista de reyes godos que a nuestros padres les tocó aprenderse. Este valeroso caudillo, que bajó a enfrentarse con el ejército bereber y fue derrotado por culpa de las traiciones y las disensiones internas, no fue el último soberano del Reino Visigodo, que de hecho duró hasta el año 725, cuando cayeron en manos musulmanas los bastiones de Nines y Carcasona.

¿Quién fue entonces el último rey godo y por qué no ha pasado a la historia como tal?

Hubo dos después de Roderico. El primero fue su archienemigo Agila II, hijo del Rey Witiza y gobernador de las provincias Tarraconense y Narbonense. A la muerte de su padre, en 710, luchó contra Rodrigo (soberano en la Bética) por el trono del Reino, pero cuando vio que los nobles aupaban a este, se sirvió de su tío el Obispo de Toledo y del gobernador de Ceuta, Don Julián, para pedir ayuda a los moros e intentar dar un golpe de estado en toda regla. Fueron también los partidarios de Agila quienes dejaron en la estacada a Rodrigo en Guadalete provocando así su derrota frente a los sarracenos. Al final las tropas de Tariq se le fueron de las manos al traidor Agila y comenzó una invasión imparable.

A pesar de que a la muerte de Roderico Agila fue coronado rey en Toledo y pese a las evidencias históricas de su reinado (se han encontrado monedas acuñadas con su nombre y efigie), lo cierto es que nunca fue aceptado como tal en todo el territorio visigodo y además su colaboracionismo y su política servil con el Califato provocó que sus propios seguidores nombraran un nuevo rey en 713: Ardón.

Aunque puede entenderse que los historiadores hayan corrido un tupido velo sobre las traiciones de Agila II negándole su puesto en la historia, no está tan claro por qué han silenciado a Ardón, que fue entronizado en Cataluña y por lo visto lideró con bravura los últimos contingentes cristianos contra la morisma en esta zona y en los restos del Reino en el sur de Francia hasta su muerte en combate en 721. Los últimos guerreros godos, atrincherados en Nines y Carcasona, continuaron su heroica resistencia, sin rey ni líder visible, durante otros cuatro años.

De Ardón también se han encontrado monedas acuñadas en la zona del Rosellón.

Es posible que el ninguneamiento
histórico de este monarca se deba simplemente a una cuestión de jurisdicción. Puesto que su mandato se limitó a un área limitada del nordeste, los historiadores serguramente hayan preferido inmortalizar como último rey a quien gobernó la totalidad del territorio del Regnum Visigothorum.

jueves, 2 de junio de 2011

ENCUESTA SOBRE EL MOVIMIENTO 15-M

Policía desinfectando la Plaza de Cataluña en Barcelona



Pregunta: ¿Qué opinión tienes de las reivindicaciones de la "Revolución de los indignados"?(pueden votarse varias respuestas)

Duración: 10 días.

Participantes: 48

Respuestas:

a) A favor: 8 (16%)

b) En contra: 10 (20%)

c) Hay cosas que me gustan y otras que no: 12 (25%)

c) Es un movimiento sano, espontáneo y apolítico de los ciudadanos hastiados de esta falsa democracia: 11 votos (22%)

d) Es un montaje camuflado y oportunista (en campaña electoral) de los "antisistema" de extrema izquierda: 16 votos (33%)

e) Son una panda de rojos y fumetas que no han dado un palo al agua en su vida: 12 votos (25%)

f) No tengo elementos de juicio necesarios: 4 votos (8%)

g) Otras opiniones: 0 votos (0%)


NOTA: En las encuestas en las que pueden votarse varias opciones, el % no representa el porcentaje de votos que ha obtenido cada respuesta sobre el total de los emitidos, sino el porcentaje de votantes que ha escogido esa opción.