Matías Prats el chistoso sacándose unos eurillos extra |
Todos nos hacemos una idea de lo que es la telepromoción, pero, por si acaso, recordemos que la ley audiovisual la define como la comunicación audiovisual televisiva “en la que el presentador o cualquiera de los protagonistas del programa, utilizando el escenario, la ambientación y el atrezo del programa, exponen por un tiempo claramente superior a la duración de un mensaje publicitario las características de un bien o servicio, de manera que el mensaje no puede ser emitido de manera independiente al programa correspondiente”.
Dentro de la oferta televisiva española, los ejemplos son numerosos: actrices secundarias de series cutres y no tan cutres anunciando productos de belleza justo después del intermedio, con el vestuario de su papel y el decorado del capítulo; presentadores de telediario interrumpiendo el informativo para ofrecernos una alarma para el hogar; el incombustible e insufrible hombre del tiempo Roberto Brasero (Antena 3) mezclando su matraca sobre el último anticiclón con mensajes promocionales de Vodafone…
Y aunque no es telepromoción, me viene también a la cabeza Matías Prats junior (que ya podía aprender algo de su padre), todo el día en los anuncios de los seguros Línea Directa para coche o moto.
El brasas de Brasero hablando de todo menos del tiempo |
No recuerdo exactamente en qué términos, pero en los años 70 y 80 del pasado siglo la normativa aplicable prohibía o limitaba la actividad publicitaria a los presentadores o protagonistas de programas de televisión emitidos en horarios de máxima audiencia. La razón que se daba es que la aparición de personajes mediáticos en reclamos comerciales podía llegar a condicionar fuertemente la conducta de los consumidores, vulnerando de alguna manera su libertad de decisión. Estas viejas medidas, que hoy casi todos consideran paternalistas o proteccionistas, a mí me siguen pareciendo aplaudibles.
Hoy, en un entorno económico de plena liberalización, sin duda resultaría estridente impedir a Matías Prats salir en los anuncios como se le prohibía a Mayra Gómez Kemp hace treinta años. La diferencia estriba en que entonces a los poderes públicos todavía les preocupaba el bienestar y la seguridad de las familias, mientras que ahora los comerciantes gozan de libertad ilimitada para usar cualquier señuelo y aligerarnos el bolsillo con la complicidad del Estado. Divas, divos, actores de moda, modelos, showmans, cantantes famosísimos y presentadores vistos a diario por millones de telespectadores se ponen al servicio de las marcas comerciales y nos comen el tarro abusando de la confianza o la admiración que les profesamos. Ya cuando los mensajes se dirigen a niños o a jóvenes el abuso es manifiesto.
¡Es que en democracia las empresas son libres de lanzarte mensajes como quieran y tú de hacerlos caso o no, que para eso tenemos criterio! Pues ni de coña. Hay demasiada gente sin criterio, con el criterio mal formado o con el criterio desfigurado por cuatro mercachifles charlatanes y magos de la mercadotecnia, y toda esta gente debería ser protegida de manera eficaz por el Estado. El sector publicitario debería estar minuciosamente regulado y controlado por los gobiernos para evitar prácticas abusivas, manipulaciones y engaños que perjudiquen las economías familiares.
Telepromoción en una serie televisiva de ficción |
Pero es que además la telepromoción y los anuncios protagonizados por famosos o por periodistas me parecen una horterada que les resta credibilidad y pone en entredicho su profesionalidad. Para empezar da la sensación de que no les pagan lo suficiente y tienen que andar buscándose ñapas para sobrevivir. Después también sucede que la imagen del programa en cuestión se deteriora mucho. ¿Cómo se atreven a mezclar la actualidad política con un champú anticaspa o hacer que los actores que interpretan la serie que estamos viendo se pongan a recomendarnos pizzas de la Casa Tarradellas? A mí desde luego estas cosas me destrozan la magia de la narración y de la interpretación. Y por último, cualquier asociación mental entre un intérprete de cine, un músico o un locutor prestigiosos y un producto de consumo (sobre todo algunos) da al traste con el buen concepto que podamos tener de la labor de estos profesionales.
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