Aunque sus padres se percataron muy pronto de que no iba a ser el más listo de la clase, no dejaron de animarle a mejorar y a cultivar el tesón desde su más tierna infancia. En especial su madre, una señora orgullosa y embriagada por una especie de cruzada fanática para que Pedro fuera igual o mejor que los demás niños, desoía los consejos de los profesores y las insinuaciones sutiles de los pedagogos, y le paseaba por las calles de la normalidad tratándole como a un triunfador y enseñándole a despreciar los obstáculos.
Al principio, Pedro suspendía muchas asignaturas, se ahogaba en el caudal de su torpeza física y en los recreos, en el gran patio, mordisqueaba su bocadillo de burlas y soledad, mas luego, en casa, su madre sabía recomponer su sonrisa insistiéndole en que era el mejor, el más guapo y el más hábil, y en que eran los otros los que no entendían nada, las lecciones las que tenían una dificultad inabordable o los maestros los que no acertaban a calificar con justicia sus ejercicios. Tenaz hasta la demencia, se pasaba el día la buena mujer hablando con los curas del cole, viendo formas de que Pedro aprendiera y aprobara; le apuntaba año tras año a clases de apoyo; le juntaba, casi a la fuerza, con sus compañeros mejor dotados, y le obligaba a estudiar más horas que a nadie, ella siempre encima repitiéndole los conceptos una y otra vez y rehaciendo juntos los deberes hasta bien entrada la noche. Y luego Pedro aprobaba algunas veces, cada vez más, gracias a esta insistencia febril y a que sus profesores sabían valorar su esfuerzo titánico y su fuerza de voluntad auspiciados por una madre única.
Delante del boletín de notas, la madre de Pedro encomiaba con fervor sus aprobados, atribuyéndolos a su inteligencia despierta y a su capacidad de trabajo, y, al tiempo, quitaba toda importancia a los suspensos, que no eran sino piedrecillas insignificantes en un camino que ella le profetizaba exitoso, a la medida de su valía, porque tú, hijo, le aseguraba, con esos dones que Dios te ha dado podrás ser lo que quieras en la vida, alcanzarlo todo a poco que te lo propongas.
Pedro aprendió de su madre que los fracasos no importaban nada y que cuando uno caía, aun tras un golpe demoledor, era preciso levantarse al instante y seguir avanzando hacia el objetivo, en medio de la lluvia torrencial, aunque todos le advirtieran que era estúpido hacerlo. Aprendió que las cosas que salían mal había que reintentarlas hasta el agotamiento o, mejor, más allá del agotamiento; que algo podía hacerse peor una, dos o mil veces, pero si se seguía repitiendo sin descanso, como un robot, al final si no perfecto, quedaría muy digno; que tal vez alguien fuera capaz de aprender una tarea en una hora y uno mismo necesitara dos años, pero a los dos años la sabrían hacer los dos; que daba igual el tiempo y el esfuerzo dedicado al logro de un objetivo, pues lo importante era alcanzarlo aunque ello implicara un sacrificio desproporcionado; que había que hacer caso omiso de los desprecios, mofas y críticas de los demás, y seguir en pie, sin responder pero sin sufrir, haciendo lo que se creía correcto; que nada ni nadie debía ser capaz de desanimarle a uno, y que aunque las sombras de la evidencia comenzaran a envolverlo todo, era fundamental seguir mirando hacia el horizonte como si fuera una mañana soleada de primavera.
Pedro aprobó el bachillerato a duras penas pero no fue capaz de superar ni un curso en la Universidad, según su madre porque su amplitud de miras y su vena creativa quedaban encalladas, sin viento ni velas, en los escollos de los rutinarios programas y de los exámenes memorísticos a los que se plegaba la gente vulgar en pos de un diploma inútil que no les daría de comer. El muchacho buscó trabajo infatigablemente, creyéndose, si no el mejor, sí de los mejores, y así lo dejaba entrever en las decenas de entrevistas que hizo, destilando un entusiasmo arrollador y un optimismo que le brillaba en los ojos, hasta que le contrataron, primero en hostelería para fregar platos en un hotel, después de dependiente en una tienda de muebles, luego en una empresa de telefonía a la caza de contratos de puerta en puerta, y, en los últimos tiempos, en varios comercios y compañías de seguros. En todos estos años siempre fue el más rápido lavando platos, el que más dormitorios vendía, el que más contratos colocaba gracias a su locuacidad obsequiosa, y el que más pólizas hacía a base de insistir, insistir e insistir tal como siempre le enseñó su madre.
Hubo trabajos que le duraron poco, pero él jamás se desanimó por los despidos y salía a la calle al día siguiente con su traje marengo y el currículum en una carpeta verde de cartón, recorriendo, mañanas y tardes enteras, calles, centros comerciales y polígonos, pertrechado con su jovialidad y del brazo de una euforia con la que no tardaba en convencer al dueño de algún bar o al gerente de cualquier gestoría de que era un chico activo, trabajador y con iniciativa.
Cuando asomó el dragón de la crisis, pocos amigos universitarios de Pedro resistieron su embestida en forma de paro, ni sus bocanadas de fuego y desesperación, que les dejaron consumidos en casa, sin saber qué hacer ni cómo empezar de cero después de haber perdido los trabajos en los que se sentían seguros desde hacía diez años. Pero él no miró a la fiera ni de reojo y se mantuvo erre que erre, a lo suyo, sin hacer ascos a nada ni entristecerse jamás por una bajada de sueldo, ni por un ERE repentino ni por tres meses sin cobrar, y a la mañana siguiente del contratiempo sus compañeros se hacían cruces al verle currando como un negro, como si nada, o sus amigos le veían pasar, desde la cristalera del bar de sus lamentos, con su sonrisa inocentona, su eterna carpeta verde y su traje oscuro, zigzagueando de tienda en tienda, de local en local, hasta que volvía a encontrar algo por un par de semanas o por tres meses.
En el año 2012 Pedro fue el único de su grupo de amigos que trabajó más de ocho meses, y hoy es el único que sonríe con franqueza y sin miedos, en la seguridad de que siempre saldrá adelante.
Al principio, Pedro suspendía muchas asignaturas, se ahogaba en el caudal de su torpeza física y en los recreos, en el gran patio, mordisqueaba su bocadillo de burlas y soledad, mas luego, en casa, su madre sabía recomponer su sonrisa insistiéndole en que era el mejor, el más guapo y el más hábil, y en que eran los otros los que no entendían nada, las lecciones las que tenían una dificultad inabordable o los maestros los que no acertaban a calificar con justicia sus ejercicios. Tenaz hasta la demencia, se pasaba el día la buena mujer hablando con los curas del cole, viendo formas de que Pedro aprendiera y aprobara; le apuntaba año tras año a clases de apoyo; le juntaba, casi a la fuerza, con sus compañeros mejor dotados, y le obligaba a estudiar más horas que a nadie, ella siempre encima repitiéndole los conceptos una y otra vez y rehaciendo juntos los deberes hasta bien entrada la noche. Y luego Pedro aprobaba algunas veces, cada vez más, gracias a esta insistencia febril y a que sus profesores sabían valorar su esfuerzo titánico y su fuerza de voluntad auspiciados por una madre única.
Delante del boletín de notas, la madre de Pedro encomiaba con fervor sus aprobados, atribuyéndolos a su inteligencia despierta y a su capacidad de trabajo, y, al tiempo, quitaba toda importancia a los suspensos, que no eran sino piedrecillas insignificantes en un camino que ella le profetizaba exitoso, a la medida de su valía, porque tú, hijo, le aseguraba, con esos dones que Dios te ha dado podrás ser lo que quieras en la vida, alcanzarlo todo a poco que te lo propongas.
Pedro aprendió de su madre que los fracasos no importaban nada y que cuando uno caía, aun tras un golpe demoledor, era preciso levantarse al instante y seguir avanzando hacia el objetivo, en medio de la lluvia torrencial, aunque todos le advirtieran que era estúpido hacerlo. Aprendió que las cosas que salían mal había que reintentarlas hasta el agotamiento o, mejor, más allá del agotamiento; que algo podía hacerse peor una, dos o mil veces, pero si se seguía repitiendo sin descanso, como un robot, al final si no perfecto, quedaría muy digno; que tal vez alguien fuera capaz de aprender una tarea en una hora y uno mismo necesitara dos años, pero a los dos años la sabrían hacer los dos; que daba igual el tiempo y el esfuerzo dedicado al logro de un objetivo, pues lo importante era alcanzarlo aunque ello implicara un sacrificio desproporcionado; que había que hacer caso omiso de los desprecios, mofas y críticas de los demás, y seguir en pie, sin responder pero sin sufrir, haciendo lo que se creía correcto; que nada ni nadie debía ser capaz de desanimarle a uno, y que aunque las sombras de la evidencia comenzaran a envolverlo todo, era fundamental seguir mirando hacia el horizonte como si fuera una mañana soleada de primavera.
Pedro aprobó el bachillerato a duras penas pero no fue capaz de superar ni un curso en la Universidad, según su madre porque su amplitud de miras y su vena creativa quedaban encalladas, sin viento ni velas, en los escollos de los rutinarios programas y de los exámenes memorísticos a los que se plegaba la gente vulgar en pos de un diploma inútil que no les daría de comer. El muchacho buscó trabajo infatigablemente, creyéndose, si no el mejor, sí de los mejores, y así lo dejaba entrever en las decenas de entrevistas que hizo, destilando un entusiasmo arrollador y un optimismo que le brillaba en los ojos, hasta que le contrataron, primero en hostelería para fregar platos en un hotel, después de dependiente en una tienda de muebles, luego en una empresa de telefonía a la caza de contratos de puerta en puerta, y, en los últimos tiempos, en varios comercios y compañías de seguros. En todos estos años siempre fue el más rápido lavando platos, el que más dormitorios vendía, el que más contratos colocaba gracias a su locuacidad obsequiosa, y el que más pólizas hacía a base de insistir, insistir e insistir tal como siempre le enseñó su madre.
Hubo trabajos que le duraron poco, pero él jamás se desanimó por los despidos y salía a la calle al día siguiente con su traje marengo y el currículum en una carpeta verde de cartón, recorriendo, mañanas y tardes enteras, calles, centros comerciales y polígonos, pertrechado con su jovialidad y del brazo de una euforia con la que no tardaba en convencer al dueño de algún bar o al gerente de cualquier gestoría de que era un chico activo, trabajador y con iniciativa.
Cuando asomó el dragón de la crisis, pocos amigos universitarios de Pedro resistieron su embestida en forma de paro, ni sus bocanadas de fuego y desesperación, que les dejaron consumidos en casa, sin saber qué hacer ni cómo empezar de cero después de haber perdido los trabajos en los que se sentían seguros desde hacía diez años. Pero él no miró a la fiera ni de reojo y se mantuvo erre que erre, a lo suyo, sin hacer ascos a nada ni entristecerse jamás por una bajada de sueldo, ni por un ERE repentino ni por tres meses sin cobrar, y a la mañana siguiente del contratiempo sus compañeros se hacían cruces al verle currando como un negro, como si nada, o sus amigos le veían pasar, desde la cristalera del bar de sus lamentos, con su sonrisa inocentona, su eterna carpeta verde y su traje oscuro, zigzagueando de tienda en tienda, de local en local, hasta que volvía a encontrar algo por un par de semanas o por tres meses.
En el año 2012 Pedro fue el único de su grupo de amigos que trabajó más de ocho meses, y hoy es el único que sonríe con franqueza y sin miedos, en la seguridad de que siempre saldrá adelante.
11 comentarios:
Muy buen relato Al Neri.El valor de la autoestima y la constancia; y la responsabilidad de grabarla a fuego en los demás, desde que estos son niños, por parte de padres y adultos en general.
No me resisto a agradecerle este relato de superación, porque además conozco un caso de primera mano.
Si me lo permite lo resumo aquí: mi hijo pequeño, manifestó desde su nacimiento algo muy parecido al retraso mental. Después de decenas de pruebas y visitas a especialistas, me aseguraron que no sabían exactamente tipificarlo pero que el "Ñajo" no era normal. No me lo creí, no quise creérmelo y luchamos juntos muchos años, para aprender todo lo que fui capaz de enseñarle. Hasta publiqué un librito con mi experiencia, que al parecer ha ayudado a familias con casos similares.
Pues bien, como Pedro, hoy el Ñajo tiene 15 años, es el primero de su clase con unas notazas, un as del fútbol y encabeza un equipo de ciclismo. Además es sensible, afectuoso y el que más virtudes demuestra de entre mis cinco hijos.
Leerle a usted me ha emocionado mucho y sé que esta entrada, aunque no escriban un comentario, desde el silencio, confortará y dará coraje a mucha gente.
La fe, en varios, sentidos, mueve montañas, amigo Neri y es estupendo que usted lo recuerde en su magnífica entrada.
Un beso
Asun
vaya Asun, usted transmite alegría y optimismo en cada comentario. La vida, la gente, necesitamos plantas floridas para colorear el gris con el que nos pintan los cenizos. Gracias.
Y Sr. Neri, gracias por esta gran frase: "tal vez alguien fuera capaz de aprender una tarea en una hora y uno mismo necesitara dos años, pero a los dos años la sabrían hacer los dos"
Un relato excelente Al Neri. Comunica valores que comparto plenamente, y los comparto porque yo me siento identificado con Pedro. A otra escala seguramente, pero tuve que hacer un esfuerzo que ahora veo enorme (entonces no tanto) para acabar una carrera nada fácil en los cinco años que tocaban, y para consolidar una profesión. Con esfuerzo y perseverancia de logra casi todo.
La historia de Pedro me ha despertado sentimientos ambiguos. Por un lado muy positiva la actitud de la madre (claramente gracias a ella hoy Pedro es quien es). Pero por otro lado me pregunto si no habrá sido demasiada exigencia para el crio, debiendo estudiar hasta altas horas de la noche, luchando hasta el agotamiento por alcanzar, como ud. dice, en dos años lo que otros en una hora...
No le habrá robado, sin mala intención, horas de juego, de esparcimiento, momentos de diversión "perdiendo el tiempo" en un parque? Me pregunto cómo recordará Pedro su infancia.
Muchas veces los padres no aceptan las limitaciones de sus hijos y creen poder superar todo obstáculo con mera fuerza de voluntad y el empeño más descarnado en procurar que sus hijos sean quienes no son. A veces no logran el objetivo y no todas las historias terminan tan bien como las de Pedro.
En fin, que por otro lado el breve relato de Asunción me causó admiración y mucho mucho respeto. Muchas gracias por compartirlo! Y bien me gustaría leer ese libro. Seguramente sea de esos relatos que cuando uno termina, no puede más que agradecer a la Vida que en el mundo haya personas como ella. Desde aquí un fuerte abrazo virtual, y otro para su hijo.
Muchos saludos!
Buenas tardes. Me asomo a leer los Comentarios que siempre son muy interesantes y me encuentro como regalo inesperado, las amables palabras de Zorro y de Brisa.
¡Y claro..qué menos que agradecerlas de corazón!
Debo decir que estoy de acuerdo con Brisa en que "tirar para arriba" a un niño corre el peligro de romperlo. Pero que hay muchos modos de hacer más eficaz el aprendizaje, incluso jugando, compartiendo mucho tiempo con él, leyendo juntos... y ¡es muy grato para los dos!
Por supuesto, no hay garantía de resultados, pero perderse, no se pierde nada.
No sé si a Al le parecerá correcto que dé el título de mi libro (parezco Paco Umbral) y me da cierta vergüenza pero ahí va: "EDUCAR SUPERANDO LAS DIFICULTADES".Subtítulo: "La mirada transparente"
El título me parece horroroso, pero me lo impuso la Editorial EIUNSA. Decían que era más "vendible". Algún ejemplar anda por Internet, creo.
Quede claro que yo no gano nada económicamente.Unos céntimos, por ejemplar.
Es un abuso, lo que he ganado no me llegaría¨ni para invitarles a ustedes a una pizza ¡con lo que le gustan al Sr. Neri ;)! además se merecen algo mejor.
De momento, ahí va, toda mi gratitud y un fuerte abrazo cariñoso ¡estos viperinos qué majos son!
Asun
Hermoso post, sr. Neri. Permítame confesar que mi batalla diaria pasa por intentar sacar adelante mi propio 'espíritu de Pedro'. Permítame también mandar un saludo especial a Asun.
Feliz día a todos
Yo suscribo el comentario de Alex, sin más.
yo también tenía un sueño, pero me faltó valor.
Muchas gracias
Gracias a todos. Precioso vídeo, Anónimo, y precioso sueño, pero prefiero la fiel infantería.
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