La dictadura que padecemos en
España no es de las más cruentas de nuestra historia, pero sí de las más
manipuladoras. Cuando una tiranía se basa en el engaño sistemático, en hacer creer al pueblo que vive rodeado de libertades, no necesita ser cruenta.
Una de las estrategias favoritas de los regímenes demoliberales para neutralizar toda resistencia ciudadana seria es su cínico manejo de dos derechos constitucionales: la libertad de expresión y el derecho de manifestación. El truco consiste simplemente en favorecer el ejercicio más arbitrario posible de ambos derechos, de modo que la sociedad se acostumbre a que las protestas mediáticas, en la prensa o en la calle, sean estúpidas o egoístas, y termine insensibilizándose hacia ellas.
El Sistema se preocupa de que en los medios de comunicación aparezcan diariamente toda clase de histriones aullando despropósitos y tirando contra todo lo que se mueve, y de que en la calle se celebren un sinfín de concentraciones disparatadas, infundadas o exóticas, o bien reivindicativas de intereses ultraparticulares o gremiales. ¿Qué se consigue con esto? Pues que el personal termine tomándose a coña o ignorando sistemáticamente las columnas de prensa, las tertulias radiofónicas y las tropecientas manifas que se convocan cada dos por tres; que los ciudadanos se acortecen poco a poco y al final, por muy concienciados que estén, se tomen estas críticas o reivindicaciones como quien oye llover. Así, el día que alguien arremete con razón y argumentos contra una injusticia grave, o se organiza una concentración legítima en protesta por un auténtico desafuero, a todo el mundo le pasa desapercibido el tema entre las cien mil chorradas del día y no se solidariza ni el tato.
Llevar la libertad de expresión y el derecho de reunión hasta sus límites más grotescos es la mejor manera de deslegitimar su ejercicio. No poner ningún coto (en apariencia) a estas libertades es una táctica para boicotearlas cínicamente. Al final a las fuerzas políticas y económicas que controlan el cotarro les importa un bledo lo que una televisión o miles de manifestantes puedan piar porque saben de sobra que la sociedad española ya está anestesiada contra cualquier editorial, consigna, grito o pancarta.
Es como si estos déspotas constitucionales nos dijeran, con sonrisa sarcástica, “habla chucho, que no te escucho”, haciendo casi buenas las dictaduras estalinistas o de extrema derecha, que al menos al reprimir con energía una opinión disidente estaban otorgando importancia a su autor, tratándole con cierto respeto, dándole un protagonismo.
Una de las estrategias favoritas de los regímenes demoliberales para neutralizar toda resistencia ciudadana seria es su cínico manejo de dos derechos constitucionales: la libertad de expresión y el derecho de manifestación. El truco consiste simplemente en favorecer el ejercicio más arbitrario posible de ambos derechos, de modo que la sociedad se acostumbre a que las protestas mediáticas, en la prensa o en la calle, sean estúpidas o egoístas, y termine insensibilizándose hacia ellas.
El Sistema se preocupa de que en los medios de comunicación aparezcan diariamente toda clase de histriones aullando despropósitos y tirando contra todo lo que se mueve, y de que en la calle se celebren un sinfín de concentraciones disparatadas, infundadas o exóticas, o bien reivindicativas de intereses ultraparticulares o gremiales. ¿Qué se consigue con esto? Pues que el personal termine tomándose a coña o ignorando sistemáticamente las columnas de prensa, las tertulias radiofónicas y las tropecientas manifas que se convocan cada dos por tres; que los ciudadanos se acortecen poco a poco y al final, por muy concienciados que estén, se tomen estas críticas o reivindicaciones como quien oye llover. Así, el día que alguien arremete con razón y argumentos contra una injusticia grave, o se organiza una concentración legítima en protesta por un auténtico desafuero, a todo el mundo le pasa desapercibido el tema entre las cien mil chorradas del día y no se solidariza ni el tato.
Llevar la libertad de expresión y el derecho de reunión hasta sus límites más grotescos es la mejor manera de deslegitimar su ejercicio. No poner ningún coto (en apariencia) a estas libertades es una táctica para boicotearlas cínicamente. Al final a las fuerzas políticas y económicas que controlan el cotarro les importa un bledo lo que una televisión o miles de manifestantes puedan piar porque saben de sobra que la sociedad española ya está anestesiada contra cualquier editorial, consigna, grito o pancarta.
Es como si estos déspotas constitucionales nos dijeran, con sonrisa sarcástica, “habla chucho, que no te escucho”, haciendo casi buenas las dictaduras estalinistas o de extrema derecha, que al menos al reprimir con energía una opinión disidente estaban otorgando importancia a su autor, tratándole con cierto respeto, dándole un protagonismo.
Más sobre las manifestaciones en La pluma: La gente fea de las manifas (en los comentarios)
4 comentarios:
Ya estamos intentando desprestigiar derechos elementales, para implícitamente defender lo indefendible.
A quien nombramos tutor para determinar los fines y las causas por las que el personal puede ó debe manifestarse?.
Quien es el hombre en posesión de la verdad, debidamente formado, que lo determina.
Yo me manifestaría antes porque me devolvieran la pasta de las preferentes que por la unidad de España...Y tú casi seguro que al revés.
Quien nos saca de dudas, Neri?.
Quien es el hombre inteligente, sabio y justo?. El que protesta porque le han estafado con los ahorros de su familia ó el que tiene la sagacidad y el arrojo de velar por la integridad territorial de una nación histórica.
Quién es el patético y quien el iluminado por la verdad?.
A quien nombramos arbitro?. a Tono, a Pio Moa, a Pilar Rahola?.
Besos desde el alto Aragón.
"A quien nombramos arbitro?. a Tono, a Pio Moa, a Pilar Rahola?"
A ver, en mi opinión, el ideal sería Tono. Me parece un personaje sabio, especial, bendito.
Confío en que su mensaje irá calando en las gentes.
Y así, los pueblos bárabaros o salvajes almenos conozcan los pilares de la religión, a saber: quien es el apóstol, quien es Tono, y en definitiva, como hay que ingerir los alimentos.
En la mayoría de las manifestaciones, más que un conjunto de ciudadanos indignados, lo que vemos es una romería. Salvo las relacionadas con el terrorismo, en casi todas se ve gente con bocadillos, cantando, riendo, etc. Una manifestación tiene que reflejar la ira, la angustia y el malestar de los asistentes, como la de Miguel Ángel Blanco.
Pero ahora mismo es difícil saber si el del megáfono y la gorra es un tío reclamando sus derechos o un forofo que viene del fútbol.
"Es más fácil embaucar a muchos juntos que a uno solo".
(Herodoto)
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