El general McArthur y el Emperador Shōwa en la ceremonia de rendición de Japón |
Hitler se pegó un tiro en la
cabeza. Los grandes jerarcas nazis (Göring, Von Ribbentrop, Rossenberg, Hess)
fueron condenados en Núremberg, a la horca o a cadena perpetua. A Mussolini lo
fusilaron los partisanos y su cadáver fue brutalmente profanado en Milán…
En cambio, Hirohito, el Emperador
del Japón, el otro gran líder del Pacto Tripartito, que ordenó el ataque a
Pearl Harbor y la invasión de todo el Sudeste Asiático, no solo se fue de
rositas, sino que siguió reinando hasta 1989. ¿Cómo es posible? La increíble impunidad
del llamado Emperador Shōwa sigue siendo una cuestión polémica y espinosa para
políticos e historiadores de todo el mundo.
Tras el lanzamiento de las bombas
atómicas, el invicto general Douglas McArthur fue designado representante de los aliados en la
ceremonia de rendición del 2 de septiembre de 1945 y supervisor de la ocupación
americana de la Tierra del Sol Naciente, que se prolongaría hasta 1955 (en Okinawa
hasta 1972). A partir del 46 comenzó a funcionar el Tribunal Penal Militar
Internacional para el Lejano Oriente, compuesto por magistrados de las
potencias vencedoras y ante el que se celebrarían los famosos procesos de Tokio
para juzgar a los criminales de guerra japoneses. Los japos no habían sido
precisamente unos angelitos y se habían destacado por el uso prohibido de armas
químicas y bacteriológicas, el asesinato en masa de millones de personas (recordemos,
entre otras, las masacres de Nankín y de Manila), el trato despiadado a los
prisioneros (incluyendo el canibalismo y experimentos médicos inhumanos) y la
prostitución por la fuerza de miles de muchachas en los territorios ocupados.
También mataron de hambre a poblaciones enteras al derivar todos los recursos
locales al esfuerzo militar y cometieron toda clase de desmanes contra la
colonia española en Filipinas, masacrando sin miramientos a quienes se refugiaron en
nuestra embajada.
Vamos, que fueron casi tan
salvajes como los ingleses y los yanquis, quienes, por cierto, solo durante el
primer año de la ocupación de Japón violaron a casi 300 mujeres diarias y
establecieron una férrea censura para evitar que se filtrara a la prensa
información alguna sobre estos crímenes.
Pero el caso es que a pesar de las
múltiples solicitudes de políticos y militares para que
Hirohito fuera sometido a los procesos de Tokio, McArthur se empeñó en salvarle
de la quema. Y lo consiguió. Meses antes de iniciarse los juicios, los altos
funcionarios del General comenzaron a trabajar activamente para que las
acusaciones por crímenes de guerra sirvieran a la vez como sólida
defensa de Hirohito. Se entrevistaron con todos los acusados, coordinaron sus
declaraciones y hasta compraron testigos para que en las sesiones quedara bien
claro que el Emperador solo había sido una víctima de los manejos de sus
generales ultranacionalistas y que no había tenido ninguna responsabilidad en la
guerra.
Por supuesto esto era falso. El
Emperador Shōwa había ratificado en 1937 la propuesta de su
ejército de vulnerar los tratados internacionales en materia de armas químicas
(es decir de gasear masivamente a los chinos) y en 1941 encargó personalmente al
General Hideki Tōjō el bombardeo de la famosa base estadounidense en Hawai. Además, según numerosos investigadores, estuvo siempre al tanto de todas las operaciones militares tanto en el frente
como en la retaguardia.
Pero a Estados Unidos le daba igual. Le interesaba demasiado que Hirohito siguiera siendo el Emperador. Por una parte, fue la propia familia imperial la que facilitó a los aliados los nombres y los datos más relevantes para montar el circo de los juicios de Tokio, pero sobre todo la figura imperial resultaba imprescindible para legitimar ante la población la ocupación aliada del archipiélago. Dado que para el sintoísmo japonés el Emperador era una divinidad viviente y, por lo tanto, el elemento de mayor cohesión nacional, McArthur quiso mantenerlo en el trono, libre de todo cargo, a modo de títere, para que los objetivos de la invasión se alcanzaran sin obstáculos y del modo más fluido posible. Según el tratado de capitulación, la intervención del Tío Sam se justificaba en la necesidad de reconstruir el país, atajar las hambrunas, supervisar el desarme y democratizar las instituciones, pero todo el mundo sabe que la verdadera misión de Mr. Douglas, el militar más condecorado de toda la historia, era liberalizar la economía para que Washington se comiera con patatas el mercado nipón. Naturalmente, una minucia como la responsabilidad criminal de Hirohito no iba a impedir a los gringos cerrar sus negocios multimillonarios de postguerra…
Pero a Estados Unidos le daba igual. Le interesaba demasiado que Hirohito siguiera siendo el Emperador. Por una parte, fue la propia familia imperial la que facilitó a los aliados los nombres y los datos más relevantes para montar el circo de los juicios de Tokio, pero sobre todo la figura imperial resultaba imprescindible para legitimar ante la población la ocupación aliada del archipiélago. Dado que para el sintoísmo japonés el Emperador era una divinidad viviente y, por lo tanto, el elemento de mayor cohesión nacional, McArthur quiso mantenerlo en el trono, libre de todo cargo, a modo de títere, para que los objetivos de la invasión se alcanzaran sin obstáculos y del modo más fluido posible. Según el tratado de capitulación, la intervención del Tío Sam se justificaba en la necesidad de reconstruir el país, atajar las hambrunas, supervisar el desarme y democratizar las instituciones, pero todo el mundo sabe que la verdadera misión de Mr. Douglas, el militar más condecorado de toda la historia, era liberalizar la economía para que Washington se comiera con patatas el mercado nipón. Naturalmente, una minucia como la responsabilidad criminal de Hirohito no iba a impedir a los gringos cerrar sus negocios multimillonarios de postguerra…
6 comentarios:
Muy interesante figura la del emperador en Japón.
Las sociedades orientales son desconocidas para nosotros. En 1945 aún más. Estuvieron muy bien asesorados los americanos cuando decidieron (a la vista está que con gran provecho) mantener al pequeño dios en su altar.
Un artículo sobre los kamikaze que ya cité alguna vez es útil para comprender el carácter sacral del Emperador:
" (...) Desde hace más de dos mil seiscientos años, el Trono del Crisantemo (una línea jamás ininterrumpida) es de naturaleza divina: ellos son descendientes directos de la diosa del Sol, Amaterasu-omi-Kami; los “Tennos”, los emperadores japoneses, son las primeras manifestaciones vivientes de los dioses invisibles creadores, en los orígenes, de las islas del Japón. No son los representantes de Dios, son dioses… por ello, Mishima, en su obra “Caballos desbocados“, define así, con absoluta fidelidad a la moral shintoísta, el principio de la lealtad a la Vía Imperial (el “Kodo”): “Lealtad es abandono brusco de la vida en un acto de reverencia ante la Voluntad Imperial. Es el precipitarse en pleno núcleo de la Voluntad Imperial“."
"El mismo día en que el Emperador Hiro-Hito decide anunciar la rendición incondicional de las armas japonesas y se lo comunica al pueblo entero por radio (¡era la primera vez que un Tenno hablaba directamente!) (...)"
Un occidental que creo comprendió muy bien el proceso de desacralización -que fue una especie de catástrofe espiritual para los japoneses- del carácter divino del Emperador es el ruso Sokurov, y lo reflejó notablemente en la película El Sol (más allá de su muy discutible estilo de dirección):
https://www.youtube.com/watch?v=9KxFZrDUoxM
https://www.youtube.com/watch?v=cmX1tRaOa6U
Excelente entrada, Neri. Me ha gustado mucho y no me atrevo a objetar nada. Sospecho que en esta ocasión hay mucho de cierto en el hilo conductor de tu artículo.
Buen viernes a todos y haced el amor el fin de semana, que siempre viene bien. Yo tengo un esguince de rodilla y no puedo practicar la postura del cuchillo jamonero, que me sale fatal.
Buen viernes a todos.
De todas formas tu análisis es incompleto. Hay un aspecto que quiero rescatar y me parece importante: Hiro Hito, ha sido el precursor de la moda pantalonera Cachuli. Ya sabemos quien era el referente en asuntos de estilismo para Julián Muñoz.
Perdón , es Macarthur el hombre que lleva el pantalón a la altura de las orejas.
Tábano, creo que muy pronto hablaré de los kamikazes.
Brujo dice: "Sospecho que en esta ocasión hay mucho de cierto en el hilo conductor de tu artículo". Señor mío, yo no miento en mis posts, así que deje de insultarme.
Zorro, sí, muy cierto. McArthur hizo carambola. El que quedó "un poco" desairado fue Hirohito. Hay quien explica que fue exonerado por su condición de figura simbólica, ya que era solo el jefe de estado. El primer ministro lo era Fumimaro Konoe, al que sí empapelaron en los procesos de Tokio y que se suicidó con cianuro antes de dictarse la sentencia, que sin duda iba a condenarlo a la horca.
Me gusta mucho el comentario que ha hecho en Facebook Jota Quinto Sertorio sobre este post: "La palabra del emperador era sagrada.... por ello se le usó para que ordenara sumisión a su pueblo".
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