domingo, 21 de agosto de 2011

LA BUENA EDUCACIÓN


A simple vista podríamos dar por bueno que las normas de educación únicamente están pensadas para hacer más agradable y respetuosa la convivencia entre las personas, pero si reflexionamos un poco caeremos en la cuenta de que estas reglas de buena crianza también son en el fondo instrumentos de control social y de domesticación diseñados por los poderosos para garantizar la docilidad de los más débiles.

No se me entienda mal. No estoy negando la importancia de la cortesía y de las buenas maneras, que considero muy deseables, ni defendiendo la grosería como pauta de conducta para ser más libres, pero tampoco creo que debamos ser esclavos de la amabilidad en todas las circunstancias como nos han enseñado durante siglos con intención evidente.

“Tú, mejor cállate”, “no seas respondón”, “a gritos no se arreglan las cosas”, “la violencia no lleva a ninguna parte”, “no te metas en líos”, “para qué has estudiado en un colegio de monjas” y, sobre todo, “no te pongas a su nivel” han sido las consignas que generación tras generación nos han grabado en el coco para que nuestro prurito de ser los más educados nos haga estar quietos y en silencio mientras los poderosos o los caraduras nos dan por saco.

Una cosa es tratar bien a nuestros semejantes y esforzarnos por ser amables y serviciales, y otra bien distinta tragarnos por sistema los pisotones y las ordinarieces de los demás solo por el orgullo mal entendido de quedar como tíos educadísimos, de demostrar que nos han criado bien y que “no estamos a su nivel”.
Porque está muy claro que en la libre competencia entre apabulladores y corderitos, entre groseros y pacientes, entre brutos y finolis y entre voceras y silenciosos, suelen, por desgracia, tener las de ganar los primeros, de modo que nuestras buenas maneras tendremos que dosificarlas e incluso limitarlas atendiendo a la situación o al personaje con el que nos toque lidiar en cada momento si no queremos ir por la vida como unos pardillos a los que roban continuamente la merienda.

Con determinada gente no hay más remedio que adoptar su propio estilo rudo para que puedan enterarse de la conversación y llegar a respetar nuestros derechos, intereses o puntos de vista, ya que hay por ahí sujetos que la buena educación, las sonrisas y las palabras corteses las interpretan invariablemente como signos de debilidad o como una vía libre para abusar o imponer su criterio. Vamos, que no está hecha la miel para la boca del asno, y con un tipo zafio, cínico, impositivo y vociferante lo que procede es ser más bestia que él, si cabe, hasta que se vaya coscando de que sus modos cafres no nos intimidan nada en la defensa de nuestros intereses. Y si él o cualquiera que esté delante piensa que vaya desperdicio de dinero en un colegio de curas, mejor.

Por supuesto esta actitud de rebajarnos a la basura debe ser siempre fruto de la premeditación y no de la ira, y estar perfectamente dosificada y bajo control. Igualmente solo debemos incurrir en estos excesos cuando sea imprescindible para la defensa de nuestras posturas, derechos e intereses de cualquier tipo, pues en caso contrario, es decir cuando se trata de conversaciones absurdas que no llevan a ninguna parte, es preferible evitar sofocos y pasar del pollo en cuestión, rehusando cualquier contacto con él y con los de su calaña.

Pero no solo está permitido conculcar los códigos de buena crianza con chusmilla vulgar que por su comportamiento diríamos que han sido educados por un porquero. También es lícito hacerlo, con toda la energía necesaria, con la otra chusmilla: con los finolis, con los exquisitos, con los pijitos poderosos y achulados que con guante de seda pretenden hacernos cuando se les antoja un doloroso tacto rectal. Con la excusa de su posición y con el barniz de sus buenas palabras, este tipo de señoritingos nos puede estar haciendo la cama de forma tan fina como contundente, así que tampoco hay que cortarse, y si es preciso ponerse brutos o faltones para que salgan de su letargo de superioridad y nos dejen de hacer la santísima, pues nos ponemos y punto.

Ah, y cuidado los varones con esa obligación, marcada al fuego en nuestros genes, de ser delicados con las damas a toda costa. Las cosas han cambiado muchísimo y quedaríamos completamente desprotegidos si bajáramos la guardia con las féminas solo por su condición. La caballerosidad y la galantería, amigos, solo con aquellas que lo merezcan. Ahora las fieras de la selva también pueden ser hembras y de tontos sería concederles la mínima ventaja por una gentileza mal entendida de la que ellas saben aprovecharse tan bien.

Ya en nuestra buena familia y en el colegio nos enseñaron cómo ser unos gentlemen y unas señoras, así que aprendamos en la calle o en el trabajo cómo se comportan los bandidos para entendernos bien con ellos en caso de necesidad.

10 comentarios:

El chico de los tablones dijo...

Ustedes tienen la suerte de que este tipo de "chusmilla" no es del todo habitual en su día a día.

Entre los de mi generación cada vez se me hace más difícil mantener una conversación sin caer en la zafiedad y el descaro de mi interlocutor.

Que si "tronco, ¿llevas un cigarro?", que si "tío, déjame los apuntes"... Ya estoy harto de oír ese tipo de cosas. Por no hablar del eterno "préstame X euros, que ya te los devolveré".

La buena educación sólo debe emplearse en conversaciones con gente educada. Con los caraduras y patanes hay que olvidar todo lo aprendido en casa o en la escuela y rebajar nuestros modales y registro lingüístico a los suyos, para que no les quede duda alguna de nuestra negativa a ser mangoneados:

"No, que te jodan."

(Recomendable servir con grandes dosis de ironía y el acompañamiento de una sonrisa postiza).

Nagore dijo...

ayy...cuantas veces a lo largo del día me cuestiono yo éstas cosas...
- que si la mejor palabra es la que se queda por decir... o no?
- le mando a tomar por... o me callo?
- me pongo a su altura y le suelto una "fresca"? no...
- una respuesta inteligente? cuando te pillan de "sopetón", yo al menos, no sé que decir. Después se me ocurren muchas cosas, pero en ese momento...

"A Mar en tempestad, corazón templado".

Una persona elegante tiene capacidad de reflexión suficiente y sabe pedir disculpas aunque cinco minutos antes te haya mandado al "peo" por un calentón o malentendido.

Con la chusma... media vuelta y "a otra cosa mariposa", no merece la pena.
No hay más tonto que el que no quiere entender, no hay más sordo que el que no quiere oir.

A los sibilinos... por donde amargan los pepinos.

Nunca a una mujer le puede ofender un caballero, en caso contrario, no hablaríamos de un "dama" sino de un "camionero".

P.D. con todo mi respeto por los camioneros.

Nagore dijo...

Bueno... para casos extremos de chulería y sinverguenzas varios se me ocurren otras tácticas a emplear mucho más efectivas, aunque después de aplicarlas... las negaré todas!!! :))

Anónimo dijo...

No podría estar más de acuerdo con todo lo escrito. Yo, poco a poco, trato de librarme de la mierda de eduación pacifista que me han dado durante toda la vida. Está claro que se puede ser alguien educado y caballeroso sin tener que permitir que a uno le pisoteen por no tratar a la gente como se merece.

El Subdirector del Banco Arús dijo...

Me siento muy identificado con lo que ha expresado en su post.

Particularmente, de primeras intento ser lo más educado y protocolario que sea posible. Pero si me tocan los cojones, me duele, y entonces saco los dientes y me lío a dentelladas.

Lo mismo me sucede cuando compruebo claramente que me están meando -más bien, intentando mear- y el soplagaitas de turno me intenta convencer de que es una brisa fresca, aunque sea con muy buenas palabras. Me jode que insulten mi inteligencia y que me intenten engañar vilmente. Nunca he comulgado con ruedas de molino y, en este tipo de ocasiones saco la espada a pasear.

Y como buen caballero, en mi espada llevo grabado aquello de "Mi se saques sin razón, ni me guardes sin honor".

Francamente, me fastidia mucho pelear. Y los enfrentamientos.

El Subdirector del Banco Arús dijo...

Pero, aunque me fastidie, mayor es el problema que tengo con mi barba.

Es muy oscura y me crece a corros así que tras tres días, sin rasurarme tengo muy mal aspecto. Y para poder afeitarme a diario es preciso que me pueda contemplar en el espejo sin sentir nauseas.

Mr. Pimple dijo...

Personalmente creo que el post refleja lo que todos sentimos, la sobreactuación en la mayoría de los casos de nuestra "buena educación" en memoria de nuestros padres.
Día a día nos enfrentamos a situaciones de cortesía que, claramente, son un mero teatro.
Ej. Esta mañana fui al banco a abrir una cuenta de ahorros y el director del banco sin conocerme y sin preguntar mi nombre me dio la mano. El otro día estuve haciendo unas compras y con lo joven que soy me sentí hecho un viejo al tratarme de usted el empleado...

Tenemos que empezar a perder la falsa cortesía y dejar paso a una cortesía que no sea de fechada o pegatina.

Lo que más me molesta sobre todo es la caballerosidad hacia las mujeres, me revienta: que si tienen que ir por el lado de dentro de la acera, que si les sirven antes el plato, que si entran primero a los sitios, que hay que sujetarles la puerta al entrar, que en el hundimiento del titanic ellas se salvan primero...

hasta los cojones.

Cortesía es no molestar a los vecinos con la música.

Cortesía es no incordiar a los demás.

He dicho.

Hispanicus dijo...

Me ha encantado y coindico en especial me ha gustado mucho este parrafo que copio literalmente:

"Ah, y cuidado los varones con esa obligación, marcada al fuego en nuestros genes, de ser delicados con las damas a toda costa. Las cosas han cambiado muchísimo y quedaríamos completamente desprotegidos si bajáramos la guardia con las féminas solo por su condición. La caballerosidad y la galantería, amigos, solo con aquellas que lo merezcan. Ahora las fieras de la selva también pueden ser hembras y de tontos sería concederles la mínima ventaja por una gentileza mal entendida de la que ellas saben aprovecharse tan bien."

un saludo

Álex dijo...

Me sorprende un poco leer sobre fieras, competencia, espadas... Claro que hay momentos en los que hay que saber poner las cosas en su sitio pero, al menos para mi, esas ocasiones son muy poco frecuentes.
En general, soy amable y educado porque me sale serlo, es mi manera habitual de relacionarme y tengo comprobado que la gente suele responder de la misma manera. Hasta los cafres se suelen desconcertar ante la amabilidad y el respeto cuando son actitudes sinceras y no son una pose.
Estoy de acuerdo con Nagore en que la mayor parte de las ocasiones cotidianas en las que entran tentaciones de responder mal y soltar unas cuantas frescas, no merecen la pena. Y no digo que me calle antes las cosas mal hechas o ante los abusos: procuro hablar, pero con el "corazón templado" como la frase que cita también Nagore.
Feliz semana a todos.

Aprendiz dijo...

Este es un tema que yo he pensado mucho la verdad. Y es que yo tiendo a ir a la defensiva porque me fastidia que alguien intente tomarme el pelo o intimidarme. Pienso que para pedir perdón por una actitud desafortunada siempre hay tiempo, sin embargo cuando sólo te callas las cosas y tragas se te acaba quedando cara de panoli.

De todos modos yo creo que se puede congeniar muy bien la educación con el carácter. Uno puede defenderse a sí mismo perfectamente sin caer en bajezas. Las bajezas son cuando alguien trata de defenderse atacando al otro, eso es ser maleducado.

Una forma de no tener que acabar siendo maleducado es no entrando al trapo del otro. No se me ocurre un ejemplo en el que esto sea necesario si aprendemos a controlar el carácter. Que creo que es algo fundamental.