¡Qué poco honestos somos con nosotros mismos! Aunque a veces incurro en ella, me hace gracia la manía que tenemos casi todos de confundir lo que no nos gusta hacer con lo que se nos da fatal, las actividades que no nos atraen o nos desagradan con las que somos incapaces de llevar a cabo debido a nuestra torpeza.
A mí, por ejemplo, me pasa con el bricolaje y con cualquier tarea que exija un mínimo de destreza manual. De vez en cuando me sorprendo diciendo que odio el IKEA y sus muebles, y que no me atraen nada las manualidades, cuando lo cierto es que las veces que he intentado montar el más sencillo armario he terminado igual que Pepe Viyuela con su silla plegable.
Esta misma actitud la he visto en mucha gente con temas como el deporte (dicen que no les gusta y así no se ven obligados a competir y a hacer el ridículo), con las matemáticas, con el baile (yo aquí sí soy sincero), con la conducción de coches, con los estudios, con el ajedrez… Siempre es igual: “Es que a mí no me gusta nada estudiar”, “yo es que de jugar a las cartas, paso, no me va”, y lo cierto es que son malísimos con los libros (o muy vagos) o son incapaces de ganar una partida de naipes ni por equivocación.
En el tema sexo también he visto cosas parecidas. Seguro que todos hemos conocido al típico (o quizá más veces a la típica) que hace bandera de su pureza, de su decencia y de su más vivo rechazo a cualquier atisbo de promiscuidad ajena, pero no porque piensen así de verdad, sino simple y llanamente porque ellos no se han comido una rosca en su vida, bien por ser más feos que Picio o por carecer de las más elementales habilidades para el cortejo. Como dice Sabina en Besos en la frente: “condenada a ser decente”.
Uno se hace siempre dos preguntas con estas cosas:
Primero, cómo es posible que seamos tan poco sinceros en cuestiones que a veces tienen tan poca importancia. Cada cual posee unas capacidades y ya está, pero nuestros oscuros complejos, con frecuencia por nimiedades, nos llevan a ser falsos y retorcidos con los demás, pero principalmente con nosotros, haciéndonos sufrir estúpidamente.
Y segundo, a veces dudo si es antes el huevo o la gallina, es decir: ¿somos torpes jugando al tenis porque no nos gusta y por lo tanto jugamos poco, con desgana y nunca adquirimos experiencia para ser buenos, o, por el contrario, no jugamos porque nos sabemos absolutamente inútiles para manejar la raqueta? ¿Bailamos mal porque de verdad no nos gusta el bailoteo y porque nos marcamos un pasodoble solo una vez al año, o más bien eludimos bailar por miedo al nulo sentido del ritmo que padecemos de nacimiento?
En relación a esto último, pienso que por muy poca destreza que tenga alguien en alguna actividad no debería dejar de realizarla radicalmente por miedo a la vergüenza, puesto que con la práctica, aunque jamás sea un hacha, seguramente pueda llegar a hacerlo el doble de bien que al principio. Pero somos tan orgullosos…
A mí, por ejemplo, me pasa con el bricolaje y con cualquier tarea que exija un mínimo de destreza manual. De vez en cuando me sorprendo diciendo que odio el IKEA y sus muebles, y que no me atraen nada las manualidades, cuando lo cierto es que las veces que he intentado montar el más sencillo armario he terminado igual que Pepe Viyuela con su silla plegable.
Esta misma actitud la he visto en mucha gente con temas como el deporte (dicen que no les gusta y así no se ven obligados a competir y a hacer el ridículo), con las matemáticas, con el baile (yo aquí sí soy sincero), con la conducción de coches, con los estudios, con el ajedrez… Siempre es igual: “Es que a mí no me gusta nada estudiar”, “yo es que de jugar a las cartas, paso, no me va”, y lo cierto es que son malísimos con los libros (o muy vagos) o son incapaces de ganar una partida de naipes ni por equivocación.
En el tema sexo también he visto cosas parecidas. Seguro que todos hemos conocido al típico (o quizá más veces a la típica) que hace bandera de su pureza, de su decencia y de su más vivo rechazo a cualquier atisbo de promiscuidad ajena, pero no porque piensen así de verdad, sino simple y llanamente porque ellos no se han comido una rosca en su vida, bien por ser más feos que Picio o por carecer de las más elementales habilidades para el cortejo. Como dice Sabina en Besos en la frente: “condenada a ser decente”.
Uno se hace siempre dos preguntas con estas cosas:
Primero, cómo es posible que seamos tan poco sinceros en cuestiones que a veces tienen tan poca importancia. Cada cual posee unas capacidades y ya está, pero nuestros oscuros complejos, con frecuencia por nimiedades, nos llevan a ser falsos y retorcidos con los demás, pero principalmente con nosotros, haciéndonos sufrir estúpidamente.
Y segundo, a veces dudo si es antes el huevo o la gallina, es decir: ¿somos torpes jugando al tenis porque no nos gusta y por lo tanto jugamos poco, con desgana y nunca adquirimos experiencia para ser buenos, o, por el contrario, no jugamos porque nos sabemos absolutamente inútiles para manejar la raqueta? ¿Bailamos mal porque de verdad no nos gusta el bailoteo y porque nos marcamos un pasodoble solo una vez al año, o más bien eludimos bailar por miedo al nulo sentido del ritmo que padecemos de nacimiento?
En relación a esto último, pienso que por muy poca destreza que tenga alguien en alguna actividad no debería dejar de realizarla radicalmente por miedo a la vergüenza, puesto que con la práctica, aunque jamás sea un hacha, seguramente pueda llegar a hacerlo el doble de bien que al principio. Pero somos tan orgullosos…
8 comentarios:
Todavía estoy por descubrir, a éstas alturas de mi vida, qué coño sé hacer yo realmente bien, porque no sé hacer absolutamente nada: ni bailar, ni coser, ni cantar, ni cocinar, ni dibujar... en fin.
Aunque hacer, lo que se dice hacer, hago de todo. No tengo vergüenza pa ná!!!
Admiro a la gente que posee una destreza especial para todo, incluso a pesar de las dificultades.
Yo solo pongo empeño.
Ánimo con el trabajo Neri!!! Buen finde a tod@s.
Ah! perdón!!! pero de lo otro sí... tengo pruebas que lo demuestran. Concretamente dos. Y guapísimas!!! ;))
Yo no soy orgullosa, lo que tengo es un sentido del ridículo hiperdesarrollado, me muero de verguenza cuando algo no me sale y hay gente delante.
De todas formas creo que sólo con el tema del futbolín me eché para atrás hace años y nunca lo he intentado bien, el resto al menos lo intento.
Yo creo que no es falta de sinceridad... en realidad es una reacción muy honesta sincera y natural: cuando algo sólo nos reporta disgustos y dolor, lo rechazamos, no nos gusta. ¿porqué? porque nos hace sufrir (el ridículo, la vergüenza, la frustración...) en vez de disfrutar. Empeñarse en desarrollar esa actividad sólo por que sea un convencionalismo social sería de masocas a parte de una clara manifestación de una personalidad débil.
Por cierto, encantado de comentar de nuevo por aquí... hacia tiempo que no les saludaba.
Es cierto, como digo, que "cada cual posee unas capacidades y ya está", pero leyendo el comentario de Nagore me doy cuenta de que en realidad las habilidades están tan mal repartidas que con demasiada frecuencia el que es hábil suele serlo para casi todo, mientras que a los torpes no se les suele dar bien casi nada. Y eso sí puede explicar bastante el corte que da ponerse a hacer esas cosas.
Saludos, Sr. Chirly. Tiene usted razón: las cosas que se dan mal, al final no gustan, claro.
También es frecuente la confusión de decir que no nos gustan aquellas cosas que, simplemente, desconocemos. Parece que queda más chic decir que no te va nada esquiar en vez de decir con sinceridad que nunca has esquiado, por ejemplo.
Y en las habilidades y torpezas tengo comprobado que también influye mucho la habilidad con que alguien nos intentó enseñar la destreza en cuestión. Lo digo por mi propia experiencia de tener un excelente padre pero muy poco hábil enseñando, de tal manera que muchas de las cosas que intentó enseñarme de pequeño han sido siempre para mi labores casi imposibles, en las que me he sentido siempre torpe y durante mucho tiempo traté de evitarlas.
Espero, sr. Neri, que se vaya normalizando la racha de trabajo intenso.
Saludos a todos
a mí me joden un poco los que van "de guays". Se meten en una conversación en la que alguien cuenta con entusiasmo su actividad "x" o su viaje "y", y ellos, sin saber de qué va el tema, dicen "pues a mí eso no me va" proponiendo en cambio otra historia en la que ellos son protagonistas. Curioso, normalmente suelen ser gente cuyo comentario no interesa a nadie. No sé el porqué de esta casualidad.
Sr. Neri.
Tengo por costumbre ofrecerme como guía de una doble visita a museos en Madrid, costumbre que le hago extensiva hoy a usted.
"El Prado al grano"; visita a Velázquez y a Goya de no más de noventa minutos, donde yo mismo hago de cicerone.
"El Museo del Jamón", donde la degustación de sus productos ibéricos le ayudarán a conservar las imágenes recién visionadas en el Prado, con energía y denuedo.
Si viene por Madrid, avise.
La doble vista es una apuesta a caballo ganador.
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