Tras un año laboral especialmente duro, lleno de sorpresas, de cambios y… de marronazos, me he tomado mis ansiadas vacaciones, cuya brevedad no sé en qué medida me va a permitir desconectar de la rutina asquerosilla de firmas, informes, obras, convenios y otros papelajos, pero al menos podré cambiar de aires y conocer otra cultura y otros paisajes.
El otro día me sorprendí pensando qué giro radical ha pegado mi estilo de vacaciones en pocos años. El subdirector del Banco Arús confesaba encontrarse en un período de aburguesamiento, considerándose casi culpable de haber estado en un hotelito, con todas las comodidades y pegándose cenorras. Y algo parecido me pasa a mí.
Dándole vueltas me di cuenta de que tanto el Subdire como yo tenemos en común una cosa, y es que siempre hemos sido rigurosamente sobrios y austeros en nuestros gustos y aficiones. Ello incluye por supuesto la forma de vivir nuestras vacaciones, que en muchos casos han consistido, a lo largo de nuestra juventud, en escapadas a la naturaleza, acampadas libres, campamentos o albergues de los que ahora no se llevan y austeras peregrinaciones a pie a Compostela. Algún día dedicaré un post a las acampadas de mis tiempos mozos, pues el tema da para mucho, y a mis cuatro Caminos de Santiago, en especial al que compartí con el Subdirector y otros amigos en julio del 99.
Pero el caso es que no nos acabamos de acostumbrar a esto de la buena vida. Yo creo que al haber sido formados en un fanatismo anticapitalista, tenemos una especie de remusguillo de incomodidad cada vez que incurrimos en algún lujo que nosotros consideremos burgués (aunque luego no lo sea). A mí personalmente no me gustan nada las ostentaciones ni los derroches, como tampoco me agradan los hoteles, los coches grandes, los objetos de mucho valor o de oro, la ropa cara o los bares pijos. Incluso suelo evitar pedir copas en los bares, pues me parece un atraco a mano armada.
Pero uno va haciendo años y notando como las circunstancias cambian a su alrededor. En el tema vacaciones, confieso que lo pasaría genial retomando aquellas acampadas salvajes, aquellas palizas por el Pirineo, aquellas noches durmiendo en el suelo de un polideportivo municipal en cualquier pueblillo de la Ruta Jacobea, aquellos cinco días a bocatas… Pero ya no queda casi nadie cercano a mí al que le guste ese plan de ocio y además confieso que, no sé si burgués, pero cómodo me he vuelto un rato. Ahora, en los pocos días de asueto que me conceden lo que me apetece es relajarme y no cansarme más todavía; estar cómodo y darme algún pequeño homenaje de los que no me da tiempo a permitirme durante el año.
Esto en la práctica significa que me suelo hacer un viaje burgués y capitalista sin reparar en gastos y pegándome muy buena vida. ¡Qué traidor, qué miserable! Por eso a veces sospecho que mis toscas vacaciones de los veintitantos a lo mejor no se debían sólo a mi cacareada austeridad cristiana, sino principalmente a que andaba sin un duro y a que no tenía nada de lo que descansar.
Seguiré reflexionando sobre mis contradicciones.
El otro día me sorprendí pensando qué giro radical ha pegado mi estilo de vacaciones en pocos años. El subdirector del Banco Arús confesaba encontrarse en un período de aburguesamiento, considerándose casi culpable de haber estado en un hotelito, con todas las comodidades y pegándose cenorras. Y algo parecido me pasa a mí.
Dándole vueltas me di cuenta de que tanto el Subdire como yo tenemos en común una cosa, y es que siempre hemos sido rigurosamente sobrios y austeros en nuestros gustos y aficiones. Ello incluye por supuesto la forma de vivir nuestras vacaciones, que en muchos casos han consistido, a lo largo de nuestra juventud, en escapadas a la naturaleza, acampadas libres, campamentos o albergues de los que ahora no se llevan y austeras peregrinaciones a pie a Compostela. Algún día dedicaré un post a las acampadas de mis tiempos mozos, pues el tema da para mucho, y a mis cuatro Caminos de Santiago, en especial al que compartí con el Subdirector y otros amigos en julio del 99.
Pero el caso es que no nos acabamos de acostumbrar a esto de la buena vida. Yo creo que al haber sido formados en un fanatismo anticapitalista, tenemos una especie de remusguillo de incomodidad cada vez que incurrimos en algún lujo que nosotros consideremos burgués (aunque luego no lo sea). A mí personalmente no me gustan nada las ostentaciones ni los derroches, como tampoco me agradan los hoteles, los coches grandes, los objetos de mucho valor o de oro, la ropa cara o los bares pijos. Incluso suelo evitar pedir copas en los bares, pues me parece un atraco a mano armada.
Pero uno va haciendo años y notando como las circunstancias cambian a su alrededor. En el tema vacaciones, confieso que lo pasaría genial retomando aquellas acampadas salvajes, aquellas palizas por el Pirineo, aquellas noches durmiendo en el suelo de un polideportivo municipal en cualquier pueblillo de la Ruta Jacobea, aquellos cinco días a bocatas… Pero ya no queda casi nadie cercano a mí al que le guste ese plan de ocio y además confieso que, no sé si burgués, pero cómodo me he vuelto un rato. Ahora, en los pocos días de asueto que me conceden lo que me apetece es relajarme y no cansarme más todavía; estar cómodo y darme algún pequeño homenaje de los que no me da tiempo a permitirme durante el año.
Esto en la práctica significa que me suelo hacer un viaje burgués y capitalista sin reparar en gastos y pegándome muy buena vida. ¡Qué traidor, qué miserable! Por eso a veces sospecho que mis toscas vacaciones de los veintitantos a lo mejor no se debían sólo a mi cacareada austeridad cristiana, sino principalmente a que andaba sin un duro y a que no tenía nada de lo que descansar.
Seguiré reflexionando sobre mis contradicciones.
3 comentarios:
Espero que tanto Leonardo como usted por un lado y El Señor Subdirector por otro, estén disfrutando mucho de sus burguesas vacaciones, y cojan fuerzas e inspiración para seguir siendo viperinos.
Yo este año he tenido unas vacaciones poco burguesas, por lo que si las suyas últimamente lo son, no ponga como excusa a los demás sino a usted mismo y sus circunstancias. Sí es cierto que con la edad cada vez nos gusta más las comodidades y que en vacaciones nos lo den casi todo hecho, pero también es cierto que hay veces en las que aún apetece un poco de aventura.
Mientras tanto y ustedes disfrutan de sus respectivos aburguesamientos yo me mantendré al pie de este cañón.
Por mi parte, estoy disfrutando de las mejores vacaciones de mi vida tras un año especialmente duro en lo profesional (rodeado de trepas, pelotas y chapuceros) y también en lo personal. Quizás el peor de mi vida profesional incluyendo el que tuve que compaginar trabajo y oposición.
Primero a Canarias, acabo de llegar de París y, si Dios quiere, este puente marcharé a Granada. Y todavía tengo intención de seguir disfrutando más y hacer muchísimo deporte: squash, natación, gimnasio... Necesitaba estas vacaciones más que el comer!!!
Coincido con el sr. Neri en que mis vacaciones se están volviendo extremadamente burguesas y eso que, en mi época de estudiante, durante el curso vivía con muchísimo estrés, padeciendo jornadas marotonianas con clases y prácticas de mañana y de tarde, horas interminables de estudio y exámanes en septiembre que me obligaban a seguir estudiando en Agosto, como mínimo, seis horas al día. No todos cursábamos carreras con sólo tres días lectivos. Pero, sr. Neri, eran otros tiempos y otras amistades: Llevo más de seis años sin dormir al raso, en tienda de campaña o en la cocina de algún albergue y créame, lo echo muchísimo de menos.
Sres. ¡¡¡Dense un respiro!!!Tanto trabajo, tanta responsabilidad... Es su privilegio disfrutar de las vacaciones que les plazca y que se puedan permitir, burguesas ó no... Son sus vacacines. Dejen la austeridad monacal capuchina y permítanse cierto hedonismo que les otorgará volver a sus actividades profesionales con renovadas fuerzas e ilusión... Que lo disfruten.
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