El famoso escritor ex jesuita
José Luis Martín Vigil (†2011) publicó en los años 60 varias novelas de
temática social que abordaban de forma muy atractiva el compromiso de la
Iglesia Católica con los más necesitados. Sin duda la más impactante de todas
fue Los curas comunistas (1965),
escrita justo un año después de que Pablo VI autorizara la experiencia
de los sacerdotes obreros tras su prohibición en 1959 por Juan XXXIII cuando se comprobó que la mayor parte de ellos, especialmente en Francia, había dejado
de ejercer su ministerio, o se había casado o amancebado.
Fue entonces cuando este experimento, que es uno de los antecedentes de la Teología de la Liberación, se importó a la España franquista no sin el recelo de las autoridades y de la propia jerarquía eclesial. Y fue también entonces cuando Martín Vigil publicó este inquietante relato sobre uno de estos curas que decidieron trasladarse a barriadas populares, empleándose en fábricas como simples peones, para evangelizar en un sector que ellos consideraban “tierra de misión”, ya que la clase humilde trabajadora se encontraba en la práctica completamente alejada de la Fe y de la Iglesia.
Escribir un libro sobre este tema en 1965 no era tarea fácil y el mayor mérito de su autor fue sortear hábilmente la censura. Para ello, en primer lugar, trazó el personaje de un cura irreprochable y equilibrado que se lanza a vivir como un obrero más para dar testimonio cristiano a las masas descreídas de un área industrial de Madrid. El padre Francisco ha sido autorizado por el Obispado para vivir solo en el barrio, dice Misa todos los días, rechaza con firmeza colaborar con los comunistas y vence sin problemas la tentación de la carne personificada en una jovencita que le ayuda en su labor. Probablemente todo lo contrario a lo que sucedió en la realidad con esta clase de sacerdotes.
El segundo truco del desaparecido novelista asturiano fue no tomar partido (aparentemente) ni por los defensores de este movimiento ni por sus críticos. La novela se limita a describir los diálogos –a veces agrias broncas– entre el cura Francisco y distintos personajes que simbolizan las posturas existentes, dejando que sea el lector quien saque sus conclusiones a la vista del rico argumentario, tanto a favor como en contra, que se desprende de estos debates. El protagonista discute en diferentes momentos con un obispo flexible, con su conservador ayudante, con varios compañeros de la parroquia, con feligreses de la más rancia burguesía, con miembros de la Hermandad Obrera de Acción Católica (muy interesante), con la policía o con militantes comunistas clandestinos. Muchas veces los argumentos que se esgrimen en estas charlas ponen al lector en un verdadero aprieto a la hora de posicionarse, ya que todas las partes, en su apasionamiento, muestran pedacitos muy sólidos de la verdad.
A favor de la tarea de estos sacerdotes se argumenta que es necesario que los ministros de la Iglesia se integren en ambientes donde existe una brecha tan profunda entre la sociedad y la religión. Para el protagonista, la única forma de acercarse a estas almas es a través del ejemplo, siendo uno de ellos, vistiendo como ellos y trabajando en los mismos sitios, para que poco a poco la clase obrera vaya percibiendo una Iglesia cercana y comprometida con sus problemas y necesidades, y volviéndose más permeable a su mensaje espiritual. Todo ello –dice– debe hacerse con mucho tacto y neutralidad, evitando los posicionamientos políticos que a lo único que llevan es al distanciamiento del sacerdote de una parte de los fieles.
Fue entonces cuando este experimento, que es uno de los antecedentes de la Teología de la Liberación, se importó a la España franquista no sin el recelo de las autoridades y de la propia jerarquía eclesial. Y fue también entonces cuando Martín Vigil publicó este inquietante relato sobre uno de estos curas que decidieron trasladarse a barriadas populares, empleándose en fábricas como simples peones, para evangelizar en un sector que ellos consideraban “tierra de misión”, ya que la clase humilde trabajadora se encontraba en la práctica completamente alejada de la Fe y de la Iglesia.
Escribir un libro sobre este tema en 1965 no era tarea fácil y el mayor mérito de su autor fue sortear hábilmente la censura. Para ello, en primer lugar, trazó el personaje de un cura irreprochable y equilibrado que se lanza a vivir como un obrero más para dar testimonio cristiano a las masas descreídas de un área industrial de Madrid. El padre Francisco ha sido autorizado por el Obispado para vivir solo en el barrio, dice Misa todos los días, rechaza con firmeza colaborar con los comunistas y vence sin problemas la tentación de la carne personificada en una jovencita que le ayuda en su labor. Probablemente todo lo contrario a lo que sucedió en la realidad con esta clase de sacerdotes.
El segundo truco del desaparecido novelista asturiano fue no tomar partido (aparentemente) ni por los defensores de este movimiento ni por sus críticos. La novela se limita a describir los diálogos –a veces agrias broncas– entre el cura Francisco y distintos personajes que simbolizan las posturas existentes, dejando que sea el lector quien saque sus conclusiones a la vista del rico argumentario, tanto a favor como en contra, que se desprende de estos debates. El protagonista discute en diferentes momentos con un obispo flexible, con su conservador ayudante, con varios compañeros de la parroquia, con feligreses de la más rancia burguesía, con miembros de la Hermandad Obrera de Acción Católica (muy interesante), con la policía o con militantes comunistas clandestinos. Muchas veces los argumentos que se esgrimen en estas charlas ponen al lector en un verdadero aprieto a la hora de posicionarse, ya que todas las partes, en su apasionamiento, muestran pedacitos muy sólidos de la verdad.
A favor de la tarea de estos sacerdotes se argumenta que es necesario que los ministros de la Iglesia se integren en ambientes donde existe una brecha tan profunda entre la sociedad y la religión. Para el protagonista, la única forma de acercarse a estas almas es a través del ejemplo, siendo uno de ellos, vistiendo como ellos y trabajando en los mismos sitios, para que poco a poco la clase obrera vaya percibiendo una Iglesia cercana y comprometida con sus problemas y necesidades, y volviéndose más permeable a su mensaje espiritual. Todo ello –dice– debe hacerse con mucho tacto y neutralidad, evitando los posicionamientos políticos que a lo único que llevan es al distanciamiento del sacerdote de una parte de los fieles.
Los detractores sostienen que la
Iglesia jamás se ha alejado de los grupos más necesitados, a los que incluso ha
asistido en lo material cuando los poderes públicos se inhibían, y que la causa
de la caída en picado de la religiosidad en ciertos ámbitos se debe a otros factores, entre los que destaca el mendaz proselitismo marxista. Los sacerdotes
deberían dedicarse a la labor espiritual para la que han sido formados, y no a
desarrollar un trabajo manual ni a inmiscuirse en los conflictos seculares por
mucho que se pretenda que el objetivo es defender la justicia, aparte de que
es posible estar cerca de los humildes sin necesidad de gastar mono en una planta metalúrgica. Por último, los más críticos con el fenómeno
subrayan que aunque en teoría la idea de los curas obreros parece muy bienintencionada, en la práctica sus protagonistas terminan en tierra de nadie,
incomprendidos tanto por sus superiores de la Diócesis como por sus compañeros
de tajo, y cediendo casi siempre a la tentación de secularizarse y de
implicarse en las luchas obreras desde posiciones que no corresponde adoptar de
ningún modo a un representante de Cristo en la Tierra. En concreto, casi todos
estos peculiares misioneros terminaron siendo captados por los marxistas. ¿Quién convirtió a quién al final?
Si bien Los curas comunistas no es una novela precisamente de actualidad, resulta recomendable para refrescarnos un poco sobre cuál debe ser el papel de los sacerdotes en la sociedad y hasta dónde pueden llegar defendiendo lo que es justo. Lo mejor del libro es la reflexión sobre los errores tanto del marxismo como del capitalismo, así como la pregunta que queda flotando en el aire de si los religiosos deben comprometerse en las problemáticas derivadas de las relaciones laborales y de qué manera pueden hacerlo sin teñir su labor del odio oscuro de la lucha de clases.
En una conversación entre el padre Francisco y uno de los obreros más revolucionarios de la planta, aquel defiende con entusiasmo involucrarse en las reivindicaciones contra la patronal, pero este le dice con toda la razón: Para ti, cura, es muy fácil; si te echan a la calle, no tienes familia a la que mantener y además tu obispo te busca otro destino y santas pascuas. Otros no tendríamos esa salida tan cómoda.
Si bien Los curas comunistas no es una novela precisamente de actualidad, resulta recomendable para refrescarnos un poco sobre cuál debe ser el papel de los sacerdotes en la sociedad y hasta dónde pueden llegar defendiendo lo que es justo. Lo mejor del libro es la reflexión sobre los errores tanto del marxismo como del capitalismo, así como la pregunta que queda flotando en el aire de si los religiosos deben comprometerse en las problemáticas derivadas de las relaciones laborales y de qué manera pueden hacerlo sin teñir su labor del odio oscuro de la lucha de clases.
En una conversación entre el padre Francisco y uno de los obreros más revolucionarios de la planta, aquel defiende con entusiasmo involucrarse en las reivindicaciones contra la patronal, pero este le dice con toda la razón: Para ti, cura, es muy fácil; si te echan a la calle, no tienes familia a la que mantener y además tu obispo te busca otro destino y santas pascuas. Otros no tendríamos esa salida tan cómoda.
Más sobre José L. Martín Vigil en La pluma viperina: Una despedida extemporánea
Sobre la implicación de los sacerdotes en política: Curas politizados
Sobre la infiltración del marxismo en la Iglesia: Comunistas
Sobre la implicación de los sacerdotes en política: Curas politizados
Sobre la infiltración del marxismo en la Iglesia: Comunistas
10 comentarios:
Con todos sus defectos, añoro los tiempos en que se seguían ideales aunque fuesen equivocados.
¿Pero hoy? ¿O tempora, o mores?
Estoy seguro de que los de hoy, mañana, también los añoraré.
Nostálgico y confiado que es uno.
Probablemente si estos curas se hubiesen dedicado a dar ejemplo de santidad y de vocación, en vez de ejemplo de "laicismo", a la Iglesia otro gallo le hubiese cantado.
El daño que aquellos sacerdotes y aquellos consentidores obispos hicieron a la Institución todavía hoy se paga. Aquel fue el humo de satanás que, a decir de Pablo VI, se había infiltrado en la Iglesia (por la ventana que él contribuyó a abrir, por cierto). Poco queda gracias a Dios de aquellas sacristías de suelo de terrazo y olor a celtas.
Pues mire, Don Gustav, según mi experiencia en catequesis y pastoral juvenil, los curas comunistas ni fú ni fa. Los que realmente han alejado a la gente de la Iglesia son los que la perseguían con la Humanae vitae en una mano y el código de derecho canónico en la otra. Pregunte por ahí y verá...
creo que cualquier persona virtuosa actúa como un imán atrayendo simpatizantes y admiradores. Más aún si une a su virtud unas gotas de pasión y una corriente de ilusión.
Jesús no fue un profeta borde y huraño, más bien fue un líder cercano y didáctico.
¿Qué sacerdotes prefiere la Iglesia?
Un triste concreto ejemplo de los resultados de estos experimentos, en Italia en este caso, puede verse aquí:
http://video.repubblica.it/cronaca/don-gallo-canta-bella-ciao-in-chiesa/116933/115386?ref=HREV-3
Tábano porteño
Yo creo que en la vida tengo la costumbre de respetar, reconocer el mérito y admirar, a quien,- sin acudir a las armas, es capaz de asumir el compromiso en favor de los más débiles, renunciando a comodidades y hábitos de los que yo no estoy dispuesto a desprenderme.
La forma de expresarse del Sr. Becker,(exquisita, por cierto) me recuerda a la de una tía mía que falleció hace poco con casi cien años; y a la que le estoy agradecido, porque se portó muy bien conmigo.
Recuerdo que solía decir, que los curas de hoy vestían como fontaneros; me advertía durante mi noviazgo que "entre santa y santo, pared de cal y canto"; y se preguntaba en alto como un "pelotaris",(por Urdangarín), podía haberse colado en la familia real.
Buen día a todos. Y cerrad bien las ventanas, que el humo de Satanás se cuela por menos de nada.
Yo apostaría por un término medio, entre los excesivamente rígidos y conservadores... y el sector "todo por la audiencia".
Este último sector, integrado frecuentemente por maristas, hermanos de la salle, etc., en su empeño por "acercarse a la sociedad", llega un momento que ya no sabes lo que enseñan o defienden. Pues paceren seguir el camino del "todo está bien / todo esta permitido / la cuestión es caer bien/ Dios te ama y viva la pepa.
Estoy con usted, Luxindex. Vivimos una crisis total de ideales y al menos el fenómeno de los curas obreros (con todos sus errores y desviaciones) respondía al deseo de hacer algo por los demás.
Gustav, insuperable lo de humo de Satanás. El daño a la Iglesia, a las vocaciones y a la Fe popular, provocado por la experiencia descrita en el post es innegable, a diferencia de lo que insinúa C.S..
Ya, Politícola, ya. ¿Y qué pasa?, ¿que para ser un cura cercano y didáctico en vez de borde y huraño hay que ponerse el mono, irse a trabajar a la fábrica y colaborar con la escoria de Comisiones Obreras?
Muy revelador su vídeo, Tábano porteño. Mil gracias por su participación y sus aportaciones.
"Entre santa y santo, pared de cal y canto" es un genial refrán castellano aplicable a los antiguos noviazgos de los de carabina y nada de viajar solos ni de aquí a la esquina.
Muy bien dicho, Pablus.
¡Anímaros todos a participar en el Club de Lectura! Ya sabéis que el que quiera leer en ebook los títulos propuestos, yo le facilitaré por email... sabios consejos para conseguirlos respetando los derechos de autor. ¡No destruyas la cultura!
Ese acercamiento a la sociedad que pretendían estos curas no es labor de los sacerdotes, sino de los laicos. Los curas están para predicar y administrar los sacramentos básicamente. El resto es tarea de los laicos y, a lo peor, el problema es que los laicos hemos hecho dejación de nuestras responsabilidades.
Gracias por la recomendación sobre el club de lectura. De momento no soy usuario de libro electrónico, pero tomo sus sugerencias con mucho interés. Buena iniciativa!!
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