Este emotivo filme aborda desde diferentes puntos de vista -encarnados en tres personajes- la ansiedad que provoca en el ser humano la incertidumbre sobre la muerte y los mil interrogantes acerca de lo que sentiremos o experimentaremos una vez muertos.
Eastwood hilvana la historia a partir de los diversos estudios publicados sobre enfermos muy terminales o personas accidentadas que han llegado a estar muertos durante algunos segundos, regresando después a la vida. La inquietante semejanza entre las sensaciones, experiencias y visiones que estas personas relatan constituye el eje de la película, protagonizada por un inolvidable Matt Damon que interpreta a un hombre honesto y sencillo con poder para comunicarse con el Más Allá.
Como siempre, Eastwood nos emociona y engancha, aunque para ello esta vez se meta en terrenos cenagosos. Dedicar una película a las sensaciones de la transición a la muerte, a la luz al final del túnel o a la angustia de quienes pierden a un ser querido es perfectamente legítimo. Sin embargo, en esta ocasión el director parece perder ligeramente de vista su tacto habitual al tratar temas relacionados con la Fe cristiana para insinuar un cierto escepticismo y lanzar una crítica velada hacia las respuestas de la Iglesia Católica a las grandes preguntas sobre la muerte.
Lo mejor son las interpretaciones y la impactante secuencia inicial del Tsunami. Entre los puntos negros se encuentran el extraño, y en mi opinión, poco logrado final, y el frívolo tratamiento de las prácticas paranormales realizadas por el protagonista. La nota más peliculera y artificial la pone la escena de la gorra del niño Marcus, arrancada por el fantasma de su hermanito para evitarle subir al metro el día del atentado de Al Qaeda en Londres. Al final, una peli interesante convertida en "una de fantasmas" por culpa de este detalle.