En el verano, la estación que menos me gusta, florecen los horteras por generación espontánea. Parece que los ropajes de invierno se prestan algo menos a la informalidad y a la improvisación, pero con la llegada del estío se abre la veda del todo vale y de la falta de gusto en el vestir. La gente con la excusa del calor se toma unas licencias que a veces hacen daño a la vista.
De las diversas cutrerías veraniegas que no voy a pormenorizar (pantalones cortos y piratas, camisetillas de tirantes, determinadas gafas de sol, bermudas y sandalias a discreción, cinturones de colorines, etc) hay una que está muy extendida, pero que me desagrada particularmente: las camisas de manga corta.
Las camisas de manga corta son feas de cojones, pero las usan muchísimos hombres, no sólo en plan informal (como debería ser y ni eso), sino también para ir arreglado o a trabajar. Y encima piensan que van tan elegantes. Conozco a uno que se las pone hasta con corbata, el muy salchichero.
La manga corta debería reservarse para las camisetas y sólo en circunstancias muy especiales, como hacer deporte, excursiones u otras actividades de relax, pero un tío como Dios manda, un caballero fetén no debería ir siempre enseñando los codos como un gañán. Lo que procede para estar guapete es vestir camisas finas de manga larga ligeramente arremangadas (y con un poco de estilo). Está incluso permitido llevar un par de botones desabrochados, enseñando pelambrera y un crucifijo de oro con cadena gorda, pero admitamos que las camisas que parecen blusas de nena o los politos son una bujarrada del quince. Si además son entallados, como en la foto, es mejor huir o ponerse con la espalda contra la pared.
¡Viva la manga larga aunque haga 40º C!
¡Viva la manga larga aunque haga 40º C!