Marta se sentía muy unida a sus amigos, a los que conoció por Nacho cuando empezaron a salir. Eran todos de su pandilla. Fue recibida al principio casi como una exótica novedad, pues a Nacho, con 29 tacos, no se le había conocido novia hasta entonces, pero superada esa fase de pocos meses en la que se sintió observada y casi juzgada, especialmente por ellas, rápido fue acogida sin reservas y con cariño, y encontró al fin en aquella gente las mejores amistades que había tenido nunca.
En efecto, el gran grupo de amigos que se formó aquellos años había surgido partir de la antigua cuadrilla de Nacho, todos colegas desde los tiempos del colegio. Las chicas, en cambio, eran las novias de ellos y se fueron conociendo al empezar a salir, lo que no impidió que surgiera entre todas ellas una amistad entrañable que las unió como hermanas.
Antes de que se dieran cuenta todo el mundo se casó, formando una especie de gran familia que sincronizó su tiempo libre, sus gustos y su maternidad. Todos los críos nacieron en un período de dos años y la panda se transformó en una ruidosa guardería donde se reforzaron más que nunca los lazos de amistad. Marta quedaba al menos tres veces por semana con las otras mamás. Llegaron a juntarse hasta seis y se pasaban horas en el parque o en el Vallsur, tomando café mientras el mini ejército de chiquitines se desfogaba, y deshaciéndose en consejos con las embarazadas o con las que acababan de dar a luz. Se llamaban todo el día por teléfono, iban juntas de compras y hasta se prestaban ropa para las bodas. Aquella época fue para Marta una de las más felices de su vida, en parte porque ella no había tenido demasiadas amigas de soltera y las pocas que conservaba vivían en Bilbao, donde había vivido hasta la adolescencia.
Los puentes, si hacía bueno, solían irse en manada a una casa rural, al norte. Llevaban hasta los bebés de un mes. Marta siempre decía que esos días todos juntos eran lo más parecido a una familia numerosa, a una comunidad en la que todo se compartía. Compraban en común, preparaban juntos los biberones y las comidas, y, a pesar del jaleo y del engorroso reparto de tareas, jamás se vio una mala cara ni una sola discusión. Solamente Luchi o María bronqueaban de vez en cuando a sus respectivos por hablar a todas horas de fútbol o beber demasiado güisqui mientras jugaban al mus por las noches, pero en general las relación entre la gente era como una balsa maravillosa y todos disfrutaban, se echaban una mano en lo que fuera y se partían de risa continuamente, pero sobre todo en la fiesta de disfraces para niños y mayores que celebraban el último día.
Marta tenía también mucho cariño a los amigos de su marido. Los chicos eran estupendos y algunos tuvieron detalles que jamás olvidaría. Cuando aún era novia de Nacho, Fernando coló a su madre en la lista de cardiología y fue atendida primorosamente en el hospital. Quique, por ejemplo, la llevó a Madrid a una entrevista de trabajo un día que Nacho estaba enfermo, y Lorenzo, como trabajaba en la Fundación, siempre se acordaba de ella cuando había una ópera que merecía la pena y le conseguía un par de entradas. Lorenzo era además con quien mejor se llevaba, no solo porque compartían los gustos “culturetas” con los que había un cachondeo y una incomprensión general por parte del resto, sino porque era un chico que sabía escuchar, y por eso Marta a veces le contaba cosas que la tenían preocupada; era de las pocas personas capaz de levantarle el ánimo en los pocos momentos tristes que vivió por entonces, tal era su optimismo y tan irresistible su sentido del humor.
En efecto, el gran grupo de amigos que se formó aquellos años había surgido partir de la antigua cuadrilla de Nacho, todos colegas desde los tiempos del colegio. Las chicas, en cambio, eran las novias de ellos y se fueron conociendo al empezar a salir, lo que no impidió que surgiera entre todas ellas una amistad entrañable que las unió como hermanas.
Antes de que se dieran cuenta todo el mundo se casó, formando una especie de gran familia que sincronizó su tiempo libre, sus gustos y su maternidad. Todos los críos nacieron en un período de dos años y la panda se transformó en una ruidosa guardería donde se reforzaron más que nunca los lazos de amistad. Marta quedaba al menos tres veces por semana con las otras mamás. Llegaron a juntarse hasta seis y se pasaban horas en el parque o en el Vallsur, tomando café mientras el mini ejército de chiquitines se desfogaba, y deshaciéndose en consejos con las embarazadas o con las que acababan de dar a luz. Se llamaban todo el día por teléfono, iban juntas de compras y hasta se prestaban ropa para las bodas. Aquella época fue para Marta una de las más felices de su vida, en parte porque ella no había tenido demasiadas amigas de soltera y las pocas que conservaba vivían en Bilbao, donde había vivido hasta la adolescencia.
Los puentes, si hacía bueno, solían irse en manada a una casa rural, al norte. Llevaban hasta los bebés de un mes. Marta siempre decía que esos días todos juntos eran lo más parecido a una familia numerosa, a una comunidad en la que todo se compartía. Compraban en común, preparaban juntos los biberones y las comidas, y, a pesar del jaleo y del engorroso reparto de tareas, jamás se vio una mala cara ni una sola discusión. Solamente Luchi o María bronqueaban de vez en cuando a sus respectivos por hablar a todas horas de fútbol o beber demasiado güisqui mientras jugaban al mus por las noches, pero en general las relación entre la gente era como una balsa maravillosa y todos disfrutaban, se echaban una mano en lo que fuera y se partían de risa continuamente, pero sobre todo en la fiesta de disfraces para niños y mayores que celebraban el último día.
Marta tenía también mucho cariño a los amigos de su marido. Los chicos eran estupendos y algunos tuvieron detalles que jamás olvidaría. Cuando aún era novia de Nacho, Fernando coló a su madre en la lista de cardiología y fue atendida primorosamente en el hospital. Quique, por ejemplo, la llevó a Madrid a una entrevista de trabajo un día que Nacho estaba enfermo, y Lorenzo, como trabajaba en la Fundación, siempre se acordaba de ella cuando había una ópera que merecía la pena y le conseguía un par de entradas. Lorenzo era además con quien mejor se llevaba, no solo porque compartían los gustos “culturetas” con los que había un cachondeo y una incomprensión general por parte del resto, sino porque era un chico que sabía escuchar, y por eso Marta a veces le contaba cosas que la tenían preocupada; era de las pocas personas capaz de levantarle el ánimo en los pocos momentos tristes que vivió por entonces, tal era su optimismo y tan irresistible su sentido del humor.
Espero impaciente la segunda entrega... a ver quá pasa con Marta...
ResponderEliminarpues que se lia con Lorenzo si es normal
ResponderEliminarHombre Al Neri, no lies a Marta con Lorenzo!! pobre Nachete!!
ResponderEliminarUn trío. Lo suyo es un trío. NO CAPES LAS EXPECTATIVAS EMOCIONALES DE NADIE
ResponderEliminar¡Neri no tarde mucho en publicar la segunda entrega que me tiene en ascuas! y es que lo veo venir, lo veo venir...¡ay Lorenzo y Marta! ¡Ay Nacho qué cornamenta! si es que es muy fina la raya que, entre un hombre y una mujer, separa la amistad del amor ¡sorpréndanos Al!
ResponderEliminarCordialmente
Asun
Es usted un maestro de la intriga, don Al Neri. Espero que este relato esté a la altura de La opositora, que lo leí hace unos meses y me gustó mucho. De hecho, creo que debería proponerse cultivar este género más a menudo.
ResponderEliminarIndependiente de si Marta se lo monta o no con Lorenzo, vaticino un desenlace trágico.
Feliz fin de semana.
Este chico, Al Neri quiere hacer cuentos y novelas. Esto ya lo hacía Cervantes mejor que tu hace cinco siglos. No aportas nada. No entras a analizar la amistad, ni las relaciones humanas. Adonde quieres llevar al lector?. A ninguna parte. Dedicate a hacer ripios, que se te da muy bien. Y a hacer artículos de prensa, pero no entres en géneros que no dominas.
ResponderEliminarAquí ya se adivina el final: una historia de sodomía entre lORENZO y Nacho. Esto ya lo contaba mejor que tu Bocaccio.
Un desastre , cun completo desastre. Me destrozas el género
"No capes las expectativas emocionales de nadie" dice, jajaja...Adb, si en el fondo eres un romántico! y luego Nacho dirá eso de "la prefiero compartida... antes que vaciar mi vida..."
ResponderEliminarSiento una profunda curiosidad, espero no nos tenga demasiado tiempo en vilo Sr. Neri.
Señores, repórtense. No puede acabar como sugieren sus mentes calenturientas, pues saben que mis relatos siempre son moralizantes, como las fábulas de Samaniego.
ResponderEliminarSr. Neri... repórtense?? Es Ud. un provocador... tira la piedra y esconde la mano...
ResponderEliminarY moralizante puede ser de muchas formas... se me ocurren muchas, pero... mejor callar!!!
Pues ahora que lo menciona Tablones, recuerdo una escena preciosa de La opositora: cuando la chica está sentada en una silla y ... qué bonitaaaaa! no digo más, que se la lea el que no lo haya hecho.
ResponderEliminarDespierta interés, luego, da igual como lo cuente; si en prosa poética o al estilo cervantino.
Ciertamente, Nago, esa escena de la opositora en el sillón es sencillamente deliciosa. Moralizante donde las haya. Esperemos que Amigos en multipropiedad depare a sus lectores pasajes de tan alto contenido moral :-)
ResponderEliminarMe pregunto de dónde saca usted la inspiración e, incluso, el conocimiento humano para este tipo de relatos.
ResponderEliminarHe llegado a pensar que usted, los domingos, se cuela en algún confesonario y se hace pasar por sacerdote mientras, libreta en mano, va sonsacando a los fieles los detalles más oscuros e íntimos de sus vidas.
Está claro:
ResponderEliminarparejas+casa rural+"güiski"+niñosdandoporsaco como caigan cuatro gotas yo escondía los cuchillos.