Si hay una palabra que defina mejor que ninguna la gran historia de la novela El Padrino es "traición". Y si hay una característica que defina a la perfección la forma de traicionar de la Mafia es su impecable habilidad para ganarse la confianza de la víctima antes de asesinarla. A Paulie Gatto lo mató Clemenza mientras le encomendaba buscar un piso para los soldati; a Sollozzo se lo cepilló Michael durante una entrevista inocua en un restaurante; Apollonia murió a manos de uno de sus guardaespaldas de confianza; Tattaglia y Barzini (y Stracci y Cuneo en la película) cayeron tras una reunión para firmar la paz con los Corleone... Como bien decía el Don: "Un hombre no puede ser confiado; las mujeres y los chicos pueden permitírselo, pero un hombre, no".
Pero para mí el engaño más brillante para tranquilizar al condenado es el que lleva a cabo Michael con su cuñado Carlo Rizzi, que había vendido a Santino Coleone a la familia Barzini. A la vez se trata de una de las escenas más dramáticas y mejor interpretadas de la primera película. Disfrutad del pasaje, aunque sea un pelín largo:
"Acababa de ponerse la camisa cuando llamaron a la puerta. Pensó que Mike seguramente le había telefoneado y al encontrar la línea ocupada había mandado a buscarlo. Carlo abrió, y sintió que las piernas se negaban a sostenerle. Frente a él tenía a Michael Corleone, y en su cara vio la muerte, aquella muerte que tantas veces había visto en sus sueños.
Detrás de Michael Corleone estaban Hagen y Rocco Lampone. Su aspecto era grave, como si fueran al funeral de un amigo. Los tres hombres entraron en la casa, y Carlo les condujo hasta la sala de estar. Repuesto del susto, pensó que se había dejado llevar por los nervios. Pero las palabras de Michael volvieron a intranquilizarlo aún más que antes.
—Tienes que pagar por lo de Santino —dijo su cuñado.
Carlo lo miró sin responder, como si no entendiese de qué le hablaba. Hagen y Lampone se habían situado de espaldas a una pared de la habitación, lejos de los otros dos, que quedaron frente a frente.
—Tú serviste en bandeja a Sonny a la gente de Barzini —continuó Michael, con voz carente de emoción—. ¿Es que Barzini te hizo creer que la comedia que interpretaste con mi hermana engañaría a un Corleone?
Carlo Rizzi, con voz temblorosa, sin dignidad y sin sombra de orgullo, gritó, más que dijo:
—Juro que soy inocente. Lo juro por mis hijos. No me hagas esto, Mike, por favor.
—Barzini ha muerto —prosiguió Mike, impasible—. Y también Phillip Tattaglia. Quiero saldar todas las cuentas de la Familia. Y quiero hacerlo esta misma noche. No me digas que eres inocente, porque sé que no lo eres. Sería mejor que admitieras tu culpa.
Hagen y Lampone miraron con asombro a Michael. Seguían pensando que no tenía la talla de su padre. ¿Por qué tratar de conseguir del traidor una confesión? Su culpabilidad estaba más que probada. La respuesta era obvia. Michael no acababa de confiar plenamente en sí mismo, todavía temía ser injusto, aún le preocupaba la posibilidad de equivocarse. Por ello, para tranquilizarse, necesitaba que Carlo Rizzi confesara.
Al no obtener respuesta, Michael añadió, en tono casi amable:
—No estés tan asustado. ¿Crees que voy a convertir en viuda a mi hermana? ¿Piensas que voy a dejar huérfanos a mis sobrinos? Después de todo, soy el padrino de uno de tus hijos, no lo olvides. No, tu castigo consistirá en que no volverás a trabajar con la Familia. Te irás a Las Vegas, con tu esposa y tus hijos, y quiero que permanezcas allí. Connie recibirá una asignación periódica. Eso es todo. Pero no insistas en que eres inocente, no insultes mi inteligencia. Ahora dime: ¿quién fue el que te hizo la proposición, Tattaglia o Barzini?
Carlo Rizzi, en su angustiosa esperanza de conservar la vida, y aliviado por saber que no lo matarían, murmuró:
—Barzini.
—Bien, bien —dijo Michael con voz apenas audible—. Ahora quiero que te marches. Hay un coche esperando para llevarte al aeropuerto.
Carlo salió el primero, seguido muy de cerca por los otros tres hombres. Ya era de noche, pero la finca estaba intensamente iluminada, como de costumbre. Un coche se acercaba, y Carlo se dio cuenta de que era el suyo. No pudo reconocer al conductor ni tampoco a la persona que estaba sentada en el asiento trasero. Lampone abrió la puerta delantera y con un gesto indicó a Carlo que entrara. —Llamaré a tu esposa y le diré que vas para allá —dijo Michael.
Carlo entró en el automóvil. Su camisa de seda estaba empapada de sudor. El coche se puso en marcha, dirigiéndose rápidamente hacia la entrada de la finca. Carlo empezó a volver la cabeza para ver si conocía al hombre que iba sentado detrás de él, pero en ese momento, Clemenza, con el mismo cuidado con que una niña pondría un lazo en la cabeza de una muñeca, pasó una cuerda alrededor del cuello de Carlo Rizzi y apretó con fuerza. La cuerda mordía la piel del poderoso cuello de Rizzi, que buscaba desesperadamente un poco de aire. De pronto, el interior del coche se llenó de un desagradable olor. La proximidad de la muerte hizo que Carlo perdiera el control de los esfínteres. Clemenza siguió apretando durante unos minutos más, y luego, cuando estuvo seguro de que el trabajo estaba hecho, se metió la cuerda en el bolsillo. Se arrellanó en su asiento, mirando el cuerpo sin vida de Carlo, que había caído contra la puerta. Después de unos momentos, Clemenza bajó el cristal de la ventanilla para que entrara un poco de aire fresco y puro".
—Barzini.
—Bien, bien —dijo Michael con voz apenas audible—. Ahora quiero que te marches. Hay un coche esperando para llevarte al aeropuerto.
Carlo salió el primero, seguido muy de cerca por los otros tres hombres. Ya era de noche, pero la finca estaba intensamente iluminada, como de costumbre. Un coche se acercaba, y Carlo se dio cuenta de que era el suyo. No pudo reconocer al conductor ni tampoco a la persona que estaba sentada en el asiento trasero. Lampone abrió la puerta delantera y con un gesto indicó a Carlo que entrara. —Llamaré a tu esposa y le diré que vas para allá —dijo Michael.
Carlo entró en el automóvil. Su camisa de seda estaba empapada de sudor. El coche se puso en marcha, dirigiéndose rápidamente hacia la entrada de la finca. Carlo empezó a volver la cabeza para ver si conocía al hombre que iba sentado detrás de él, pero en ese momento, Clemenza, con el mismo cuidado con que una niña pondría un lazo en la cabeza de una muñeca, pasó una cuerda alrededor del cuello de Carlo Rizzi y apretó con fuerza. La cuerda mordía la piel del poderoso cuello de Rizzi, que buscaba desesperadamente un poco de aire. De pronto, el interior del coche se llenó de un desagradable olor. La proximidad de la muerte hizo que Carlo perdiera el control de los esfínteres. Clemenza siguió apretando durante unos minutos más, y luego, cuando estuvo seguro de que el trabajo estaba hecho, se metió la cuerda en el bolsillo. Se arrellanó en su asiento, mirando el cuerpo sin vida de Carlo, que había caído contra la puerta. Después de unos momentos, Clemenza bajó el cristal de la ventanilla para que entrara un poco de aire fresco y puro".
Poder confiar en alguien en un auténtico tesoro. Tan grande que yo sólo confío al 100% en una única persona.
ResponderEliminarHe sufrido innumerables decepciones en mi vida por confiar demasiado en algunas personas que después me han traicionado. Quizás sea así como se llega a conocer la verdadera naturaleza de la mayoría de los humanos.
De igual forma, y consciente de mis muchas limitaciones, a nadie insto a que confíe ciegamente en mí.
Recuerdo un día que, jugando a la Lotería de Navidad con ciertas personas -en una de ellas llegué a confiar tanto que jugármela repetidamente no le costó nada- se negaron a darme el correspondiente recibo cuando yo les había hecho el mío sin rechistar. Algunos se enfadaron ante mi insistencia echándome en cara que no confiara en ellos. Les contesté dos cosas:
1º. Que me fiaba de las personas que eran en ese momento pero que no sabía quiénes serían con cinco millones de euros en el bolso.
2º. Que un padre estaba jugando con su hijo cuando le dijo que se subiera a una escalera y saltara a sus brazos. Que sería muy divertido. Cuando el niño saltó, el padre le dejó darse una torta contra el suelo y, ante las quejas del niño, el hombre contestó: "Lo he hecho para que aprendas a no fiarte ni de tu propio padre".
En posteriores comentarios desvalaré, si alguien tiene interés, cómo terminó el asunto de los recibos de la Lotería.
Es absurdo confiar 100% en alguien cuando ni nosotros mismos sabemos como actuaríamos en determinadas circunstancias (por ejemplo con 5 millones de euros). Yo no confío 100% en nadie, lo que no significa por ello que no sea una persona confiada. La diferencia es de antemano saber que existe posibilidad de una traición. Es un riesgo que hay que correr. Además muchas veces no se hace de forma deliberada, por lo que nosotros mismos corremos el riesgo de traicionar a alguien.
ResponderEliminarA mí sí me interesa Subdire!
Que pena no saber como seréis con cinco millones de euros en el bolsillo es de suponer que sereis iguales o bien ahora sin dinero no mereceis la pena como amigos.Es triste pero así es.
ResponderEliminarTambién a mi me interesa saber como acabó la historia de la lotería.
Hay algunas personas de las que me fío mucho (todas ellas familiares directos), pero al 100% solo me fío de mí mismo. Así de claro.
ResponderEliminarUn asunto como el de los recibos de lotería (dinero) sería de los que menos me preocupara si hablamos de confianza entre las personas. Hay cosas mucho más importantes.
Me da tristeza vuestra vision desconfiada del mundo y de las personas. Es mejor no nacer o no vivir a hacerlo sin poderte fiar de que al menos unas pocas personas no se apartarían cuando caes hacia atrás confiadamente. Es mejor pegarse el batacazo algun dia a no poder disfrutar de esa sensacion de confianza.
ResponderEliminarA mí esta escena del padrino me parece impresionante. Cómo intenta tranquilizarlo diciendo que no dejara a su hermana viuda, para que se confiase y confesase, pues Michael necesitaba oír de su propia boca que había sido él, para así hacer más llevadero el asesinato...
ResponderEliminarBrutal y magistral.
Y yo también me he llevado chascos, más, creo, de los que he provocado yo...
Impresionante el libro, la película, todo.
ResponderEliminar¿Confiar ciegamente? No.
Me han dado muchas, y seguramente alguna más me darán, pero desconfiando un poquito alguna me ahorro.
Yo creo que es imposible vivir sin confiar ciegamente en determinadas personas. Todos tenemos un círculo reducido en el que nos apoyamos. Es un suerte contar con gente discreta y leal alrededor.El exceso de recelo no es bueno, te hace infeliz, te priva de muchos momentos de felicidad. Lo que no se puede hacer es confiar en el primero que pasa por delante de tu puerta, pero no confiar en tus padres, en tu pareja, en tu hermano...Mejor, pegarse un tiro.
ResponderEliminarDesvelo lo de la Lotería:
ResponderEliminarLes dije a los caras que, puesto que no estaban dispuestos a darme sus correspondientes recibos, simplemente tendrían que devolverme el que ya les había entregado; no jugaría con ellos y en paz. Así no discutiríamos más.
Bueno, pues los impresentables me dijeron que no se los devolviera. La persona en quien yo erróneamente confiaba se metió el recibo en el bolsillo trasero del pantalón y me dijo que lo sacara si me atrevía (era una mujer, por supuesto). Dejaré con las ganas al personal de adivinar si metí la mano (en el bolsillo, claro) o no.
Finalmente, como no se dieron a razones tuve que decirles que, si no me daban sus recibos o me devolvían el mío, aprovecharía la proximidad del cuartel de la Guardia Civil para poner la correspondiente denuncia, ante lo cual, en menos de un minuto, firmaron los papelitos correspondientes.
Vamos, como para fiarte de gente que prefiere discutir y llegar a mayores que "perder" un minuto en echar una firma.
La del pantalón en cuestión, al final, me vendió a lo Judas, siempre con una dulce sonrisa en los labios, varias veces.
Tenías que haberle metido la mano en el bolsillo a la tipa algo te hubiese tocado.....tocar.
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