Cura de 76 años a la puerta de su parroquia |
Tengo un conocido al que yo
definiría como un anticlerical amable. Más escéptico que ateo, lo que no
soporta es a los curas y a las monjas, pero sus comentarios críticos jamás están
teñidos de resentimiento, sino más bien de una ironía dulce. No ataca frontalmente las maneras
y costumbres del clero, al que se conoce de pe a pa; más bien derrocha una
tibia socarronería que a mí nunca me ofende y algunas veces hasta me hace reír,
dada su precisión al caricaturizar el tipo humano que abunda en la clerecía
española.
Una de sus más geniales reflexiones versa sobre la edad de los curas.
Según su opinión, que cada vez que expone en público yo me parto, casi todos los religiosos se conservan estupendamente debido a su peculiar estilo de vida, caracterizado por la placidez, las ocupaciones intelectuales y los escasos esfuerzos físicos, la falta de hijos y consiguientemente de preocupaciones graves, la afición a la buena mesa, etc. Cabría hacer, es cierto, muchos matices a esta afirmación, pero toca admitir que, independientemente de la importancia social que queramos dar a los sacerdotes y a las monjas (yo mucha y él ninguna), este perfil refleja al milímetro las costumbres de bastantes de ellos.
Pero su frase más antológica cuando explica esta teoría es: “los curas cuando cumplen treinta años aparentan cincuenta, y cuando cumplen los noventa y cinco, también aparentan cincuenta”. Yo, que me he pasado toda mi infancia y mi juventud con los jesuitas y he conocido y tratado a multitud de párrocos y sacerdotes de muy diversas órdenes y condiciones, no puedo evitar sonreír ante una afirmación tan aguda. En efecto, muchísimos curas jóvenes, debido a su gravedad y a su forma de vestir y de comportarse, parece que tienen más años, pero luego se estancan en esa apariencia y como casi no se apolillan con el paso de los lustros, alcanzan edades avanzadísimas conservándose como chavales.
Otro día expondré otras reflexiones sociológicas sobre nuestros reverendos con las que me sorprende de cuando en cuando este anticlerical benévolo.
Una de sus más geniales reflexiones versa sobre la edad de los curas.
Según su opinión, que cada vez que expone en público yo me parto, casi todos los religiosos se conservan estupendamente debido a su peculiar estilo de vida, caracterizado por la placidez, las ocupaciones intelectuales y los escasos esfuerzos físicos, la falta de hijos y consiguientemente de preocupaciones graves, la afición a la buena mesa, etc. Cabría hacer, es cierto, muchos matices a esta afirmación, pero toca admitir que, independientemente de la importancia social que queramos dar a los sacerdotes y a las monjas (yo mucha y él ninguna), este perfil refleja al milímetro las costumbres de bastantes de ellos.
Pero su frase más antológica cuando explica esta teoría es: “los curas cuando cumplen treinta años aparentan cincuenta, y cuando cumplen los noventa y cinco, también aparentan cincuenta”. Yo, que me he pasado toda mi infancia y mi juventud con los jesuitas y he conocido y tratado a multitud de párrocos y sacerdotes de muy diversas órdenes y condiciones, no puedo evitar sonreír ante una afirmación tan aguda. En efecto, muchísimos curas jóvenes, debido a su gravedad y a su forma de vestir y de comportarse, parece que tienen más años, pero luego se estancan en esa apariencia y como casi no se apolillan con el paso de los lustros, alcanzan edades avanzadísimas conservándose como chavales.
Otro día expondré otras reflexiones sociológicas sobre nuestros reverendos con las que me sorprende de cuando en cuando este anticlerical benévolo.