Una de las cosas que más me preocupa a la hora de expresarme, tanto por escrito como verbalmente, es utilizar un vocabulario rico.
Me sorprende que de las casi 280.000 palabras que existen en castellano (la RAE recoge 93.000), la media de la población maneje solo entre 300 y 500. Las personas con cierto nivel cultural suelen emplear hasta 1.000 voces diferentes, y los escritores y periodistas se supone que unas 4.000 (permítaseme dudar lo de los periodistas). En el otro extremo, los sectores con menos formación, particularmente algunos jóvenes, solo alcanzan la cifra de 250 vocablos, algo inquietante toda vez que un chucho corriente es capaz de distinguir y entender 165.
En la obra de Miguel de Cervantes podemos encontrar 8.000 términos distintos.
Luego habría que distinguir entre el vocabulario activo de un sujeto, que es el que entiende y usa, del pasivo, que puede comprender pero es incapaz de utilizar.
A mí me encanta aprender palabras nuevas, y me esfuerzo en lo posible en renovar mi lenguaje. Cuando leo suelo apuntarme en el móvil las voces o expresiones que desconozco o me llaman la atención; después las consulto en el diccionario e intento quedarme con las que más me gustan para usarlas en el blog o incluso al hablar.
Sin embargo, es curioso cómo la sociedad acepta con mucha más naturalidad la riqueza lingüística en los medios escritos que en la comunicación coloquial hablada. Aunque sea subconscientemente, la gente da por sentado que el idioma escrito es más culto y no le sorprende tanto toparse, mientras lee, con un verbo o un sustantivo que no haya visto en su vida. Pero, ¡ay del que meta en una conversación normal una palabra que no figure en el catálogo de 300 a 500 que todo el mundo se sabe! ¡Será automáticamente tomado por un pedante!
En efecto, cuesta mucho introducir cualquier novedad en nuestra forma habitual de hablar, pues tenemos unas entendederas muy rígidas respecto al lenguaje verbal. De primeras, nuestro cerebro solo asimila las fórmulas que ya conoce, y por eso cambiar de registro, aunque sea en unas pocas expresiones, siempre conlleva el riesgo de que no nos entiendan nada y, consecuentemente, nos tilden de raritos. Un ejemplo muy ilustrativo es el de las películas argentinas dirigidas por Campanella o protagonizadas por Ricardo Darín, que tanto éxito cosechan en España. Muchos reconocen que la primera media hora no entienden nada de nada, y el motivo es que su mente no digiere al ritmo adecuado todas las palabras y giros dialectales a los que no están acostumbrados.
En mi opinión la gran ventaja de introducir una mayor variedad en nuestro inventario léxico es que poco a poco nos expresaremos con mayor precisión, nuestros mensajes serán más claros y mejorará nuestra comunicación con las personas de nuestro entorno. Es posible que en un ámbito estrictamente doméstico o coloquial esto no parezca relevante, pero desde luego sí lo es en las relaciones de carácter más formal, como las académicas o las profesionales. Hacer un examen en la universidad, concurrir a una entrevista de trabajo, defender una postura en una reunión o convencer a un cliente puede convertirse en un problema si solo se dispone de un arsenal de 300 palabras. Pero incluso en una discusión familiar o conyugal, o en una simple tertulia de amigos, no acertar a exteriorizar nuestras opiniones y sentimientos con cierta nitidez, concisión o detalle puede provocar que se aburran al oírnos, que no nos presten atención, que nos malinterpreten o que nuestros argumentos parezcan débiles.
La pobreza de vocabulario nos deja siempre en una situación de desventaja, pues nos impide decir o escribir exactamente lo que queremos, quedando siempre nuestros mensajes a la libre interpretación de los demás.
No se trata de sabernos las 8.000 palabras de El Quijote, pero sí al menos de ser capaces de evitar el uso abusivo de ciertos verbos, adverbios y nombres tan genéricos y polivalentes como “ser”, “hacer”, “bien”, “mal”, “chisme”, “cosa” o “cacharro”, y darnos cuenta de que todo tiene su denominación y de que nuestro idioma es una herramienta no solo bellísima, sino muy útil para comunicarnos correctamente y solucionar nuestros problemas cotidianos.
P.D.: Este post contiene 240 palabras distintas.