Leonor Izquierdo el día de su boda |
Estoy repasando una voluminosa biografía de Antonio Machado y no puedo menos que darle vueltas al tema de su boda con Leonor en 1909. El irrepetible poeta era catedrático de instituto en Soria y tenía 32 años cuando se enamoró de esta chiquilla de 13, hija de los dueños de la pensión donde se alojaba. Sus padres al principio se inquietaron por la diferencia de edad, pero terminaron consintiendo al ver la ilusión de la muchacha y conscientes de la formalidad de Machado, que era un caballero. Solo pusieron como condición esperar hasta que ella cumpliera los 15.
¿Qué sucedería en una situación idéntica pero en 2014? Intentemos imaginarlo. Un tío con los 30 bien cumpliditos se saca la oposición de profesor de secundaria, se va destinado a una pequeña capital de provincias y no solo coquetea con la hija treceañera de la patrona de su hostal, sino que se atreve a plantear el matrimonio. Incluso sin tener esta relación el menor componente sexual, ¿cuánto tardaría el padre de la chica en romperle los piños al osado docente?, ¿qué dimensiones alcanzaría el escándalo?, ¿no se harían eco los periódicos y las televisiones de todo el país de este caso de “presunta” pederastia?
Huelga decir que la sociedad de nuestros días y la de 1909 tienen muy poco que ver en cuanto a la concepción del matrimonio, del papel de las mujeres y de la sexualidad. Pero estas diferencias de mentalidad no me parecen suficientes para que un noviazgo así fuera aceptable en la Belle Époque y hoy lo consideremos poco menos que una monstruosidad contra natura. ¿Qué ha cambiado de verdad en nuestras mentes en los últimos cien años?
Yo entiendo, llamémoslas así, las razones socioeconómicas y culturales. A principios del siglo XX se consideraba que una mujer era casadera cuando alcanzaba la madurez sexual y era capaz de llevar sola una casa. Hoy todo esto nos suena a chino porque incluso una chica de 20 años tiene por delante tan amplio abanico de expectativas de ocio, formación y empleo que nos chirría que se someta, a tan temprana edad, al “yugo” de los deberes conyugales. En este sentido, puedo comprender (aunque no necesariamente compartir) que la boda de una jovencita con el bachillerato recién terminado disguste a sus padres, que seguramente tuvieran en mente un futuro bien distinto para ella, más acorde con estos tiempos, sobre todo en lo profesional.
Pero lo que no acabo de ver es la cuestión sexual-emocional. Trece años son trece años, y aunque resulta innegable que podemos encontrar adolescentes con muy diferente grado de madurez física y mental, estaremos casi todos de acuerdo en que no parece la mejor edad para asumir un vínculo tan importante y embarcarse en la vida marital. Incluso aunque desde el punto de vista carnal no se planteara ningún problema, cabría preguntarse si en general una persona que acaba de abandonar la niñez es capaz de afrontar los compromisos derivados de una relación de pareja y de la maternidad. Y también me planteo si un hombre de 32 y una chiquita de 13 pueden tener la sintonía y las motivaciones comunes suficientes como para que su unión funcione.
Está claro que en 1909 todas estas cosas ni se las preguntaban, lo que en cierto modo me escandaliza.
¿Qué sucedería en una situación idéntica pero en 2014? Intentemos imaginarlo. Un tío con los 30 bien cumpliditos se saca la oposición de profesor de secundaria, se va destinado a una pequeña capital de provincias y no solo coquetea con la hija treceañera de la patrona de su hostal, sino que se atreve a plantear el matrimonio. Incluso sin tener esta relación el menor componente sexual, ¿cuánto tardaría el padre de la chica en romperle los piños al osado docente?, ¿qué dimensiones alcanzaría el escándalo?, ¿no se harían eco los periódicos y las televisiones de todo el país de este caso de “presunta” pederastia?
Huelga decir que la sociedad de nuestros días y la de 1909 tienen muy poco que ver en cuanto a la concepción del matrimonio, del papel de las mujeres y de la sexualidad. Pero estas diferencias de mentalidad no me parecen suficientes para que un noviazgo así fuera aceptable en la Belle Époque y hoy lo consideremos poco menos que una monstruosidad contra natura. ¿Qué ha cambiado de verdad en nuestras mentes en los últimos cien años?
Yo entiendo, llamémoslas así, las razones socioeconómicas y culturales. A principios del siglo XX se consideraba que una mujer era casadera cuando alcanzaba la madurez sexual y era capaz de llevar sola una casa. Hoy todo esto nos suena a chino porque incluso una chica de 20 años tiene por delante tan amplio abanico de expectativas de ocio, formación y empleo que nos chirría que se someta, a tan temprana edad, al “yugo” de los deberes conyugales. En este sentido, puedo comprender (aunque no necesariamente compartir) que la boda de una jovencita con el bachillerato recién terminado disguste a sus padres, que seguramente tuvieran en mente un futuro bien distinto para ella, más acorde con estos tiempos, sobre todo en lo profesional.
Pero lo que no acabo de ver es la cuestión sexual-emocional. Trece años son trece años, y aunque resulta innegable que podemos encontrar adolescentes con muy diferente grado de madurez física y mental, estaremos casi todos de acuerdo en que no parece la mejor edad para asumir un vínculo tan importante y embarcarse en la vida marital. Incluso aunque desde el punto de vista carnal no se planteara ningún problema, cabría preguntarse si en general una persona que acaba de abandonar la niñez es capaz de afrontar los compromisos derivados de una relación de pareja y de la maternidad. Y también me planteo si un hombre de 32 y una chiquita de 13 pueden tener la sintonía y las motivaciones comunes suficientes como para que su unión funcione.
Está claro que en 1909 todas estas cosas ni se las preguntaban, lo que en cierto modo me escandaliza.
Pero también me escandaliza la actitud de nuestra sociedad. Porque hoy en día da la impresión de que un idilio así no se considera inadecuado tanto por las repercusiones afectivas y psicológicas en la menor como por sus connotaciones sexuales, hasta el punto, como digo, de considerar un paidófilo y un degenerado a todo varón adulto que pueda enamorarse o sentirse atraído por una chica de esta edad. Y admitamos que estas relaciones podrán ser, desde el punto de vista social e incluso emocional, todo lo desaconsejables que se quiera, pero que la atracción de un hombre por una mujer físicamente desarrollada y fértil, tenga las primaveras que tenga, entra en los cánones de la más absoluta normalidad, y que no tiene sentido estigmatizar de ese modo estos enamoramientos, casi encuadrándolos entre las patologías más abominables.
No pienso que la pasión de Machado por Leonor (quien por cierto murió al poco de tuberculosis) sea anormal en absoluto, aunque sí me parece enferma, primitiva y materialista una sociedad que ignoraba los intereses de una cría en plena pubertad en beneficio de los de un hombre con prestigio y dinero. Tampoco considero que antinatural sea la palabra para definir el capricho de un cuarentón de hoy en día por una alumna de 4º de la ESO corporalmente bien formada. Morbosa es esta sociedad nuestra que tilda de pervertido al que se encandila con la feminidad de las muchachas más jóvenes, con independencia de la procedencia o no de que se materialice una relación amorosa o sexual.
A veces creo que los de nuestra generación tenemos, como decían en la serie Los Serrano, la mirada demasiado sucia. De hecho soy capaz de imaginar perfectamente a Machado, en 1909, con unos sentimientos puros y hasta platónicos por su novia niña Leonor, pero me cuesta horrores descartar las implicaciones lúbricas en un amorío semejante en la actualidad, tanto por parte de él como de ella.
No pienso que la pasión de Machado por Leonor (quien por cierto murió al poco de tuberculosis) sea anormal en absoluto, aunque sí me parece enferma, primitiva y materialista una sociedad que ignoraba los intereses de una cría en plena pubertad en beneficio de los de un hombre con prestigio y dinero. Tampoco considero que antinatural sea la palabra para definir el capricho de un cuarentón de hoy en día por una alumna de 4º de la ESO corporalmente bien formada. Morbosa es esta sociedad nuestra que tilda de pervertido al que se encandila con la feminidad de las muchachas más jóvenes, con independencia de la procedencia o no de que se materialice una relación amorosa o sexual.
A veces creo que los de nuestra generación tenemos, como decían en la serie Los Serrano, la mirada demasiado sucia. De hecho soy capaz de imaginar perfectamente a Machado, en 1909, con unos sentimientos puros y hasta platónicos por su novia niña Leonor, pero me cuesta horrores descartar las implicaciones lúbricas en un amorío semejante en la actualidad, tanto por parte de él como de ella.