Este fin de semana he visto una película que me ha hecho reír mucho pero, aparte, me ha servido para pensar sobre un aspecto de la pareja de máxima actualidad e interés: cómo compaginar la vida matrimonial con la práctica de aficiones individuales sin que aquella se resienta.
Se trata de la no muy exitosa comedia El gran año (2011), protagonizada por Steve Martin, Jack Black y Owen Wilson, que es la única cinta que yo conozco sobre la apasionante afición al birdwatching, observación de aves en cristiano, pasatiempo que yo practico de forma más moderada que los personajes de esta divertida historia.
Se trata de la no muy exitosa comedia El gran año (2011), protagonizada por Steve Martin, Jack Black y Owen Wilson, que es la única cinta que yo conozco sobre la apasionante afición al birdwatching, observación de aves en cristiano, pasatiempo que yo practico de forma más moderada que los personajes de esta divertida historia.
En esta peli, una verdadera delicia para los pajareros, tres tipos muy dispares pero con un fanatismo en común (el birding) se lanzan a participar en la mayor competición de esta disciplina en Estados Unidos, El Gran Año, que consiste en tomarse un año sabático y recorrer los diferentes ecosistemas de Norteamérica para avistar el mayor número de especies de pájaros posible. Gana quien presente la lista más larga de especies y el récord está, creo recordar, en seiscientas y pico. Los avistamientos por lo general se acreditan mediante fotografías.
Tras este guión aparentemente ligero e insustancial, se esconde una reflexión de mucha chicha, cual es el efecto que la práctica individual de determinados hobbies puede tener en la vida personal, familiar y/o conyugal cuando se cruza la línea entre un entretenimiento sano al que se dedican algunas horas de vez en cuando y una obsesión que empieza a ser compulsiva y no deja pensar ni hacer nada más.
Las historias de El gran año son desde luego caricaturescas, pero muy logradas. Muchos de los personajes son auténticos zumbados que, por ejemplo, se pasan todo el rato jugando a adivinar las imitaciones que hacen del canto de las aves. Los protagonistas son dos casados y un separado de mediana edad que sufren diversos trastornos laborales y de pareja como consecuencia de sus meses sabáticos. Entre chiste y chiste, en medio de las situaciones disparatadas que se producen durante la búsqueda de los más variopintos pajarillos por todo el continente, el guión plantea varias cuestiones jugosas: la diferencia entre cultivar un hobby y ser un friki, la necesidad o no de compartir las aficiones en el matrimonio, la importancia de tener un espacio propio, los límites del ocio y las prioridades en la vida.
Algo que a mí me ha gustado mucho es cómo se insinúa que el concepto de friki o de rarete por la práctica más o menos desmesurada de determinadas aficiones tiene una fuerte carga social, siendo así que la sociedad no juzga igual a dos personas que lo dejan todo tirado para irse un año entero a buscar pájaros si uno de ellos es rico, cuenta con un trabajo prestigioso y con el beneplácito de su esposa, y el otro es un divorciado en paro que vive con sus padres. Parece que aunque objetivamente la chaladura es la misma, el primero pasa por un excéntrico entrañable que persigue sus sueños y el segundo por un imbécil inadaptado.
Pero el tema del engranaje entre aficiones y matrimonio es el que más me interesa. En mi opinión lo ideal sería combinar unos hobbies comunes que permitieran compartir juntos tiempo, intereses, lecturas y conversaciones, con otros individuales que surjan de la propia personalidad y dejen a cada uno un margen personal. El problema se produce cuando aparece en escena la desproporción, la búsqueda ansiosa de un espacio propio de tales dimensiones que poco a poco deje en segundo plano la vida matrimonial y las obligaciones de todo tipo que esta conlleva. Lo delicado del asunto es que este dilema es tan subjetivo que un mismo número de horas dedicadas a un deporte, al gimnasio, a la música, a la caza, al mus con los amigotes, al futbol o a Internet puede ser percibido por un determinado cónyuge como un pasatiempo legítimo, y por otro como poco menos que un abandono, como un motivo evidente de separación.
"¿Otra vez al fútbol? Tú sabrás, haz lo que quieras..." |
Yo he conocido relativamente de cerca algunos casos de divorcio en los que subyacía este problema de los hobbies mal entendidos. En todos estos casos el que dedicaba un porcentaje supuestamente desmedido de su tiempo a una actividad “extra conyugal” era el marido. Ello fue generando discusiones y creciente mal rollo hasta que uno de los dos (no siempre ella) estalló produciéndose la ruptura.
Solo voy a plantear tres percepciones que tengo yo sobre este tipo de situaciones:
Primero, me parece que volcarse de una manera tan absorbente en una actividad que implique alejarse así de la persona con quien compartes tu vida en el fondo esconde otros desequilibrios. Es decir, que a lo mejor el problema no es la afición en sí, sino que son otros aspectos de la vida en común los que no funcionan como debieran. De hecho, en algún caso concreto de los que he visto, el hobby se había empezado a practicar (o al menos con esa intensidad) tras años de casados, probablemente como huida o desahogo frente a ciertas situaciones que no se sabían o no se querían afrontar.
En segundo lugar, también he visto aficiones muy respetables y moderadas que han chocado de frente con esposas posesivas y castradoras principalmente por un problema de celos, sobre todo cuando dichas actividades se desarrollaban fuera de casa y con amigos u otras personas que no gozaban de la confianza de ella, o la hacían temer infidelidades sin motivo alguno. En estos casos, al que le encanta salir de pesca, ir algún domingo al estadio o tocar el trombón en una orquesta le resulta dificilísimo lidiar con su contraria cuando para ella todo lo que sea hacer algo a su bola y fuera del hogar es motivo de censura.
Por último, me parece que la clave de muchos de estos problemas es la falta de comunicación. Habitualmente nadie dice las cosas claras desde el principio y se termina generando una bola de nieve. Creo que es muy importante expresar con claridad los puntos de vista, la importancia real que tiene esa actividad para ser feliz y las cosas que molestan y por qué. La negociación respetuosa y serena, cediendo cada parte un poco para quedar los dos conformes me parece la mejor solución. Sin embargo, todo esto es demasiado teórico porque tocando estos temas hay gente que es incapaz de dialogar y como de verdad surja un roce serio acerca del tiempo de ocio individual y los dos crean firmemente tener la razón, la cosa está muy, pero que muy jodida, y más en estos tiempos en los que a todos nos encanta hacer lo que nos dé la gana sin fiscalización ajena. Casi diría que salir airoso de estas situaciones es cuestión de suerte, de responsabilidad personal, de cariño y, sobre todo, de verdadero conocimiento mutuo antes de casarse o vivir juntos (¿una utopía?).
Solo voy a plantear tres percepciones que tengo yo sobre este tipo de situaciones:
Primero, me parece que volcarse de una manera tan absorbente en una actividad que implique alejarse así de la persona con quien compartes tu vida en el fondo esconde otros desequilibrios. Es decir, que a lo mejor el problema no es la afición en sí, sino que son otros aspectos de la vida en común los que no funcionan como debieran. De hecho, en algún caso concreto de los que he visto, el hobby se había empezado a practicar (o al menos con esa intensidad) tras años de casados, probablemente como huida o desahogo frente a ciertas situaciones que no se sabían o no se querían afrontar.
En segundo lugar, también he visto aficiones muy respetables y moderadas que han chocado de frente con esposas posesivas y castradoras principalmente por un problema de celos, sobre todo cuando dichas actividades se desarrollaban fuera de casa y con amigos u otras personas que no gozaban de la confianza de ella, o la hacían temer infidelidades sin motivo alguno. En estos casos, al que le encanta salir de pesca, ir algún domingo al estadio o tocar el trombón en una orquesta le resulta dificilísimo lidiar con su contraria cuando para ella todo lo que sea hacer algo a su bola y fuera del hogar es motivo de censura.
Por último, me parece que la clave de muchos de estos problemas es la falta de comunicación. Habitualmente nadie dice las cosas claras desde el principio y se termina generando una bola de nieve. Creo que es muy importante expresar con claridad los puntos de vista, la importancia real que tiene esa actividad para ser feliz y las cosas que molestan y por qué. La negociación respetuosa y serena, cediendo cada parte un poco para quedar los dos conformes me parece la mejor solución. Sin embargo, todo esto es demasiado teórico porque tocando estos temas hay gente que es incapaz de dialogar y como de verdad surja un roce serio acerca del tiempo de ocio individual y los dos crean firmemente tener la razón, la cosa está muy, pero que muy jodida, y más en estos tiempos en los que a todos nos encanta hacer lo que nos dé la gana sin fiscalización ajena. Casi diría que salir airoso de estas situaciones es cuestión de suerte, de responsabilidad personal, de cariño y, sobre todo, de verdadero conocimiento mutuo antes de casarse o vivir juntos (¿una utopía?).