lunes, 31 de octubre de 2016

ENCUESTA SOBRE EL PRÓXIMO LÍDER DEL PSOE


Pregunta: ¿Quién será el nuevo secretario general del PSOE?

Participantes: 7
Duración: 10 días

Respuestas: 

a) Seguirá siendo Pedro Sánchez:  0 votos (0%)
b) Será Susana Díaz: 0 votos (0%)
c) Será otra persona: 7 votos (100%)

viernes, 28 de octubre de 2016

DELINCUENTES POTENCIALES


Pablo Iglesias se saltó ayer a la torera el derecho constitucional a la presunción de inocencia.

Cuando Pablo Iglesias se enteró ayer, durante el discurso de investidura, de que el Gobierno había movilizado a quinientos policías para controlar la manifestación ultraizquierdista Rodea el Congreso, pronunció una frase que evidencia su inmoralidad, su arbitrariedad y su desprecio por los derechos fundamentales: 

“Hay más delincuentes potenciales en esta Cámara que fuera”.

Imagino que, como profesor de Ciencias Políticas, el líder de Podemos recordará que el artículo 24.2 de la Constitución reconoce a todos los españoles el derecho fundamental a la presunción de inocencia. Lo que no parece claro es que alcance a comprender que este derecho esencial en cualquier nación civilizada es incompatible de raíz con la siniestra expresión “delincuentes potenciales”. 

Alguien tendría que explicar a este barbián que en los países de nuestro entorno solo se puede llamar delincuentes a los ciudadanos condenados por sentencia firme por la comisión de un delito, y que todos los demás ciudadanos tienen derecho a que ningún soplapollas especule, y menos en público, sobre los potenciales delitos que podrían cometer. 

O se es delincuente o no se es delincuente. Punto. Porque eso de “potenciales” suena a insulto, a calumnia y, en definitiva, a violación del derecho a la presunción de inocencia. También suela a idiotez, ya que, bien mirado, delincuentes potenciales lo somos todos los españoles y no solo los diputados del Congreso a los que al coletas le apetezca ofender.

La izquierda lleva ochenta años criticando la histórica Ley de Vagos y Maleantes por contemplar “castigos” para individuos considerados peligrosos aunque no hubieran cometido ninguna infracción penal. A pesar de que estas medidas predelictuales no eran penas ni suponían considerar delincuentes a las personas a las que se aplicaban, el rojerío las ha considerado fascistas toda la vida (o al menos desde que Franco heredó esta ley de la Segunda República). Pero ahora llega el profesor Iglesias y tiene el valor de conjeturar delante de todos los medios de comunicación sobre quién tiene más posibilidades de cometer un delito, si los diputados de partidos diferentes al suyo o los manifestantes de su cuerda. Ahora llega este chulo chavista, este indigente moral, este engañabobos, y se atreve a señalar con el dedo como criminales en potencia a los parlamentarios que no comparten su credo.

Por favor, ¿quién es el fascista?

Manifestantes de Rodea el Congreso. Nadie podría imaginarlos como potenciales delincuentes

jueves, 27 de octubre de 2016

ENCUESTA SOBRE LA TERCERA REPETICIÓN DE ELECCIONES


Pregunta: ¿Crees que se repetirán por tercera vez las elecciones?
Participantes: 29
Duración: 30 días

Respuestas: 

a) Sí. 18 votos (62% )
b) No. 13 votos (44%)

lunes, 24 de octubre de 2016

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS




Ir al cine a ver una película que uno no ha elegido tiene sus riesgos y por eso este fin de semana he salido escaldado de El hombre de las mil caras (2016).

Yo ya había advertido a mis acompañantes de que era mucho mejor decantarnos por Los hombres libres de Jones, porque el tráiler del último trabajo de Alberto Rodríguez resultaba sospechosamente sugestivo para tratarse de la historia, un tanto coñazo, de Francisco Paesa y Luis Roldán. Les había insistido en que no era aconsejable invertir siete euros en una peli sobre un tema que a ninguno nos importaba nada y del que solo teníamos vagos recuerdos de hace más de veinte años. También dejé caer que no parecía muy buen augurio que la promoción de esta cinta se basara tan machaconamente en la coletilla “del director de La isla mínima”, como si fuera imposible venderla por sus méritos propios. Y por último, mis malas vibraciones se acentuaban por el hecho de inspirarse el guión en un trabajo periodístico del sensacionalista Manuel Cerdán. Pero como soy un demócrata acaté la decisión de la mayoría y me metí en la sala a ver El hombre de las mil caras, que, como era de esperar, no nos gustó a ninguno. 

El filme tiene dos o tres buenos momentos, pero está pésimamente planteado y es muy aburrido, y más aún si no se recuerda al detalle la odisea del ex director general de la Guardia Civil en 1994. Yo en los últimos veinte minutos estuve a punto de dormirme. A la salida todos coincidimos en que el metraje es excesivo (dos horas) y en que la trama peca de densa, tacha especialmente reprochable cuando los hechos narrados son tan simples, lo que demuestra que se ha recargado el guión para dotarlo de una complejidad artificial y pretenciosa. 

La historia se atasca en muchos puntos, resulta poco o nada convincente y transmite francamente mal los pormenores sobre las operaciones financieras efectuadas por Paesa para salvar los famosos 1.500 millones de pesetas. Alberto Rodríguez, que con La isla mínima (2014) sí estuvo fino, ahora es incapaz de mantener el interés, aunque ya digo que él no tiene toda la culpa, pues no es posible sacar acción y emoción de donde no las hay, por mucha banda sonora de peli trepidante (insoportable e inoportuna, por cierto) que se incorpore para compensar las limitaciones y el estatismo del argumento.

Y encima José Coronado, que interpreta al trasunto de Jesús Guimerá, está fatal, como fatal ha estado en sus últimos trabajos más conocidos (El niño o la serie El Príncipe). Una pena, porque a mí Coronado siempre me ha gustado.

lunes, 17 de octubre de 2016

AL ENCUENTRO DE MR. BANKS


Mary Poppins (1964) no se encuentra, ni de lejos, entre mis películas infantiles favoritas. Conozco muy bien este musical, que, por circunstancias que no hacen al caso, vi cuatro o cinco veces cuando era niño, y no tengo demasiadas cosas agradables que decir de la cursilería de la historia, de su fantasía desbordante –nada apta para mi limitada imaginación– ni de la más que lamentable traducción a nuestro idioma de las letras de sus canciones. Aparte de todo esto la Poppins a mí siempre me ha parecido una bollera impertinente (recordemos lo que dijo Paco Umbral de Rosa Chacel) y Dick Van Dyke me produce urticaria crónica. Lo único que me agrada de la cinta es su mensaje antimaterialista y su crítica al negocio de la banca. 

Sin embargo debo reconocer que Al encuentro de Mr. Banks (2013), que no deja de ser un homenaje a la superproducción de Disney sobre la marisabidilla institutriz, me ha parecido muy meritoria. Esta película, como es sabido, narra los enervantes desencuentros entre un poderoso Walt Disney y Pamela Lyndon Travers, autora de los libros sobre la Poppins, quien se había negado durante veinte años a ceder los derechos para una adaptación cinematográfica. La señorita Travers (Emma Thompson), una solterona amargada e inflexible, viaja por fin a Los Ángeles en 1962 para supervisar la preproducción del largometraje y no se pone de acuerdo absolutamente en nada ni con el guionista (el guión le parece tan ñoño como a mí), ni con los compositores de los temas musicales (ni siquiera quería que fuera un musical) ni mucho menos con el propio Walt (Tom Hanks), al que intenta disuadir de la idea de incorporar una secuencia con dibujos animados. 

A P.L. Travers no le gustaba nada Disneylandia (ni en compañía de Walt Disney)

El filme no solo está pensado para los incondicionales de Mary Poppins, sino que es una reflexión en toda regla sobre la amargura vital, sobre ese tipo tan característico de persona que, debido a sus frustraciones, es incapaz de ver nada positivo en su vida y, por añadidura, se empeña en agriar la de los demás con su actitud estricta, tiquismiquis y patológicamente crítica. Emma Thompson interpreta a una mujer insatisfecha que todo lo contempla desde un (pretendido) pedestal, no puede relajarse ni medio minuto y vive obsesionada por detectar defectos ajenos y poner pegas a todo. 


Emma Thompson y Tom Hanks son dos fabulosos intérpretes que bordan sus respectivos papeles y nos hacen disfrutar de la auténtica guerra psicológica que sostuvieron, a cuenta de aquella película, dos genios de personalidades tan opuestas como el gran Disney y miss Travers. Cierto que ni el padre de Mickey Mouse era el niño grande encantador que aquí se muestra ni la novelista australiana estaba tan zumbada, pero aceptaremos barco como animal acuático en honor a la calidad interpretativa de Al encuentro de Mr. Banks.

El argumento principal (los tira y afloja entre el productor y la creadora del personaje) se engarzan con continuos flashbacks sobre la infancia de la escritora en Maryborough, en los que se insinúa que quedó tocada del ala por la dramática muerte de su padre, un hombre soñador y de “espíritu libre” (con problemillas con el whisky, todo hay que decirlo) incapaz de amoldarse a sus obligaciones laborales y sociales. Mr. Banks, el padre de los niños que cuida Mary Poppins, está inspirado a sensu contrario en este señor y de ahí la obsesión de Pamela por humanizar y redimir al personaje, que en el guión original era poco menos que el antagonista. 

Para mí la película solo tiene un defecto grave: la ruptura de ritmo que provocan los flashbacks australianos, un poco cargantes y aliñados de psicoanálisis de saldo. Tampoco me ha gustado la escena (demasiado obvia) en la que la protagonista busca el peluche del ratón Mickey para dormir abrazada a él. Es como decir sin rodeos que lo que le hacía falta a la buena mujer era un par de revolcones...

viernes, 7 de octubre de 2016

LA OSCURA HISTORIA DE LA PRIMA MONTSE


Como ya intuirán los amigos de La pluma viperina, el polémico escritor Juan Marsé me cae bastante gordo por múltiples motivos ideológicos, morales y personales, pero con tanta pasión me han recomendado su novela más famosa y tan elogiosas son las críticas literarias, que al final me he animado a leerla. Y, en efecto, La oscura historia de la prima Montse (1970) me ha parecido un novelón de sobresaliente por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. 

El argumento tiene miga. En la Barcelona de los años 60, los Claramunt, una acomodada y rancia familia de la burguesía industrial, encorsetada por los convencionalismos, reaccionan con la máxima vehemencia cuando Montse, la hija mayor, activista de Acción Católica y más corta que una pierna de Torrebruno, se enamora de un recluso al que visita en prisión en el marco de un programa de voluntariado social. Lo que comenzó como un capricho se agrava cuando el delincuente recobra su libertad y seduce a la muchacha. El escándalo no tarda en estallar y en adquirir tintes dramáticos, dejando al desnudo las incoherencias de una familia formalmente cristiana y muy caritativa en apariencia pero dispuesta a todo, absolutamente a todo, antes que permitir que uno de sus miembros se case con un marginado. Toda la historia está deliciosamente contada, en un tono burlesco e irónico, por un pariente pobre y progre de la familia, que no deja títere con cabeza.

El cascarón del relato es fantástico, con un enfoque experimental o, como mínimo, muy novedoso para la época. He disfrutado de la lectura en gran parte gracias al lenguaje y al vigor narrativo de Juan Marsé. 

La historia, por otra parte, me parece verosímil y su mayor atractivo para mí son las despiadadas andanadas del autor contra la burguesía barcelonesa y contra ciertas formas de vivir y predicar la fe cristiana. Marsé, comunista en su juventud, es un anticlerical rabioso de cuyo anticlericalismo, sin embargo, puede extraer enseñanzas muy útiles cualquier católico honesto. La oscura historia de la prima Montse pone de relieve el carácter hueco y testimonial, meramente social y ritual, de la religiosidad de muy buena parte de los españoles a partir del último tercio del siglo pasado, y profundiza en los grotescos métodos de proselitismo de ciertos sectores de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. 

La parte más sabrosa son los cuatro capítulos dedicados al cursillo de cristiandad (una especie de convivencia) al que Montse manda a su peculiar novio para evangelizarlo y, de paso, para que pueda hacer contactos y encontrar trabajo. Hacía mucho tiempo que no me estremecía tanto leyendo un libro, ni siquiera de terror. La descripción del ambiente de la convivencia, del falso progresismo de los curas, de las estratagemas psicológicas utilizadas, de las técnicas de manipulación y de la violación permanente de la conciencia individual es tan minuciosa que se me puso la carne de gallina, y más todavía recordando algunas experiencias personales en este sentido. Hay que tomar el texto con precaución, pues Marsé es un ateo que detesta todo aquello que huela a sacristía y obviamente abusa de la caricatura, pero qué duda cabe que hay un fondo muy real en lo que cuenta y que hasta al más beato de los lectores, si tiene un mínimo de sentido crítico, debería quedarle un poso de inquietud al cerrar la novela; debería reconocer que la pérdida de influencia de la Iglesia en nuestra sociedad ha traído de la mano algunas actitudes camaleónicas, falsas y absurdas que contribuyen a espantar a los jóvenes más que a fidelizarlos. 

Por último, una crítica que yo haría a Marsé es que a veces, al hacer burla de las contradicciones de la familia de Montse, tan cristiana, tan cristiana, pero incapaz de aceptar en su seno a alguien de otra clase social, incurre en una demagogia un poquito gruesa. Pienso yo que cualquier familia tiene derecho a practicar obras de caridad y no obstante a recelar, sin ser hipócrita, de que un ladrón recién salido de la cárcel y al que no conoce de nada se acueste con su hija, que encima es una romanticona con pocas luces. No sé muy bien qué supone el autor que debería hacer una familia congruente y no clasista ante una situación así. A mí me parece comprensible que unos padres normales tiendan a preocuparse y, por lo menos de primeras, hasta asegurarse de las intenciones del chico, intenten evitar la relación, que es lo que básicamente hacen los Claramunt, aunque es verdad que ellos, por otros motivos, son sepulcros blanqueados que se merecen muchas de las críticas de la novela. 

Y por cierto, cómo se nota que en 1970 la censura estaba ya muy relajada. Diez años antes La oscura historia de la prima Montse se habría quedado sin ver la luz.