domingo, 30 de noviembre de 2014

OPERACIÓN B.S.O. (34): ZULÚ





Una banda sonora sobresaliente, aunque poco conocida, es la de Zulú (1964), la gran cinta bélica de Cy Endfield sobre la defensa de la misión de Rorke´s Drift por un puñado de 140 soldados británicos frente a 4.000 guerreros indígenas en plena guerra anglo-zulú (1879). Esta película inglesa, que suele confundirse con Amanecer zulú (1979), cuenta con las escenas de combate cuerpo a cuerpo más imponentes de la historia del género y con el acicate musical de un John Barry en plenitud de facultades. Ahí va el tema principal para los que no lo conozcan.

viernes, 28 de noviembre de 2014

DESRADICALICEMOS


Ser corrupto no consiste solo en tener caja B en el partido, lucrarse a base de comisiones y prevaricar en la política urbanística. También es corrupción chanchullear el programa electoral incluyendo medidas impactantes a sabiendas de que jamás se implementarán y, sobre todo, cambiar descaradamente de ideas y de estrategia según convenga para pillar cacho en la tarta del poder.

Podemos presentó ayer en Madrid su documento “definitivo” de propuestas económicas, en el que renuncia sin sonrojo a los puntos más emblemáticos y electoralistas del programa que le valió cinco eurodiputados la pasada primavera. Iniciativas como la jubilación a los 60, el impago de la deuda, la “renta universal” y el abandono del euro han sido fuertemente suavizadas o borradas sin más en un intento de trazar “un diagnóstico realista” y desradicalizar el mensaje. La cosa es no cabrear demasiado a la banca ni asustar a la gente de orden que se está pensando muy en serio votarles.

Si ya en estas fases tan preliminares, Pablo Iglesias no tiene reparos en dar giros a la derecha y bajarse los gayumbos hasta los tobillos, es fácil imaginar hasta dónde llegaría para no perder una mayoría en el Congreso.

jueves, 27 de noviembre de 2014

CERRAR UN BLOG

En los años que llevo con La pluma viperina he visto clausurar cientos de blogs, normalmente a los pocos meses de su apertura. Existen varios motivos (no muchos) por los que alguien embarcado en el proyecto de publicar sus reflexiones de forma periódica decide abandonar de repente. El más típico es que el bloguero se da cuenta de que su bitácora no la lee nadie y se siente absurdo (no me extraña) compartiendo sus reflexiones con la pared. Pero existen otras dos causas muy frecuentes: que el autor no tenga nada que contar y que carezca de pericia redactando.

Hay bloggers que descubren que cuando se sientan a escribir una entrada no se les ocurre ningún tema y por lo tanto acaban frustrándose. Aquí el primer error es confiar en la inspiración; un blog mínimamente constante debe tener unos contenidos planificados de antemano. El segundo fallo es pretender mantener un ciber diario cuando no se tiene ninguna idea que expresar, ninguna vivencia que compartir y ninguna reflexión que hacer. Esta situación es frecuentísima y lo peor no es cuando desemboca en el cierre de la página, sino en el continuo enlace y copiapega de contenidos ajenos. Esta es la mayor aberración en la que puede incurrir un bloguero. Si no tienes ideas propias, usa Facebook, que es el sucedáneo para tontos de un blog.

La otra causa de “liquidación” a la que me refería es que el autor no sepa redactar ágilmente. Es muy habitual y se nota a la legua. Lo normal es que una persona con una mínima formación y gusto por la lectura pueda componer correctamente un texto de extensión media, pero existen abismales diferencias de destreza entre unos individuos y otros. Por ejemplo, para escribir, corregir, ilustrar y publicar un post de la misma extensión y nivel de profundidad que este que estás leyendo hay quien necesita diez minutos y quien necesita dos horas. Casi cualquiera podría pergeñar un texto formalmente correcto, pero muchos necesitan pensar demasiado las frases, dar vueltas a la forma de expresar los conceptos y hacer múltiples retoques. Así, al final, lo que nació como un mero pasatiempo se convierte para algunos en una incómoda carga, por precisar mucho tiempo a la semana para mantener la bitácora actualizada, mientras que a quienes redactamos muy rápido nos basta cualquier ratillo muerto para sacar un post. El efecto “redactor lento” se agrava si las entradas requieren cierto nivel de profundidad o de investigación previa. Quien no está acostumbrado a escribir a diario puede tardar días en cerrar un artículo serio y documentado, a diferencia de las plumas ligeras, que en una hora pueden dejar listo un reportaje de tres páginas con datos, enlaces y fotos.

Terrible lacra para un weblog es tener un autor poco ducho, y el síntoma más evidente es la caída en picado de la frecuencia y la complejidad de sus textos en los períodos en que está más ocupado.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

BREAKING BAD


Walter White y su otro yo "Heisenberg", con todos los accesorios

El otro día me di cuenta del enorme impacto sociológico que ha tenido la serie televisiva americana Breaking bad (2008-2013) cuando me encontré, en el escaparate de una tienda de coleccionismo de Madrid, con varios muñecos articulados y camisetas del personaje Walter White. No me extrañó nada porque esta creación de Vince Gilligan, que se emitió en España en Canal Plus y en Yomvi, me parece tan original y apasionante que considero imposible no quedar un poco marcado por ella. Personalmente jamás he visto nada parecido, ni en el cine ni en televisión, a esta serie de cinco temporadas y 62 episodios, a caballo entre el drama y la comedia negra, sobre el proceso de corrupción de un convencional padre de familia de Albuquerque (Nuevo México) que aprovecha sus conocimientos de química para adentrarse en el negocio de las drogas sintéticas. La historia es brillante, sorprendente y truculenta a más no poder; cuenta con unas interpretaciones inolvidables y ha ganado numerosos premios, entre ellos el Emmy a la mejor serie dramática.

Walter White es un profesor de química de instituto muy pringado con un hijo minusválido y no pocos problemas económicos. Diagnosticado de un cáncer terminal de pulmón y obsesionado por el futuro de su familia, decide asociarse con el veinteañero drogadicto Jesse Pinkman, ex alumno suyo y con menos entendederas que un insecto, para “cocinar” y distribuir juntos una receta muy pura de metanfetamina con los cristales de un llamativo color azul. Al entrar en contacto con la violencia y la sordidez del mundo del narcotráfico, ambos experimentan una compleja evolución personal que altera su percepción de la realidad y sus valores morales. White se ve obligado además a llevar una doble vida para no despertar recelos en su entorno y especialmente en su cuñado, agente de la Drug Enforcement Administration (DEA).

Jesse Pickman es muy tonto pero posee unos sólidos valores 

Se me ocurren multitud de consideraciones sobre una de las pocas series que me ha dejado sobrecogido y con la boca abierta al final de cada capítulo. 

Una de ellas, por supuesto, es en qué medida todos albergamos el mal en nuestro interior, en estado latente, y bastan las circunstancias adecuadas para que salga a la luz. También cabría preguntarse si la maldad humana es una realidad objetiva o deben siempre contrastarse los hechos, por muy reprobables que sean, con la rectitud de las intenciones. Y en esta misma línea, la gran pregunta que flota en el aire tras disfrutar de Breaking bad es si todo vale cuando se trata de proteger a nuestros seres queridos, cuando actuamos guiados por nuestro amor hacia ellos.

Un amigo me suele decir que él tiene una “vena muy siciliana” en cuestiones familiares, o sea que estaría dispuesto a incurrir en chanchullos e injusticias para ayudar o defender a sus hijos. Desde luego es humano preferir el sufrimiento de terceros al de las personas de nuestro círculo íntimo, pero no parece muy ético provocar nosotros mismos ese mal ajeno salvo en situaciones de extrema necesidad o legítima defensa, que entiendo que no concurren en el caso de “Heisenberg”, al menos en un principio.

Otro tipo de reflexiones irían más enfocadas al tema de la avaricia. ¿Existe algún tope en nuestras ambiciones económicas o siempre estaremos insatisfechos y querremos más, más y más, sea cual sea la cantidad ganada? También he pensado mucho viendo la serie en lo absurdamente compulsivos que podemos llegar a ser los seres humanos con el dinero, como por ejemplo el protagonista cuando se empeña en seguir acumulando pasta a pesar de que, por mucho que derrochara, no agotaría la que ya tiene “ni en diez vidas”, y encima no puede permitirse ningún lujo para que no le pille la DEA.

Lo que más me gusta de Breaking bad es su guión impredecible y plagado de sorpresas, que te mantiene entre desconcertado y angustiado hasta el final. El desenlace de la trama es deslumbrante, digno de esta magnum opus de la televisión estadounidense.

lunes, 24 de noviembre de 2014

LIBERALES


Era una tertulia radiofónica de derechas donde se criticaba, con grandes aspavientos, el programa económico de Podemos. Dos grandilocuentes economistas parecían al borde de la apoplejía advirtiendo de las nefastas consecuencias que tendría la puesta en práctica de los postulados que a mí más me gustan de la formación liderada por Pablo Iglesias. La injusticia, el aumento de la evasión fiscal, la restricción de libertades, la huida de capitales o el empobrecimiento del país eran, según estos señores, los fantasmas que nos asolarían si Iglesias, Errejón y Monedero sacaran adelante su proyecto intervencionista, redistributivo y nacionalizador. En mitad del debate, uno de los neocapitalistas aseguró, quedándose tan ancho: “Yo siempre he dicho que si soy liberal es para que los pobres puedan hacerse ricos, no para que los ricos se hagan más ricos”.

Comentarios de este jaez, que hieren mi estómago y azuzan mi agresividad más básica, merecerían una respuesta penal o, en su defecto, la acción de la apisonadora del pueblo encrespado y ahíto de paridas. Frases como esta son cuchillos de insulto, burlas crueles que atenazan la garganta de los humildes, únicos paganos de esta crisis desencadenada por usureros bancarios y por liberales porcinos como su autor.

Ya es duro que unos ideales se apoyen en el deseo de que alguien "se haga rico”, pero peor es el pitorreo. El liberalismo económico se fundamenta en unas relaciones fuertemente competitivas dentro de un escenario de absoluta desigualdad, en el que resulta técnicamente imposible que los débiles lleguen a jugar en la misma división que los millonarios de cuna. Por otra parte, como los recursos son limitados, la existencia de famélicos solo se explica por el hecho de que una pequeña minoría acumula la mayor parte de la renta y del patrimonio, algo que el modelo liberal no está dispuesto a enmendar. Por eso, en una economía capitalista los pobres jamás se forrarán, más que nada porque si todo el mundo fuera rico ello implicaría, por puras razones aritméticas, que los ricos de toda la vida perderían muchísimo dinero, algo que los liberales no van a consentir.

Esa cantinela yanqui del “país de las oportunidades” solo puede hacerme sonreír en el mejor de los casos. La presunta movilidad social ilimitada en los entornos libremercantilistas es solo una ilusión cultural auspiciada por la propaganda. La única oportunidad de las familias más necesitadas para mejorar sus expectativas sería al amparo de un régimen político que impulsara activamente medidas solidarias, fiscalizara las relaciones laborales, domesticara los mercados y enfocara la fiscalidad a la corrección de desigualdades. Yo dudo que todo esto vayan a hacerlo los de Podemos, quienes, por el contrario, si alcanzaran la más mínima cuota de poder, provocarían una fractura social sin precedentes y los efectos más nocivos imaginables para la integridad de nuestra Patria. ¡Y la culpa sería de los liberales!

viernes, 21 de noviembre de 2014

LA FAMILIA DE VALLADOLID

Es cierto que el llamado conflicto vasco no tiene demasiada gracia, pero reconozco que hacía un montón que no me reía tanto como con los sketches de “la familia de Valladolid” del programa de la ETB2 Euskadi Movie (antes, Vaya semanita), del guionista Borja Cobeaga (Ocho apellidos vascos). Descubrí ayer los vídeos y os prometo que llegaron a dolerme los abdominales de las carcajadas que me eché.

Las escenas, inspiradas en un violento episodio acaecido en 2012 en una boda en San Sebastián, nos muestran varios eventos familiares de un matrimonio vasco (bautizo, comunión, funeral) en los que se juntan sus parientes batasunos de Hernani con sus tíos peperos de Valladolid. El contraste es demasiado intenso y la convivencia imposible, por lo que no tardan en aflorar unas pullas ingeniosísimas que siempre desembocan en una ensalada de mamporros al más puro estilo de Mortadelo y Filemón.

Por supuesto que todas estas parodias están plagadas de tópicos, pero en mi opinión destilan una aguda e inteligente crítica tanto al entorno abertzale como a los derechones vascófobos y catalanófobos tan típicos en mi querida ciudad natal.

Describir las situaciones es imposible, así que no me resisto a poner unos cuantos ejemplos. Pueden verse todos los vídeos en esta página.






miércoles, 19 de noviembre de 2014

LIBROS DE CABALLERÍAS


“Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. (…)

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.”


Me ha parecido genial el comentario que me ha hecho un buen amigo este fin de semana. Me ha dicho que mi gran problema es que he leído demasiados libros de caballerías. Mi amigo, siempre brillante en sus metáforas, no es que me esté llamando loco; solo insinúa que mi particular percepción de mundo, mis frecuentes conflictos morales y mis dificultades de adaptación a la sociedad que me ha tocado vivir se explican, en gran medida, por el proceso de ideologización que “sufrí” en mi juventud y por la ingesta incontrolada de libelos doctrinales, hagiografías apasionadas, discursos de adoctrinamiento e historiografía ultraparcial.

Yo solo quiero hacer un matiz a esta cariñosa crítica, y es que, diga lo que diga Don Miguel de Cervantes, yo no termino de tener claro si el ingenioso hidalgo se volvió loco por devorar las historias de Amadís de Gaula, el caballero del Febo el troyano o Palmerín de Inglaterra, o, al revés, su pasión desmedida por este tipo de lecturas se explica por su demencia. ¿Qué es antes, el huevo o la gallina? Igual que tampoco estoy seguro de si la gente llega a determinados estados de exaltación tras enfrascarse en textos revolucionarios o es que más bien son los ya exaltados quienes buscan esa literatura. Es difícil saber si se llega al descontento, a la obsesión o a la inadaptación tras la lectura de libros “radicales” o resulta que son los disgustados o los "descentrados" los únicos que se interesan por ellos.

martes, 18 de noviembre de 2014

ESCUPIR

Coinciden varios amigos que han estado en China en que los chinorris son unos cerdos y en que una de sus puercas costumbres es escupir continuamente en la vía pública.

Ir lanzando escupitajos siempre me ha parecido una de las bajezas más repugnantes, pero hay que reconocer que este comportamiento tiene ciertas connotaciones culturales, como lo demuestra el hecho de que hasta no hace tantos años había escupideras en los espacios públicos de casi todos los países de Occidente. Hoy por lo que parece solo está bien visto gargajear en ciertas regiones de Asia, empezando por la nación de la Gran Muralla, donde ponen salivaderas hasta en los mítines.

De todas formas no es tan raro encontrarse en España con algunas personas que no se cortan un pelo en expectorar ostentosamente en plena calle, pero estaremos de acuerdo en que semejante marranada parece exclusiva de sujetos de aire patibulario, macarras agitanados, chulos de putas, vejetes cutres, bacalatas de pueblo y arrastrados de toda condición.

Pocas cosas podrían predisponerme más en contra de alguien que verle esputar con desparpajo en mi presencia. El acto en sí no puede ser más bajuno, pero lo más horrible es que casi siempre va precedido de una sonora contracción de la garganta que, de solo oírla, se me da la vuelta al estómago. El disparo del gapo suele ejecutarse además con un ademán chulesco, ladeando el rostro, y no siempre con la puntería deseada ni guardando una distancia de seguridad con los demás viandantes. Si encima tienes la desgracia de ver el flemón chocar contra la acera, pues lo dicho, se te quitan las ganas de comer hasta el día siguiente.

Yo me pregunto si de verdad es una necesidad fisiológica tan inaplazable liberarse de un gargajo y más por este procedimiento. Por supuesto que en ocasiones, estando constipado por ejemplo, yo he padecido -digámoslo finamente- incómodas mucosidades en la faringe que me apetecía aligerar, pero nunca me ha supuesto ningún problema tragármelas o, en los casos, más extremos, usar de forma discreta un pañuelo de papel, y dispensen los detalles. Debe de ser que los chinos o algunos occidentales están todo el día griposos o padecen neumonía, porque si no no se explica esa ansia por descargar los esputos.


Más sobre China en La pluma viperina

domingo, 16 de noviembre de 2014

BAJO CIELOS INMENSOS



El periodista Alfred Bertram Guthrie, natural de Indiana y descendiente de pioneros, ganó el premio Pulitzer por su novela The way west (1950), nunca traducida al español, pero su asiento de honor en la historia de la literatura se lo debe a The big sky (Bajo cielos inmensos, 1947). Ambas obras fueron llevadas a la gran pantalla con los títulos Camino de Oregón (1967) y Río de sangre (1952) respectivamente.

Bajo cielos inmensos narra en tono épico y nostálgico las aventuras de Boone Caudill, un adolescente rebelde que huye de su casa en Kentucky y se enrola en la tripulación de una barcaza que remonta el río Missouri para comerciar con los indios Pies Negros. Con los años, Boone se convierte en un aguerrido trampero, en un mountain man que no quiere volver a saber nada de la civilización ni relacionarse con nadie aparte de la tribu india que lo acoge.

Estamos ante un emocionante relato de aventuras, pero el libro va mucho más allá y nos deleita con poéticas descripciones de los parajes del oeste, desde las praderas inmensas hasta las Rocosas, y de la naturaleza virgen de aquellas latitudes en la década de 1830. Se nota además que el autor era aficionado a las aves por la multitud de especies que menciona; es una pena que el traductor se haga un lío y sitúe en América especies estrictamente europeas.

Bajo cielos inmensos tiene también un valor antropológico: a lo largo de sus quinientas páginas, nos ilustra sobre las costumbres de las diferentes tribus de amerindios del noroeste, y sobre la incidencia en sus vidas de la llegada del hombre blanco. Normalmente se nos ha mostrado a los pieles rojas como indígenas belicosos en defensa de su "nación", pero Guthrie nos revela la otra cara de la moneda, la de unos salvajes anclados en el Neolítico pero fascinados por las mercancías de los colonos (en especial por el whisky), que no dudaron en cambiar sus hábitos, plantar sus campamentos cerca de los fuertes y prostituir a sus mujeres sin ningún escrúpulo a cambio de alcohol, pólvora, ropa o tabaco.

Por último la novela plantea, más o menos de refilón, cuestiones de gran interés, como la legitimidad de la Doctrina del Destino Manifiesto, los convencionalismos de la sociedad civilizada, el concepto de libertad personal y los peligros del individualismo.

Todo un himno a un territorio salvaje del que ya no queda nada ni rastro y al valor de unos hombres que lo dejaron todo solo por ver un horizonte distinto.

“Sobre sus cabezas había más cielo que el que un hombre podría imaginar, una cúpula profunda, lejana y vacía, a excepción tal vez de un halcón o un águila navegando por las alturas”.

jueves, 13 de noviembre de 2014

OPERACIÓN B.S.O. (33): EN BUSCA DEL ARCA PERDIDA



 
Volvemos con el genio John Williams para recordar otra banda sonora sin la cual qué duda cabe que la película no habría tenido ni parecida repercusión. Raiders march, de En busca del arca perdida (1981), se convirtió por méritos propios en un icono para toda una generación y en uno de los símbolos culturales más emblemáticos de la década de los 80. Esta pieza, grabada por la Orquesta Sinfónica de Londres, es para mí una de las más logradas y expresivas de la historia del cine; no en vano ha sido imitada una y otra vez por los compositores de soundtracks para el género de aventuras, igual que el fascinante filme al que acompaña, que yo vi por primera vez siendo un mocoso en un reproductor de vídeo Betamax.

domingo, 9 de noviembre de 2014

RELEYENDO "EL PADRINO" (28): PRÉSTAME CIEN DÓLARES




Me encanta esta parte de El padrino porque ahonda en la importancia de los detalles a la hora de hacer cualquier cosa. Generalmente los detalles son elementos accesorios que ni quitan ni restan valor objetivo al hecho principal, pero todos sabemos de su fuerte efecto psicológico. Los pequeños gestos que acompañan a una acción pueden hacerla grande aunque sea insignificante o quitarle todo el valor por muy importante que sea.

El comportamiento del Don con su viejo amigo Anthony también nos enseña que por muy pequeño que nos parezca un favor siempre debemos valorarlo y agradecerlo, pues sin duda hay mucha gente que jamás nos lo haría aun no suponiéndole esfuerzo alguno. 


"El hombre que Hagen acompañó en segundo lugar estaba atormentado por un problema muy simple. Se llamaba Anthony Coppola, y era hijo de un hombre con el que Don Corleone había trabajado en su juventud, en el tendido de una vía ferroviaria. Necesitaba quinientos dólares para abrir una pizzería y pagar el depósito de los muebles y enseres, incluido el horno especial, y por razones que no hacen al caso no querían concederle el crédito. El Don sacó de uno de sus bolsillos un fajo de billetes y contó, pero el dinero no alcanzaba.

—Préstame cien dólares. Te los devolveré el lunes, cuando vaya al banco —dijo a Tom Hagen, sonriendo. Coppola se apresuró a asegurar que con cuatrocientos ya se arreglaría, pero Don Corleone le dio un golpecito amistoso en el hombro.

—Esta boda me ha dejado un poco corto de dinero —le confesó humildemente, como disculpándose.

Don Corleone tomó el dinero que le entregaba Hagen, lo añadió al que había sacado de su bolsillo, y se lo tendió todo a Anthony Coppola.

Hagen no podía disimular su admiración. El Don siempre insistía en que, si un hombre es verdaderamente generoso, hace los favores de un modo personal. Seguro que Anthony Coppola se sentía halagado al ver que un hombre como el Don pedía prestado para él. Naturalmente, Anthony Coppola sabía que el Don era millonario, pero ¿cuántos millonarios habrían hecho por un pobre amigo lo que Corleone acababa de hacer?"

viernes, 7 de noviembre de 2014

LA CLASE


Me ha causado una fuerte impresión La clase (Entre les murs, 2008), una película francesa de Laurent Cantet que he visto esta semana. Me la habían recomendado por mi gran interés por los temas educativos y es cierto que no deja indiferente. Sin un argumento definido, La clase nos muestra el día a día de un curso académico en un centro de secundaria de un suburbio parisino atestado de chavales problemáticos y de inmigrantes africanos. El joven y progresista profesor de lengua, François, defensor de los métodos participativos y del debate en las aulas, va quemándose poco a poco ante la actitud cada vez más desafiante de los alumnos a su cargo. Los chicos, con un comportamiento más propio de macacos que de personas, terminan desanimando al docente y volviéndole escéptico con las bondades del diálogo y del igualitarismo en los que siempre creyó.

Al terminar la película a uno le afloran sentimientos contradictorios y sobre todo dudas, muchísimas dudas. La cinta dignifica la labor de los profesores de instituto, desgraciadamente infravalorada en los países de nuestro entorno. Los docentes en general, y los destinados en centros difíciles en particular, me parecen unos auténticos héroes que llevan al límite su vocación, su paciencia e incluso su salud para transmitir a los adolescentes unos conocimientos esenciales para desenvolverse en la vida social y profesional. Muchas veces esta tarea no tiene ningún reconocimiento y, lo que es peor, ningún resultado, con lo que el riesgo de desánimo es altísimo. El derrotismo hace mella en multitud de profesionales de la enseñanza, que terminan convertidos en verdaderos burócratas que pasan de los alumnos. Es aquí donde cabe preguntarse si los actuales sistemas de selección del profesorado permiten elegir a las personas más idóneas desde el punto de vista emocional y del carácter, ya que es obvio que su cometido va mucho más allá de explicar las lecciones en una pizarra y exige unas habilidades sociales, una madurez, una empatía y un temperamento por encima de la media.

La segunda cuestión que me ha venido a la cabeza es la crisis del principio de autoridad. En la película puede apreciarse como la labor de François es sistemáticamente boicoteada por la clase. Sus conflictivos alumnos no se callan jamás, lo discuten todo, juzgan su trabajo, le insultan y provocan, se niegan a participar, entran y salen del aula cuando les da la gana, no hacen nunca los deberes, mienten y difunden bulos gravísimos sobre él, y recurren a la violencia física si se les cuestiona o amonesta aunque sea levemente. Frente a esta actitud, el idealista François, jamás hace valer su autoridad, sino que, al contrario, se pasa horas intentando inútilmente razonar con los muchachos, les pide opinión sobre todo y acepta todas sus sugerencias. El resultado es el previsible: en vez de valorar la actitud dialogante de su profesor, las pequeñas bestias acaban imponiéndose y machacándolo psicológicamente. 

Supongo que una cosa es educar en los "valores democráticos” y otra perder de vista que profesores y alumnos no están ni deben estar al mismo nivel, y que aquellos pueden y deben exigir a estos el cumplimiento de una serie de obligaciones. Supongo que una cosa es mostrar una actitud cercana y otra convertir la clase en una asamblea permanente donde cualquier cuestión, ya sea organizativa, disciplinaria o educativa, tenga que ser consensuada con un alumnado que, por lo general, lo único que busca es librarse de todo esfuerzo.


Los docentes que conozco suelen quejarse de que “el sistema” no les brinda instrumentos para hacer frente de forma eficaz a la falta de disciplina y de que los críos son intocables so pena de acabar defenestrados por los padres o por la propia Administración. Sin duda tienen parte de razón, pero yo también estoy seguro de que con un mismo grupo de alumnos asilvestrados no todos los educadores sufrirían las mismas faltas de respeto ni problemas disciplinarios de la misma envergadura. Esto es así porque hay profesores que saben hacerse respetar mucho más que otros por tener más personalidad y mayor habilidad para manejar situaciones complicadas. De modo que la culpa del problema debe repartirse entre las administraciones educativas y los propios profesionales, porque, aunque es cierto que la normativa vigente excluye toda posibilidad de adoptar ciertas medidas represivas que serían indispensables y, como he dicho, no se vela por la selección de perfiles adecuados para impartir clase en circunstancias difíciles, tampoco los aspirantes a profesor actúan con responsabilidad al pretender muchos de ellos acceder a una profesión tan delicada y tan social a sabiendas de su pusilanimidad y de su nulo interés por los adolescentes. Algunos se piensan que enseñar (y domar) a imberbes de 12 a 18 años es como trabajar en una oficina y se lanzan a la aventura pensando solo en el sueldo y no en los disgustos que van a sufrir por culpa de su apocamiento y de su ineptitud para lidiar con estas fieras. Por eso la decisión de varias comunidades autónomas de convertir en autoridad pública a los profesores no va a servir para mucho, pues al final no se trata solo de una cuestión de potestas sino de autoritas personal.

Con todo, aplaudo desde aquí con mi mayor admiración a los buenos profesores, a los que se comprometen con los chicos poniendo toda su carne en el asador de una clase insufrible, a los que tienen el don de estimular las inquietudes de esos pequeños bárbaros dominados por las hormonas, a los que no se rinden pese a los contratiempos y a los que de verdad se ganan el sueldo haciendo de nuestros jóvenes unas personas mejor preparadas para la convivencia y para el trabajo.

Sobre la inmigración masiva y su repercusión en la vida de los centros docentes casi hablamos otro día, que da para mucho, aunque por supuesto agradezco cualquier comentario y cuanto más políticamente incorrecto, mejor.

jueves, 6 de noviembre de 2014

SABER DE ECONOMÍA

Hace no mucho, charlando con unos amigos, me manifesté partidario de la salida de España de la Unión Europea, y uno de ellos, licenciado en Económicas, me dijo que defendiendo una cosa así demostraba no tener ni idea de economía. Alguna otra vez he vivido episodios parecidos con leguleyos: propugnas alguna medida política concreta y te sueltan que qué barbaridad, que eso no es viable jurídicamente y que no tienes ni pajolera de derecho. 

La verdad es que la peña tiene muy poquita imaginación.

Todos estos universitarios de manual y titulados de corsé no pasan de ser unos loritos amaestrados y con el sensor crítico averiado, cuyo mayor logro intelectual ha sido subrayar apuntes con un fluorescente y aprobar treinta asignaturas. Y a veces ni eso.

Son miopes académicos, asnos con diploma que se han limitado a rumiar la alfalfa que les echaron los catedráticos y no han asimilado todavía la lección más importante: la economía y el derecho no son fines sino simples medios. 

Las reglas, para ellos sagradas, de la “ciencia económica” tienen como consecuencia, por ejemplo, que hoy en España los veinte tíos más ricos posean la misma fortuna que los 14 millones de personas más pobres, y los chiringuitos del estilo a la Unión Europea han sido concebidos y creados para que esto sea así de por vida. Por eso las reglas del mercado deben ser expurgadas, corregidas, encauzadas y, si me apuras, violadas al asalto por cualquier gobernante mínimamente ético y mínimamente comprometido con las necesidades de su pueblo.

Yo no sé mucho de economía, no señor, pero no hace falta ir a estudiar a Salamanca para entender que las finanzas de un país pueden funcionar perfectamente al margen del euro y del tinglado europeísta. Hay estados europeos que no han suscrito tratado de adhesión y ello no les impide contar con un nivel de vida igual o superior al nuestro, sin entrar ya en cuestiones de soberanía nacional. Hay grandes expertos en economía que luchan para que su país se salga de la cueva de la Merkel y los cuarenta ladrones. Lo que pasa es que para algunos “saber de economía” no es tener conocimientos en esta materia, sino tragarse sin rechistar el actual modelo de globalización capitalista.

Con el tema del derecho, algunos están en Babia y no se les ha ocurrido fijarse que jamás en la historia una norma jurídica ha sido obstáculo para sacar adelante una iniciativa política. Incluso la más sagrada y solemne de las leyes puede y debe modificarse (e incluso incumplirse) cuando concurren intereses superiores o surgen nuevas circunstancias que así lo exigen. Constituciones, estatutos de autonomía, leyes, reales decretos y órdenes carecen de entidad propia; no son sino herramientas de la voluntad política y solo se mantendrán mientras esa voluntad los dé soporte o no cambie el signo ideológico que los amparó. Cualquier medida adoptada por quien ostenta el poder, por muy ilegal que parezca, no tardará en ser convalidada formalmente con todas las bendiciones procedimentales y letra de molde en el BOE.

En la defensa de los valores fundamentales de la nación, de los principios de justicia social, del orden público y de las pautas de convivencia, el Estado debe ser todopoderoso y no arredrarse ni ante teorías “científicas” ni ante boletines oficiales. Es él quien debe definir su propio modelo económico y su propio marco normativo saltando por encima de lo que haya que saltar.

domingo, 2 de noviembre de 2014

DUDAS DE FE



Siempre dice que no cree en Dios, pero habla tanto de religión y de moral católica que resulta difícil tragárselo. Siempre me explica que si le obsesiona tanto el “hecho religioso” es por la formación recibida y por el peso cultural que el Cristianismo ha tenido y tiene en este país. Se define como ateo pero no como anticlerical y, de hecho, suele hablar con cariño de los curas que le educaron y que ha conocido, sobre todo de Don Fermín.

Don Fermín es un sacerdote amigo de su familia y por eso le mandaron a hablar con él cuando, con dieciséis años, le empezaron a atormentar los interrogantes. Su fe se resquebrajaba por varios motivos y este cura le habló poco y le escucho mucho, que era precisamente lo que necesitaba. Justo antes de despedirse, en un arrebato de ansiedad le espetó: 

   Padre, sinceramente, ¿usted podría asegurarme que Dios existe sin ningún tipo de duda?

Don Fermín le sonrió y respondió con una frase que aún no ha olvidado: 

   Lo que puedo asegurarte sin ninguna duda es que yo he apostado mi vida a que Dios existe.