martes, 30 de septiembre de 2014

LOS DOS "RECURSOS" DE RAJOY

Abogados del Estado tras presentar las impugnaciones ayer

Llevamos meses oyendo hablar de los "recursos" que el Gobierno ha interpuesto ayer ante el Tribunal Constitucional contra la ley de consultas catalana y la convocatoria del plebiscito secesionista. Con ocasión de su admisión a trámite, los medios de comunicación han profundizado algo más sobre los instrumentos impugnatorios utilizados por el Ejecutivo, pero, salvo muy raras excepciones, la información facilitada por la prensa es insuficiente, inexacta y técnicamente incorrecta, sobre todo cuando se afirma que han sido sustanciados “dos recursos de inconstitucionalidad”. Por ello hoy vamos explicar con detalle y de forma sencilla qué han presentado exactamente los abogados del estado ante el Alto Tribunal, qué fundamentos jurídicos han utilizado y cuáles van a ser las consecuencias.

La Constitución Española regula en sus artículos 161 y siguientes las funciones del Tribunal Constitucional. Este órgano jurisdiccional tiene las siguientes competencias específicas: 

- Conocer del recurso de amparo (por violación de derechos fundamentales de los ciudadanos).

- Conocer del recurso de inconstitucionalidad contra leyes y normas con fuerza de ley.

- Resolver los conflictos de competencias entre el Estado y las comunidades autónomas y los de estas entre sí. El conflicto de competencias supone que si una comunidad autónoma dicta una norma o resolución irrespetuosa con el reparto de competencias, el Gobierno puede dirigirse al Tribunal Constitucional para que se pronuncie sobre la titularidad de la competencia afectada y anule, en su caso, la disposición. 

- Conocer de la cuestión de inconstitucionalidad, que consiste en que si cualquier juez o tribunal está juzgando un caso y considera que una norma es contraria a la Constitución, debe elevarla al Tribunal Constitucional para que la anule si procede.

Por último, el famoso artículo 161.2 atribuye al Tribunal Constitucional una competencia de carácter genérico, que es resolver las impugnaciones que haga el Gobierno de cualquier disposición o resolución adoptada por una comunidad autónoma y que pueda violar la Constitución. Esta impugnación especial tiene la virtud de suspender de forma automática la disposición o resolución de que se trate durante cinco meses, tras los cuales el Tribunal deberá confirmar o levantar la suspensión a no ser que ya haya dictado sentencia.

Decimos que es genérica o transversal porque tiene por objeto tanto leyes como decretos o simples resoluciones o actos administrativos de la correspondiente comunidad autónoma, por lo que se refiere tanto al recurso de inconstitucionalidad (que solo cabe contra leyes) como a los conflictos de constitucionalidad (con ocasión de una ley o de cualquier resolución), así como a la impugnación directa de un decreto o de un acto administrativo autonómico. En este último caso (desarrollado en el Título V de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional) no procede hablar técnicamente de recurso, pero en todos los supuestos indicados cabe invocar la suspensión prevista en el 161.2. 

¿Qué ha hecho entonces el Ejecutivo de Mariano Rajoy? 

Pues por una parte ha interpuesto un recurso de inconstitucionalidad contra el Título II y varios preceptos de la ley de consultas y, por otra, ha formulado la impugnación regulada del Título V de la LOTC contra el decreto de convocatoria (un recurso no era posible al carecer de rango legal). En los dos escritos ha solicitado la suspensión automática del artículo 161.2 de la Carta Magna. Ambas impugnaciones han sido admitidas a trámite por el Tribunal Constitucional y, en consecuencia, han quedado sin ningún efecto jurídico, hasta que recaiga sentencia o al menos durante cinco meses, la ley, la convocatoria y cualquier acto que pueda dictarse en ejecución o aplicación de las mismas.

El fundamento jurídico del recurso de inconstitucionalidad ha sido simplemente que las consultas reguladas en la ley catalana son referéndum encubiertos, por lo que se incurriría en un fraude de la Constitución, toda vez que la autorización de la convocatoria de referéndums es una competencia exclusiva del Estado según los artículos 23, 81, 92 y 149.1.32 del texto constitucional.

En cuanto al escrito de impugnación del decreto de convocatoria, se repite el anterior argumento y se añade que la convocatoria en sí “atenta contra la atribución de la soberanía nacional, que corresponde al pueblo español” y contra la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles” (artículos 1.2 y 2 de la Constitución).

domingo, 28 de septiembre de 2014

MILAGROS DE SALDO




Antaño los milagros eran otra cosa. 

Según los Hechos de los Apóstoles, San Pedro, en vida, resucitó a una mujer. San Francisco Javier hizo lo propio en la India con un cadáver masculino. Santa Teresa de Jesús consiguió que floreciera un almendro seco. San Francisco de Asís acarició y amansó a un lobo rabioso. San Antonio de Padua llamó a todos los pájaros de la comarca y los encerró en una habitación para que no malograran el huerto de su padre. San Benito recompuso un jarrón hecho añicos (¡y no había Loctite!), multiplicó hogazas de pan y sacó sin un rasguño de los escombros a un albañil aplastado por un edificio. San Ignacio protagonizó portentosas curaciones de enfermos graves. Santo Domingo devolvió la vista a varios ciegos y la vida a un gallo y a una gallina asados. 

Pero los milagros que acepta ahora la Iglesia para beatificar o canonizar a alguien parecen de coña. Últimamente los papas se conforman con cualquier cosa y les basta la ambigua declaración de una panchita o de algún religioso (de la orden fundada por el aspirante a santo, por supuesto) asegurando que encomendaron al difunto la sanación de un enfermo de no sé qué dolencia que no queda nada claro que fuera irreversible. 

Como muestra el botón de la beatificación de ayer de Monseñor Álvaro del Portillo, cuyo milagro ha consistido, por lo que parece, en la recuperación de un bebé chileno de los problemas cardíacos sufridos durante una intervención quirúrgica, gracias a que su mamá le puso junto a la cama la estampita del ya fallecido Monseñor. 

Sí, claro, está tu hijo en las últimas y tú, que eres muy católica, le rezas a uno que ni está beatificado ni nada... ¡habiendo tantos santos de verdad para elegir! 

Pues igual que la canonización de su mentor, el flamante Marqués de Peralta, Josemaría Escrivá, que intercedió desde el Cielo para que la tía monja de unos opusimos mejorase de su úlcera gástrica. ¡Espectacular!

Que no, coño, que no. Que parece que con esto de los milagros la Iglesia está de rebajas. Es como si estuviéramos en la puta Semana Fantástica de las santificaciones. Un poco de seriedad, por favor; a ver si nuestros pastores se toman el tema en serio y empiezan a exigir milagros como Dios manda.

sábado, 27 de septiembre de 2014

OPERACIÓN B.S.O. (32): SHRECK






Recuerdo lo que disfruté en el estreno de Shreck (2001). Me parece una película de animación genial y muy bien planteada (no así sus secuelas), cuyos mejores ingredientes son ese humor un poco bestia que tan bien aprovecha el contraste con el algodonoso mundo de los cuentos infantiles, el doblaje en español y una banda sonora integrada por muy buenas canciones de diferentes grupos y artistas, y varias piezas instrumentales compuestas para orquesta por Harry Gregson-Williams (Antz, Chicken run, El Diario de Bridget Jones, Las Crónicas de Narnia…). El mejor tema sin dudarlo es Fairy tale, que nos transporta con su dulzura al mundo mágico de las narraciones de Perrault y de los Hermanos Grimm.

viernes, 26 de septiembre de 2014

SEGUNDAS OPORTUNIDADES

Un lugar común muy recurrente en nuestra cultura del buenismo ñoño es que todo el mundo merece una segunda oportunidad. Criticar los errores y desechar a quienes los cometen cada vez está peor visto en este país de jetas y chapuceros. “Todo el mundo puede equivocarse”, “nadie es perfecto”, “nadie nace aprendido” o “¿es que tú nunca te confundes?” son las muletillas favoritas de los españoles, los comodines para disimular meteduras de pata intolerables y taparnos los unos a los otros en el mal desempeño de las tareas del trabajo y del resto de nuestras obligaciones.

No nos queremos enterar de que, por muy comprensivos que pretendamos mostrarnos con las equivocaciones ajenas o con las propias, por muchas segundas, terceras, y cuartas oportunidades que queramos brindarnos a nosotros mismos o a los demás, la vida al final casi nunca transige con los fallos y todo el mundo acaba en su sitio. No queremos ver que hay faltas que por su naturaleza o envergadura no admiten segundos intentos y condicionan ya para siempre la vida de quien las comete. Existen demasiados retos y encrucijadas de una sola tentativa y, si marramos, caeremos directamente al abismo. De vez en cuando tendremos que superar pruebas sin ningún entrenamiento previo, interpretar papeles en directo y sin ensayos que valgan, y si nos sale mal no habrá ningún rostro amigo que nos invite sonriente a probar otra vez.

No se trata de tolerancia ni de saber perdonar. No se trata de flexibilidad ni de comprensión. Hay situaciones, actividades o circunstancias en las que basta ver una intentona para tener muy claro que no merece la pena ofrecer una segunda, para perder toda la confianza en alguien y no estar dispuestos a arriesgarnos más. En las relaciones sociales sucede mucho: si haces una faena gorda a un amigo, aunque solo sea una vez, quizá pueda perdonarte o no censurarte nada, pero nunca volverá a ser igual; algo se habrá roto para siempre y será imposible pegar los trozos. No te dará nuevas ocasiones de demostrarle que puede fiarse de ti en un asunto similar a aquel en que le has fallado.

La sociedad jamás vuelve a aceptar a las personas que han cometido determinados delitos, aunque hayan cumplido su condena y cambien radicalmente su actitud. Meter la gamba en una entrevista de trabajo o en un examen de oposición tiene la consecuencia obvia y no cabe apelar ni volver a intentarlo. Determinadas confusiones o indiscreciones, aun puntuales, en el ámbito laboral generan tal nivel de recelo que ya es inútil esforzarse al máximo para ser el empleado perfecto, pues el jefe defraudado no aprobará en la vida un ascenso ni volverá a contar para nada serio con el autor de la torpeza. Ciertas actitudes en la pareja (la infidelidad misma) no permiten rebobinar la peli ni recobrar la ilusión o la admiración perdidas, por mucho que se trate de un episodio aislado. Algunos pecados, traiciones e incoherencias personales no nos dejarán reconciliarnos con nosotros mismos por mucho que nos repitamos que no es para tanto o que hay que evolucionar.

Por eso la benevolencia formal con los errores a veces es como la anestesia para quien está desangrándose por una herida en la garganta, pues neutraliza el dolor pero no impide el fatal resultado.

domingo, 21 de septiembre de 2014

MEZCLAR AMIGOS




Me parece enriquecedor tener una actitud abierta a conocer gente nueva y a hacer amigos distintos de los de toda la vida. Las relaciones interpersonales son algo vivo y dinámico, y tratar durante muchos años con las mismas personas, moverse en los mismos ambientes y salir con el mismo grupo rígido de amigos es una forma de  anquilosamiento y muerte social como cualquier otra. 

Hacer amistades fácilmente es una valiosa habilidad que yo envidio. No soy el más sociable del barrio y mi tendencia ha sido, desde muy joven, a rodearme de gente de mi absoluta confianza y a mostrar cierto recelo a las nuevas incorporaciones. Grave error por muchos motivos, pero el caso es que en varias ocasiones de mi vida he tenido la suerte de conocer a gente diferente y fantástica gracias a que alguien de mi grupo de siempre ha tenido la generosidad y el acierto de traerse amigos de otras pandillas. Varias de estas personas, que un día fueron “los nuevos” y a los que miré con cierta desconfianza, hoy se cuentan entre las que más aprecio.

He observado que con la edad la gente tiende a mezclar más los amigos. Entre los factores que lo explican se encuentra la necesidad que muchos tienen de partir de cero al casarse todos sus colegas menos él o al divorciarse ellos mismos y verse de repente más solos que la una. Otro factor importante, aunque no lo parezca, es que a los veinte años tenemos todo el tiempo del mundo para picotear en varias cuadrillas, pero pasada la treintena disfrutamos de pocas horas de ocio y se impone una política de simplificación o de reagrupación social. En vez de quedar cada día con una gente, no son pocos los que tratan de presentar unos a otros para “refundir” las quedadas y ahorrar tiempo. Yo esto lo he visto mucho.

En principio, como digo, no cabe hacer ninguna objeción a estas mezclas. El único inconveniente es que si bien algunos gozan de una habilidad especial y de gran intuición para llevar a buen puerto este tipo de amalgamas amistosas, los hay tan rematadamente torpes que lo único que consiguen con sus experimentos es provocar el peor ambiente o que salten chispas.


Por culpa de la imperante filosofía del buenrollismo, algunos dan por sentado que todo el mundo puede ser amiguito de todo el mundo y llevarse chachi, cuando la experiencia nos dice que hay personas que a la legua se ve que son incompatibles entre sí, lo que desaconseja juntarlas demasiado o forzar afinidades imposibles. Violar esta pauta elemental de prudencia puede terminar desembocando en conflictos más o menos declarados, malestares de larga duración, rupturas de amistades ya consolidadas o simplemente que, por educación o por cariño hacia nosotros, a algunos de nuestros amigos les toque soportar lo insoportable. Hasta que explotan, claro.

Conviene evaluar con tiento las mezcolanzas que pretendemos ensayar en nuestro entorno más íntimo, no sea que la armemos como Amancio. El agua y el aceite no pueden conjuntarse y empeñarnos en lo contrario puede ser contraproducente para nosotros y para los demás. Además la mayoría de las veces, conociendo mínimamente a la peña, se pueden prever de sobra las reacciones positivas o negativas. Cada grupo de amigos tiene su propias reglas no escritas, su propio estilo de ocio, su propio nivel de gastos, sus propias ideas políticas o religiosas, y –muy importante–  su propio código de humor, que, mezclados con los de extraños, pueden derivar en una bomba.

A esto habría que matizar que no es lo mismo llevar un día suelto a un amiguete o a un compañero de trabajo a que se tome una copa con nuestros habituales, que meter con calzador en el grupo a una persona que está sola en la vida y que probablemente tratará de “pegarse” para no quedarse descolgada los fines de semana y sumarse a actividades o viajes. Esta situación, tan clásica, puede dar excelentes frutos (de los que yo he disfrutado) o provocar la tercera guerra mundial, según se obre con inteligencia o como un macaco. Lo peor de todo es que como la gente a priori suele ser maja y accesible, por la caridad a veces entra la peor peste. 

Para terminar estaría el factor pareja, que ya es incontrolable. No hay manera de evitar, aunque a veces sería muy deseable, que los amigos integren, con plenitud de derechos, a sus nuevos ligues, novias o parejas. Si se da la mala suerte de que no somos compaginables con ellos, solo queda sufrirlos en silencio, como las hemorroides, si deseamos salvar una amistad de años.


Más sobre grupos de amigos en La pluma viperina: El grupo de amigos

viernes, 19 de septiembre de 2014

PSICOLOGÍA DE LAS FOTOS



Igual que existe la grafología para determinar, a través de la escritura de un individuo, los rasgos de su carácter y personalidad, tendría que haber otra disciplina (y sería mucho más rigurosa) que dedujese los atributos psicológicos de las personas basándose en la actitud, postura y gestos que adoptan posando en las fotos, de forma que estudiando unas cuantas instantáneas en las que salga un señor pudiéramos establecer científicamente si es un sujeto equilibrado, educado, discreto, modesto o inteligente, o si, por el contrario, se trata de un acomplejado, un vanidoso, un notas o un descerebrado.

En tiempos, no tan lejanos, en que la gente no se hacía más fotografías que la del carné de identidad o, si acaso, alguna suelta en los viajes de vacaciones, no podía sacarse ninguna conclusión certera de la observación de estas pocas imágenes. Todo el mundo puede tener un día tonto o estar con mala cara en un momento determinado, así que cuando veíamos una foto de alguien despeinado, haciendo el capullo, con semblante de proxeneta, con posturita de portada de disco, o, en el caso de ellas, con pose de modelo o de semiprostituta, nos echábamos unas risas y exclamábamos: “¡anda, qué mal ha salido Fulanito/a!, ¡vaya pintas!”.

Pero en la era de las redes sociales ya no tiene razón de ser un comentario tan cauteloso, pues ahora podemos acceder, por ejemplo a través de Facebook, a cientos de fotos de nuestros conocidos, y comprobar que quien parece gilipollas en una imagen generalmente también lo parece en las otras cuatrocientas que comparte en su perfil. Con tanto material disponible, ya no cabe hablar de mala suerte.

En efecto podrían esbozarse auténticos diagnósticos psicológicos y hasta psiquiátricos repasando los álbumes del personal. 

Una primera pista sobre el desajuste mental de alguien nos la da la presencia en su cuenta de un número llamativo de retratos personales. Colgar muchas fotitos con el grupo de amigos, la familia o la novia puede considerarse cansino o poco prudente, pero entra dentro de la normalidad. Al contrario, salir casi siempre solo denota el egocentrismo inquietante de quien está encantado de haberse conocido. Si encima se abusa del formato selfie, podemos tener la seguridad de que el autorretratado es, como mínimo, un estúpido de primera división.

Las actitudes del fotografiado constituyen igualmente una valiosa fuente de información clínica. La vanidad, que es el mayor defecto femenino, adquiere tintes caricaturescos en las social networks, sobre todo cuando la que cuelga veinte instantáneas tumbada en bikini en una hamaca, poniendo morritos y entornando los ojos a lo Scarlet Johansson, es una señorita con sobrepeso, sin tetas o con cara de mandril. Pero no solo, puesto que también las chicas monas nos dicen muy poco de sí mismas difundiendo indiscriminadamente sus pases de modelos, sus miraditas afectadas, sus escotes y sus guiños sensuales; en el mejor de los casos, que son chicas superficiales, poco sencillas y obsesionadas por el físico. No tiene sentido llenar tu página con este tipo de fotografías salvo que vivas de la pasarela.


Pero esta manía de poner fotos haciéndose el guay no es exclusiva de ellas. En bastante menor medida podemos ver a alguno de nuestros amigos llenando su muro con imágenes de vergüenza ajena en las que se muestra con ademanes gorilescos, marcando camiseta después de su sesión de gimnasio o con el torso descubierto, en plan Tarzán, sin ningún contexto de playa o piscina que lo justifique. En los hombres también se suele dar un exhibicionismo más de tipo intelectual, en el que no se presume de belleza o de cuerpo, sino de ser un tipo intenso, culto o interesante. Todos tenemos en mente esos primeros planos del rostro con una sonrisilla enigmática, la palma en la mejilla, el cuello ladeado, la mirada reconcentrada, gafitas de ensayista reconocido y, en definitiva, con pinta de imbécil al cuadrado cuando no de maricón.

Es la falta de naturalidad en un retrato la que más nos habla de los defectos de alguien.

Capítulo aparte merecen las fotos de mascotas, de parejitas empalagosas y de bebés y niños pequeños que inundan las cuentas de las redes sociales y que nos suben el nivel de azúcar hasta límites intolerables. Hay demasiada gente que con el material gráfico que comparte de forma indiscriminada simplemente nos está demostrando sus obsesiones, su falta de medida, su irresponsabilidad y lo poco que respeta su propia intimidad personal.


No tengo ninguna duda de a todos se nos están ocurriendo muchos otros ejemplos divertidos que os agradecería que compartierais.

martes, 16 de septiembre de 2014

DIMINUTIVOS

Ya hemos hablado del gusto de los españoles por los eufemismos para mitigar la connotación negativa de algunas palabras, normalmente alusivas a ciertas realidades incómodas. Tanto evitamos llamar al pan, pan, y al vino, vino, que acabamos incurriendo en un discurso abstracto, técnico y pedante que resulta más ofensivo para los afectados que los términos de toda la vida.

Una costumbre muy parecida a esta y que a mí me hace mucha gracia es la utilización de diminutivos para no mencionar tal cual los adjetivos indeseados, por parecernos demasiado hostiles. 

Algunas veces se trata de “sustituir” insultos puros y duros. Nuestra conciencia se queda tan a gusto soltando verdaderas burradas en su versión “emotiva” o menos intensa, pero a nadie le pasa desapercibido el apelativo en cuestión; todo el mundo se da perfecta cuenta de lo que queremos llamar al sujeto, así que es una práctica inútil. “Está más bien gordito”, “¡qué vaguete es tu compañero”, “su prima parece tontita”, “¡qué golfillo!”, “ese vecino me parece algo pesadín”, “es un joven muy chulito”, “¿no es ese un poco fachita?”, “Manolo está salidillo”, “¡ay, qué especialito!”. Se nos pueden ocurrir muchos otros ejemplos. De hecho, en castellano, los diminutivos de muchos insultos parecen tener entidad propia, como dando por sentado que nadie debe usar el original para no ofender (“macarrilla”, “mariquita”, “tontorrón”, “debilucho”, “payasete”, “lentito”, “listillo”, “vejete”, “feílla”…).

En otras ocasiones las palabras que deseamos suavizar no tienen nada de malo, solo que nos da corte pronunciarlas a palo seco debido a prejuicios de corrección política que nos han ido inculcando. Probablemente el mejor ejemplo es lo de cambiar “negro” por “negrito” para denominar a los subsaharianos o afroamericanos, pero también se da a menudo con otras razas o colectivos: “gitanillo”, “morito”, “chinito”, “mudita”, “enanito”… El resultado es patético y tiene una implicación paternalista bastante desafortunada.

El lenguaje y las formas son importantes pero la intención también. Deberíamos utilizar el idioma con naturalidad y precisión, huyendo de falsas caridades (que nadie agradece) y sin tanta ñoñería.

Más sobre eufemismos en La pluma viperina:

domingo, 14 de septiembre de 2014

EL PASADO NADA GRACIOSO DE MIGUEL GILA




Ayer mismo, curioseando por YouTube, me encontré por casualidad con el mítico monólogo de Miguel Gila († 2001) sobre la guerra, y al mismo tiempo que me tronchaba una vez más con eso de “¿está el enemigo? ¡que se ponga!”, me iba acordando del abracadabrante y nada divertido pasado de este cómico irrepetible. 

En los últimos años de su vida, Gila presumió mucho de izquierdista y de exiliado del franquismo. Le recuerdo perfectamente haciendo campaña por el PSOE en unas generales de los años 90, declarando en un mitin junto a Maragall que si ganaba “el del bigote”, volvería a huir a Argentina. Pero parece que su trayectoria no fue tan comprometida ni tan idealista como continuamente daba a entender en la España de Felipe González. 

A Gila le pilló el Alzamiento en Madrid con 16 añitos, trabajando como obrero mecánico. Estaba afiliado a una de las organizaciones políticas más siniestras de la II República: las tristemente célebres Juventudes Socialistas Unificadas, que lideraba Santiago Carrillo y que actuaron desde su fundación (1936) como un grupo terrorista que llegó a asesinar, nada más terminar la guerra, al famoso inspector Gabaldón (de la Guardia Civil) junto a su hija adolescente, y a preparar el fallido atentado del Desfile de la Victoria de abril del 39. Por todo ello fueron condenadas a muerte las estúpidamente llamadas Trece Rosas.

Pero volvamos a aquel jovencísimo Miguel. Dada su condición de comunista, se alistó voluntario en el Quinto Regimiento de Líster y acabó sirviendo en el Regimiento Pasionaria, de espeluznante recuerdo. En 1938 fue hecho prisionero por los Regulares, que “lo fusilaron mal” una fría noche de diciembre. En efecto, los moros, que debían de estar ebrios, dispararon al grupo de rojos contra un paredón pero a Gila no le dieron, así que se hizo el muerto y logró escapar. Viendo la cosa fea, rompió en pedazos su carné de las JSU y se mostró muy colaborador cuando fue definitivamente capturado por los nacionales. A pesar de su escabrosa militancia política, solo pasó algunos meses en varias cárceles y, después de chuparse cuatro años de mili dócil como un cordero, pudo trabajar sin problemas en la mejor prensa humorística del país, alternado su labor de periodista con su puesto de chófer del Gobernador Civil de Zamora, cuya confianza y la de otros altos cargos del franquismo supo ganarse hábilmente. En 1951 hizo su primer monólogo en un teatro (sobre la guerra, precisamente) y en los años siguientes actuó muchas veces para el Caudillo en su tradicional recepción de La Granja del 18 de julio. ¡Toda una víctima!

Aunque como vemos no tenía pinta de estar sufriendo demasiada represión, en 1968 se exilió, según declararía después porque sufrió “un empacho de dictadura”. La realidad, me temo, es algo menos romántica. Resulta que nueve años antes había abandonado a su señora, una humilde maestra zamorana, para amancebarse con la actriz y después directora de teatro María Dolores Cabo. Decidió escapar con ella a Argentina para librarse de su mujer, que le montaba continuas escenitas, y evitar pasarle la pensión que la justicia le reclamaba. 

Ojo al dato: no se autodesterró a la Cuba castrista o a cualquier otro país con un gobierno afín a sus ideales, sino a la mismísima dictadura militar de Juan Carlos Onganía, moviéndose también como pez en el agua durante el Proceso de Reorganización Nacional del general Videla. Permanecería más de veinte años en Buenos Aires triunfando como humorista hasta su regreso en 1985.

En sus memorias (1998) el tío se atrevió a escribir sobre el marxismo: "La ideología que mamé en mi niñez, en mi casa de gente humilde y en las fábricas o talleres donde trabajé, sigue latente en mí”. ¡De vergüenza ajena!
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Que nadie se pierda este artículo en el Diario de León de un viejo amigo de La pluma viperina: Todo por la patria, todo por nosotros

jueves, 11 de septiembre de 2014

¿POR QUÉ NOS IMPORTA UN BLEDO EL MUNDIAL DE BALONCESTO?


Este verano, con motivo de ambos mundiales, hemos constatado una vez más la abismal diferencia entre el nivel de popularidad del fútbol y el del baloncesto. Los forofos de este último deporte continuamente argumentan que cada vez acude más público a las canchas y que también es un fenómeno multitudinario con una fuerte repercusión mediatica, como lo demuestran los casi cinco millones de telespectadores que siguieron ayer el España-Francia. Pero todos sabemos que no hay color, que en España las televisiones dedican diez veces más espacio (y me quedo corto) al deporte rey que al basket y, lo más importante, que la gente en la calle no habla de baloncesto ni se emociona ni con la liga, ni con el mundial ni con ninguna de sus competiciones; todo lo contrario que el fútbol, que forma parte esencial de nuestro entorno y de nuestras conversaciones.

¿Hay algún motivo por el que, salvo en Estados Unidos y otros pocos países, el balompié guste mucho más a la gente que el basketball? ¿Es aquel realmente un deporte más atractivo que este o es que los medios de comunicación de masas tienen algún interés en dar más bombo al mundo futbolístico? ¿Qué es antes, el huevo de que el público es más futbolero por naturaleza y por eso la prensa le dedica más atención, o la gallina de que se sigue menos el baloncesto porque casi no lo sacan en la tele?

En cualquier caso: ¿Por qué el mundial de fútbol es un auténtico fenómeno social mucho más allá de lo deportivo y el de baloncesto nos importa un carajo? Voy a intentar esbozar las claves de este dilema, aunque espero la opinión de los más aficionados. Incorporaré al post las mejores reflexiones.


  • Tradición y fenómeno sociológico.
La afición futbolera en España es bastante más antigua que la del baloncesto y tiene un importante peso y componente sociológico que, como digo, va muchísimo más allá de lo puramente deportivo, entrando incluso en los terrenos social, económico y político. 

  • Auge de otros deportes
Al baloncesto le ha pasado como al PSOE con UPyD y Podemos. Hace años era una “segunda fuerza” consolidada, pero últimamente han alcanzado gran apogeo en España otros deportes hasta entonces minoritarios, como el tenis, la Fórmula 1 y, en menor medida, el balonmano, que le han “robado” mucha cuota de afición. 

  • Espectacularidad
Las dimensiones del campo y del estadio, la vistosidad de las jugadas y el enorme simbolismo estético de las competiciones (que recuerdan a una batalla) otorgan al soccer una espectacularidad de la que a todas luces carece el basket, con espacios y recursos más discretos. La gente se divierte más con la larga lucha para marcar un gol que con el marcaje continuo de puntos.

  • Emoción
El fútbol encaja divinamente en la forma de ser de los españoles, ya que deja un enorme espacio a la improvisación, al azar y a la iniciativa individual. El resultado de un partido está más abierto a la sorpresa y al factor suerte que en el baloncesto, donde prima, por decirlo en lenguaje educativo, una especie de “evaluación continua” que premia la constancia más que el momento puntual de inspiración. En el fondo la vida, al menos en nuestro país, se parece más al fútbol y por eso nos sentimos más identificados con él que con otros juegos.

  • Estética
Hoy la belleza y el sex-appeal juegan un papel decisivo en cualquier espectáculo público y resulta evidente que los jugadores de balompié cumplen mejor que los de basket (con diferencia) los requerimientos estéticos que, por suerte o por desgracia, impone nuestra sociedad. Dicho de forma más descarnada: demasiados baloncestistas, tanto hombres como mujeres, padecen gigantismo o sufren deformaciones derivadas de su altura y complexión. Qué duda cabe que ello resta atractivo a los encuentros, aunque jueguen solo blancos.

  • Importancia de la competición
El campeonato mundial de baloncesto no es, a diferencia del de la FIFA, la competición más relevante en este deporte. Las olimpiadas, como sabemos, tienen una repercusión mediática y social notablemente más amplia.

martes, 9 de septiembre de 2014

LA EDAD

Uno de los más claros síntomas de madurez e incluso de equilibrio emocional es observar un comportamiento acorde a la edad que se tiene.

Cuando se rebasa cierta cifra, especialmente los estigmatizados cuarenta, muchos tienen la tentación más que natural de renovar su aspecto para compensar los efectos, ya visibles, del paso de los años, prestando más atención a su estética y salud corporal, y huyendo de atuendos excesivamente formales. También es muy comprensible que las personas de esta quinta recapaciten sobre el sentido de la vida y pongan un mayor acento en el disfrute de cada instante, volcándose algo más, si sus obligaciones se lo permiten, en el ocio y en las relaciones sociales.

Tampoco pueden olvidarse los profundos cambios socioculturales que hemos vivido en los últimos años, algunos qué duda cabe que positivos, como por ejemplo la superación de esa rigidez de antaño en materia de roles de edad, que condenaba a los solteros cuarentones (sobre todo a ellas) y a las personas mayores a quedarse encerrados en casa “para no hacer el ridículo”. Hoy en día la caída de muchos prejuicios y la amplia oferta de alternativas de esparcimiento contribuyen a una vida más rica para las personas de todas las edades.  Hace no tantos años una mujer de pueblo de 45, entre las costumbres, los lutos y demás, parecía una vieja y vivía como una vieja.

Por otra parte cada vez se hace más obvia la sima existente entre la edad cronológica y la edad social, o, dicho de otra manera, que no podemos esperar conductas semejantes de dos personas con los mismos años pero con situaciones y cargas personales y familiares diametralmente opuestas. No puede pretenderse que se diviertan del mismo modo o incluso que vistan con el mismo estilo un treintañero sin pareja que aún estudia, está en paro y vive con sus padres que otro con un estresante puesto de ejecutivo, casado y con dos niños pequeños.

A pesar de todo lo dicho, que respalda una cierta flexibilidad benevolente, salta a la vista que son muchos, yo diría que demasiados, los que tienen una pinta y una forma de vida manifiestamente inapropiadas para las primaveras que llevan a cuestas. Madres de más de 40 con minifaldas y escotes de furcia en una despedida de soltera. Singles gordos y calvos entrando a veinteañeras en un discobar de yogurines. Hombres de treinta y tantos, con trabajo estable, haciendo botellón en el parque o bebiendo “cachis” (en Madrid, “minis”) de calimocho. Divorciadas con hijos adolescentes cambiando de novio tres veces al año. Jubilados en bermudas y camisetilla marcando bíceps y pectorales. Pollos bien entrados en la cuarentena quedando con los amigotes a jugar a la Play Station. Señoras de respetable edad mamándose como perras en una boda o en las fiestas de un pueblo. Dos añosos caballeros peleándose por una dama en un baile, en un viaje del IMSERSO. Gente de cincuenta siempre vestida con chándal o ropa deportiva…

Todos estos ejemplos son reales como la vida misma y seguro que se nos ocurren muchos más.

Hace tiempo quedé a tomar algo con unos conocidos que hacía mucho que no veía. Entre ellos, dos amigas de 42 recientemente separadas. Estábamos en un bar de copas y en un momento dado las sorprendí cuchicheando y mirando a unos chicos algo más jóvenes que pedían en la barra. Una de ellas le decía a la otra: “¡Ay, Isa, están buenísimos, les tenemos que decir algo! ¡Ay, porfi, porfi, prométeme que les vamos a decir algo!”. De repente se giraron y vieron mi careto de desolación. Isa se me acercó con sonrisa avergonzada y me explicó: “Neri, ¿sabes? Es que nosotras acabamos de entrar en una especie de segunda adolescencia”. “Pues qué pena”, pensé. “¡Menudo retroceso!” 

sábado, 6 de septiembre de 2014

ENCUESTA DEL REFERÉNDUM DE CATALUÑA 9-11-14


 


Pregunta: ¿Se llegará a celebrar el referéndum de Cataluña previsto para el 9 de noviembre?


Duración: 25 días

Participantes: 31

Respuestas: 
 
a) Sí: 12 votos (38%)
b No: 19 votos (61%)

jueves, 4 de septiembre de 2014

UN FANÁTICO FETÉN

Cuando era un veinteañero conocí a unas cuantas personas que encajarían perfectamente en lo que conocemos como fanáticos. Convencidísimos de sus ideas, exaltados, proselitistas las 24 horas del día, disponibles al 100% y muy beligerantes con el contrario. 

Me parece muy significativo que hoy, aunque sigo tratando con personas de ese mismo ambiente, ya no me encuentro con ningún fanático. Aquellos se disolvieron como azucarillos en el vaso de agua de la vida real y no encontraron un relevo. Da que pensar sobre lo que ha cambiado la juventud en los últimos veinte años. ¿Para bien o para mal?

Siendo totalmente sincero, debo reconocer que a mí nunca me han disgustado los "extremistas" ni los intransigentes salvo que defiendan posturas opuestas a las mías.

Yo que los he conocido a fondo, puedo decir que todos ellos tienen una característica común: la generosidad. Cuando digo todos es todos. Estoy convencido de que los milicianos del Estado Islámico tienen una capacidad de entrega muy por encima de la media y que piensan más en la sociedad y en sus semejantes que en ellos mismos. Otra cosa es que sus planteamientos, su religión o su concepto del bien común estén equivocados de raíz. 

Por eso ya digo que es más importante delimitar si lo que se defiende es justo que enjuiciar la forma concreta de defenderlo. Yo nunca criticaría a los que respaldan nobles ideales con la máxima vehemencia; hace falta gente así. Por supuesto que hay límites morales, que el fin no justifica determinados medios y que hemos de guiarnos siempre por el principio de proporcionalidad, pero no seamos hipócritas y preguntémonos honestamente hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar por aquello o aquellos que de verdad nos importan. Igual nos asustamos de la respuesta.

Hay quien piensa que yo era un fanático o que lo sigo siendo. Se equivocan. Nunca he sido lo bastante altruista como para incurrir en un auténtico fanatismo. Soy demasiado individualista y cómodo para que se me pueda considerar un fanático fetén.


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martes, 2 de septiembre de 2014

BATALLITAS SEXUALES

Hombre contando a sus amigotes su última conquista sexual

Me resulta muy curiosa, además de repulsiva, la costumbre que tienen algunos varones de presumir de sus hazañas sexuales. Como hombre que soy me he encontrado con bastantes memos que se jactan en público, en círculos masculinos de supuesta confianza, de sus conquistas “amorosas” y de su destreza para rematar en la cama sus cortejos. Existen muchas variantes y grados en este comportamiento tan indiscreto, que puede abarcar desde una simple indicación, con guiño incluido, de que se han tirado a la camarera que os está sirviendo el café, a una descripción grandilocuente y casi ginecológica del acto carnal (a mí me han llegado a enseñar un vídeo), pasando por las típicas insinuaciones en plan “yo soy un caballero”, pero con sonrisa de oreja a oreja, cuando alguien les requiere información sobre su trato con una señorita. Dice el refrán que los hombres son como las fichas de parchís, que comen una y cuentan veinte. Yo soy incapaz de adivinar si son ciertas las batallitas que a veces me relatan, pero en todo caso estas actitudes me parecen estúpidas, inmaduras y de pésimo gusto. Omito, adrede, que son una falta de galantería con las chicas afectadas porque no tengo claro que la mayoría de las mujeres de nuestro tiempo merezcan alguna gentileza especial. Constituyen, sin más, una falta grave de respeto y una profanación de la intimidad ajena. Si encima la historieta es falsa, ni te cuento.

Me pregunto por las razones de esta conducta y solo se me ocurre que hay de por medio un problema grave de autoestima. 

En nuestra sociedad existen seis fuentes fundamentales de autoestima, por desgracia demasiado relacionadas entre sí: el trabajo, el poder económico, la belleza, la competencia social, el éxito afectivo y la satisfacción sexual. Todas estas facetas se manifiestan por sí mismas excepto la última, que suele pertenecer al ámbito de la más estricta intimidad. El que tiene un buen trabajo, mucho dinero, decenas de amigos y una familia que le quiere, no hace falta que lo vaya predicando por ahí, pues suele ser evidente para todos y solo un cretino alardearía de forma explícita de lo que todo el mundo sabe. Pero por lo general solo tú y la mujer interesada sabéis si os habéis acostado después de una “cena de amigos” o si habéis hecho el perrito en lugar del misionero. Por ello los sujetos con el amor propio muy machacado, con un pobre concepto de sí mismos, con una colección de fracasos en el resto de dimensiones de su vida, necesitan hacer notorio el único aspecto en el que se consideran exitosos: su actividad sexual. Es como si dijeran: "si para una cosa en la que triunfo, nadie se entera, pues no me la voy a callar". Además como es un tema que no se ve, también pueden inventar o exagerar a discreción.

Lo más sorprendente es que estas vulgaridades abochornantes suelen ser celebradas por el resto de machos de la manada, sobre todo en ciertos ambientes. Y no se te ocurra poner mala cara, que te llaman envidioso.


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