Una de las más peligrosas consecuencias de la cultura democrática que impregna nuestras sociedades es ese falso clima de tolerancia que a muchos ingenuos les hace suponer que van a ser tratados con respeto y no van a sufrir discriminación alguna se comporten como se comporten, vivan como vivan y tengan el aspecto que tengan. Oficialmente es así, ya que los códigos culturales imperantes exaltan la libertad individual y la igualdad de oportunidades sean cuales sean las circunstancias personales, pero hace falta ser muy corto para no percatarse del profundo abismo que separa el discurso progre y políticamente correcto del “sé tú mismo” de la cruda realidad del día a día, en que se empuja a la cuneta sin contemplaciones a los que van de originales o se saltan ciertas pautas por supuesto que no escritas pero igual de vinculantes que la ley.
La sociedad de hace cuarenta o cincuenta años me parecía, en este sentido, mucho más sana, pues no participaba de esta suerte de hipocresía que lleva a muchos a la marginación y al ostracismo casi sin darse cuenta. En aquella época, cuando alguien se salía de los márgenes preestablecidos en materia moral, estética, de costumbres o de relaciones sociales, rápidamente se encendían unas alarmas bien visibles y audibles, y el afectado se enteraba en el acto de que si seguía por ese camino iban a darle una patada en el culo, no iba a encontrar trabajo o se iba a quedar más solo que la una.
Al varón que se dejaba el pelo largo le llamaban marrano y le insistían hasta la saciedad en que pasara por la barbería. Si alguien vestía como un payaso, se reían de él en la cara y hasta le ponían mote. A la que se acostaba con medio pueblo la miraban raro y la advertían de mil maneras de que así solo lograría casarse con un forastero despistado. Al que no hacía más que decir chorradas la gente le perdía la consideración ostentosamente y ni se dignaba a escucharle. Al afeminado de la clase los niños le llamaban maricón y no querían quedarse a solas con él para no coger mala fama…
Pero ahora no. Ahora aparentemente no hay parámetros de conducta y cada cual, en teoría, puede desenvolverse como quiera sin consecuencias de ningún tipo. Nos hemos vuelto todos muy democráticos y, como buenos ciudadanos que somos, jamás osaríamos a poner en entredicho en voz alta el modus vivendi y los gustos de nuestros vecinos, amigos o compañeros de trabajo. Manifestar cualquier crítica a una persona por su manera de ser, de pensar o, peor aún, de vestir, atenta contra la libertad. Cada cual con su vida puede hacer lo que quiera sin que nadie se entrometa.
Pero todo esto, que suena precioso, es una pamema, y en realidad la gente, aunque se calle amordazada por la presión cultural, sigue pensando más o menos lo mismo de los mamarrachos, los pintajas, los bujarrones y los que van dando el cantazo por el motivo que sea. Es verdad que ya nadie dice ni pío de las extravagancias y opciones de vida peculiares de los demás, pero después, a la hora de la verdad, se actúa en consecuencia y se excluye sin contemplaciones a los impresentables, a los raritos y a los problemáticos.
Lo malo es que nunca faltan incautos que se tragan la parte teórica y se animan a saltar sin red confiando ciegamente en los valores de tolerancia y de respeto democrático. Y así nos encontramos al chaval que pretende superar la entrevista para un trabajo serio con un piercing en la nariz, al borracho o drogadicto que aspira a ser respetado, al sindicalero comprometido que imagina que encontrará un empleo algún día, al julandrón que sale del armario ganando 800 euros al mes, a la muchachita que espera que alguien compre la vaca cuando regala la leche a quien se la pide, al expresidiario que se cree que ya ha pagado su deuda con la sociedad, a la ama de de casa sin estudios que se comporta como la protagonista de Sexo en Nueva York, al inmigrante embaucado con lo de la alianza de civilizaciones, y, en general, a personas convencidas de que como no solo no se les critica, sino que los medios de comunicación no paran de predicar sus derechos , van a pillar cacho.
Antes era mucho más fácil enterarse de qué iba la feria. Ahora todo son sonrisas, promesas y palmaditas en la espalda para todo el mundo, pero luego, tracatrá. Igual que siempre.
La sociedad de hace cuarenta o cincuenta años me parecía, en este sentido, mucho más sana, pues no participaba de esta suerte de hipocresía que lleva a muchos a la marginación y al ostracismo casi sin darse cuenta. En aquella época, cuando alguien se salía de los márgenes preestablecidos en materia moral, estética, de costumbres o de relaciones sociales, rápidamente se encendían unas alarmas bien visibles y audibles, y el afectado se enteraba en el acto de que si seguía por ese camino iban a darle una patada en el culo, no iba a encontrar trabajo o se iba a quedar más solo que la una.
Al varón que se dejaba el pelo largo le llamaban marrano y le insistían hasta la saciedad en que pasara por la barbería. Si alguien vestía como un payaso, se reían de él en la cara y hasta le ponían mote. A la que se acostaba con medio pueblo la miraban raro y la advertían de mil maneras de que así solo lograría casarse con un forastero despistado. Al que no hacía más que decir chorradas la gente le perdía la consideración ostentosamente y ni se dignaba a escucharle. Al afeminado de la clase los niños le llamaban maricón y no querían quedarse a solas con él para no coger mala fama…
Pero ahora no. Ahora aparentemente no hay parámetros de conducta y cada cual, en teoría, puede desenvolverse como quiera sin consecuencias de ningún tipo. Nos hemos vuelto todos muy democráticos y, como buenos ciudadanos que somos, jamás osaríamos a poner en entredicho en voz alta el modus vivendi y los gustos de nuestros vecinos, amigos o compañeros de trabajo. Manifestar cualquier crítica a una persona por su manera de ser, de pensar o, peor aún, de vestir, atenta contra la libertad. Cada cual con su vida puede hacer lo que quiera sin que nadie se entrometa.
Pero todo esto, que suena precioso, es una pamema, y en realidad la gente, aunque se calle amordazada por la presión cultural, sigue pensando más o menos lo mismo de los mamarrachos, los pintajas, los bujarrones y los que van dando el cantazo por el motivo que sea. Es verdad que ya nadie dice ni pío de las extravagancias y opciones de vida peculiares de los demás, pero después, a la hora de la verdad, se actúa en consecuencia y se excluye sin contemplaciones a los impresentables, a los raritos y a los problemáticos.
Lo malo es que nunca faltan incautos que se tragan la parte teórica y se animan a saltar sin red confiando ciegamente en los valores de tolerancia y de respeto democrático. Y así nos encontramos al chaval que pretende superar la entrevista para un trabajo serio con un piercing en la nariz, al borracho o drogadicto que aspira a ser respetado, al sindicalero comprometido que imagina que encontrará un empleo algún día, al julandrón que sale del armario ganando 800 euros al mes, a la muchachita que espera que alguien compre la vaca cuando regala la leche a quien se la pide, al expresidiario que se cree que ya ha pagado su deuda con la sociedad, a la ama de de casa sin estudios que se comporta como la protagonista de Sexo en Nueva York, al inmigrante embaucado con lo de la alianza de civilizaciones, y, en general, a personas convencidas de que como no solo no se les critica, sino que los medios de comunicación no paran de predicar sus derechos , van a pillar cacho.
Antes era mucho más fácil enterarse de qué iba la feria. Ahora todo son sonrisas, promesas y palmaditas en la espalda para todo el mundo, pero luego, tracatrá. Igual que siempre.
Tal y como te decía ayer, el mundo ha cambiado bastante más de lo que dices; y menos de lo que sería deseable. Al menos esa es mi percepción.
ResponderEliminarEvidentemente la intransigencia es casi un rasgo primario en el hombre que por tanto hay que reconducir; pero yo creo que aún quedando mucho camino por recorrer especialmente en España,- que tenemos una historia plagada de intolerancias y rechazos a lo distinto muy especial-, sí que la sociedad es más abierta, más diversa y más tolerante que hace cincuenta años.
Neri: recurro una vez más al colombiano Gómez Dávila, quien, creo, coincide con usted pero expresándolo en la brevedad de un escolio:
ResponderEliminar“La tolerancia ilimitada no es más que una manera hipócrita de dirimir".
Una frase redonda, amigo Tábano porteño.
ResponderEliminarNo hay nada que recorrer, Brujo.
....hay que deshacer el camino.
ResponderEliminarNo recuerdo como he llegado a este blog, pero me estoy dando una vuelta.
ResponderEliminar- Sobre este post, casi siento que te contradices al titularlo "FALSA TOLERANCIA" porqué no lo titulas: "SOBRE MARICONES" o, "HABLANDO DE MARICONES", ya que resulta evidente después de leerlo, que es lo que te pide el cuerpo, a cuento de que te andas con paños calientes?... no te reprimas hombre.
Salvo ese detalle, está bien subrayar que una cosa es predicar y otra dar trigo,que la vida no es que no sea justa,(que no lo es), porque la vida en general es una mierda, y quejarse de que te trata mal, tus compañeros de trabajo se arrastran como serpientes (ponen el culo lo que haga falta ante el jefe de taller, departamento, empresa)..la ley de la jungla pura y dura... quejarse de eso, es como sorprenderse de que el sol calienta o el agua moja.
Por eso es bueno tener claro desde el principio que los cuentos de hadas,(alianzas de civilizaciones incluidas), el buenismo imbécil o la estupidez bienintencionada chocan de frente con la realidad, la puta realidad !.
PD . En fin, no sé que pensar de este blog, donde leo :
" La única norma de “La pluma viperina” es el máximo respeto hacia todos los participantes."
Este post destila rabia casi odio.
Bienvenido, Patucos. Gracias por sus opiniones.
ResponderEliminarMás sobre FALSA TOLERANCIA...
ResponderEliminar¡Bienaventurados sean los extravagantes, los marginados, los hombres delicados y las mujeres valientes...pues ellos heredarán su particular paraíso!
ResponderEliminarPuedo comprender el punto de vista que aquí se expone, pero no comparto esa concepción tan estricta de lo que es "decente". La sociedad debe organizarse en función de ciertas normas para funcionar, es cierto, pero también es necesaria la evolución, el cuestinamiento de los valores tradicionales.
En resumidas cuentas, si una persona paga sus impuestos, aporta su trabajo a la comunidad y cumple con unos mínimos de cortesía e higiene... ¿qué importa su orientación sexual, el número de parejas que haya tenido o su forma de vestir (con ciertos requisitos de decoro y adecuación)? Sinceramente, prefiero mil veces tener por amigo a un agradable y honrado muchacho gay con un piercing Y diez tatuajes, antes que a una mujer recatada pero cruel, o a un hombre trajeado que esconde una personalidad déspota y avariciosa tras su corbata. Las apariencias son importantes, no voy a negarlo, y por desgracia la vida se basa muchas veces en aparentar.
Ahora pregunto, ¿acaso vestir de forma extravagante te convierte en alguien menos respetable? Para mucha gente es así (aquí se expone), pero ¡qué aburrido sería el mundo si nadie se atraviese a desentonar, a epatar, a rebelarse! Y esto no implica ser un inútil (cuántos genios han sido tremendos estrafalarios) ni mucho menos una mala persona. Otra cosa es que no te guste su chaqueta o sus zapatos... ¿acaso te está obligando a ponértelos? Si la respuesta es no... ¿qué más te da?
Pues si... podrá parecer un pensamiento muy ingenuo, pero eso de "sé tú mismo" (sin fastidiar a nadie) es muy liberador y positivo desde mi perspectiva.