jueves, 30 de mayo de 2013

EL ARTE DEL HALAGO

Jijijiji, eso se lo dirás a todas...


Hasta el más antisocial sabe de sobra (aunque no lo ponga en práctica) que las sonrisas y las palabras amables son algo así como el lubricante 3 en Uno de las relaciones interpersonales, y que no hay mejor manera para favorecer el buen rollo que hacer saber a nuestros interlocutores, aunque no sea de forma verbal, todo aquello que nos gusta de ellos o nos parece que hacen bien. Las personas de tendencias escépticas y ultracríticas a veces solemos obviar esta elemental regla de convivencia y resultamos cicateros con las alabanzas a los demás pero puntillosos en los reproches. Entono el mea culpa porque creo, sin duda, que es un error y que todos deberíamos esforzarnos en ver el lado bueno de los que nos rodean y darles a conocer, cuando viene a cuento, lo que nos gusta de ellos.

Subrayo mucho lo de cuando viene a cuento, ya que el agasajo permanente, que es una pose típica de muchas personas, me parece incómodo, cargante y, a veces, hasta ofensivo. Incurrir por sistema en la linsonja obvia y lamerona es una estrategia propia de gente que se mueve por el interés o de quien se ve muy limitado en sus habilidades sociales y cree que agasajando a cada instante a sus conocidos va a ser mejor aceptado o se va a llevar mejor con ellos.

El halago no deja de ser una técnica, o incluso un arte, que requiere de pulso y de equilibrio. Tan inaceptable me parece no felicitar jamás a nadie por sus logros y virtudes como pasarse la vida diciéndole a un amigo que es un crack, que te partes con sus chistes, que escribe fenomenal o que es una máquina con el revés en el tenis. Pasa como con las chicas. Por muy enamorado que estés y muy guapa que te parezca la chavala, me parece vomitivo estar a todas horas arrullándola con que la quieres mucho, con que si es preciosa o con lo bien que le queda esto o aquello. Ya sé que da la impresión de que ellas nunca se cansan de que les regalen los oídos, pero para mí que a una mujer inteligente le tienen que repeler ciertas actitudes dulzonas y cansinas.

Puedes alabar alguna vez a la cocinera (o cocinero) entusiasmándote con un plato que ha preparado, pero es muy artificial, cuando te invitan a comer, dedicar cinco minutos a elogiar cada guiso. Hay quien lo hace por una cortesía acartonada y mal entendida que a lo único que lleva es a que los halagos dejen de surtir efecto, porque es imposible que a alguien le guste tanto todo lo que le sirven de comer.
Efectivamente, cuando el elogio se convierte en norma rutinaria de educación o cuando se abusa de él, puede provocar indiferencia o, en el peor de los casos, el efecto contrario al deseado, es decir que te cataloguen de falso y de pelota. Hoy en día las relaciones tienden a ser más espontáneas y no se adula tanto como hace unos años, cuando hacerlo en ciertas situaciones formaba parte de los convencionalismos de la vida social.

Llegando a extremos que yo conozco, los tipos obsequiosos, cobistas y acariciantes pueden llegar a insultar la inteligencia ajena, muy en especial cuando es evidente que hay intereses de por medio (por ejemplo, los comerciales) o existe una diferencia jerárquica, profesional o de otro tipo, que motiva estas actitudes. De todos es sabido que las gracietas del jefe son por lo general las más celebradas en la oficina, y no solo eso, sino que hay determinados trabajadores que bajo ningún concepto osan llevar la contraria a sus superiores o, simplemente, expresar un punto de vista distinto, incluso cuando no se tratan temas relacionados con el trabajo. A mí estas formas de ser me provocan asco y desprecio. Está claro que el jefe tiene la última palabra pero no creo que le haga daño, salvo que sea tonto, escuchar una crítica o una propuesta diferente, y a quien no se atreve a formularlas solo le falta el collar y mear levantando la patita.

Por último, hay que tener la suficiente habilidad tanto para ser sujeto activo de las alabanzas como pasivo. Es importante saber ser agradecidos y aceptar sin incomodidad los comentarios agradables que nos dedican, sin subirse a la parra de la soberbia, ni obsesionarse por devolver la lisonja a vuelta de correo ni esparcir la falsa modestia de una urbanidad agarrotada. Aún me parto recordando cómo reaccionaba siempre una novia mía cuando, después de más de dos años saliendo, le lanzaba alguna flor sobre su belleza o sobre sus ojazos. Sonreía levemente, recogía la mirada y no la sacaba de un descolorido “gracias” como cuando le daban la vuelta comprando el pan.

martes, 28 de mayo de 2013

PEDRO

Aunque sus padres se percataron muy pronto de que no iba a ser el más listo de la clase, no dejaron de animarle a mejorar y a cultivar el tesón desde su más tierna infancia. En especial su madre, una señora orgullosa y embriagada por una especie de cruzada fanática para que Pedro fuera igual o mejor que los demás niños, desoía los consejos de los profesores y las insinuaciones sutiles de los pedagogos, y le paseaba por las calles de la normalidad tratándole como a un triunfador y enseñándole a despreciar los obstáculos.

Al principio, Pedro suspendía muchas asignaturas, se ahogaba en el caudal de su torpeza física y en los recreos, en el gran patio, mordisqueaba su bocadillo de burlas y soledad, mas luego, en casa, su madre sabía recomponer su sonrisa insistiéndole en que era el mejor, el más guapo y el más hábil, y en que eran los otros los que no entendían nada, las lecciones las que tenían una dificultad inabordable o los maestros los que no acertaban a calificar con justicia sus ejercicios. Tenaz hasta la demencia, se pasaba el día la buena mujer hablando con los curas del cole, viendo formas de que Pedro aprendiera y aprobara; le apuntaba año tras año a clases de apoyo; le juntaba, casi a la fuerza, con sus compañeros mejor dotados, y le obligaba a estudiar más horas que a nadie, ella siempre encima repitiéndole los conceptos una y otra vez y rehaciendo juntos los deberes hasta bien entrada la noche. Y luego Pedro aprobaba algunas veces, cada vez más, gracias a esta insistencia febril y a que sus profesores sabían valorar su esfuerzo titánico y su fuerza de voluntad auspiciados por una madre única.

Delante del boletín de notas, la madre de Pedro encomiaba con fervor sus aprobados, atribuyéndolos a su inteligencia despierta y a su capacidad de trabajo, y, al tiempo, quitaba toda importancia a los suspensos, que no eran sino piedrecillas insignificantes en un camino que ella le profetizaba exitoso, a la medida de su valía, porque tú, hijo, le aseguraba, con esos dones que Dios te ha dado podrás ser lo que quieras en la vida, alcanzarlo todo a poco que te lo propongas.

Pedro aprendió de su madre que los fracasos no importaban nada y que cuando uno caía, aun tras un golpe demoledor, era preciso levantarse al instante y seguir avanzando hacia el objetivo, en medio de la lluvia torrencial, aunque todos le advirtieran que era estúpido hacerlo. Aprendió que las cosas que salían mal había que reintentarlas hasta el agotamiento o, mejor, más allá del agotamiento; que algo podía hacerse peor una, dos o mil veces, pero si se seguía repitiendo sin descanso, como un robot, al final si no perfecto, quedaría muy digno; que tal vez alguien fuera capaz de aprender una tarea en una hora y uno mismo necesitara dos años, pero a los dos años la sabrían hacer los dos; que daba igual el tiempo y el esfuerzo dedicado al logro de un objetivo, pues lo importante era alcanzarlo aunque ello implicara un sacrificio desproporcionado; que había que hacer caso omiso de los desprecios, mofas y críticas de los demás, y seguir en pie, sin responder pero sin sufrir, haciendo lo que se creía correcto; que nada ni nadie debía ser capaz de desanimarle a uno, y que aunque las sombras de la evidencia comenzaran a envolverlo todo, era fundamental seguir mirando hacia el horizonte como si fuera una mañana soleada de primavera.

Pedro aprobó el bachillerato a duras penas pero no fue capaz de superar ni un curso en la Universidad, según su madre porque su amplitud de miras y su vena creativa quedaban encalladas, sin viento ni velas, en los escollos de los rutinarios programas y de los exámenes memorísticos a los que se plegaba la gente vulgar en pos de un diploma inútil que no les daría de comer. El muchacho buscó trabajo infatigablemente, creyéndose, si no el mejor, sí de los mejores, y así lo dejaba entrever en las decenas de entrevistas que hizo, destilando un entusiasmo arrollador y un optimismo que le brillaba en los ojos, hasta que le contrataron, primero en hostelería para fregar platos en un hotel, después de dependiente en una tienda de muebles, luego en una empresa de telefonía a la caza de contratos de puerta en puerta, y, en los últimos tiempos, en varios comercios y compañías de seguros. En todos estos años siempre fue el más rápido lavando platos, el que más dormitorios vendía, el que más contratos colocaba gracias a su locuacidad obsequiosa, y el que más pólizas hacía a base de insistir, insistir e insistir tal como siempre le enseñó su madre.

Hubo trabajos que le duraron poco, pero él jamás se desanimó por los despidos y salía a la calle al día siguiente con su traje marengo y el currículum en una carpeta verde de cartón, recorriendo, mañanas y tardes enteras, calles, centros comerciales y polígonos, pertrechado con su jovialidad y del brazo de una euforia con la que no tardaba en convencer al dueño de algún bar o al gerente de cualquier gestoría de que era un chico activo, trabajador y con iniciativa.

Cuando asomó el dragón de la crisis, pocos amigos universitarios de Pedro resistieron su embestida en forma de paro, ni sus bocanadas de fuego y desesperación, que les dejaron consumidos en casa, sin saber qué hacer ni cómo empezar de cero después de haber perdido los trabajos en los que se sentían seguros desde hacía diez años. Pero él no miró a la fiera ni de reojo y se mantuvo erre que erre, a lo suyo, sin hacer ascos a nada ni entristecerse jamás por una bajada de sueldo, ni por un ERE repentino ni por tres meses sin cobrar, y a la mañana siguiente del contratiempo sus compañeros se hacían cruces al verle currando como un negro, como si nada, o sus amigos le veían pasar, desde la cristalera del bar de sus lamentos, con su sonrisa inocentona, su eterna carpeta verde y su traje oscuro, zigzagueando de tienda en tienda, de local en local, hasta que volvía a encontrar algo por un par de semanas o por tres meses.

En el año 2012 Pedro fue el único de su grupo de amigos que trabajó más de ocho meses, y hoy es el único que sonríe con franqueza y sin miedos, en la seguridad de que siempre saldrá adelante.

domingo, 26 de mayo de 2013

OPERACIÓN B.S.O. (22): ROCKY

Si una banda sonora ha sido un éxito, hasta el punto de llegar a ser más popular que la propia película, esa es la Rocky, tanto la de la primera y oscarizada entrega (1976) como las de casi toda la saga.

Los controvertidos filmes de Stallone podrán haber sido vistos, al menos ciertos fragmentos, por un alto porcentaje de los que éramos unos chavalines en los ochenta, pero es indiscutible que todos, absolutamente todos los que crecimos en esos años conocemos sus cuatro temas musicales más emblemáticos: Gona fly now y The final bell, de Bill Conti (Rocky y Rocky II); Eye of the tiger, de Survivor (Rocky III), y The final countdown, de Europe (Rocky IV). 

Por último, y aunque no fue comercialmente nada conocida por no ser una canción, yo tendré grabado para siempre en el coco el pedazo de pieza que Vince Dicola compuso para el combate final entre Rocky e Iván Drago (último vídeo: ¡paciencia hasta el minuto 1:00!). Es de mis favoritas y se da la circunstancia de que el LP de la banda sonora vino con una versión diferente mucho peor. War es el mejor aliño para el combate de boxeo más impresionante (y más exagerado) de la historia del cine. 















jueves, 23 de mayo de 2013

FUNCIONARIO VERSUS FUNCIONARIO

El sentido común parece indicar que cuando un funcionario se ve en el papel de administrado, de ciudadano que acude a unas dependencias públicas a solicitar un servicio o a realizar cualquier gestión personal, debería ser especialmente comprensivo con el personal que le atiende, por una especie de solidaridad de grupo y de corporativismo, por estar al tanto -por propia experiencia- de las dificultades de esa gestión o de la crudeza de la atención al público.

Pero nada más lejos de la realidad. Entre los peores infortunios que pueden sobrevenirle a un funcionario está el atender personalmente a otro funcionario.

No me refiero para nada a compañeros que se conocen y trabajan en la misma unidad cuando el trámite en cuestión debe realizarse en ella, pues en estos casos razones elementales de confianza o de cortesía facilitan mucho las cosas. De lo que quiero hablar es de cuando un empleado público que trabaja, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid tiene que presentar algún papel en el registro de un ayuntamiento, o, incluso dentro de una gran administración, un señor que presta sus servicios en Cultura debe pedir una ayuda, presentar un formulario o interponer un recurso en el departamento de Caza y Pesca donde no conoce a nadie.


Para que os hagáis una idea gráfica, el mejor calificativo para definir al funcionario en su rol de particular es, sin duda, el de tocacojones. Siempre es igual. El pollo llega al registro o al despacho de turno con su carpeta y lo primero que hace es presentarse como “compañero” o explicar que trabaja en la administración tal o en la sección cual, datos que al gestor que le recibe se la sudan intensamente, más que nada porque hay tropecientos mil funcionarios de todas clases y no tiene sentido complicidad ni camaradería alguna salvo que medie una relación o conocimiento previo.

Una vez marcado territorio en plan “yo soy de los tuyos y sé de qué va esto” (a la espera de un trato de favor) el tipo se luce con una buena charleta teórica sobre el trámite a realizar.

- He estado estudiando la convocatoria, y, conforme a lo dispuesto en la Base Octava, entiendo que lo que procede es presentar todo esto previamente, con una declaración responsable e indicando mi número de DNI, porque ya sabrás que se ha suprimido la obligación de presentar fotocopia, ¿no?

- Ya.

A continuación, el funcionario-ciudadano sonríe en plan colega y formula alguna pregunta absolutamente irrelevante sobre el funcionamiento interno de la oficina:

- Bueno, tu jefe tardará en firmar esto un montón, ¿no? Si ya me sé yo la historia, vamos, no te preocupes…

O bien:

- Vaya, si no he caído en que era la hora del desayuno. ¿Sois muchos para turnaros o cómo?

Que aquí sería el momento adecuado para espetarle que tres cojones le importa lo que se tarda en firmar y los turnos del almuerzo, que deje de enrollarse y que abrevie, que queda mucha mañana por delante. Pero la educación se impone a las tentaciones naturales.

El capítulo siguiente, y el peor, es cuando el encargado de la gestión le solicita algún dato adicional, le requiere nuevos documentos o le advierte de que algún formulario no se ha cumplimentado del modo correcto. Entonces el hasta ahora afable coleguita se pone en plan señorita Rotenmeyer, sabiondo, repelente niño Vicente y “a mí no me vas a tú a corregir”. Comienza a rebatirlo todo cansinamente, hasta lo menos importante, cuenta sus experiencias personales en asuntos similares, cita o malcita las normas aplicables al caso, esgrime sus derechos y, en fin, da la tabarra un buen rato generalmente por cuestiones nimias que podría haber arreglado en menos tiempo del que ha tardado en protestar.

Para terminar, no es raro que el insoportable administrado sugiera al trabajador antes de irse que “trate su expediente con cariño”, suponiendo de nuevo que su condición laboral ha de reportarle alguna ventaja.


En colectivos mucho más reducidos y específicos que el de los funcionarios en general, sí es más frecuente un corporativismo que a mí a veces me parece que roza (o entra de lleno) en la injusticia y puede resultar más invasivo y estomagante aún que el del ejemplo descrito. Me refiero, por ejemplo, a los médicos, que amén que traficar descaradamente con favores entre colegas que perjudican, y mucho, a los demás ciudadanos (por ejemplo, sus alteraciones mafiosas de las listas de espera), son incapaces de visitar a otro galeno o de acompañar a alguien en una visita sin proclamar a los dos minutos que son del gremio y sin dar su opinión sobre el diagnóstico o el tratamiento aunque la especialidad no tenga nada que ver con la suya. Es como si yo, que son licenciado en derecho, me dedico a darle el coñazo a un abogado especializado en mercantil sobre sus informes cuando es un área que me suena solo de la carrera y de la que no tengo ni pajolera idea.

En fin, que aunque yo no lo pueda comprender, la gente siempre tiende a hacer lo posible por ser tratado mejor que los demás o por obtener privilegios allá donde va gracias a su condición personal o profesional. Y luego hablan de justicia, de igualdad y de democracia, y bufan contra los políticos corruptos y los favoritismos. A mí me encantaría saber realmente cuántos españoles de los más críticos con nuestros gobernantes harían las cosas diferentes a como las hacen ellos si desempeñaran sus cargos. La respuesta podría hacernos llorar con amargura.

martes, 21 de mayo de 2013

¡FIUME O MUERTE!

El héroe Gabriel D'Annunzio
Tras la Conferencia de Paz de París, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, el malestar fue cada día más palpable entre el pueblo italiano, que se sentía defraudado, por una parte, por los escasos frutos territoriales que había reportado a Italia su victoria frente al Imperio Austrohúngaro y, por otra, por la actitud perruna y pusilánime del gobierno liberal del país frente a la recién creada Sociedad de Naciones.

Una de las mayores decepciones para numerosos sectores de la sociedad itálica la constituía la ciudad de Fiume (actual Rijeka, en Croacia), perteneciente al Imperio antes de la guerra, y que ahora la Sociedad de Naciones pretendía convertir en estado independiente, incluso en la propia sede de este organismo internacional, desoyendo las reivindicaciones históricas que sobre este territorio de 30 kilómetros cuadrados, 36.000 habitantes y comunicado con la Península, sostenían tanto Italia (6 de cada 10 residentes se sentían italianos) como la futura Yugoslavia. Voces patrióticas de conservadores, de sindicalistas, de artistas, de seguidores del futurismo, y del aún embrionario Partido Fascista se alzaban cada vez con más vigor reclamando los derechos de Italia sobre esta localidad adriática. Entre ellos, el más entusiasta era sin duda Gabriele D’Annunzio, el aclamado héroe de la Gran Guerra, el poeta y novelista más famoso de Italia, el mujeriego empedernido y amante de las tecnologías más punteras (sobre todo la aviación), que no hacía más que meter el dedo en el ojo al Gobierno de Víctor Manuel Orlando.


La chispa estalló cuando, a la vista de los continuos conflictos entre la población local pro italiana y la pro yugoslava, la antecesora de la ONU mandó a Fiume tropas estadounidenses, británicas y francesas para controlar la situación, mientras, paralelamente, el Gobierno italiano destacaba varias unidades militares a las puertas de la ciudad. Pero nadie contaba con el ardoroso D’Annunzio, que tras reunir a 300 veteranos de los cuerpos de élite (los arditi), y al grito de “¡Fiume o muerte!” se lanzó a la aventura de conquistar la plaza. Cuando llegó a la zona contaba ya con 2.000 valerosos voluntarios a los que se unieron, en un noble gesto patriótico, todos los militares italianos que se econtraban allí concentrados a la espera de órdenes gubernamentales. Inmediatamente, el ejército aliado puso pies en polvorosa ante el avance decidido de los héroes de D’Annunzio.

Sin embargo, el melindroso gobierno demoliberal que padecía Italia sudó la gota gorda con la noticia de la ocupación y se negó cobardemente a reconocerla para evitar un conflicto internacional. Por ello el inolvidable poeta tuvo que fundar un estado independiente con un original régimen político que bautizaría con el nombre de Regencia Italiana de Carnaro. En su gobierno, que duró 15 meses, participarían sindicalistas, anarcosindicalistas, republicanos, antiguos socialistas y, naturalmente, camisas negras del partido recién fundado por Benito Mussolini. Se aprobó una carta constitucional verdaderamente lírica, un ejemplo de poesía que promete, que consagraba un estado antiliberal y profundamente revolucionario, basado en el verticalismo político, en el autoritarismo, en la figura del líder (el propio Gabriele), en el sindicalismo orgánico y en los valores estéticos y artísticos, dando un valor preponderante a la música.

Valerosos arditi ocupando Fiume

El régimen se basaba en la existencia de dos cámaras: el llamado Consejo de los Mejores, con funciones de orientación ideológica, y un Consejo de las Corporaciones, en el que estaban representados, al estilo de los gremios medievales, nueve sectores económicos y profesionales, y uno adicional que reunía a los individuos de especial valía, como héroes, poetas o artistas.

Ni que decir tiene que en el régimen de Carnaro tenían una vital importancia los símbolos, los desfiles, los discursos multitudinarios, el lenguaje poético y patriótico, y la uniformidad mediante el uso de la camisa negra. Es además el primer caso que se conoce del uso del aceite de ricino como simpático correctivo para los adversarios.


La aventura D’Annunziana duró muy poco, pues muy pronto la Regencia de Carnaro declararía la guerra a Italia por haber pactado con los yugoslavos la fundación de un estado independiente en la ciudad de Fiume. En la Navidad de 1920, los 3.000 hombres del mítico soldado y poeta se rendían ante 20.000 soldados de la Península, pero el ejemplo de su hazaña y de su singular construcción política (que muchos han llamado protofascismo) sirvió de acicate y de ejemplo a muchos patriotas italianos, y, en especial, al futuro Duce, que lo emuló en no pocos aspectos, aunque sin alcanzar su genialidad ni su genuino sentido social y revolucionario. Mussolini fue un imitador mediocre y muy poco audaz de las avanzadas ideas de Gabriel D’Annunzio y del régimen de Carnaro, al sucumbir en la práctica, en buena medida, a los intereses de la derecha más conservadora, pero eso sí, la Italia fascista no se cansó de rendir honores oficiales al escritor decadentista, llegando el Duce a afirmar en su funeral: “Puedes estar seguro de que Italia llegará a la cumbre que soñaste”. Claro que después, en privado, iba diciendo que “cuando tienes un diente podrido se te abren dos posibilidades: arrancas el diente o lo rellenas con oro”, en clara referencia a las dignidades y consideraciones públicas que tenía con él para evitar que interviniera en la política y le hiciera sombra.

Esto me suena demasiado a la actitud de Franco con José Antonio Primo de Rivera, solo que este último ya estaba muerto y el peligro para el franquismo lo representaba en realidad la auténtica doctrina joseantoniana y sus seguidores más fieles, a los que se consideró necesario “rellenar de oro” para evitar el avance de la "caries" falangista.

NOTA: La ciudad de Fiume sería ocupada en 1922 por Benito Mussolini y formaría parte de Italia hasta el final de la II Guerra Mundial.

domingo, 19 de mayo de 2013

EL TIEMPO QUE LE DEDICAS AL ALCOHOL...



Fijo que Mick Jagger no se perdió ni un ensayo por culpa de una resaca

La Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) lleva ya algunos meses desarrollando una campaña de spots televisivos bajo el lema “El tiempo que le dedicas al alcohol se lo quitas a todo lo demás”. Son tres o cuatro anuncios fuertemente demagógicos en los que se muestra cómo por culpa de la resaca una chica se pierde un ensayo de su grupo musical el domingo por la mañana, un  joven no puede declararse a su amor platónico y un padre no es capaz de llevar a su niña pequeña a los columpios, creo recordar, entre otras sandeces. 

Vaya por delante que soy poco bebedor, pero no comparto todos estos prejuicios esperpénticos contra el alcohol y su papel en las relaciones interpersonales y en el ocio nocturno. Siguiendo la moda imperante, la FAD, otras organizaciones similares y, al alimón, las diferentes administraciones públicas se empeñan en convencernos en sus respectivos planes y campañas de sensibilización de que el tabaco y el alcohol son dos drogas más, al mismo nivel incluso (tal como las abordan) que las sustancias tóxicas, estupefacientes y psicotrópicas cuya distribución está perseguida penalmente. 

En sus campañitas parten de una visión negativa y falsa del consumo de bebidas alcohólicas intentando contrastarlo continuamente con otras actividades que consideran mejores, más saludables, menos peligrosas, más divertidas o que favorecen mucho más la vida social, en especial el deporte, que se muestra siempre como símbolo de salud y de amistad , y como antítesis de todos los vicios. 

Este punto de partida es profundamente erróneo, ya que los licores no solo están íntimamente ligados a nuestra cultura y modelo social, sino que además resultan inocuos si se consumen correctamente y sin excesos (como casi todo en la vida). 

Que una pequeña minoría de los jóvenes españoles esté arruinando su vida por culpa de sus abusos empinando el codo no justifica a mi modo de ver que estos señores de la FAD nos den la murga a todas horas en la tele repitiéndonos esa perogrullada de que mientras bebemos no hacemos otras cosas, de que si te levantas con dolor de cabeza por haber alternado con tus amigos la noche antes, no saldrás a correr, ni te pondrás a estudiar,  ni echarás un caliqueño mañanero. 

Yo les diría a estos filántropos que, bien mirado, el tiempo que le dedicas a jugar al baloncesto, a estudiar un coñazo de carrera para luego ir al paro, a leer, a practicar el senderimo, a llevar al cine a Mari Pili o a hacer eso que llamas música con eso que llamas tu grupo, se lo quitas a meterte unos cuantos pelotazos con los colegas, a disfrutar de una buena cerveza de trigo, a echarte unas risas aderezadas con gin tonic (que no son las mismas que a palo seco) o a saborear un rico Ribera en tu tasca favorita. 

Que, por cierto, conozco mucha gente que bebe lo suyo y está muy lejos de ser alcohólica. Sé de algunos que acaban tostados todos los sábados y son unos magníficos profesionales entre semana. Hay muchísima gente que le arrea bien a la botella, pero sin pasarse,  y hace deporte regularmente y son, además, unos maridos y unos padres ejemplares. Hay tropecientos mil  estudiantes que practican el botellón y algún día se ponen hasta las trancas pero luego sacan en todo sobresaliente y hasta terminan ganando las oposiciones a judicaturas. Todos conocemos a quienes beben en abundancia pero saben hacerlo y jamás tocan el volante si se han tomado una copa, ni se meten con los demás ni molestan a nadie. Y eso por no hablar de la de conjuntos de rock legendarios cuyos miembros se tajaban como perros antes, durante y después de ser famosos. ¡La de ensayos que se pirarían como la chica del anuncio!

Lo que tenían que hacer las administraciones, las ONG´s y todos estos, es enseñar a beber a la gente, explicar cuáles son los riesgos y los límites de las bebidas espirituosas, en vez de demonizar una actividad que, en sí misma, no tiene nada de malo, y de decirle a la gente cómo tiene que vivir y divertirse, o cuáles deberían ser las prioridades de su vida.


Más sobre el alcohol en La pluma viperina: Reflexiones alcohólicas

viernes, 17 de mayo de 2013

PORTAZOS Y AULLIDOS

El aseo de caballeros da pared con pared con la amplia sala (que muchos llaman pradera) donde trabajan los programadores del departamento. La gente nunca se ha quejado porque la puerta está en el pasillo y no molesta el trajín ni se notan olores, pero es cierto que las paredes son bastante delgadas y los que están muy cerca sí que sienten un ligero rumor cada vez que alguien tira de la cadena, aunque dicen haberse acostumbrado y ni enterarse si están concentrados en sus cosas.

Ya va a cumplir un año de la llegada de Lucas a la empresa, como jefe de proyecto. Así de primeras a sus compañeros y subordinados les pareció un tío serio, algo estirado, que imponía respeto con esa voz grave y ceremoniosa, con sus trajes severos y su caminar elegante y tan pausado. Pero el respeto se evaporó una mañana de marzo en que Lucas entró al aseo a primera hora. De pronto, en medio del silencio de la pradera solo atenuado por el frenético teclear y por el murmullo de las impresoras, estalló una larga serie de pedorretas, que por su potencia, duración y musicalidad, no parecía un sonido proveniente de un cuerpo humano, sino más bien de un instrumento de viento mal afinado. Toda la sala dirigió su mirada atónita a la pared de los lavabos y, como respondiendo a la expectación, las destempladas flatulencias se repitieron con brío creciente y con registros más variados que los del canto del ruiseñor. Se alternaron, recorriendo todo el pentagrama, notas de trombón, impertinentes resoplidos de trompetilla, gemidos de flauta estropeada, salpicaduras estruendosas, y para terminar, una especie de concierto de batería, inimaginable si no se escucha, al que siguió, por fin, el zumbido de la cisterna.

A los dos minutos regresó Lucas todo tieso pero con el flequillo algo húmedo. Antes de que llegara a su pecera, se oyeron los primeros bufidos de risa contenida e incluso la carcajada irreprimible de algún imprudente. La mayoría se tapaba la boca con la mano y se ocultaba tras el parapeto de su escritorio. El jefe de proyecto notó algo raro y se quedó mirando un rato. Interrogó con la mirada a dos ingenieros que tenía cerca, como diciendo, ¿pasa algo?, pero no obtuvo respuesta, y siguió caminando ceremoniosamente hacia su despacho.

Las detonaciones gástricas de Lucas fueron la comidilla ese día en la cafetería y en el comedor. La gente se retorcía de risa, hasta llorar incluso, recordando el recital de pandero, bombo y timbales con que les había obsequiado su superior. Algún compañero intentó emular los ruidos, haciendo canuto con los dedos y soplando escatológicamente, pero no tuvo demasiado éxito, pues el virtuosismo y la riqueza de matices del intestino de Lucas eran inimitables.

Pero la cosa no terminó ahí, ni mucho menos, ya que desde entonces, dos veces a la semana (rara vez tres) y casi siempre los lunes y los jueves a las 9 en punto, Lucas ejecuta su impúdica partitura entre el jolgorio general. Es cierto que el personal ya se ha habituado a las explosiones y que el pitorreo se ha mitigado bastante a fecha de hoy, pero estos fenómenos, que algunos consideran paranormales, han tenido consecuencias indelebles.

Me refiero a que el flamante jefe de proyecto ha perdido no poca credibilidad social, como lo demuestra el hecho de que, salvo en su presencia, todo el departamento se refiere a él con el expresivo e injusto mote de Porky. Otra prueba de que los técnicos a su cargo no le guardan la deferencia debida es la gamberrada que perpetró Salinas a los pocos meses de comenzar a manifestarse las singularidades estomacales de su jefe. Un lunes por la mañana lo siguió hasta el servicio y, tras asegurarse de que ya se había encerrado y sentado en la taza, se introdujo en el cuarto de baño y lo grabó todo en un archivo de audio acercando lo que pudo su móvil a la puerta. Ni que decir tiene que la grabación se difundió ampliamente por toda la empresa, pero es que además el bellaco de Salinas se la puso como tono de llamada, llegando a producirse una situación de lo más bufa durante una reunión de trabajo. Estaban reunidos una tarde Salinas, Lucas y otros cinco programadores cuando comenzó a sonar el teléfono del primero y se produjo un silencio violentísimo en el que se oían con toda claridad las recias ventosidades. Salinas, refrenando a duras penas las risotadas, no acertaba a silenciar el móvil, y al fin Lucas, imperturbable, exclamó:

- ¿Pero qué tono tienes puesto, hijo? ¡Qué cosa más rara! Son como portazos y aullidos, ¿no?

miércoles, 15 de mayo de 2013

COCIENTE INTELECTUAL


La semana pasada tuve una enjundiosa reunión con varios conocidos empresarios y con tres altos cargos de las universidades de mi comunidad autónoma para tratar, entre otros asuntos, la fuga del talento regional a otras zonas de España e incluso al extranjero. Al hilo de este tema, uno de los asistentes comentó que el gran problema de los españoles es lo poco que valoramos la capacidad intelectual. Puso como ejemplo que, a diferencia de los estadounidenses, que se saben todos su cociente intelectual y lo ponen en sus currículums sin cortarse un pelo, la mayoría de nosotros no tenemos ni idea de nuestro numerito y, aunque lo supiéramos y fuera de los más altos, no le daríamos ninguna publicidad por –según él– un pudor mal entendido y un absurdo igualitarismo por abajo. Por no quedar como unos chuleras.

A este comentario respondió otro participante muy acostumbrado a trabajar con consultoras americanas, señalando que se trata ciertamente de una cuestión cultural, pero que hay que reconocer que los yanquis son unos horteras que en cuanto te conocen de dos minutos ya te sueltan qué sueldo ganan y cuánto les ha costado el reloj.

Esta anécdota me pareció muy curiosa e ilustrativa de las diferencias entre la cultura norteamericana y la española. Que los useños vayan presumiendo de su coeficiente intelectual solo demuestra lo a gusto que se sienten (salvo sus cincuenta millones de pobres) en entornos ultracompetitivos y deshumanizados donde, al más puro estilo mercantil, se recalque en una etiqueta lo que vale cada uno y se deseche como mercancía averiada a los que no hayan superado los controles de calidad preestablecidos. Que los yanquis midan y comparen su CI´s en sus currículos profesionales es una prueba más de su mentalidad capitalista y desalmada, del placer que sienten en discriminar y en tratar al ser humano como un artículo a la venta.

Si los españoles no hablamos con nadie de nuestro cociente (cuando lo conocemos) no es por ningún complejo, sino por respeto a los demás, porque nos negamos a que cada persona sea un número como en el correccional de Sing Sing en los años 40 y porque entendemos que hay mil maneras de comprobar si alguien es espabilado y apto para un puesto de trabajo mejores que mirar si una cifra es mayor o menor de 120, sobre todo cuando dicha cifra la miden los cantamañanas de los psicólogos.

Al margen del mayor o menor valor científico del llamado Intelligence Quotient, salta a la vista de cualquiera, salvo de los imbéciles de los americanos, que esta puntuación no refleja la aptitud profesional, la capacidad de trabajo, el rendimiento potencial ni las habilidades sociales del sujeto evaluado, por lo que, en definitiva, resulta bastante inútil de cara a la selección de personal.

Además todos sabemos la de gente que, tanto en Estados Unidos como en España como en Pernambuco, posee un CI altísimo y está en el paro o apretando tornillos en una cadena de montaje, y la de tipos con menos de 80 puntos que desempeñan los puestos mejor pagados o mandan más que generales. ¿Por qué será?

domingo, 12 de mayo de 2013

¡HASTA SIEMPRE, ALFREDO!




Los gestos y la voz de Alfredo Landa, su simpatía y su expresividad, sus personajes divertidísimos, se nos vienen instintivamente a la cabeza cuando se habla de cine español. Pero yo incluso me atrevería a decir que el desparpajo, el casticismo y la humanidad entrañable de quien ha puesto rostro a las comedias más descacharrantes y a los dramas más duros de nuestra filmografía, vuelven a nuestra retina y a nuestro corazón cuando se pronuncia la palabra España. 

Como homenaje póstumo ahí van, ordenadas, mis diez pelis favoritas del prolífico Alfredo. ¿Cuáles son las vuestras?

¡Descanse en paz!

1. Los santos inocentes (Mario Camus, 1984)
2. El crack (José Luis Garci, 1981)
3. La vaquilla (Luis García Berlanga, 1985)
4. Las verdes praderas (José Luis Garci, 1979)
5. No desearás al vecino del quinto (Ramón Fernández, 1970)
6. Luz de domingo (José Luis Garci, 2007)
7. Biba la banda (Ricardo Palacios, 1987)
8. Atraco a las tres (José María Forqué, 1962)
9. Vente a Alemania, Pepe (Pedro Lazaga, 1970)
10. Cateto a babor (Ramón Fernández, 1970)


jueves, 9 de mayo de 2013

SIN CRITERIO



Hablaba en la entrada anterior de las condiciones necesarias para tener independencia de criterio, pero no decía nada de la más elemental, que es, antes que nada, tener criterio. Parece de perogrullo, sí, pero no sé yo…

La gente solo sabe llenarse la boca de democracia y libertad, sobre todo de libertad de expresión. Parece que les va la vida en gozar del derecho a expresar sin cortapisas sus puntos de vista; que sacan pecho porque en una bazofia de constitución pone que pueden difundir libremente sus “pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”. Pero luego resulta que la inmensa mayoría nunca opina de nada, ni dice nada,  ni difunde nada ni piensa nada, sencillamente porque pasan de todo, pero también, y fundamentalmente, porque carecen de criterio y ni se les ocurre qué decir.

Un ejemplo bien palpable son las redes sociales de Internet. Hasta el último mono se ha apresurado a hacerse un blog o una cuenta en Facebook o en Twitter para estar a la última y poder aportar su granito de arena a la sociedad global. Dando por sentado que solo un pequeño porcentaje de la población puede manifestar sus opiniones en los medios de comunicación de masas, nada nos impide sin embargo generar contenidos propios y distribuirlos a través de estos nuevos instrumentos de la sociedad de la información. Cierto que con ellos, en frío y partiendo de cero, es imposible hacer llegar nuestros planteamientos a millones de almas, pero digo yo que tanta obsesión con el derecho a opinar, tanto orgullo por las libertades que plasmó el panfleto de 1978, debería traducirse por pura lógica en un ansia natural por dar a conocer nuestras reflexiones, críticas, sensibilidades y posicionamientos aunque sea a las pocas decenas de amigos y conocidos que tenemos en nuestras cuentas en las distintas redes sociales.

Pero no. La gente, que debería estar ardiendo en deseos de utilizar Internet como cauce de expresión, no sabe ni qué expresar. Basta echar un vistazo a lo que publican a diario todos nuestros contactos en cada uno de los foros o redes de los que formamos parte. Por cada cien personas, solo una, y soy muy optimista, cuelga contenidos que ella misma ha creado, emite reflexiones propias o hace comentarios personales originales que aporten algún valor añadido a la información que ya tenemos por la prensa o la televisión. Prácticamente nadie comunica nada útil ni enriquecedor, ni comenta un libro que ha leído, ni una película que ha visto, ni pone fotos interesantes de los lugares que visita, ni hace críticas inéditas de las noticias, ni propone una solución novedosa a algún problema social ni explica o profundiza tan siquiera en algo con sus propias palabras. ¿El motivo? Que el personal está falto del menor sentido crítico, no tiene opinión, ni sabe en lo que cree ni por donde le da el aire.

Más claro todavía: La mayor parte de los amigos que tenemos en Facebook o en Twitter ni siquiera escriben nada, por decirlo así, de su puño y letra. Se limitan a compartir o a pegar enlaces absurdos, como imágenes de gatitos maltratados con “haz me gusta si estás en contra”; textos vitalistas, de autoayuda, amor o amistad que demuestran lo cursis y lo bobos que son; publicidad engañosa de ofertas y descuentos; chistes gráficos malísimos; caricaturas o ataques demagógicos al presidente del Gobierno en ese momento; diatribas populacheras contra las supuestas causas de la crisis; pataletas irracionales contra los vascos o los catalanes; invitaciones grotescas a boicotear productos con argumentos manipulados; reflexiones políticas facilonas, o en el mejor de los casos, convocatorias de manifestaciones. Pero insisto: todo copiado.

¿Y cuántos “blogueros” conocéis que no acaben día tras día copiapegando noticias, vídeos o canciones, o enlazando a contenidos ajenos, sin poner más de tres palabras suyas?

Así es la democracia, amigos: todo el mundo asegura muy digno tener opinión y querer medios para expresarla, pero después, si los tiene, no sabe qué decir o se dedica a decir gilipolleces. Al final, como toda la vida ha sucedido, acaban pensando y opinando cuatro y todo el rebaño a repetir sus consignas, por muchas vías de expresión que haya; los tres mafiosos que controlan los mass media importantes siguen convirtiendo la opinión publicada en opinión pública, como decía Ortega y Gasset; y por cada genio que crea algo, hay mil becerros que le copian, le chupan la rueda o intentan sacar provecho de su esfuerzo tocándose las narices.

¿Para qué leches quiere la gente la democracia y las libertades si ni sabe usarlas ni tiene el menor interés en aprender?

martes, 7 de mayo de 2013

INDEPENDENCIA


Una de las cosas que más me han preocupado a lo largo de mi vida es mi independencia, pero no me refiero a mi autonomía material (emancipación) o afectiva respecto a los demás, ya que las personas interactuamos, nos queremos, nos odiamos y consiguientemente dependemos en mayor o menor medida las unas de las otras, sino a mi plena independencia de criterio, que viene a traducirse en la posibilidad real de hablar, opinar y comportarme según me parezca en cada momento, conforme a mis valores, ideales o forma de ser, sin servilismos, clientelismos ni sujeción alguna a intereses ajenos a los míos.

Hubo unos años en que creía neciamente que esta independencia de criterio estaba asociada a la personalidad, a la fortaleza de carácter y a la valentía, es decir que para mantener firmes las posturas propias y actuar libremente contra viento y marea era cuestión sobre todo de echarle huevos y de no dejarse achantar por el qué dirán o por otro tipo de presiones sociales. Pensaba que con un poco de coraje se podía llegar a ser plenamente independiente y cantarle las verdades a cualquiera en cualquier momento y lugar.

El tiempo ha pasado y me temo que mi punto de vista ha sufrido una modificación sustancial. Sigo admirando, cómo no, el arrojo de quienes se mantienen inalterables en la defensa de sus opiniones o estilo de vida  a contracorriente de los valores sociales o culturales imperantes, o en la denuncia de todo desafuero que se produzca a su alrededor. Sigo aplaudiendo a los que opinan lo que creen que deben opinar esté quien esté delante y caiga quien caiga. Pero, a diferencia de antaño, me parece que esta actitud solo la puede adoptar impunemente una pequeña minoría; que para actuar así no basta tenerlos bien puestos, sino también estar en una posición que lo permita, y que la independencia personal es muy difícil de sostener en la sociedad en que vivimos, de modo que no es una virtud que en justicia pueda exigirse ni esperarse de la inmensa mayoría de la población.

Solo pueden permitirse ser auténticamente independientes aquellos que están por encima del bien y del mal, o sea a los que les importa un carajo lo que piensen los demás y no puedan verse perjudicados por nadie, y aquellos que, aunque puedan sufrir graves perjuicios derivados de su fidelidad a sí mismos, están dispuestos a sufrirlos sin ningún problema.

En el primer grupo, en el de los que están por encima del bien y del mal, siento proclamar sin anestesia que se encuentran solo los individuos situados en los más altos niveles del escalafón social. No solo me refiero a los que ostentan mayor poderío económico (que también y sobre todo), sino a los que gozan de fama, de una posición privilegiada o de gran prestigio de cualquier naturaleza. Para el que está arriba y no ha de rendir cuentas a nadie, sino todos a él, está chupado ser independiente. Para quien diga lo que diga y haga lo que haga va a ser loado por un ejército de lameculos ansiosos de las migajas de su dinero o de su poder, no supone mayor complicación obrar con autonomía infinita, sin dar explicaciones ni sufrir percances, porque aunque meta la pata siempre habrá algún lacayo que le ayudará a sacarla, que le revocará el procesamiento aunque sea una zorra ladrona de gallinas. Para el que no está atado a una hipoteca, ni le debe nada al banco, ni tiene que comportarse con sus clientes como un servicial reptil, ni tiene jefe alguno al que agradar (o no cabrear), ni debe velar por el pan de sus hijos, es lo más natural del mundo despotricar despreocupadamente contra todo lo que le pete.

El otro grupo lo constituye, como digo, el de la gente normalita, sin posición ni millones, que dice y hace lo que le da la gana no porque le salga gratis, sino porque está dispuesta a pagar el precio. Un precio que a veces puede ser altísimo. Aquí nos encontramos desde zumbados peligrosos con vocación de masoquistas que van por la vida como auténticos kamikazes, diciendo lo que les sale del moño importándoles una higa la reacción de su entorno, hasta seres de una generosidad tan extrema y encomiable que denuncian sin cesar, bien alto y bien claro, todas las injusticias que ven aunque sus autores sean los más poderosos. Tanto los primeros, que son unos inconscientes, como los segundos, que para mí son heroicos, pagan en mayor o menor medida el precio de ser distintos, de no callarse ni debajo del agua. Por lo general reciben un severo castigo en forma de marginación, control social, paro o incluso represión penal. Otras veces, al estar tan asumidas por la sociedad las arbitrariedades que denuncian, se les deja protestar con relativa libertad en la seguridad de que no comportan riesgo alguno y de que solo resultarán pintorescos.

Gozan de total independencia, sí, pero a menudo les sale tan cara que cabe preguntarse si les compensa. A quien sí le compensa que existan tipos así es a la Humanidad.

domingo, 5 de mayo de 2013

POR LOS PELOS


Sucedió ayer por la mañana durante mi paseo campestre. Divisé a treinta metros a dos conejos adultos embistiendo a una urraca que insistía en hurgar bajo las raíces de un árbol. Jamás había visto a unos lepóridos tan agresivos, así que me olí que estaban defendiendo la camada. Consiguieron espantar a la marica hasta tres veces, llegando a morderle un ala,  pero al cuarto intento vi con toda claridad cómo sacaba a tirones, enganchado del pico, a un gazapín muy pequeño que chillaba como un ratón. Comenzó a zarandearlo y a darle picotazos dispuesto a convertirlo en su desayuno, pero entonces me acerqué corriendo como una flecha, espantando al córvido y a los valientes papás, y por los pelos conseguí rescatar al conejillo que veis en mis manos. Al principio berreaba dejándome sordo, pero luego se acostumbró a mí y se quedó quietecito haciendo muy bien de modelo mientras le tiraba estas fotos. Lo tuve cogido veinte minutos (era una cucada) y después lo llevé hasta la hura por la que escaparon sus padres y lo metí dentro. Entró hasta el fondo tan contento. Cuando me alejé, la carnicera urraca se posó en la copa de un árból próximo para hacer guardia esperando una nueva oportunidad.

viernes, 3 de mayo de 2013

EL MERCADO LABORAL

Dices que soy un idealista demencial, un quijote que no sabe en el mundo en que vive, pero ¿y tú?, ¿no son de una ingenuidad clamorosa esas expectativas que tienes sobre el mercado laboral? Si te crees que un recurso tan valioso y escaso como el trabajo, del que depende la propia subsistencia física de la peña, se va a repartir con criterios de justicia, vas listo. Si piensas que los pocos empleos que hay se los llevan las personas más preparadas, con más mérito o valía para su desempeño, es que no te enteras de la misa la media, majo.

Solo tienes que mirar a tu alrededor para percatarte de que hay muchísimos puestos desempeñados por trabajadores torpes, inútiles o sin la formación necesaria, mientras que otros que lo harían de maravilla llevan chupando paro desde 2010 como tú.

Eres tan cándido de confiar en todo ese tinglado de títulos universitarios, especializaciones, másters, idiomas, becas y prácticas que se han inventado cuatro listos para sacarte los cuartos, a ti directamente o a la Administración financiada con tus impuestos.

Para empezar, date cuenta de que el 80% de los puestos de trabajo de este país los podría desempeñar cualquiera, hasta el más tonto, incluso bastantes de los que en teoría requieren de titulación superior.

En segundo lugar, te bastaría un rápido sondeo para enterarte de la relación directamente proporcional que existe entre las habilidades sociales y la posibilidad de conseguir un trabajo estable y de calidad. Y las habilidades sociales no tienen absolutamente nada que ver ni con la preparación ni con la capacidad para realizar las tareas profesionales que sean. Mira a tu alrededor y verás como tus amigos que más vida social tienen y más gente conocen son los primeros que se colocan, a los que más les dura el curro y los que menos tiempo permanecen desempleados, aunque no sepan casi ni encender el ordenador.

Y tercero, es un hecho constatable que a la gente con peculiaridades manifiestas, de cualquier tipo, le cuesta el doble encontrar ocupación. Eso que llaman el mercado de trabajo, desengáñate, tiende a absorber sobre todo a personas corrientes, estandarizadas, idénticas como gotas de agua, que no llamen la atención en ningún aspecto que no sea ventajoso (aunque tampoco sea perjudicial) para las empresas. Si eres un tipo raro, feo, gordo, con la voz extraña, con ideas políticas “curiosas” o algo en ti choca a primera vista, te será bastante más difícil firmar un contrato aunque académicamente o por tu currículum des el perfil idóneo para el puesto.

No me malinterpretes. No digo que con esas martingalas que estás haciendo del inglés y con ese flamante máster que cursaste el año pasado, con prácticas en empresa incluidas, no vayas a tener más posibilidades, pero te aseguro que muchas menos de las que tú supones, y, es más, ese trabajo que tanto te interesa y que tan bien se adapta a tus cualidades, seguramente se lo acaben dando a un fulano que sabe menos inglés que tú y que, por supuesto, no se ha gastado el medio kilo de tu máster ni ha perdido su tiempo en el paripé de las prácticas.

En la espesa jungla empresarial la gente se abre camino con el machete de su astucia, con el rifle de su picardía, con la ayuda de sus contactos y de su pericia para venderse, aunque haya poco que vender. Que te lo diga una de las camareras del bar donde desayuno, que es incapaz de memorizar tres consumiciones, se equivoca en la vuelta una de cada dos veces y es más lenta que Cristiano Ronaldo cruzando un pasillo lleno de espejos, pero ahí sigue la tía (bien simpaticona) desde hace dos años, con la de camareros profesionales que están los lunes al sol. Que te lo diga mi vecino, auxiliar administrativo desde hace cinco años en una gestoría del centro sin saber un pijo de Word, ni de Excell ni de la madre que los fundó, habiendo miles de titulados expertos en ofimática en la cola del SEPE.

Para meter la cabeza en una empresa es más importante ser listo que inteligente, ser hábil que estar preparado, y para quedarse indefinido en ella, lo mismo. Casi todos los oficios son pura rutina y se aprenden perfectamente con un poco de tiempo e interés, pero a ti y a tantos os han colado la trola de que hay que entrar ya formadísimos, experimentadísimos y capacitadísimos para el puesto, cuando, con la mano en el corazón, ¿a cuántos conoces que hayan cogido por saber hacer perfectamente el trabajo ofertado? Yo a casi nadie.

Enfoca de otra manera tu búsqueda de empleo y no sobrevalores lo que hoy por hoy es una mierda, por ejemplo ese titulín que tienen miles de parados en tu ciudad y que solo acredita que te pasaste cinco años sentado en un pupitre oyendo hablar de cosas que nunca te iban a servir para nada. No vayas dando tumbos a la caza de “lo que salga”, porque ya sabes que el que no sabe lo que busca, al final no encuentra nada. Explora el panorama, evalúa lo que hay y decide a qué quieres dedicarte antes de desperdiciar energías, pero sin optimismos absurdos por el hecho de tener carrera. Primero haz un examen exhaustivo y maduro de tus capacidades, y vende aquellas que sabes que las empresas necesitan. Pero si resulta que ahora mismo careces de ellas, da igual: ofrécelas de todos modos, que si te fichan ya las adquirirás de sobra. De momento lo importante es que aprendas a moverte en la selva, a nadar con soltura en las aguas turbulentas de la oferta y de la demanda laborales.

Sobre másters y postgrados en La pluma viperina
Sobre los currículum vitae en La pluma viperina

miércoles, 1 de mayo de 2013

GOBIERNO PROVISIONAL (por Un vallisoletano madrileño)


Se encuentra en mi archivo una antigua fotografía original cuyo autor es J. Laurent, fotógrafo francés, establecido en Madrid en la Carrera de San Jerónimo nº 39. Esta fotografía,  positivada en papel albuminado y de un tamaño denominado gabinet, 163x108 mm., nos muestra al Gobierno Provisional tras la reorganización del 11 de febrero de 1869 y después de la Revolución La Gloriosa en septiembre de 1868, que derrocó a la reina Isabel II.

Esta fotografía fue comprada sobre los años noventa del pasado siglo en el mercadillo dominical de Fuente Dorada en la ciudad de Valladolid. Al ser comprada en uno de los puestos ya fue una foto cara pues el vendedor sabía que era una buena fotografía. 

Este gobierno lo forman, según se ve en la fotografía de pie, de izquierda a derecha: 

D. Práxedes Mateo Sagasta (21-7-1821, 5-1-1903), Ministro de la Gobernación. 

D. Juan Prim y Prats (12-12-1814, 30-12-1870), Conde de Reus y Marqués de los Castillejos, Ministro de Estado. El 27 de diciembre de 1870, siendo ya Presidente del Gobierno, sufrió un atentado en la calle del Turco de Madrid, hoy calle de Marqués de Cubas. A consecuencia de las heridas murió tres días después el 30 de diciembre. Como Presidente del Gobierno ofreció la corona de España a Amadeo de Saboya, que este aceptó en diciembre de 1970 

D. Francisco Serrano y Domínguez (17-12-1810, 25-11-1885), Presidente de este Gobierno. Fue favorito de Isabel II, “el general bonito”, y se comentaba que tuvo “relaciones” con ella. Encabezó La Revolución La Gloriosa que derrocó a la Reina. Falleció el mismo día que el futuro rey Alfonso XII.

D. Juan Bautista Topete y Carballo (24-5-1821, 27-10-1885), Ministro de Marina. 

D. Adelardo López de Ayala (1-5-1828, 30-12-1879), Ministro de Ultramar. Era dramaturgo. 

D. Juan Alvarez Lorenzana y Guerrero (29-8-1818, 15-7-1883), Ministro de Estado.


Sentados de izquierda a derecha: 

D. Laureano Figuerola y Ballester (4-7-1816, 28-2-1903), Ministro de Hacienda. 

D. Manuel Ruiz Zorrilla (22-3-1833, 13-6-1895), Ministro de Fomento. 

D. Antonio Romero Ortiz (24-3-1822, 18-1-1884), Ministro de Gracia y Justicia.


Esta fotografía estaría tomada en los últimos días del mes de febrero de 1869. Este Gobierno fue el que dirigió a España en el llamado “Sexenio Revolucionario 1868-1874”, que se inició con la Revolución de La Gloriosa en septiembre de 1868 y durante el que se colocaría en el trono español a un extranjero, Amadeo de Saboya, y se acabaría por proclamar la I República.

Hay que pensar, que al que se le denomina inventor de la fotografía (daguerrotipo), se le fecha sobre 1839, siendo los primeros daguerrotipos existentes en España, de Barcelona, fechados  sobre 1840-1841, y que esta  década fue de aprendizaje de esta nueva técnica para los pocos aficionados existentes, y los daguerrotipos que se conservan nos reflejan personajes de la aristocracia o grandes capitalistas dado los costoso del procedimiento. Es en la década siguiente, 1850-1860, cuando el aficionado sale a la calle y nos empieza a presentar fotografías ya con nuevas técnicas, de monumentos, paisajes, etc.  

Por ello, la fotografía que nos ocupa, fechada en 1869, debemos considerarla de los primeros testimonios periodísticos-informativos. Hay que ponerse en unas fechas en que los medios de información son apenas inexistentes. Esta fotografía ha sido utilizada por diferentes historiadores y revistas de historia para describir esa época en diferentes artículos y libros. 

Jean Laurent y Minier (1816-1892), autor de la misma, fue el más activo propagador de la fotografía en el siglo XIX y su figura más representativa y emblemática. Nacido en Garchizy, Francia,  ya en 1857 realizaba las primeras fotografías de Madrid. En 1880, Laurent, aseguraba poseer un fondo de más de 5000 fotografías de vistas de ciudades, pueblos, monumentos, así como de personajes y costumbres.


NOTA: Un vallisoletano madrileño es un amigo y lector de La pluma viperina que colecciona postales y fotos históricas de toda España y, en especial, de Madrid y de la capital del Pisuerga.
 
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