jueves, 28 de febrero de 2013

ENCUESTA SOBRE LOS PAPABLES


Pregunta: ¿Quién crees que saldrá elegido próximo Papa?

Duración: 12 días

Participantes: 39

Respuestas:

a) El estadounidense Timothy Dolan: 3 votos (7%)

b) El canadiense Marc Ouellet: 2 votos (5%)

c) El estadounidense Donald Wuerl: 1 voto (2%)

d) El italiano Angelo Scola: 8 votos (20%)

e) El austríaco Christoph Schönborn: 1 voto (2%)

f) El filipino Luis Antonio Tagle: 1 voto (2%)

g) El brasileño Odilio Pedro Scherer: 0 votos (0%)

h) El argentino Leonardo Sandri: 0 votos (0%)

i) El argentino Jorge Bergoglio: 0 votos (0%)

j) El italiano Gianfranco Ravasi: 2 votos (5%)

k) El brasileño Claudio Hummes: 0 votos (0%)

l) El ghanés Peter Turkson (negro): 11 votos (28%)

m) El español Antonio Mª Rouco: 2 votos (5%)

n) El español (y vallisoletano) Carlos Amigo: 4 votos (10%)

ñ) Otro: 4  votos (10%)

martes, 26 de febrero de 2013

TELETRABAJO


Estos últimos días se ha hablado mucho a mi alrededor de teletrabajo. Por ejemplo, a un amigo su empresa acaba de autorizarle a currar desde casa y el otro día lo estuvimos comentando en una cena. Por otra parte esta misma mañana me han pasado estas polémicas declaraciones de la presidenta de Yahoo que no tienen desperdicio.

En principio, en plena era de las nuevas tecnologías, existiendo móviles, Internet, email, foros, chats, videoconferencia, firma electrónica y demás inventos, parece irreprochable que un puesto de oficina con requerimientos informáticos se desempeñe en el hogar en vez de en el centro de trabajo. Además de que en muchos casos con un PC y una conexión de banda ancha se puede hacer la misma tarea que en la oficina, hay otros argumentos a favor de tipo económico o ecológico, según se mire, que inciden en el ahorro en desplazamientos y en facturas de electricidad y calefacción de las compañías, e incluso sesudos razonamientos relacionados con la conciliación de la vida familiar y laboral, tan de moda al menos sobre el papel.

El teletrabajo, que etimológicamente significa “trabajo a distancia”, no es algo nuevo. De toda la vida hemos conocido a las clásicas modistas que trabajaban a domicilio para una tienda de ropa con el compromiso de entregar a la semana dos jerseys de punto. En estos casos el empresario no tenía ningún interés ni necesidad en supervisar la labor de la costurera, que tejía a su bola (nunca mejor dicho), siempre que el fruto de su trabajo fuese presentado a tiempo y cumpliera con los correspondientes requisitos de calidad y formato.

Aunque es un ejemplo un tanto burdo y hoy las circunstancias tecnológicas son bien distintas, creo que simboliza bastante bien mi postura ante el teletrabajo. No veo ningún inconveniente a este régimen laboral siempre que se cumplan a grandes rasgos las condiciones que se dan con la modista a domicilio: que sea una labor individual y personalísima que no exija en su planificación ni desarrollo relación alguna con superiores o colaboradores; que el trabajo o sus resultados sean rigurosamente medibles y cuantificables, y que exista un control estrecho sobre los mismos, fijándose con toda claridad los objetivos o el volumen de trabajo que debe realizarse en un determinado plazo.

Pongo otros ejemplos de trabajos que, en mi opinión, podrían desempeñarse a distancia sin problema: Un grabador de datos en una aplicación informática que no tenga ninguna otra tarea; un técnico de la Administración encargado de hacer informes profesionales básicamente iguales o de tramitar expedientes de forma mecánica, siempre que haya un volumen constante, o una pesona encargada de gestionar el portal de Internet de una tienda, atendiendo y cobrando pedidos.

Un modelo de teletrabajo que no reúna las características que he dicho no me parece razonable, profesional ni eficaz.


Alguno me dirá que las posibilidades de Internet pueden suplir perfectamente las relaciones, conversaciones o reuniones presenciales de trabajo, y que encima se ahorra tiempo, pero yo no lo veo así. Por muy cabezotas que nos pongamos, la experiencia ya nos ha demostrado al que más y al que menos que no son ni parecidas las relaciones virtuales y las de tú a tú. Para planear ciertas actividades, transmitir ciertos mensajes, dar determinada atención a los clientes, motivar a un equipo, echar una bronca que sirva para algo, controlar los ritmos o llevar a cabo algunas actividades en común (aunque sean puntuales), no hay nada como verse las caras, mirarse a los ojos y oírse la voz. No puede infravalorarse la importancia del lenguaje no verbal, de los tonos o de los gestos, que no son apreciables a través de Internet, ni por escrito ni en videoconferencia. A mí estas últimas no me hacen ninguna gracia, pues se suelen escapar muchos detalles y favorecen la manipulación de las reuniones.

Incluso para ascender a alguien o encomendarle determinadas responsabilidades es importante una confianza a la que solo puede llegarse conociéndole bien personalmente. Los jefes quieren ascender a personas de carne y hueso, no a nombres o a caras que aparecen en un Messenger o en la pantallita del Skype.

Aunque no me entusiasman las opiniones de la jefaza de Yahoo (sobre todo lo de que se trabaja más lento en casa) hay una frase que me parece muy reveladora: “Algunas de las mejores decisiones se toman en la cafetería o por los pasillos”, en referencia a la relevancia que tienen para las organizaciones las relaciones informales que se dan en el entorno laboral, sobre todo en el ámbito directivo, en el que huelga decir que plantear el sistema de teletrabajo me parecería disparatado.

Mi segundo requisito, el de que sea un trabajo muy medible y con plazos estrictos de desempeño, me parece de cajón. No todos los trabajos son cuantificables, ni están sujetos al cumplimiento de objetivos nítidos ni a plazos determinados. Me refiero a los puestos con un perfil más creativo, a los que atienden a necesidades constantes pero muy variables en cuanto a volumen y tiempos, o a los de naturaleza muy técnica en los que un expediente, una incidencia o un servicio pueden llevar media hora y otro que surja al cabo de un rato necesitar un mes de dedicación. En todos estos casos parece lógico que el empresario se reserve el control físico y presencial de las actividades desarrolladas, más que nada para evitar abusos, dejadeces, vagancias y triquiñuelas de todo tipo por parte de los trabajadores más jetas, que igual se levantan a las diez, se van de vinos a la una y luego le mandan un whatsapp al jefe diciéndole que menudo asunto delicado tienen entre manos y que es complejo avanzar. Por supuesto, si el control puede hacerse de forma adecuada por medios telefónicos o telemáticos no veo problema en que se autorice el teletrabajo incluso en estos supuestos, bajo la responsabilidad del jefe.

Por último solo añadir, como matiz final, que todos los debates que he tenido sobre teletrabajo nacen viciados de raíz por dos motivos: por los grandes prejuicios que casi todos tenemos (yo incluido) a favor o en contra, y que nos llevan a cerrarnos en banda sean cuales sean las argumentaciones contrarias, y por la manía que tenemos de hablar en general cuando se trata de un tema que depende mucho de cada tipo de empresa y de cada puesto de trabajo concreto, lo que exige examinar cada caso con conocimiento de causa para poder formarse una opinión seria. Espero que nuestro debate de hoy en La pluma o incurra en estos errores.

domingo, 24 de febrero de 2013

CLUB DE LECTURA DE "LA PLUMA VIPERINA"


El otro día una amiga nos contó que participa en un club de lectura presencial organizado por una biblioteca pública y nos explicó en qué consistía. Como en La pluma viperina nos gusta comentar algún libro de vez en cuando, hemos pensado que sería una buena idea probar algo parecido aprovechando el blog y así animarnos todos a leer un poco más.

Aunque sea a modo de experimento, vamos a lanzarnos a la piscina. Se trata de que nos pongamos de acuerdo en leer un libro a la vez y prefijemos una fecha para comentarlo en un post. El objetivo es enriquecer nuestra lectura con las aportaciones y críticas de los demás, que nos harán descubrir nuevos puntos de vista y profundizar más en la obra.

Las reglas de este club experimental son:

1.- La pluma viperina anunciará con antelación, en la parte superior derecha del blog, el libro elegido y la fecha en la que se comentará, que podrá ser exacta o variar día arriba, día abajo. El anuncio irá enlazado a una ficha del libro.

2.- Todos podéis participar leyendo el libro propuesto. Los que deseen leerlo en su reader, pueden comentárnoslo por email y, como en otras ocasiones (ya sabéis), les asesoraremos sobre cómo adquirir el ebook por los cauces legales y respetando escrupulosamente la ley de propiedad intelectual. ¡No destruyáis la cultura!

3.- El día elegido todos comentaremos en el post nuestras sensaciones durante la lectura y nuestras opiniones sobre la obra.

4.- Si a alguien no le diera tiempo a terminarla en plazo, podrá solicitar una prórroga razonable y le esperaremos. Más democrático, imposible.

5.- Quienes deseen proponer algún título, pueden hacerlo por email o escribiendo un comentario en este post, que enlazaremos en el margen derecho igual que hicimos con el buzón de sugerencias. Seleccionaremos especialmente propuestas acordes con el espíritu y las temáticas habituales de La pluma viperina, aunque, como blog openminded que somos, estamos abiertos a cualquier sugerencia.

Esperamos que esta idea funcione y nos sirva para compartir nuestros descubrimientos literarios y aprender cosas nuevas. Podéis difundir el proyecto entre todos vuestros amigos amantes de la lectura.

jueves, 21 de febrero de 2013

IGUALDAD E IGUALITARISMO


Uno de los aspectos que más me repugna de esta cultura democrática que todo lo impregna o, mejor dicho, lo pringa como si fuera un pedazo de mierda, es el igualitarismo salchichero que se erige como uno de sus dogmas y que ha terminado de hundir los últimos vestigios del principio de autoridad. No solo hablo de la autoridad jerárquica, sino también de la autoridad moral o académica de la que antaño gozaban quienes por su experiencia, cultura o conocimientos estaban legitimados para opinar de lo suyo, no digo sentando cátedra pero sí al menos sin que el primer tarugo que pasara por allí se pusiera a rebatirles sin tener ni puta idea. Se ha perdido el respeto y se ha perdido todo.

De cuando en cuando asisto a conversaciones o incluso a discusiones en las que paso vergüenza ajena por ser tan patente la diferencia cultural (o de conocimientos sobre el tema debatido) entre los interlocutores y tan irritante el desparpajo del menos preparado. Con razón dice el refrán que la ignorancia es atrevida. Lo que pasa es que en otros tiempos cualquiera habría entendido y aplaudido que el que sabe mandara callar la boca al ignorante y le reprochara su atrevimiento con cajas más o menos destempladas. Ahora en cambio insinuarle a alguien que no diga tonterías en una tertulia o que se informe antes de piar es normalmente considerado como un gesto prepotente y poco caritativo, ya que se parte de la premisa errónea de que la opinión de cada cual es sagrada y más aún el derecho a expresarla donde sea, sin discriminación de foros u oyentes

Ahora te encuentras con que un científico que ha consagrado media vida al estudio de una disciplina tiene que capear con prudencia el temporal de un periodista becario que acaba de leerse la correspondiente entrada de Wikipedia y lo acosa con impertinencias. Ahora puedes ver cómo un niñato de primero de bachillerato discute de tú a tú y a voces con su profesor. No es raro que un alumno universitario se presente en un departamento exigiendo de malos modos que le suban la nota de un examen, o que mande un sms al catedrático quejándose de cualquier bobada. Es el pan nuestro de cada día ver en una reunión de amigos cómo alguien que no entiende ni papa sobre un tema pretende dárselas de listo intentando contradecir a un experto y cómo este le escucha con resignación, sufriéndolo en silencio como las hemorroides para que no le acusen de pretencioso.

El otro día a mí me mandó un email (¡directamente!) un estudiante de universidad privada pidiéndome unos datos bastante delicados sobre el área que llevo “para hacer un trabajo”. El muy pelanas encima me tuteaba y terminaba su correo diciendo: “Espero que me respondas si tienes tiempo y ganas de ayudarme”. Casi me dio una apoplejía cuando lo leí. Echaba humo por las orejas. Me abstengo de reproducir aquí mi respuesta.

Parece que se ha olvidado que aunque todos somos iguales en dignidad (en poco más) y tenemos derecho a un trato considerado, a no sufrir discriminaciones y a los medios materiales necesarios para llevar una vida decorosa, en realidad las desigualdades de posición, de inteligencia, de cultura, de conocimientos, de educación y de capacidad de todo tipo son y seguirán siendo inherentes a la humanidad y constituyen el eje de la vida social. Cada uno deberíamos tener muy claro dónde nos corresponde estar y cuándo y con quién nos corresponde hablar para que todo funcionara como un engranaje recién engrasado.

martes, 19 de febrero de 2013

¡ENCHUFADO!


Existe en nuestras sociedades una fobia generalizada a los “echufados”, sin que, sin embargo, esté muy claro el concepto. Por una parte casi nadie reconoce jamás haber sido beneficiado por un enchufe, pero a la vez es muy habitual calificar de enchufado a quien ha obtenido una ventaja o un beneficio (normalmente en el ámbito laboral) en vez de nosotros, aunque se haya obrado de la manera más equitativa. Abundantísimos son también los que critican con fiereza a quienes aceptan contratos, nombramientos o ascensos para desempeñar responsabilidades que a todas luces les quedan grandes cuando ellos mismos también habrían aceptado entusiasmados teniendo aún menos aptitudes.

No creo que nadie esté en condiciones de discutir que en el ámbito de la empresa privada rige una libertad de contratación absoluta y que resulta más complicado hablar de favoritismos. Un empresario ficha a quien le da la gana y con los criterios que considera oportunos. Es él quien se juega los cuartos y por tanto él sabrá si le conviene contratar a un mudo para atender el teléfono por muy sobrino suyo que sea, o ascender a directora de ventas a la maciza sin dos dedos de frente que se está cepillando después del curro. Quiero decir que en el sector privado parece más difícil lanzar reproches al contratador, ya que es él el dueño del chiringuito y, en principio, tiene derecho a meter a quien le apetezca a trabajar en la que no deja de ser su casa. Por otra parte, la recomendación es el modus operandi habitual en la selección de personal en la mayoría de empresas españolas, sin que ello me escandalice lo más mínimo.

Esto no quiere decir que en las empresas no haya amiguismos intolerables, solo que se dan más en los ascensos que en las contrataciones. A la hora de ascender a un empleado, saltarse reglas, escritas o no; principios éticos elementales; antigüedades (en ciertos casos) y méritos evidentes, actuando de forma subjetiva con total desprecio hacia la capacidad y la profesionalidad del resto de trabajadores con expectativas legítimas de promoción, debe considerarse una conducta muy grave aunque la protagonice el propio dueño de la compañía.

En las Administraciones la cosa parece más meridiana tanto en el acceso como en la promoción. En este caso, como el sector público pertenece a todos los españoles, todo el mundo tiene derecho a acceder a los puestos de trabajo disponibles de acuerdo con los principios de igualdad, mérito y capacidad. Por eso mismo, cualquier chanchullo tendente no solo a manipular procesos selectivos de concurrencia pública, sino a facilitar vías de contratación alternativas y flexibles (sin oposición ni concurso), es, además de una infamia, una infracción del ordenamiento jurídico, se castigue o no en función de oscuras conveniencias. Con los ascensos en la Administración pasa parecido, ya que, con algunas excepciones de las que naturalmente se ha abusado hasta el límite, el cauce habitual de promoción es el concurso de méritos, y no es de recibo poner a los colegas, a los afines políticamente o a los más serviles en los puestos que le parezcan al mandamás de turno, burlando el procedimiento a seguir y perjudicando el derecho de otros muchos empleados.


Por último, partiendo de que a cualquiera nos rebela ver a un sujeto gozando de un sueldo o de unas prebendas a los que jamás habría accedido sin ser amigo del jefe, con menoscabo a otras personas mucho más preparadas, me gustaría lanzar dos preguntas concretas que a mí a veces me han dado qué pensar:

1.- ¿Es igual de injusto dar un puesto a dedo,  a un amigo, saltándose a la torera todo procedimiento y expectativa ajena, si el beneficiado es una persona brillante y sobradamente capaz de realizar esas funciones y así lo demuestra desde el primer día? (Porque a veces parece que lo que cabrea de los enchufes es que se ponga a inútiles en puestos de responsabilidad)

2.- ¿Son igual de culpables el enchufador y el enchufado? O mejor dicho: ¿hasta qué punto es responsable el enchufado de este tipo de situaciones tan indeseables? ¿De verdad puede exigirse moralmente a alguien, y más en estos tiempos, el gesto “honrado” de rechazar un puesto o un ascenso solo porque “hay gente mejor preparada y no quiero perjudicarla”? Quizá es muy noble rechazar un trabajo por saberse incapaz de desempeñarlo, pero parece de necios hacerlo pensando en no dañar a los más aptos cuando no está garantizado que cogerán a uno de ellos si uno rehusa.

domingo, 17 de febrero de 2013

OPERACIÓN B.S.O. (20): CANCIONES DE DISNEY

El otro día estuve grabando a unos niños unas películas de Disney y aproveché para repasar alguna que casi no recordaba. Una de las notas más características de estas cintas de animación son sin duda sus bandas sonoras, basadas en temas azucarados que las criaturas recuerdan durante toda su vida. Yo mismo, que prefería a Rambo, sería capaz de canturrear por lo menos seis o siete de estas canciones que ocupan un lugar destacado, por mérito propio, en la cultura occidental.

Lo que sin embargo no puede negar nadie con un mínimo de sensibilidad artística es que el resultado del doblaje en español de las letras es catastrófico, por emplear un adjetivo benevolente.

Por diferentes motivos culturales y políticos, y aunque no es precisamente la opinión de moda, me considero un ferviente defensor del doblaje cinematográfico, pero el problema de estas producciones es que ya desde los años treinta, cuando se estrenó Blancanieves y los siete enanitos, los fabricantes de sueños recurrieron a diversos estudios hispanoamericanos para preparar las versiones únicas para todo el mercado hispanohablante, incluido el español, ya que en nuestro país, por razones que desconozco, nadie se preocupó por hacer un doblaje local. Las consecuencias fueron funestas. Varias generaciones de niños españoles han tenido que tragarse unos diálogos plagados de expresiones y vocablos extraños, de acentos latinos de lo más variopinto y, como digo, unas traducciones malísimas de las canciones, completamente forzadas, con rimas burdas y torsiones gramaticales que chirrían en los oídos. Por lo general, la técnica empleada es la de traducir verso a verso en vez de componer una letra nueva en castellano con el mismo mensaje que la original en inglés. Además se nota que el trabajo está hecho apresuradamente y sin ilusión.

El primer largometraje de Walt Disney fue Blancanieves y se dobló en argentina; luego unos pocos títulos se versionaron por un equipo de chicanos en California, y por último se cogió la costumbre de doblar en México para todo el continente y para España. Uno de mis más horrendos recuerdos infantiles es la querencia de los dobladores por poner voz de castizos mariachis a los personajes humorísticos, aunque también participaban actores de doblaje argentinos, cubanos y venezolanos, entre otros.

A partir de 1992 (La Bella y la Bestia) nos libramos al fin del horrible doblado sudaca, aunque, curiosamente, la tradición de joder las canciones se ha mantenido viva hasta hoy. 

Pongo aquí, como ejemplos, dos adaptaciones de letras especialmente funestas (El libro de la selva y Tod y Toby) y otras dos que para mí son excepciones puntuales por su calidad: La bella durmiente (aún de la era latina) y La Bella y la Bestia. 

Por cierto, ¿cuáles son vuestras pelis de Disney favoritas?












jueves, 14 de febrero de 2013

EVOLUCIONAR

Hace poco alguien que se supone que me conoce bien me insinuó que sigo con las mismas ideas políticas que cuando tenía veinte años y que no había evolucionado nada. Le respondí que desgraciadamente había matizado bastantes de mis posicionamientos, había sido infiel a otros tantos y había “evolucionado” hacia donde me había interesado.

Aunque también depende de cada persona, hemos de admitir que la generosidad es una virtud que con los años se pierde a chorros. No hay más que fijarse en el individualismo terrible de muchos abuelos.

Con veinte años los chavales podrán abrazar una ideología más o menos equivocada, pero la abrazan sin dobleces, sin segundas intenciones, por puro altruismo; la adoptan porque piensan que es la mejor para alcanzar un mundo más justo y más humano, y son consecuentes con ella, a veces de un modo ingenuo pero siempre desinteresado.

A esa virtud veinteañera le empiezan a salir agujeros cuando aparece en escena la mierda del dinero, cuando empiezan a surgir motivos para pensar en uno mismo antes que en nadie, como el péndulo de la hipoteca, la servidumbre del trabajo, los estúpidos caprichos que hacen de válvula de escape de una vida de esclavo, las necesidades de la familia de uno o las patadas en el culo que va arreando la vida. Llega un momento en que la mayoría se olvida de sus ideas juveniles y se entrega a filosofías más compatibles con sus nuevas necesidades y su nuevo modus vivendi. Algunos otros seguimos obstinados en una defensa al menos formal de nuestros viejos valores, pero sabiendo en el fondo que nos han metido goles a mansalva y no hablando muy alto, no sea que alguien nos calle la boca comparando algunas cosas que decimos con las que hacemos. Por último hay una minoría de generosos contumaces, de aguafiestas iluminados, que conservan y viven rectamente los ideales que un día, siendo unos muchachos, se encendieron en su corazón. Estos a veces da la impresión de que solo saben escupir hacia arriba y arrojar grandes pedruscos contra su tejado. Se les tilda de inadaptados y se les acusa de no saber evolucionar, pero para mí son los mejores. Dios los bendiga.

¡Anda que he evolucionado! He evolucionado al compás de mis intereses, de mis debilidades y de las asquerosas circunstancias que, de chaval, me parecían gigantes fáciles de abatir y hoy que las conozco de cerca se me antojan molinos de aspas fuertes e implacables que ya me han desmontado unas cuantas veces de mi rocín. Solo me queda envidiar a los íntegros y consolarme pensando que si me resisto a cambiar de ideas es porque, a pesar de todo, aún acierto a distinguir el bien del mal.

Sobre este tema en La pluma viperina:

- Un idealista
- Soy un incoherente

martes, 12 de febrero de 2013

HASTA SIEMPRE, RATZINGER

Me costó mucho acostumbrarme a llamarle por su nombre papal, pues para mí era Ratzinger, al que conocía y con el que simpatizaba desde mediados de los 90, cuando ejercía la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Sagrada Congregación del Santo Oficio). Al morir Juan Pablo, deseé sinceramente que le sucediera este docto, enérgico e íntegro cardenal; mis ilusiones se cumplieron, pero en estos siete años mi entusiasmo se ha enfriado bastante, seguramente debido a mi ignorancia, y hoy pienso que le va mucho mejor el papel de inquisidor que el de Papa, sobre todo –aunque las comparaciones son odiosas- con el ejemplo reciente de un pontífice tan carismático y prolífico como Wojtyla.

Ni me corresponde ni sé juzgar el hecho insólito de su renuncia, con solo cuatro antecedentes en más de veinte siglos. Tampoco creo que proceda elucubrar con tesis más o menos conspiranoicas. La única intención de este post es dar las gracias a Benedicto XVI y, sean cuales sean sus razones para disponer su relevo, confiar en que la decisión resulte beneficiosa para la Iglesia.

Por último quisiera destacar la que para mí ha sido la mayor virtud de este Papa: el equilibrio. Yo me he movido bastante en ambientes religiosos y creo que es buena señal y dice mucho a favor de Ratzinger que haya conocido gente que le detesta por ultraconservador y gente que le odia por progre. No en vano, durante su prefectura en la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, suspendió a divinis al teólogo de la liberación Leonardo Boff y excomulgó al integrista Monseñor Lefebvre.

Pero a Benedicto ante todo le recordaremos por su inmensa humanidad y por ser uno de los papas mejor preparados de la historia.

domingo, 10 de febrero de 2013

DJANGO DESENCADENADO

Está claro que las pelis de Tarantino o te apasionan o las aborreces, porque este realizador rompe todos los moldes cinematográficos conocidos y se dedica a provocar al espectador sin disimulo. Como si hubiera hecho una promesa de no ser encasillado jamás, el carismático director de Tennessee vuelve a la carga, esta vez con Django desencadenado, un western que solo comparte título con el filme de Corbucci (1966), para dejarnos boquiabiertos, hacernos sucumbir de risa y de espanto alternativamente y tenernos como estatuas tres horas (que se dice pronto) delante de la pantalla con la sensación de haber pasado solo veinte minutos.

Todo en Django es sorprendente, inquietante, diferente, emocionante, estridente y delirante. Y no se me ocurren más adjetivos para definir esta nueva obra maestra que está a la altura, y yo diría que sigue la misma estela, que Malditos bastardos.

Con este hombre tienes la sensación de que lo de menos es el argumento. Esta vez se trata de un esclavo negro que dos años antes de la Guerra de Secesión es liberado por el doctor Schultz (Cristoph Waltz), un pedante y violentísimo cazarrecompensas alemán, para que indentifique a tres capataces de una plantación por los que ofrecen una fortuna. A cambio, Schultz se compromete a ayudar a Django a recuperar a su esposa, que había sido vendida poco antes en el estado Mississippi. A partir de esta historia con tintes románticos, un poco inspirada en las leyendas de caballeros medievales al rescate de su dama y que es un homenaje descarado a los spaghetti-westerns, Tarantino exhibe su artillería pesada y su repertorio de fuegos artificiales atreviéndose a veces a pisar terrenos en los que se hundiría cualquier otro cineasta.


Los platos fuertes (más bien saturados de tabasco) de esta película son Cristoph Waltz (¡el coronel Landa de los Bastardos!) y Samuel L. Jackson; las típicas escenas tarantinescas de diálogos ricos y tensión insoportable; una violencia desmesurada que roza lo imposible y entra de lleno en lo barroco; un sentido del humor inigualable y una música que, de verdad, hay que echarle huevos. La banda sonora está formada por algunas piezas clásicas de Morricone para las obras de Leone, pero también incluye el tema principal de la almeriense de Corbucci, cosas de Bacalov y de Ortolani, y un rap de no sé quién. La mayor parte de la música te deja alucinado porque no pega ni con cola con los planos que acompaña.

Yo recomendaría mucho la cinta, que es un verdadero soplo de aire fresco entre tantos productos clónicos hollywoodienses, pero toca advertir de nuevo, mucho más aún que en Inglourious Basterds, que las escenas violentas (un 40%) son crudas de verdad, con imágenes más propias de un quirófano o de una casquería, así que ojo los muy sensibles.

jueves, 7 de febrero de 2013

TODOS LOS DEFECTOS MENOS ESE


Es muy típico escuchar, y últimamente más, que los políticos son unos ineptos que no valen para nada, unos analfabetos que no saben hacer la “o” con un canuto o, por ejemplo, en casos como el de Zapatero, unos tontos de baba.

Hablar así de la clase política española puede venir muy bien, si se quiere, como terapia cutre de desahogo, pero lo cierto es que nuestros mandatarios no tienen un pelo de tontos.

Tanto en los cargos electivos de gobierno como en los órganos directivos de las administraciones se cobra, de entrada, bastante más que en un trabajo normal en cualquier empresa. Luego, a veces, también hay otros ingresos o beneficios “indirectos”, por no hablar de las pensiones vitalicias de algunos o de la consolidación de ingresos de otros (si son funcionarios). Pero la pasta no lo es todo; las redes de poder que manejan a su antojo muchos políticos pueden resultar a veces más atractivas que el vil metal en sí. Nuestros gobernantes mandan sobre muchísima gente, deciden temas de calado que condicionan la economía y la vida de millones de ciudadanos, controlan y adjudican a su antojo cientos de puestos de trabajo o contratas millonarias, hacen (y reciben) importantes favores de todo tipo…

Sería casi infinito el número de personas que querrían estar ahí, en la cúspide, y sin embargo están ellos, esos a los que algunos desprecian por idiotas.

Yo, la verdad, no les veo tan idiotas...

Hay quien dice que no están capacitados, que tienen –en el mejor de los casos- una formación normalita y que no saben nada de gestión pública. Que el nivel de nuestros políticos está bajo cero. Pero yo esto lo interpreto como que son más listos que nadie, tan astutos como para acceder a esos niveles de responsabilidad tan codiciados sin tener la suficiente preparación.

Además, como dice un genial compañero mío, en la Administración lo importante no es saber, sino tener el número de teléfono del que sabe. Ahí es donde se ve quién es espabilado y quién vale: el que sabe rodearse de los mejores para que le expliquen, le asesoren, le hagan el trabajo y le quiten los marrones. Definitivamente, los conocimientos profesionales están sobrevalorados. Eso de pasarse años estudiando como un matado, especializándose para saber más que nadie, es una cosa de pringadillos, porque los inteligentes de verdad son los que sin tener ni flores cobran como si lo supieran todo y, eso sí, fichan a los cerebritos y expertos pagándoles una mierda.

Nuestra valoración de los políticos debería ser más realista e ir además por otros derroteros. Más que los títulos que tengan o lo torpes que subjetivamente nos parezcan, debería preocuparnos ante todo que la inmensa mayoría de ellos se salta a la torera el interés general. En la agenda de los mandamases públicos de este país, los intereses de partido, la satisfacción del propio ego, los compromisos personales, la imagen y el marketing, la continuidad en el poder, los pactos con los lobbies de turno y el autoenriquecimiento suelen figurar más arriba que las necesidades reales de los sufridos ciudadanos de a pie. Por suerte hay excepciones (contadas) a esta regla que también deberíamos esforzarnos por resaltar en vez de encenagarnos siempre en el pesimismo destructivo.

Habrá mejores y peores gestores, pero tontos, lo que se dice tontos, ni uno. Seguramente el problema es que los politicastros tienen todos los defectos menos ese.

martes, 5 de febrero de 2013

EL JUEGO DE LA NAVECITA


Era uno de mis mejores amigos del cole cuando tenía 13 y 14 años. Nos sentábamos juntos en clase y nos pasábamos la hora haciendo el gamba, hasta que el profesor nos expulsaba al pasillo (ahora no se puede). Por hacer el tonto con él y no atender las explicaciones de don Manrique sobre la perspectiva caballera, me quedó el dibujo de 8º para septiembre, aunque también influyó que mis láminas, tras pasarlas a tinta, parecían un bebedero de patos. Los dos sufrimos el exhaustivo interrogatorio del Padre Pajas y luego nos lo contamos horrorizados, y juntos conocimos por primera vez los insondables secretos de la Obra. A él le echaban a menudo de las pláticas por irreverente.

Nos pasábamos el día zascandileando por las calles y caminando sin rumbo fijo. Quedábamos media hora antes de que empezaran las clases de la tarde para seguir (de lejos) a alguna pandilla de chicas de la Enseñanza, y les decíamos cosas o las lanzábamos globos llenos de agua en los días de calor. En su compañía perpetré mis primeros coqueteos, tan inocentes y, por supuesto, tan infructuosos. Íbamos al cine, pero solo de cuando en cuando porque valía 250 pesetas el día del espectador, y entrábamos a la sala provistos de una bolsa de jamones (nubes para algunos) y de Fresquitos de Fiesta. Pero donde nos pasábamos horas y horas era en mi casa, jugando en mi microordenador de 8 bits a ese viejo juego de Konami en el que una navecita va atravesando galaxias llenas de peligros y, al final de cada fase, ha de enfrentarse a una siniestra nave nodriza que lanza pepinos como si fuera gratis, la hija de puta. Jamás logramos pasar más allá de la cuarta fase.

Cuando se fue del cole, poco a poco dejamos de vernos. La última vez que quedamos fue hace casi 25 años.

Pero hace diez días me encontró en Facebook y me mandó un mensaje, “tenemos que quedar a tomar algo". El tío consiguió sorprenderme pero le dije que perfecto, que al siguiente jueves por la tarde a la hora que quisiera. Rebusqué entre mis viejas fotos escaneadas y le mandé por whatsapp la única que tenemos juntos, disfrazados en las fiestas del colegio en marzo de 1988. Entonces casi no se hacían fotos. Se alegró mucho de verla, aunque no caía de cuándo era ni reconocía a todos los que salían.

La cita del jueves fue algo parecido a montarnos en el coche de Regreso al futuro (que vimos juntos). Fue un dulce intercambio de flashbacks, y de imágenes, anécdotas y situaciones que dormían ya en muchos casos en el lecho del olvido. Habíamos quedado junto al Teatro Calderón y al verle venir intuí que era él por su sonrisa, pero no estaba seguro. Parecía otro. Aquellas gafas de pasta gruesa y de cristales de culo de garrafa que le imponían, de chaval, sus tropecientas dioptrías habían desaparecido merced a una operación. Tenía el pelo completamente blanco y unas vertiginosas entradas. Antes era un tirillas y ahora está fornido. Hasta que se plantó en mis narices y nos abrazamos, yo le miraba y le miraba pero no le reconocía.

Entre caña y caña, recordamos aquellos años y hubo momentos que nos retorcimos de risa. En una especie de competición para ver quién recordaba más cosas, nos atropellábamos hablando para contarnos muchas de las gilipolleces que hicimos en aquella época. Unas veces las recordábamos los dos, pero otras solo uno, y al otro, al oírlas, se le encendía una bombilla en el trastero de sus recuerdos, una bombilla maravillosa que nos hacía sentir como si volviéramos a tener 14 tacos. Cotilleamos un poco sobre nuestro trabajo, nuestra vida sentimental, nuestras familias, nuestros viajes; sobre lo que nos había deparado la vida imprevisible.

Teníamos en común tantos recuerdos… y sin embargo yo notaba con algo de tristeza que la persona con la que estaba compartiendo unos tragos era otra totalmente distinta a la de entonces. El paso de los años nos moldea (o nos esculpe) más de lo que quisiéramos. Aunque en algún instante… no sé. Hubo algunos momentos en que mirándole a los ojos sí logré ver al amiguete de mi preadolescencia y casi tuve la seguridad de que si le llego a proponer ir a tirar globos de agua a las colegialas de las Carmelitas, habría aceptado entusiasmado.

Al despedirnos quedamos en vernos más a menudo, en salir a comer un día, en llamar a otros compañeros... Cuando llegué a casa, le mandé por mail un emulador para Windows de mi antiguo ordenador y, por supuesto, el juego de la navecita para ver si nos lo pasábamos de una puñetera vez.

domingo, 3 de febrero de 2013

CABEZAS BIEN AMUEBLADAS

Es fácil ser normal cuando todo te va normal. Es fácil estar sereno y ser agradable cuando la vida te trata relativamente bien. Es fácil no ir de listo cuando constatas a cada momento que hay gente a la que le va mucho mejor que a ti.

Lo jodido son los extremos: cuando vienen muy mal dadas o, al contrario, cuando te conviertes en el rey del mambo, cuando ganas más pasta, mandas mucho más y eres más poderoso que la mayoría de los que te rodean. En situaciones así es cuando de verdad se ve quién tiene la cabeza bien amueblada. Y la tienen muy pocos, os lo digo yo.

Mantenerse equilibrado frente a una desgracia severa (o no tan severa) no está al alcance de todos. La mayoría se derrumban, se quedan como alelados, sin levantar cabeza; eso cuando no se les agria el carácter y se empeñan en hacer pagar su desdicha a los demás. A veces no vuelven a ser los mismos, ni a relacionarse de la misma manera ni a trabajar al mismo ritmo.

Con el éxito a veces es peor. Pocas personas realmente forradas, poderosas o famosas - sobre todo si la fortuna llega de repente- se saben comportar con templanza. La soberbia tiende a dominarlos y suelen acabar mirando a todos por encima del hombro, volviéndose unos estúpidos inaguantables. Es muy difícil no sucumbir a la chulería, al paternalismo, para quien no es que se crea superior a los demás, sino que lo es de forma objetiva. Aunque también es cierto que los grandes triunfadores, por muy comedidos que intenten ser, tienen todas las papeletas para que los consideren unos creídos.

Pero vamos, ya dice el refrán: Si quieres conocer a Juanito, dale un carguito.

Luego están los que nos demuestran todos los días que su cabeza, más que estar mal amueblada, no tiene ningún mueble, pues patinan emocionalmente, cada dos por tres, ante la mínima contrariedad o ante el más insignificante triunfo o indicio de superioridad.

viernes, 1 de febrero de 2013

EPISODIO BERLANGUIANO


Tizón, la legendaria espada que pervive en el imaginario popular español como símbolo de heroicidad y patriotismo, continúa dando guerra diez siglos después de la conquista de Valencia por el valeroso caudillo (y también mercenario) Rodrigo Díaz de Vivar. Yo diría incluso que este espadón emblemático que aterrorizó a la morisma en el siglo XI viene provocando desde hace cinco años unas situaciones propias de películas de Berlanga como La Escopeta Nacional, pero en este caso con arma blanca y no de fuego.

El episodio tiene tintes surrealistas. Resulta que en 1986 falleció el entonces marqués de Falces, don Pedro Velluti, legítimo dueño de la Tizona, que Fernando el Católico regaló a sus antepasados. Como no tenía hijos y estaba reñido con su hermana, dejó toda su fortuna a un matrimonio de pescadores asturianos que le habían cuidado durante varias décadas y que siempre desconocieron la existencia de la pieza arqueológica, pues se encontraba depositada en el Museo del Ejército de Madrid. El título de marqués pasó, eso sí, a su sobrino José Ramón, quien en 2007 vendió el arma a la Junta de Castilla y León por un millón y medio de euros que pagaron entre la Administración autonómica y un grupo de empresarios burgaleses henchidos de patriotismo. Se nota que no había llegado la crisis y que el presidente Herrera estaba ansioso por adquirirla para ver si se le pegaba algo de la gallardía del Cid.

Enteradas de la operación, las hijas de los pescadores corrieron a demandar al actual marqués y a principios de enero de este año un juzgado madrileño le ha condenado a pagarles la mitad del precio de la venta.

Lo que más gracia tiene para mí es que no está probada la autenticidad de la espada, y por ello el Ministerio de Cultura, con muy buen criterio, se negó en su día a pagar tanto dinero por ella. La hoja tiene una inscripción falsa que dice Io soi Tizona, con una fecha del siglo XI, cuando por entonces al mítico acero que, según la leyenda, perteneció a un rey magrebí antes que a Rodrigo, se le conocía como Tizón; la derivación Tizona no empezó a emplearse hasta el siglo XIV. Según varios expertos, la actual pieza es el resultado de la refundición, en tiempos de los Reyes Católicos, de una hoja del siglo XI (que no se sabe si era de la Tizona, de la Colada o de otra espada cualquiera) con otra mucho más moderna.



También me figuro bastante cómicas las escenas, ya digo que berlanguianas puras, que debieron tener lugar durante la compra del medieval armatoste por nuestra Administración. Me imagino unas negociaciones irracionales entre el Consejero de turno, interpretado por Agustín González, y don José Ramón, el marqués de Falces, papel representando, como no podía ser de otro modo, por el gran Luis Escobar. En la secuencia, al fondo, se vería a los empresarios de la Cámara de Burgos con un maletín.

- Señor Consejero –insistiría don José Ramón- , es una ganga, una ganga, oiga ¡Y una pieza única! Usted verá si le interesa que la Junta de Castilla y León, y sobre todo su Consejería, quede hermanada para siempre con la espada del Cid, con el tercer brazo del héroe, todo un emblema de las más puras esencias de la Región. ¡Y los turistas! Imagínese la de turistas que acudirán al Museo a contemplar el arma que engrandeció el viejo Reino de Castilla…

Y el señor Consejero carraspearía y contestaría con grandes aspavientos:

- Le decía… Le decía, señor marqués, que si nos pudiera hacer una rebajita, el Presidente estaría agradecidísimo... y encantado de adquirir esta joya histórica, siempre, claro, que los medios de comunicación… usted ya me entiende… resaltaran como es debido el interés de esta humilde Administración en enriquecer y potenciar el patrimonio histórico-artístico castellano y leonés, y que usted, señor marqués, bueno… declarara a la prensa una cifra sensiblemente inferior a la que aquí pactemos. La imagen de una Administración austera es también fundamental…

Entonces intervendría uno de los empresarios de Burgos (encarnado por Sazatornil), sugiriendo a media voz:

- Señor Consejero, tengo aquí el maletín, pero habría que hablar de nuestras subvenciones. Yo he venido por lo de nuestras subvenciones, porque lo del Cid está muy bien, y la Región merece un símbolo así. ¡Lo merece, sí señor! Pero nosotros tenemos una empresa de porteros automáticos y no hay quién los venda….