Hace poco me acordé de una vieja anécdota de mis tiempos de estudiante, y a raíz de esto, y ya que el otro día hablamos de los cambios que podría emprender la Iglesia, pensé en uno que no estaría nada mal.
La anécdota es que El Subdirector del Banco Arús y yo teníamos (y seguimos teniendo) un amigo común que cuando estaba en la Facultad se llevaba tan maravillosamente bien con su prima carnal (de edad parecida) que no hacían más que quedar solos para dar una vuelta, tomar algo, charlar o ir al cine. Jamás olvidaré, porque aún me parto, el día que el Subdire, con ese punto ladino que tiene, le soltó a bocajarro que anduviera con ojo, que los hijos de los primos nacen subnormales.
Las uniones maritales entre parientes consanguíneos en línea colateral (hermanos, tíos-sobrinos y primos) siempre han sido objeto de polémica.
Entonces la endogamia era común |
Según los estudiosos, entre nuestros más remotos ancestros, en la Prehistoria, la reproducción entre parientes estaba al orden del día, debido a la fuerte dispersión y a la escasa movilidad de muchas de las comunidades humanas entonces existentes. Parece ser que una de las claves de la evolución de nuestra especie estuvo en el desarrollo cerebral y en la mejora de la inmunidad frente a diversas enfermedades, algo que solo se lograría a partir de las primeras migraciones masivas de nuestros antecesores homínidos y de la consiguiente depuración de la sangre al juntarse grupos muy diferentes genéticamente.
No obstante, los matrimonios entre familiares han sido práctica corriente hasta muchos siglos después, más o menos hasta la época de la Revolución Industrial, que es cuando comienza a abandonarse el modelo de sociedad rural caracterizado por núcleos de población aislados y escasa movilidad física y social de las gentes. Hace poco, un afamado científico especialista en temas genéticos declaró que más del 80% de los matrimonios celebrados en la historia de la Humanidad habían sido entre consanguíneos. Es más, según las últimas estadísticas, más del 10% de la población mundial está casada con un pariente o es fruto de una unión entre primos o entre tíos y sobrinos.
En esta realidad han influido poderosamente factores sociales, económicos y culturales. Socio-económicos no solo por la incomunicación física de muchas poblaciones de la que ya he hablado, sino por el interés en que los grandes patrimonios se conservaran dentro de la misma familia, en preservar la pureza de una casta o dinastía aristocrática o, en el caso de los reyes, en favorecer lazos políticos o posiciones de poder. Con los factores culturales me refiero obviamente a la Iglesia Católica, cuyo Código Canónico recoge como impedimento para casarse el parentesco en línea recta (entre abuelos, padres, hijos y nietos) o colateral (entre hermanos, tíos y sobrinos, y primos), pero admite la dispensa por el obispo en el caso de tíos y sobrinos (tercer grado) y primos hermanos (cuarto grado). Por fortuna, hoy en día las legislaciones civiles de la mayoría de países civilizados prohíben el matrimonio entre colaterales por consanguinidad hasta el tercer grado incluido.
A mí me hace mucha gracia que actualmente en los países más pobres, estas bodas siguen siendo frecuentísimas, pero se concentran en los dos polos de la sociedad: solo se casan entre sí las familias muy ricas para no dividir la hacienda y las muy pobres para que les salga más barata la dote.
La pregunta que me hacía al principio del post es por qué la Iglesia no se decide a modificar su criterio acerca de las dispensas para colaterales en tercer y cuarto grado, ya que se trata de una cuestión completamente circunstancial que, por supuesto, no pertenece al ámbito del derecho divino, ni es ningún dogma, teniendo en cuenta que ha cambiado de forma radical el contexto social y económico en el que se admitieron dichas excepciones, y que los estudios científicos evidencian cada día más los riesgos que estas uniones comportan para la salud de la descendencia.
Históricamente, la Iglesia ha prohibido el matrimonio entre familiares por dos motivos: Uno, para no confundir el tipo de amor que se da entre hermanos, tíos, sobrinos o primos, con el de naturaleza sexual, ya que la mezcla entre ambos afectos podría generar conflictos y destruir la familia como célula de la sociedad. Y el otro, por razones naturales biológicas, ante las evidencias de una mayor debilidad de las proles nacidas de progenitores con sangre en común. Sin embargo, Roma siempre ha dispensado de esta prohibición a los colaterales en tercer y en cuarto grado, por entender que los peligros genéticos están mucho más atenuados que en el caso de una relación entre hermanos (es cierto) y que a veces es preferible arriesgarse para permitir la propagación de la especie que ser estrictos con el Código y hacer que desaparezcan comunidades enteras en algunas zonas remotas, aisladas o incomunicadas.
A ello se suman otras razones de interés político y económico que no se escapan ni al clerical más fanático. La Iglesia Católica ha cedido en este punto a los intereses de la clase dominante, empeñada, como he dicho, en celebrar bodas consanguíneas con finalidades patrimoniales, sociales y dinásticas.
Pero en los tiempos que corren, cuando todos estas costumbres han caído en desuso (gracias a Dios), la población se mueve espontáneamente todos los días de un país a otro y se ha desintegrado en buena parte el medio rural, ¿qué sentido tiene seguir permitiendo que se case un tío con su sobrina o dos primos hermanos entre sí con el gran peligro que conlleva para la salud y, por lo tanto, para la calidad de vida, la dignidad y la felicidad de los vástagos?
José Manuel Prieto Prieto |
La ciencia es concluyente. Se han escrito varias tesis sobre los perfiles genéticos en las familias reales europeas y en serio que es para que se le pongan a uno los pelos de punta, dada la tremenda incidencia de enfermedades recesivas mendelianas y otras taras diversas provocadas por la endogamia. También hay otros estudios más generales de los últimos años sobre las consecuencias de la reproducción endogámica, que, aunque subrayan que el riesgo en el tercer y, sobre todo, en el cuarto grado se reduce bruscamente con respecto al segundo (entre hermanos), existe también un porcentaje muy significativo (hasta un 30%) de enfermedades congénitas en la descendencia de primos carnales, incluso ya en primera generación. Las patologías que pueden presentarse con más probabilidad son bajo desarrollo intelectual, enfermedades infecciosas (tuberculosis, hepatitis), diabetes, cáncer, esquizofrenia, depresión unipolar, gota, epilepsia, trastornos digestivos, enfermedades coronarias y esterilidad.
En nuestra era, deberíamos replantearnos muy seriamente la legalidad de los matrimonios entre primos hermanos como modo de preservar y mejorar la salud de la población y sanear la sociedad, evitando así sufrimientos inútiles y poniendo coto a las actitudes elitistas y hasta racistas (monarquías) que en algunos casos sustentan este tipo de usos matrimoniales.
Conozco un matrimonio entre primos hermanos y siempre nos hacía gracia en mi familia que a su suegra la llamaba tía, les dieron dispensa, tienen hijos y siempre lo vimos gracioso pero normal pero fue algo natural, se enamoraron pero no por ningún motivo económico...casi me parece más fuerte cuando es en tercer grado de consanguinidad. Pero si claro los motivos por los que antes se daban han desaparecido. Realmente no se que decir me parece fuerte pero a la vez al conocer este caso concreto lo he visto normal...Un saludo!
ResponderEliminarLa verdad es que nunca he mirado a una prima con ojos golosotes. Me parece casi anti-natural, y creo que debería estar prohibido, si como dices el riesgo de enfermedades congénitas es exponencialmente superior.
ResponderEliminarLa sociedad debería desterrar este tipo de hábitos nada propedeúticos y habitualmente holísticos, con toques a veces un tanto cafquianos.
Necesitamos un Hesíodo que cuente las cosas como son. Ó en su defecto un José María García que sea notario de esa rabiosa actualidad, cantando y contando las verdades del barquero.
Siempre se dijo, que "cuanto más primo, más me arrimo", pero también que "el mar está lleno de peces".Joder que somos muchos habitantes y habitantas en la tierra, como para tener que recurrir a los primos.
Ja, cuando leía el post me acordé del mismo dicho que trajo AdB, cientos de veces escuchado por boca de mi madre, aunque ella lo decía algo matizado: "cuanto más primo, más te la arrimo". Y tan errada no estaba, ya que era super común cuando yo era chica escuchar historias de primos hermanos envueltos en amoríos clandestinos. De hecho una vez uno de mis primos en un baile de carnaval me tocó el culo.
ResponderEliminarCreo que hay mucho morbo con esto de las relaciones entre parientes, sea el grado que sea.
Ahora, le parece que prohibir el matrimonio sea una solución? Si lo que se quiere evitar es la procreación, prohibiendo el acto formal de "habilitación" para procrear (por decirlo de alguna manera), no creo que se llegue al fin deseado. Yo más bien informaría detalladamente de los peligros que ello implica para la prole y los dejaría decidir a los "enamorados".
Saludos.
Extrapolando el tema, con la inseminación artificial y la donación de semen debe haber (y cada vez habrá más) hermanos que no saben que lo son. Aunque no es un caso de inseminación artificial, Carmen Díez de Rivera, hija natural del ministro de Franco Ramón Serrano Suñer, se enamoró de su hermano sin saber que era hermano. Entrando "hija de serrano suñer" en google aparece toda la historia.
ResponderEliminarLo de los primos que se emparejan: prohibiendo el matrimonio sólo prohibe esto, el matrimonio, pero no que se emparejen. La solución está en que estén informados y eviten tener descendencia.